viernes, 9 de octubre de 2009

LA NOVIA CAUTIVA de Lindsey J. Cap 21 al 30

CAPITULO 21



«Condenación; amenaza otro día pejagoso», pensó irritado John Wakefield sentado frente a su escritorio mientras revisaba la correspondencia de la mañana.  Era invierno.  No hacía tanto calor como los primeros tiempos de estar en este país horrible, pero aquella última semana sin lluvia había traído días calurosos y húmedos.  El maldito tiempo comenzaba a irritarlo.
Por lo menos, se le ofrecía la perspectiva de ver aquella noche a Kareen Hendricks.  La dulce y bella Kareen. John agradeció a su buena suerte que lo había inducido a aceptar la invitación de William Dowson para ir a la Opera; si hubiera rehusado ir no habría podido conocer a Kareen.
Un escalofrió recorrió el cuerpo de John cuando recordó el infierno que había soportado durante los primeros tres meses en Egipto.  Pero todo había cambiado después de recibir la carta de Crissy... y también su suerte había variado.
Unos golpes en la puerta de john interrumpieron sus pensamientos.
-¿Qué hay? -rezongó John.
Se abrió la puerta y el sargento Towneson entró en el invernadero sofocante que era el despacho de John.  Era un hombre apuesto, que doblaría la edad de John, de cabellos rojizos y espeso bigote del mismo rojo intenso.
-Teniente, fuera un árabe quiere hablar con usted.  Dice que es un asunto importante -explicó.
-¿No es lo mismo que dicen todos?  Entiendo que estamos aquí para mantener la paz, pero ¿esa gente no podría acudir a otros con sus mezquinas disputas?
-Así debería ser, señor.  Estos malditos egipcios no entienden que estamos aquí sobre todo para evitar que vengan los franceses. ¿Le traigo a este hombre?
-Imagino que no hay otra alternativa, sargento.  Maldita sea... me alegraré cuando pueda salir de este país.
-Lo mismo digo, sefíor -dijo el sargento Towneson, saliendo en busca del árabe.
Un momento después john oyó cerrarse suavemente la puerta y, alzó los ojos, vio a un árabe desusadamente alto que se acercaba al escritorio.  El joven era el árabe más alto que john hubiese visto jamás, más alto incluso que el propio john Wakefield.
-¿Usted es John Wakefield? -preguntó el joven deteniéndose frente al escritorio de john.
-Teniente Wakefield -lo corrigió john-. ¿Puedo preguntar su nombre?
-Mi nombre no importa.  He venido a buscar la recompensa que usted prometió por la devolución de su hermana.
«Otro que viene con la misma música -pensé john-. ¿A cuántos hombres codiciosos y oportunistas, ladrones sin escrúpulos, tendré que soportar todavía?» Había perdido la cuenta de las muchas personas que lo habían visto y afirmado que tenían informes... datos falsos con los cuales pretendían obtener la recompensa.  La mayoría esquivaba el bulto cuando john les decía que primero tendría que comprobar la información.  De este modo había realizado muchas búsquedas infructuosas en la ciudad y el desierto.
Incluso después de recibir la carta de Crissy, entregada por un joven árabe que había huido inmediatamente, john no había renunciado a la búsqueda.  Deseaba creer que ella era feliz donde estaba, pero tenía que comprobarlo con absoluta certeza.  Después de todo, habría podido ser una mentira.  Quizá la habían obligado a escribir esa nota.  Le habría agradado poner las manos sobre el hombre que había secuestrado a Crissy, y que la tenía por amante en lugar de casarse con ella. ¡john obligaría al rufián a desposaría!
-¿No desea recuperar a su hermana?
-Disculpe -dijo john-.  Me he distraído. ¿Sabe dónde está mi hermana?
-Sí.
-¿Y puede llevarme hasta ella?
-Sí.
Este hombre era diferente.  No vacilaba en sus respuestas como habían hecho los otros.  John entrevió una luz de esperanza.
-¿Cómo sé que me dice la verdad?  Me han engañado muchas veces.
-¿Puedo formularle una pregunta?
  

-Por supuesto.
-¿Cómo sé que me dará el dinero cuando lo reúna con su hermana. -Una buena pregunta –dijo John con expresión sombría.  Abrió el último cajón de su escritorio y retiró un saquito muy pesado,.  Preparé este dinero el día que secuestraron a Christina.  Puede contarlo si lo desea, pero le aseguro que la suma total prometida está aquí y que será suya si dice la verdad.  El dinero no me importa.  Simplemente deseo recuperar a Christina. -John se interrumpió y estudió el rostro del joven-.  Dígame... ¿cómo sabe dónde está mi hermana?
-Estuvo viviendo en mi campamento.
John se puso de pie tan velozmente que la silla cayó al suelo. -¿Usted es el hombre que la secuestró? -No -replicó sencillamente el joven, sin intimidarse ante la mirada colérica de John.
John se calmó cuando vio que no tendría que luchar. -¿A qué distancia está su campamento? -No tendremos que ir allí.
-¿Entonces?
-Su hermana está fuera.
-¿Fuera?
-Hemos viajado muchos días.  Duerme sobre su caballo.  Puede verla desde la ventana.
John corrió hacia la ventana que daba a la calle.  Después de un momento, se volvió hacia el árabe, y en su rostro curtido se veía la cólera.
-¡Usted miente!  Allí veo sólo a un joven árabe inclinado sobre un caballo. ¿Qué pretendía obtener con este truco?
-Ah, qué escépticos son los ingleses. ¿Suponía que su hermana vestiría de acuerdo con los usos de su país?  Estuvo viviendo con mi gente y viste como ella.  Si sale, comprobará la verdad de mis palabras -replicó el árabe, y dio media vuelta abandonando la habitación.
«Es demasiado sencillo para ser una trampa», pensé John.  Lo único que necesitaba hacer era salir y comprobar personalmente la verdad. ¿Qué esperaba? John recogió el saquito de dinero y siguió al árabe.  Tenía que ser verdad.
Fuera, en la calle quemada por el sol, John corrió hacia los dos caballos atados frente al edificio.  Se detuvo al lado del oscuro corcel árabe, montado por una figura ataviada con una túnica negra cubierta de polvo.  Si se trataba de otra mentira, temía ser incapaz de controlarse; haría pedazos al joven que esperaba a su lado.
Para saberlo, bastaría con retirar la kufiyab oscura que le cubría el rostro y comprobarlo.  Así de sencillo.
En ese momento el caballo se movió y la figura dormida comenzó a caer lentamente. John la recibió en los brazos.  Al hacerlo, la kufiyah cayó hacia atrás y reveló un rostro sucio y surcado por las lágrimas, un rostro que él habría identificado en cualquier rincón del mundo.
-¡Crissy! ¡Oh, Dios mío... Crissy!

Christina abrió los ojos un momento y murmuró el nombre de John, inclinando la cabeza, y apoyándola luego contra el hombro de su hermano.

-Como le he dicho, pasó dos días con sus noches sin descansar.  Sólo necesita dormir.

John se volvió para mirar al joven que le había devuelto a su hermana.

-Le debo una disculpa por haber dudado de su palabra.  Estaré eternamente agradecido por lo que hizo.  Tome el dinero.  Es suyo.

-Gracias.  Me siento más que feliz de haberle prestado este servicio.  Ahora me marcharé, pero cuando Christina despierte dígale que le deseo todo el bien que se merece.

Recogió las riendas del caballo negro, montó en su propio corcel y se alejó por la calle.

John miré a Christina que dormía pacíficamente en sus brazos.  Pensó: ¡gracias, Dios mío!  Por favor, ayúdame a compensar a Christina por lo que ha sufrido.

John entró con Christina en el edificio.  Se sentó en una silla frente al escritorio del sargento Towneson, sosteniendo tiernamente en brazos a su hermana.

-¡Teniente! ¿Se desmayó en la calle?  Será mejor que la deje en la silla.  El polvo de la túnica está ensuciándole el uniforme.

-Déjese de tonterías, sargento.  No haré nada por el estilo.  Pero le diré lo que usted tiene que hacer.  Primero, ordene que acerquen mi carruaje a la puerta principal.  Después, informe al coronel Bigley que no volveré hoy.

-¿No volverá? ¿Y si el coronel pregunta la razón? -Dígale que he encontrado a mi hermana, y que la llevo a mi casa. ¿Podrá arreglarse solo, sargento?

-Sí, señor. ¿Pero no querrá decir que esta joven es su hermana?
El sargento lamentó haber formulado la pregunta cuando vio el frío resplandor en los ojos del teniente Wakefield.

-Sargento, diga que traigan inmediatamente mi carruaje. ¡Es una orden!

John llegó a su casa cerca del mediodía.  Consiguió abrir la puerta de su departamento sin despertar a Christina, pero cuando se dirigía al dormitorio, su ama de llaves, la señora Greene, le salió al paso.
-John Wakefield, ¿qué demonios hace a mediodía en esta casa? ¿Y qué trae usted? -preguntó la mujer con expresión de reproche.
-A mi hermana.
-¿Su hermana? -La señora Greene se mostró impresionada-. ¿Quiere decir que esta es la jovencita que usted estuvo buscando día y noche?  Bien, ¿por qué no lo dijo antes?  No se quede ahí, inmóvil; lleve a su hermana al dormitorio.
-Es lo que estaba haciendo cuando usted me interrumpir, señora Greene -dijo John.
Entró en la habitación que contenía todas las pertenencias de Christina y depositó suavemente a su hermana en la cama.
-¿Está herida? ¿Cómo la halló?
-Necesita dormir un poco, eso es todo –dijo John.  Miró afectuosamente a Christina-.  Tal vez usted pueda quitarle la túnica, para que se sienta más cómoda; pero no la despierte.
-Bien, si no quiere que despierte será mejor que me ayude.
John vio que la mano de Christina ocultaba un pedazo de papel arrugado.  Consiguió soltarlo, y lo puso sobre la mesita de noche junto a la cama.  Después, con la ayuda de su ama de llaves, despojó a Christina de la túnica y las pantuflas.  Christina abrió los ojos una vez, pero los cerró de nuevo y continuó durmiendo.
La señora Greene y John salieron de la habitación, y él cerró discretamente la puerta.  Fue al gabinete de licores del salón, se sirvió una abundante dosis de whisky y se desplomó en su sillón favorito.
-Señor, ¿qué hago con todo esto? ¿Lo envío al cubo de los residuos? -preguntó la señora Greene, que tenía en las manos las ropas sucias de Christina.
John miró a la matronil señora Greene, de pie en el umbral.
-Por el momento deje a un lado esas ropas.  Christina decidirá. John deseaba volver cuanto antes a Inglaterra con Christina.  Egipto había provocado en ambos nada más que sufrimientos; pero ahora que Crissy había regresado, volverían a ser felices.
Hubiera deseado saber por qué Christina se había separado del hombre a quien decía amar.  Había escrito que continuaría con él hasta que ya no la deseara más. ¿Se trataba de eso?  El bastardo la había secuestrado, la había usado y después abandonado para cobrar el dinero de la recompensa.  Crissy había dicho que lo amaba. ¡Sin duda ahora sufría mucho!
John bebió el último sorbo de whisky, se levantó y, después de cruzar el pequeño comedor, entró en la cocina igualmente reducida.  Encontró a la señora Greene inclinada sobre el horno.
-Señora Greene -dijo-, tendré que salir aproximadamente una hora.  No creo que mi hermana despierte.  Pero si lo hace, dígale que he ido a anular una cita, pero que regresaré muy pronto.  Y atienda todas sus necesidades.
-¿Y su almuerzo?
-Comeré a mi regreso -dijo John, tomando una manzana de una fuente de frutas sobre el armario-.  No tardaré mucho.
No estaba lejos de la vivienda del mayor Hendricks, y John confiaba en que hallaría en casa a Kareen, pues deseaba cancelar personalmente la cita concertada para esa misma noche.
Kareen era un año menor que John y estaba realizando una corta visita a su tío, el mayor Hendricks.  Vivía en Inglaterra, y su madre tenía sangre española.  Pero John nada más sabía de ella... si se exceptuaba el hecho de que la joven lo atraía intensamente.
Kareen parecía española, con sus sedosos cabellos negros y sus ojos oscuros.  Tenía el cuerpo delgado, pero perfectamente redondeado en los lugares apropiados. John había ansiado que llegase la noche para volver a verla; pero ahora tenía que posponer la salida.  Abrigaba la esperanza de que Kareen lo entendiese.
Llamó a la puerta del modesto apartamento del mayor Hendricks.  Después de unos instantes, aparecía una joven que le sonreía alegremente.  John la miró atónito, porque esa muchacha parecía tener a lo sumo dieciséis o diecisiete años, y al mismo tiempo...
-¿Kareen?
La joven se rió de la confusión de John.
-Teniente, ocurre a menudo.  Soy Estelle, la hermana de Kareen. ¿Quiere pasar?

-Ignoraba que tenía una hermana -dijo john, entrando en el vestíbulo-.  Se parecen muchísimo.
-Ya lo sé... como mellizas.  Pero Kareen tiene cinco años más que yo. Mi padre siempre dice que Kareen y yo somos la viva imagen de nuestra madre cuando era joven.  Mamá todavía es una hermosa mujer, de modo que es agradable saber lo que seremos en el futuro. -Sonrió dulcemente y ofreció ajohn una mirada seductora-.  Perdóneme.  Todos dicen que hablo demasiado. ¿Desea ver a Kareen, teniente ... ?

-John Wakefield -dijo él con una breve reverencia-.  Sí, deseo hablar con ella si es posible.
-Creo que podrá.  Está descansando en su habitación.  Este tiempo tan caluroso... todavía no estamos acostumbradas... sí, es agotador.  De modo que usted es John Wakefield -dijo la joven, que lo examinó de la cabeza a los pies-.  Kareen habló mucho de usted, y veo que no ha exagerado nada.
-Señorita Estelle, usted es muy franca.
-Creo que una persona debe decir lo que piensa. -Eso a veces trae dificultades -observó amablemente John. -Sí, lo sé.  Pero me agrada impresionar a la gente.  Aunque no puedo decir que a usted lo haya impresionado.  Seguramente está acostumbrado a los cumplidos de las damas -continué, mostrando en su rostro una expresión de picardía.
-No exactamente.  Suelo ofrecer cumplidos... no recibirlos -dijo John riendo.
-Habla como un verdadero caballero.  Pero, ya estoy charlando otra vez.  Si espera en el salón, iré a decir a Kareen que usted está aquí.
-Gracias, y le aseguro señorita Estelle que ha sido un placer conocerla.
-Puedo decir lo mismo de usted teniente Wakefield.  Pero estoy segura de que volveremos a vemos -agregó, y desapareció por el corredor.
Después de unos minutos, Kareen apareció en la puerta, tan bella como él la recordaba después de la última vez.
-Creí que mi hermana bromeaba cuando aseguró que usted había venido -dijo-.  A veces se burla de mí.  Teniente Wakefield, ¿por qué ha venido tan temprano?
-Kareen... sé que es la segunda vez que nos vemos, pero ¿querría llamarme John? -pidió él, tratando de formular el pedido del modo más seductor posible.
-Muy bien, John -sonrió Kareen-. ¿Por qué has venido?
-No sé cómo explicarlo exactamente -empezó John, que evitó los ojos inquisitivos de la joven.  Se acercó a la ventana abierta y miró hacia la calle, las manos unidas a la espalda-.  Kareen, hace apenas un mes que estás aquí, pero ya sabes de la desaparición de mi hermana.
-Sí, mi tío me habló del asunto cuando dije que te había conocido -dijo la joven.
-Christina fue raptada en su habitación nuestra primera noche en El Cairo.  Ella y yo estábamos muy unidos.  La busqué por todas partes y casi enloquecí por la preocupación.  Y bien, me la devolvieron hoy... esta mañana.
-John...   ¡qué maravilloso!  Me alegro por ti. ¿Está bien?
John se volvió para mirarla y comprobó que, en efecto, Kareen se alegraba de la ocurrido.
-Está muy bien, pero aún no he podido hablar con ella.  Ha cabalgado casi una semana entera y ahora descansa.  Quería explicarte la situación porque necesito que comprendas por qué no iré contigo esta noche a la ópera.  Tengo que estar en casa cuando despierte Crissy.
-Lo comprendo perfectamente y te agradezco la explicación. ¿Puedo prestar ayuda?
-Eres muy amable, Kareen.  Quizá dentro de unos días puedas visitarla.  No sé si podrá adaptarse nuevamente a la vida del hogar.  Sólo ruego a Dios que sea capaz de olvidar sus terribles experiencias.
-John, estoy segura de que con el tiempo todo se arreglará -replicó Kareen.
-Yo espero lo mismo.

Christina había dormido doce horas.  Era casi medianoche y John continuaba paseándose impaciente por el salón.  Necesitaba averiguar muchas cosas.  No quería apremiarla apenas despertase, pero tenía que obtener algunas respuestas. ¿Era la misma persona o esos cuatro meses la habían cambiado?
John se acercó a la puerta y la abrió discretamente.  Pero Crissy continuaba hecha un ovillo con la cabeza apoyada en una mano. John entró en la habitación y se detuvo frente a la cama, observándola exactamente como había hecho muchas veces durante la noche.
No estaba más delgada y parecía estar sana, aunque se la veía sucia.  Vestía una falda y una blusa del estilo que era típico en la gente del desierto.  Pero las prendas habían sido confeccionadas con un fino terciopelo verde, y tenían los bordes adornados con encaje.  Tenía todo el aspecto de una princesa árabe.
Crissy ya había dicho en su carta que no necesitaba nada.  Probablemente ese hombre la había cuidado bien.  Por eso mismo la situación era todavía más desconcertante; en efecto, John se preguntaba cómo era posible que la hubiera liberado tras haberla poseído.  Christina poseía una belleza tan peculiar.  En ella había algo diferente -asombroso y al mismo tiempo indescriptible-, algo que la distinguía de todas las mujeres a quienes uno solía considerar
bellas.
De pronto, Christina abrió los ojos y parpadeó varias veces; sin duda se preguntaba dónde estaba.
-Tranquilízate, Crissy -dijo John.  Se sentó en el borde de la cama. - Estás de nuevo en casa.
Ella lo miré con los ojos llenos de lágrimas y un instante después se abrazaba a él como si quisiera salvar su vida.
- ¡john!  Oh, johnny... abrázame.  Dime que fue sólo un sueño... que jamás ocurrió en realidad sollozó Christina.
-Lo siento, Crissy, pero no puedo decirte eso... ojalá pudiese -replicó John, abrazándola fuertemente-.  Pero todo se arreglará... ya lo verás.
La dejó que llorase, sin decir más.  Cuando ella se calmó, John la apartó y retiró de las mejillas húmedas los cabellos apelmazados.
-¿Te sientes mejor ahora?
-En realidad, no. -Christina sonrió débilmente.
-¿Por qué no te lavas la cara mientras te traigo algo de comer?  Después, podremos hablar.
-Lo que realmente desearía es sumergirme en agua caliente horas enteras.  Los últimos cuatro meses tuve únicamente baños fríos. -Eso tendrá que esperar un poco.  Primero, conversaremos. -Oh, John, no quiero hablar de eso... sólo deseo olvidar. -Comprendo, Crissy, pero necesito saber ciertas cosas.  Sería mejor que hablásemos ahora, y después podremos olvidar el asunto.
-Muy bien, quizá tengas razón. -Bajó de la cama y paseó la mirada por la habitación-.  Dame un minuto para...
Se interrumpió bruscamente cuando vio el pedazo de papel arrugado que John había depositado horas antes sobre la mesa de luz.
-¿Cómo llegó aquí ese papel? -Su voz trasuntaba irritación. -Crissy, ¿qué te ocurre?  Lo he retirado de tu mano antes de acostarte.
-Pero creí que lo había arrojado... -Se volvió hacia su hermano, el ceño fruncido-. ¿Lo has leído?
-No. ¿Por qué estás tan nerviosa?
-Podría decirte que es mi nota de despido -dijo Christina como de pasada, aunque sus ojos tenían una expresión colérica.  Pero no importa. ¿Me traerás de comer?
Después de la cena, John sirvió dos copas de jerez y entregó una a Christina, instalada en el comedor.  Se sentó frente a ella, con las piernas extendidas bajo la mesa, y estudió el rostro de su hermana.
-¿Todavía lo amas? -preguntó John.
-No... ¡ahora lo odio! -se apresuró a decir Christina con los ojos fijos en la copa de licor.
-Pero hace apenas un mes...
Ella miró a John, en los ojos una luz peligrosa.
-Eso fue antes de que descubriese que era un hombre cruel y egoísta.
-¿Por eso lo has abandonado?
-¿Abandonarlo? ¡Él me expulsó!  Me escribió esa nota donde dice que ya no me desea, y que quiere que desaparezca antes de su regreso.  Ni siquiera me lo dijo personalmente.
-¿Por eso lo odias ahora... porque te apartó de su lado?
-¡Sí!  Nada le importa de mi persona o de mis sentimientos.  Creí que lo amaba, y abrigaba la esperanza de que él llegaría a amarme.  Pero ahora comprendo que fui muy estúpida. ¡Ni siquiera le importó la posibilidad de que yo estuviese embarazada!
-¡Oh, Dios mío, Crissy... ese hombre te violó!
-¿Qué me violó?  No... en realidad, nunca lo hizo.  Creí que te había aclarado eso, John, en la carta que te envié.  Creí que decía claramente que yo me había entregado a él.  Por eso te pedía perdón.
-Creo que no he podido aceptarlo.  No quise creerlo.  Pero Crissy, si él no te violó... ¿quiere decir que te entregaste a él desde el comienzo?
-¡Me resistí! -exclamó ella, indignada, tratando de defenderse-.  Me resistí con todas mis fuerzas.
-Entonces, ¿te violó?
Christina inclinó la cabeza, avergonzada.
-No, John, nunca necesitó llegar a eso.  Mostró paciencia... se tomó su tiempo, y poco a poco despertó mi cuerpo.  Por favor, entiende esto, John ... yo lo odiaba, pero al mismo tiempo lo deseaba.  Encendió en mí un fuego cuya existencia yo ignoraba.  Me hizo mujer.
De nuevo se echó a llorar.  John se sintió muy deprimido, porque le atribuía la culpa de algo que ella no había podido evitar.  Pero, ¿por qué defendía a ese bastardo?
John se inclinó sobre la mesa, obligándola a levantar el rostro, y contempló los dulces ojos azules.
-Está bien.  No eres culpable.  Fue exactamente como si te hubiese violado.
-Luché y me resistí, pero la situación se repitió constantemente.  Traté de huir, pero amenazó capturarme y castigarme si volvía a hacerlo.  Al principio le temía mucho, pero a medida que pasé el tiempo me calmé un poco.  Una vez lo apuñalé y sin embargo no me hizo nada.  Luego una tribu me robó y él casi murió en el intento de libertarme.  Entonces comprendí que lo quería, y después ya no me opuse.  No podía resistirme al hombre a quien amaba.  Si no puedes perdonarme por eso, lo siento mucho.
-Te perdono, Crissy, en el amor no hay reglas.  Pero dijiste que ahora lo odias. ¿Por qué insistes en defenderlo?
-¡No lo defiendo!
-Entonces, dime su nombre, y así podré encontrarlo.  Merece que lo castiguen por lo que te hizo.
-Su pueblo lo llama Abu.
-¿Y el apellido?
-Oh, John... qué importa.  No quiero que lo castiguen. -¡Maldita sea, Crissy!- explotó John, descargando un puñetazo sobre la mesa-.  Te usó, y luego te devolvió para cobrar la recompensa.
-Recompensa?
-Sí.  El hombre que te trajo pidió el dinero, y yo se lo di.
Christina se recostó en el asiento, una semisonrisa en los labios. -Debí imaginar que Rashid procedería así.  Se apodera del dinero donde puede encontrarlo.  Abu probablemente nunca sabrá que Rashid recibió la recompensa.  Y ésa no es la razón por la cual Phi... por la cual Abu me devolvió... Es el jeque de su tribu, y no necesita dinero.  Incluso cierta vez lo vi rechazar un saquito lleno de joyas.
-Comenzaste a llamarlo de otro modo -dijo John, enarcando el ceño.
-Bien... tiene otro nombre, pero no es importante. -Se levantó para apurar su jerez-. John, ¿podremos olvidar el asunto?  Deseo olvidarlo del modo más completo posible.
-¿Puedes llegar a eso, Christina? -Él la miró escéptico-.  Todavía lo amas, ¿verdad?
-¡No! -gimió Christina, pero luego se mordió los labios, y las lágrimas volvieron a rodar por sus mejillas-. ¡Oh, Dios mío... sí!  No puedo evitarlo. John, ¿por qué tuvo que hacerme esto?  Lo amo tanto... que desearía morir.
John la abrazó fuertemente, consciente del sufrimiento de Christina.  No podía soportar que sufriese de ese modo... y que se le destrozaba el corazón por un hombre que no merecía tanto amor.
-Crissy, llevará tiempo, pero lo olvidarás.  Encontrarás un nuevo amor... alguien que te ofrezca el tipo de vida que tú mereces.

CAPÍTULO 22



Habían pasado dos meses desde la separación.  Christina se esforzaba desesperadamente para apartar de su recuerdo la imagen de Philip.  Pero pensaba en él hora tras hora.  Rogaba todos los días que cambiase de idea y viniese a buscarla.  Pero no había noticias de Philip.  Christina no conseguía dormir.  Permanecía despierta toda la noche, deseándolo, anhelando el contacto de sus manos, extrañando el calor de su cuerpo en la cama.
Excepto a Kareen, Christina no había visto a nadie después de su regreso.  Simpatizó con Kareen la primera vez que John la llevó al pequeño apartamento.  Kareen no hizo preguntas y pronto las dos jóvenes fueron muy buenas amigas.  Christina sabía que Kareen estaba enamorada de John, y se alegraba de que John correspondiese dicho sentimiento.  Pasaban juntas muchos días y finalmente Christina lo contó todo a Kareen... es decir, todo menos el verdadero nombre de Philip.
Trataba de evitar que John conociera su desdicha, pero cuando estaba sola pasaba el tiempo recordando y llorando en su cuarto.  No salía ni recibía visitas, y se amparaba en la excusa de que no se sentía bien... lo cual era cierto.  En la ciudad hacía mucho más calor que en las montañas.  Sufría a causa de la humedad agobiante y de la mediocre ventilación del pequeño departamento.  A menudo se sentía aturdida y mareada.
Christina sabía que tenía que reanudar su vida, y por eso al fin aceptó recibir la visita de las esposas de algunos oficiales.
Al principio, charlaron cortésmente acerca del tiempo, la ópera, y el problema de la servidumbre.  Pero después las cinco mujeres de edad madura comenzaron a hablar acerca de personas a quienes Christina no conocía... y que no le interesaban.  Casi automáticamente, se aisló del ambiente y comenzó a pensar en Philip; pero volvió a prestar atención cuando oyó que pronunciaron su nombre.
-Como decía, señorita Wakefield, mi esposo fue uno de los hombres que ayudó a buscarla -dijo una mujer corpulenta.
-Otro tanto hizo mi James -intervino otra.
-Estábamos tan preocupados cuando vimos que era imposible hallarla... Pensamos que después de tanto tiempo ya habría muerto -agregó otra mujer que comía un delicado pastelillo.
-Y después usted apareció, sana y salva.  Fue como un milagro. -Díganos, señorita Wakefield, ¿cómo consiguió fugarse? -preguntó intencionadamente la mujer corpulenta.
Christina, incorporándose, se apartó; fijó los ojos en el borde de la chimenea.  Estas mujeres sólo deseaban arrancar la información que después repetirían por toda la ciudad; en realidad, deseaban tema para criticarla.
-Si no les importa, prefiero no comentar el asunto -dijo serenamente Christina, que se había vuelto otra vez hacia el grupo.
-Pero querida, todas somos sus amigas.  Puede hablar con nosotras. -Si me hubiese ocurrido lo mismo, me habría suicidado -observó con expresión altiva una de las damas.
-Lo mismo digo -replicó otra.
-Estoy segura de que ustedes atribuyen poco valor a su vida.  Por mi parte, prefiero continuar viviendo -replicó fríamente Christina-.  Ustedes dicen ser amigas... pero no son más que una pandilla de chismosas.  No tengo la intención de decirles nada. ¡Y deseo que salgan inmediatamente de esta casa!
-¡Bien!  Vean a la señorita pretenciosa.  Venimos a ofrecerle nuestra simpatía, y se comporta como si estuviera orgullosa de lo que le ocurrió... orgullosa de ser la cautiva de un sucio árabe.  Caramba... usted no es nada más que una...
-¡Fuera de aquí... todas! - explotó Christina.
-¡Ya nos vamos!  Pero le diré una cosa, señorita Wakefield. ¡Ahora ya la han utilizado!  Ningún hombre decente pensará en desposaría tras haberse acostado usted con un sucio árabe. ¡Recuerde lo que le digo!


Christina no habló a John del incidente cuando él regresó a casa.  Pero él ya lo sabía. .
-Crissy, has llorado por culpa de esas mujeres, ¿verdad? -dijo con voz cariñosa, mientras le sostenía el rostro entre las manos-.  No debes tomarlas en serio.  No son más que una pandilla de viejas celosas.
-Pero John, dijeron la verdad.  Ningún hombre decente querrá casarse conmigo. ¡Soy una mujer sucia!
-Eso es ridículo y no quiero que hables así -la reprendió John-.  Crissy, subestimas tu belleza.  Cualquier hombre daría el brazo derecho para casarse contigo. ¿Acaso William Dawson no ha venido a verte una docena de veces?  Si aceptaras salir y reanudar tu vida, lloverían las propuestas! ¿Por qué no vienes esta noche a la ópera con Kareen y conmigo?
-No quiero interferir en tu salida con Kareen -replicó Christina con un hondo suspiro, mostrando en su rostro una expresión deprimida-.  Tal vez lea un libro y me acueste temprano.
-Crissy... no puedo soportar el daño que tú misma te haces -dijo John-.  A menudo, cuando vuelvo a casa, veo que tienes los ojos enrojecidos, exactamente como ahora.  Intentas ocultarlo, pero sé que continúas llorando por ese hombre. ¡No vale la pena! ¡Dios mío, si pudiese ponerle las manos encima lo mataría!
-¡No digas eso, John! -gritó Christina.  Le asió los brazos, hundiendo los dedos en ellos con fuerza-. ¡jamás vuelvas a decir eso!  Sí, me hizo sufrir, pero ese dolor era la carga que yo debo soportar.  No es suya toda la culpa, porque jamás supo que yo lo amaba.  Creyó que me otorgaba lo que yo más quería... la libertad. ¡júrame que jamás tratarás de lastimarlo!
-Cálmate, Crissy -dijo John, conmovido por la explosión de Christina-.  Probablemente jamás me cruzaré con ese hombre.
La voz de Christina tenía un acento de apremio y los ojos se le habían llenado de lágrimas.
-Pero tal vez un día lo encuentres. ¡Necesito que me des tu palabra de que no intentarás destruirlo!
John vaciló, contemplando la expresión de ruego en el rostro de su hermana. jamás se cruzaría con aquel Abu, de modo que no tenía inconveniente en dar su palabra a Crissy, si de ese modo la hacia feliz.  De pronto se le ocurrió una idea.
-Te daré mi palabra con una condición... que dejes de torturarte por ese hombre.  Sal de casa y conoce a otras personas. ¡Y puedes comenzar viniendo conmigo a la ópera esta noche!
Una súbita serenidad se expresó en el rostro de Christina.  Pareció calmarse y soltó los brazos de John.
-Muy bien, John, si de ese modo obtengo tu palabra.  Pero todavía creo que lo pasarás mejor si prescindes de mí.
-Permíteme aplicar a eso mi propio criterio. -Volvió los ojos hacia el reloj de la repisa de la chimenea-.  Tienes menos de una hora para prepararte. -Sonrió cuando vio el desaliento en el rostro de Christina.  Era muy escaso tiempo para vestirse, sobre todo teniendo en cuenta que se trataba de su primera salida nocturna en seis meses-.  Pediré a la señora Greene que te traiga agua caliente para el baño.
Christina corrió a su dormitorio.  Eligió uno de los vestidos que había traído de Londres.  Era una prenda de satén color oro viejo, con unos festones de encaje dorado aplicados a la falda y al corpiño.  Eligió zafiros que hacían juego con sus ojos.  Experimentaba cierta timidez ante la idea de enfrentarse a la sociedad a tan escasa distancia de su regreso.  Pero desechó los temores mientras la señora Greene parloteaba alegremente acerca de la ópera y de lo acertado de que Christina hubiera decidido asistir.
Confirmando la predicción de John, menos de una hora después estaban en el carruaje y se dirigían a la casa de Kareen.  Christina esperó en el vehículo, mientras John subía los pocos peldaños y llamaba con firmeza a la puerta de la casa pintada de blanco.
Un momento después, Kareen descendió los peldaños, del brazo de John.  Se había puesto un vestido de terciopelo rojo damasco que contrastaba maravillosamente con sus sedosos cabellos negros, recogidos en un grueso rodete.
Christina contuvo una exclamación cuando vio la ancha peineta española con rubíes que llevaba Kareen en el rodete.  Recordó la fugaz sonrisa de Philip el día que le regaló una peineta parecida. «Querida, fue una compra honesta.  El mes pasado ordené a Syed vender uno de los caballos, y traer la mejor peineta que pudiese encontrar», había dicho Philip, y ella se había sentido complacida con el regalo.  Deseó haber conservado la peineta en lugar de apresurarse a abandonar todo lo que podía recordarle la persona de Philip.  No era posible que lo olvidase y algunas de las cosas que ella había abandonado evocaban recuerdos muy dulces.  Bien, por lo menos aún tenía esa horrible nota y las ropas árabes que vestía el día que había recibido la misiva.
-Christina... se diría que estás a un millón de kilómetros de distancia. ¿Te sientes bien?

Kareen había hablado, y su rostro expresaba inquietud.
 -Disculpa... me he distraído un momento -contestó Christina.  Kareen sonrió cálidamente.
-Me alegro mucho de que hayas aceptado acompañarnos.  Sé que te agradará la ópera.
Llegaron allí pocos minutos después y John las acompañó al interior del antiguo edificio.  Cuando entraron, los nutridos grupos de hombres y mujeres que conversaban en el vestíbulo se volvieron para mirar sin recato a Christina y murmurar observaciones a sus acompañantes.  Las mujeres le dirigieron miradas despectivas y después le volvieron la espalda.  Pero los hombres sonrieron con lascivia y prácticamente la desnudaron con la mirada.  Unos pocos jóvenes, que sin duda conocían a John y a Kareen, se adelantaron a saludar a Christina.  Le ofrecieron amables cumplidos, pero los ojos de todos observaban audazmente el cuerpo de la joven; y ella replicó secamente a los halagos de los hombres.
-¡Señorita Wakefield!
Christina se volvió bruscamente y vio acercarse a William Dawson, que lucía en el rostro una ancha sonrisa.  Era exactamente como ella lo recordaba... un hombre curtido, de cuerpo atlético.  Christina recordaba sus interesantes relatos, y en ese momento deseó haberlo recibido todas las veces que él había intentado visitarla.
-Ha pasado tanto tiempo... -dijo Dawson, acercando los labios a la mano de Christina-.  Y usted está tan hermosa como siempre. ¿Seguramente se ha recuperado por completo de su enfermedad?
-Sí.  Yo... me convencieron de la conveniencia de volver de nuevo al mundo de los vivos -dijo Christina-.  Me alegro de volver a verlo, señor Dawson.
-William -la corrigió él-.  Christina, ya somos viejos amigos.  Me ofende si no me llama William. ¿Tiene acompañante?
-Bien... vine con John y Kareen.
-Qué vergüenza, John, te reservas a las dos mujeres más bellas de El Cairo.
-Bien, creo que soy un poco egoísta cuando se trata de estas dos jóvenes -dijo John riendo.
Los ojos grises y afectuosos de William Dawson descansaron en Christina.  Aún sostenía en su mano la de la joven.
-Sería el hombre más feliz de El Cairo si me permitiese acompañarla durante la representación, y quizá llevarla de regreso a su casa.  Por supuesto, con el permiso de su hermano.
-Bien, yo... -Christina miré a John, como pidiendo ayuda, pero él le dirigió una mirada de advertencia que le recordó la promesa que había formulado unas horas antes.  Christina sonrió levemente-.  William, aceptaré complacida su ofrecimiento.  Parece que ahora ya tengo mi propio acompañante... ¿no es así, Kareen?
Kareen asintió con simpatía.
-sí, y un acompañante encantador.
Kareen sabía que Christina aún no estaba preparada para eso.  Todavía demostraba claramente que tenía el corazón destrozado.  Kareen se preguntó de qué modo había conseguido John que Christina consintiera en asistir a la ópera.  Era bueno que Christina hubiese aceptado esa salida, pero aún no estaba en condiciones de intercambiar comentarios amables con un acompañante.


En el camino de regreso a casa, Christina escuchó distraída el relato de William acerca de cierta aventura en las llanuras de Texas.  No recordaba nada de la ópera, salvo impresiones de vestidos de vivos colores y la música estrepitosa.  Se distraía cada vez que veía la peineta clavada en los cabellos de Kareen. ¿No podía olvidar un solo momento a Philip?
-Christina, hemos llegado.
Se alegraba de haber permitido que William la trajese a casa.  John seguramente habría deseado estar un momento a solas con Kareen.  Y la propia Christina podía ser una molestia.
-William, ¿aceptaría una copa de jerez? -propuso Christina, que se sentía culpable a causa de las muchas veces que había rehusado recibirlo.
-Confiaba en que me pediría exactamente eso.
Una vez dentro, Christina se acercó directamente al gabinete de los licores, pero William se acercó por detrás y la asió con las dos manos la cintura.  Christina se apartó, él sirvió dos copas de jerez y luego se volvió para entregarle una.
-Desearía brindar por esta ocasión.  Cuánto he soñado con este momento -murmuró William.  Sus ojos acariciaron el busto que dejaba entrever el generoso escote.
-William, no creo que valga la pena brindar por nada -dijo Christina nerviosamente.
Christina se apartó y se sentó en el sillón favorito de John; quizá le ofreciera cierta protección.  De pronto, recordó que la señora Greene había salido a visitar a algunos amigos y que probablemente dormiría fuera de la casa.
-Se equivoca, Christina -dijo William, que le tomó la mano y la obligó a ponerse de pie-.  Ambos recordaremos siempre esta noche.
De pronto, la atrajo a sus brazos.  Los labios de William buscaron los de Christina y los apretaron en un beso imperioso.  Christina sintió asco y disgusto. ¿Cómo había llegado a esta situación?  Apartó la boca, pero él continuaba abrazándola y estrechándola contra sí.
-William, por favor... déjeme.
Trató de hablar tranquilamente.  Pero sabía que estaba sola con él y experimentó un sentimiento cada vez más intenso de pánico.
-¿Qué pasa, Christina? -La sostuvo a la distancia del brazo y sus ojos grises recorrieron atrevidos el cuerpo de la joven-.  Conmigo no es necesario que representes el papel de la virgen tímida.
-Usted es demasiado audaz, William Dawson -replicó con frialdad Christina, que se soltó bruscamente del apretón de la mano de William-.  No tiene derecho a tomarse conmigo estas libertades.
-No he comenzado a tomarme las libertades que están en mis planes.
William tendió las manos hacia Christina, pero ella corrió de modo que los separase el gran sillón.
-Debo pedirle que se marche -dijo Christina con expresión seca. -¿De modo que esas tenemos, muñeca?  Te cuidaré bien.  No soy rico, pero ciertamente puedo permitirme tener una amante.  Después de un tiempo, si eres buena, quizás incluso me case contigo.
-¡Usted debe de estar loco!
William se echó a reír.  Christina podía ver el deseo sensual en su rostro.  William apartó el sillón y avanzó con los brazos extendidos.  Christina se volvió para huir, pero era demasiado tarde.  William la agarró por la cintura y atrajo su cuerpo hacia sí.  Su risa perversa enfureció a la muchacha.  Las manos de William se posaban en los pechos y el vientre de la joven, mientras ella se debatía, tratando de liberarse.
-¿Te agrada con un poco de brutalidad? ¿Estás acostumbrada a eso, muñeca?  Otro hombre importará poco después de tantos bandidos ante los cuales abriste las piernas.  Dime... ¿cuántos fueron?  Y cuál engendró el bastardo que llevas en el vientre?  Estoy seguro de que el pequeño no se opondrá si yo saboreo las cosas de su mamá.
Christina se sintió como paralizada cuando oyó la última frase.  Permaneció perfectamente inmóvil.  Ni siquiera le atrevía a respirar, y las palabras continuaban resonando en sus oídos. ¡El bastardo que levas en tu viento... el bastardo! ¡Un hijo!
-De modo que has decidido mostrarte razonable.  Bien, te agradará tener un hombre de verdad después de toda la escoria a la que estás acostumbrada.
De pronto, Christina se echó a reír.  Hacía mucho que no oía el sonido de su propia risa.  William la obligó a volverse y la sacudió por los hombros.
-¿Qué demonios te parece tan divertido? -preguntó.  Pero ella se rió histéricamente y las lágrimas comenzaron a correrle por las mejillas.
Y entonces, ambos oyeron el ruido de¡ carruaje que se detenía frente al edificio.
-¡Perra! -murmuró enfurecido William y de un empujón la apartó.
-Sí -replicó ella alegremente-.  Ciertamente, puedo ser una perra cuando la situación lo justifica.
-Aún no he terminado contigo... ya habrá otra ocasión -dijo William fríamente.
-Oh... lo dudo, William.
John entró en la habitación, y sus ojos se posaron primero en el rostro divertido de Christina y después en la expresión hostil de William.  Durante unos instantes se preguntó qué había ocurrido, pero se abstuvo de indagar.
-¿Todavía aquí, William?  Bien, es temprano... ¿quieres tomar una copa?
-Bien, yo...
-Oh, adelante, William -dijo burlonamente Christina.  Confiaba en que William estuviera ardiendo de cólera-.  De todos modos, voy a acostarme.  Ha sido una velada muy extraña.  No muy grata, pero instructiva.  Buenas noches, John.
Se volvió y entró en su habitación.  Cerró la puerta, apoyó el cuerpo contra ésta y aún pudo oír a los hombres que conservaban en la sala.
-¿Qué quiso decir con la última frase? -preguntó John.
-No tengo la más mínima idea.
Christina se apartó de la puerta y empezó a dar vueltas, girando sobre sí misma una y otra vez, hasta el cansancio, tal como sabía hacer cuando era niña.  La falda se elevó en el aire y las horquillas salieron disparadas de la masa de cabellos, y ella continuó describiendo círculos hasta llegar a la cama.  Se desplomó sobre el lecho, riendo de pura complacencia.  Se tocó el vientre con ambas manos, buscando las pruebas de las palabras de William.
Percibió una prominencia muy pequeña... no era una prueba. ¿Quizá William sólo había supuesto que estaba embarazada por haber vivido cuatro meses con un hombre?
Christina saltó de la cama y con movimientos rápidos encendió la lámpara.  Corrió hacia las ventanas que daban a la calle y cerró las cortinas.  Después, se quitó el vestido y la combinación y se detuvo, completamente desnuda, frente al espejo de cuerpo entero que ocupaba un rincón de la habitación.
Examinó su propio cuerpo, pero no advirtió ningún cambio.  Se volvió de lado y trató de sacar el vientre todo lo posible, que no era mucho, y después lo deprimió.  Ahí estaba la prueba.  Su estómago no se reducía como antes.  Frunció el ceño; en realidad, podría tratarse simplemente de algunos kilos más y no de un hijo.  Después de todo, su apetito había aumentado durante el último mes.  Tenía que comprobar mejor de qué se trataba.
Apagó la luz, se acostó en la cama y cubrió su cuerpo desnudo con una manta liviana.  Qué extraño.  Ahora que podía usar el camisón, ya no lo deseaba.  Estaba acostumbrada a dormir con Philip y a hacerlo completamente desnuda.
Pero si llevaba en su vientre el hijo de Philip, tenía que haber otros signos.  De pronto sintió como si le hubiesen golpeado la cabeza con una maza.  Disponía de todos los signos, pero los había desechado con diferentes excusas.  Los mareos, las náuseas... había achacado todo aquello al tiempo.  Dos veces había fallado la menstruación, pero ella había pensado que debía atribuirlo a su propia desdicha.  Le había ocurrido lo mismo antes, cuando sus padres murieron.
Había formulado excusas porque temía aceptar la idea de estar embarazada.  Pero ahora se alegraba profundamente de tener algo por lo cual vivir.  Tendría un hijo... un hijo que le recordaría eternamente a Philip.  Nadie podría quitárselo.
Pero, ¿desde cuando estaba embarazada?  Seguramente estaba en el tercer mes, de modo que faltaban sólo seis meses.  Seis meses muy bellos y colmados de alegría, hasta que naciera el hijo de Philip.  Sabía que sería un varón, y que se parecería al padre.
Con ese pensamiento gozoso en la mente, Christina se volvió de lado para dormir con una sonrisa en los labios y con las manos acariciando suavemente su vientre.

CAPITULO 23



-John, ¿puedo hablar contigo antes de que salgas? -preguntó Christina.
Estaba sentada frente a la mesa del comedor, bebiendo la tercera taza de té de la mañana.
-Crissy, ¿no puedes esperar a más tarde?  Necesito llevar estos documentos al coronel antes de la reunión del personal -replicó John.
-No puede esperar.  Debo decirte algo ahora mismo.  Te esperé anoche, pero llegaste demasiado tarde.
-Está bien -suspiró John.  Se sentó frente a Christina y se sirvió una taza de humeante té.- ¿De qué se trata? ¿Qué es tan importante?
-Ayer por la tarde, cuando fui al mercado, supe que dentro de cuatro días sale un barco para Inglaterra.  Deseo embarcarme en él.
-¿Por qué, Crissy?  Comprendo que desees alejarte cuanto antes de este país, pero ¿no puedes esperar cinco meses más, de manera que podamos regresar juntos?
-No puedo esperar.
-Sí puedes.  No hay motivo que te obligue a partir ahora.  Caramba, el último mes ha sido muy feliz; no ha habido más lágrimas, ni caras tristes.  Desde que comenzaste a salir, cambiaste del todo.  Te agrada ir al mercado.  Has conocido a otras personas, y lo pasas bien.  Dime, ¿por qué no puedes permanecer conmigo cinco meses más?
-Hay una razón muy importante por la cual tengo que marcharme ahora.  Si me quedara aquí cinco meses tendría que permanecer aún más tiempo.  No puedo llevar a mi... -hizo una pausa- a mi hijo en barco al poco tiempo de nacer.
John la miró como si ella lo hubiese abofeteado.  Christina trató de evitar la imagen del rostro conmovido de su hermano, pero se sintió muy aliviada porque al fin se lo había dicho.
-Un hijo –murmuró John, moviendo la cabeza-.  Tendrás un hijo.
-Sí, John... dentro de cinco meses -dijo Christina orgullosamente. -¿Por qué no me lo dijiste antes? -Yo misma lo supe el mes pasado, e incluso entonces abrigaba ciertas dudas.
-¿Cómo puedes no saber de algo por el estilo? -preguntó John.
-John, estaba tan conmovida... demasiado agobiada por la tortura mental para saber qué ocurría con mi cuerpo.
-¿Por eso te sentiste tan feliz el mes pasado... a causa del niño> -¡Oh, sí! ¡Ahora tengo motivos para vivir! -Entonces, ¿te propones conservar al niño y criarlo? -¡Por supuesto! ¿Cómo puedes siquiera preguntar una cosa así?  Este niño es mío.  Fue concebido con amor. jamás renunciaré a él.
-Todo viene a parar en lo mismo... ¡Ese hombre!  Deseas al niño porque es su hijo. ¿Piensas marcharte sin hablarle del niño? ¿Quizás ahora acepte casarse contigo? -dijo John con expresión colérica.
-Si creyera que está dispuesto a casarse conmigo, iría inmediatamente.  Pero no es posible.  Seguramente ya contrajo matrimonio con Nura.  No desea a este niño, pero yo sí lo quiero.  Y deseo que nazca en Inglaterra.  Es necesario que me marche cuanto antes y puedo hacerlo dentro de cuatro días.
-¿Has pensado en lo que dirá la gente?  Crissy, no estás casada.  Tu hijo será un bastardo.
-Lo sé.  He pensado en eso con frecuencia, pero la situación no tiene remedio.  Por lo menos, será un bastardo adinerado -dijo-.  Pero si las murmuraciones te molestan, no me quedaré en casa.  Siempre puedo ir a vivir a otro sitio con mi hijo.
-Crissy, no quise decir eso.  Sabes que te apoyaré, no importa lo que decidas.  Sólo estaba pensando en tus sentimientos.  Después de todo, te molestaron bastante las perversas observaciones de esas esposas de los oficiales.
-Entonces yo me sentía indeseada y miserable.  Y sufrí todavía más cuando oí sus comentarios... la afirmación de que jamás me querría un hombre.  Pero ahora soy feliz.  Ya no puede lastimarme lo que la gente diga de mí.  No me importa si no me caso.  Solamente deseo a mi hijo... y mis recuerdos.
-Si eres feliz, eso es lo único que importa -dijo John.
Trató de aceptar el hecho de que Christina sería una madre soltera. Sabía que ella era fuerte y él deseaba creer que nada podría perjudicarla.
-Tu hijo no tendrá padre, pero tendrá tío.  Crissy, te ayudaré a criarlo.
-¡Gracias, John! -exclamó Christina.  Se acercó y se detuvo detrás de la silla que ocupaba su hermano y le rodeó el cuello con los brazos-. John, ¡eres tan bueno conmigo y te quiero tanto!
-Bien, de todos modos no me agrada la idea de que viajes sola.  No está bien.
-Te preocupas demasiado.  Estoy segura de que en mi estado nadie me molestará.  Como puedes ver, mi hijo ya es bastante visible -dijo Christina y se volvió de perfil-.  Y cuando llegue a Londres... bien, será grande como un buey.  Llevaré conmigo muchas telas y lienzos; y me encerraré en el camarote para confeccionar ropas de niño.  Y cuando la nave llegue a Londres, alquilaré un carruaje que me lleve directamente a la Residencia Wakefield.  Ya ves que no tienes motivo para preocuparse.
-Bien, por lo menos permíteme escribirle a Howard Yeats.  Puede ir al puerto y escoltarte hasta casa.
-No hay tiempo para eso, John.  Mi barco es el primero que parte.  Tu carta llegará conmigo.  Y de todos modos Howard y Kathren probablemente insistirían en que me aloje con ellos, y yo no deseo eso.  Quiero regresar a casa cuanto antes.  Necesito tiempo para convertir en habitación infantil el cuartito de los huéspedes contiguo a mi dormitorio.  Tendré que empapelarlo, y ordenaré que construyan una puerta de comunicación con mi cuarto y...
-Un momento, Crissy -la interrumpió John-.  Vas muy de prisa. ¿Qué pasa con nuestro viejo cuarto de juegos.  Bastó para nosotros.
-John, ¿sabes qué diferencia veo entre mi cuarto y la vieja habitación?  Me propongo cuidar personalmente a mi hijo.  Seré su madre, su niñera y su abuela.  No tendré un marido a quien dedicar la mitad de mi tiempo.  Sólo a mi hijo... y le consagraré toda mi energía y todo mi tiempo.
-Es evidente que has pensado en todos los detalles –dijo John.  Le sorprendía comprobar que Christina estaba decidida a organizar su propia vida--.  Bien, si quieres que tu hijo esté en la habitación contigua, así se hará.  Pero Johnsy no verá con buenos ojos que te ocupes personalmente del niño.
-Johnsy comprenderá cuando se entere de mi historia.  Y de todos modos, necesitaré su ayuda -replicó Christina.
-¿Piensas contárselo todo también a Tommy? -preguntó John.
Christina no había pensado en  Tommy.
-No... no todo; sólo o indispensable.
-Sabes que sufrirá.  Tommy quería casarse contigo.

-Sí.  Pero nunca lo acepté en ese sentido.  Tommy superará el trance.  Quizá ya ha encontrado a otra persona.
John la miró, dubitativo.  Tommy lo había arrinconado antes de que él y Crissy viajasen a Londres.  Había declarado su amor por Crissy, afirmando que jamás podría ser feliz con otra mujer.
-Crissy, ¿crees de veras que Tommy puede haber encontrado a otra persona?  Ese muchacho te quiere, y creo que puedo decir, sin temor a equivocarme, que a pesar del niño querrá casarse contigo.
-Pero jamás tuve ese tipo de sentimiento respecto de Tommy.  Dudo de que me hubiese casado con él incluso si no hubiera conocido a Abu.  Y sólo a Abu amaré.  Lo he perdido, pero tengo a su hijo, y eso es lo que importa.  No quiero lastimar a Tommy, pero no puedo casarme con él.
-Bien, quizá cambies de parecer.  Pero ahora hermanita, estoy muy retrasado.  Me reprenderán en el despacho del coronel.  Abrigo la esperanza de que comprenda y me autorice a acompañarte a Alejandría -replicó John.
-Estoy segura de que así lo hará.  Y si no acepta, sencillamente tendré que hablar con la señora Bigley.
-Al coronel no le agradará que las dos mujeres se unan contra él -dijo John riendo.  Se puso de pie y besó tiernamente en la mejilla a Christina-.  Trataré de volver temprano a casa, de modo que podamos continuar hablando.
Apenas John se marchó, Christina fue a su dormitorio para decidir qué llevaría en el viaje de regreso a su patria. Revisó su guardarropa.  Todas sus prendas cabían en los dos baúles, pero tenía que comprar otro para las ropas del niño que se proponía confeccionar.  Y de pronto comprendió que sus vestidos ajustados serían inútiles pocas semanas más tarde.
Christina sonrió por haber olvidado algo tan importante.  Ahora tendría que comprar metros y metros de tela para confeccionar sus propias ropas y las del niño, y también necesitaría dos baúles más. -¡Christina, sin duda estarás muy atareada durante ese viaje! -dijo en voz alta.


CAPITULO 24



Una brisa fresca acarició el rostro de Christina y jugó con su vestido de ancha falda mientras ella permanecía en cubierta, aferrada a la baranda del buque.  Miró su vientre prominente y sonrió cuando sintió el golpe del niño.  Sus movimientos se habían hecho perceptible durante el último mes y a Christina la complacía sobremanera esa experiencia.
Ya hacía más de una hora que estaba en cubierta.  Los pies le dolían terriblemente, pero no deseaba regresar a su cabina con su ambiente sofocante... sobre todo ahora que tenía enfrente las costas de Inglaterra.
El viaje se había desarrollado con tal rapidez y ella había estado tan atareada que tenía la impresión de que hubiera sido ayer que se había despedido de John.  Christina había llorado un poco y había recordado a su hermano que cinco meses más tarde también él abordaría una nave para volver a Inglaterra.  Había besado y abrazado a Kareen, que había venido con John para despedirla.
-Cuídate y cuida al niño -había dicho Kareen y después también ella se había echado a llorar.
Era una límpida y hermosa mañana de principios de verano en Inglaterra.  Los pasajeros se agolpaban contra la baranda, felices porque al fin había concluido el viaje.
Christina se palmeó el vientre y murmuró apenas, de modo que nadie pudiese oírla:
-Pequeño Philip, pronto estaremos en casa... sí, muy pronto.


Christina consiguió fácilmente un carruaje que la llevó a la Residencia Wakefield.  Viajaban sin prisa y durante la noche se detuvieron en una cómoda taberna para no poner en peligro la condición de Christina.  Pero a ella no le importaba.  Contemplaba el bello paisaje inglés, y miraba todo ansiosamente mientras salían de Londres y se encaminaban hacia Halstead.
Hacía tanto que no veía una campaña tan fértil.  Pasaron entre bosques frondosos y campos abiertos cubiertos de flores silvestres de todos los colores.  Pasaron frente a granjas rodeadas de cultivos y atravesaron aldeas pequeñas y encantadoras.  La Inglaterra rural. ¡Cómo le encantaba!
Al anochecer del día siguiente, el carruaje se detuvo frente a la hermosa Residencia Wakefield.  Los faros encendidos a ambos lados de las grandes puertas dobles iluminaban con luz acogedora el sendero.  Christina abrió la puerta del carruaje, porque no deseaba esperar ni un segundo más.
-¡Un momento, señora! -gritó el conductor, que se descolgó del pescante.  Se acercó a la puerta y ayudó a descender a Christina-.  Es necesario pensar en el niño.
-Disculpe. ¡Hace tanto tiempo que no estoy en casa!  Además, estoy acostumbrada a arreglarme sola.
-Tal vez sea así, pero...
Se abrieron las grandes puertas dobles y apareció Dicky Johnson. -¿Quién viene a estas horas de la noche? -preguntó cautelosamente.  Christina volvió la cabeza de modo que la iluminase la luz y Dicky la miró incrédulo-. ¿Es usted, señorita Crissy? ¿Realmente es usted?
La joven rió y abrazó al hombrecito. -Soy yo, Dicky, al fin en casa.
-Oh, qué agradable verla otra vez, señorita Crissy. ¿Y también el amo John regresó a casa?
-No, volverá dentro de unos meses.  Pero yo deseaba llegar antes... para tener aquí a mi hijo.
-¡Un hijo!  Sí, se la ve bastante adelantada bajo la capa. -¿Quién es, Dicky? -llamó Johnsy desde la puerta. -Es la señorita Christina.  Regresó a casa antes de lo esperado.  Y puedo decir que ha venido sola -agregó con expresión desaprobadora.
-¡Mi niña! -exclamó Johnsy.  Descendió de prisa los peldaños y abrazó a Christina.  Después, retrocedió un paso, en el rostro una expresión de sorpresa-.  Mi niña tendrá también un niño.  Oh, Dios mío, cuánto esperé este momento.  Pero, ¿por qué no escribiste a tu vieja niñera para decírselo?
-¿Y habrías podido leer mi carta? -bromeó Christina.
-No, pero alguien me la habría leído.  Ahora, entra en la casa querida.  Tendrás que explicar algunas cosas y podrás hacerlo mientras tras bebes una taza de té -dijo Johnsy y miró a Dick por encima del hombro-.  Entra el equipaje de la señorita Christina y ofrece algo de comer al conductor antes de que se marche.
En el vestíbulo bien iluminado Christina se sintió agobiada por los alegres saludos del resto de la servidumbre.  Poco después, Johnsy los despachó a todos con una serie de órdenes: traer té, preparar comida, calentar el agua del baño y desempaquetar el equipaje.
Christina retrocedió un paso y se echó a reír.
-No has cambiado nada, Johnsy.  Quizás unas pocas canas más, pero por lo demás eres la misma.
-Sí... por tu culpa tengo más canas... por esos vagabundeas en tierras de paganos con tu hermano.  Creí que enloquecía cuando el amo John ordenó que enviasen el resto de tus cosas.  Y después, ni una palabra de ninguno de los dos.  Ha pasado casi un año -se quejó Johnsy.
-Lamento no haber escrito, Johnsy.  Pero lo comprenderás cuando te explique algunas cosas.
-Bien, espero que hayas tenido buenas razones para preocupar a tu vieja niñera.  Pero mira, te tengo aquí, de pie en el vestíbulo... y en ese estado.  Ven, siéntate –dijo Johnsy con expresión hosca mientras la conducía a la sala.
Después de quitarle la capa y el bonete, los grandes ojos pardos de Johnsy se fijaron en el vientre de Christina.
-¿Cómo es posible que el amo Johnny haya permitido que viajases sola? ¿Y dónde está tu marido... no me dirás que tuvo que quedarse en esa tierra de paganos? –preguntó Johnsy, sentada al lado de Christina en el diván revestido de brocado dorado.
Christina se recostó en el respaldo y suspiró hondo.
-John aceptó que yo viniera sola a casa para tener al niño.  De lo contrario, hubiera sido necesario permanecer en Egipto hasta que mi hijo tuviese edad suficiente para viajar.  Y con respecto a mi marido... no lo tengo. jamás...
-¡Oh, mi pobre niña!  Tu hijo todavía no nació, y ya eres viuda. -No, Johnsy... no me has permitido terminar.  No tengo marido porque jamás me casé.
-¿No te casaste? ¡Oh, Dios mío! -Johnsy comenzó a llorar.- ¡Oh, mi niña!  En tu vientre tienes un bastardo... oh, seguramente sufres mucho. ¿Por qué el amo John permitió que te ocurriese esto? -gimió la anciana-. ¡Oh... el maldito que te hizo esto... que mil demonios lo ... !
-¡No! -gritó Christina-. jamás digas nada contra él...          ¡jamás!
Amo al padre de mi hijo.  Siempre lo amaré.  Y criaré y amaré a mi hijo. ¡No me importa que sea bastardo!
-Pero señorita Crissy... no comprendo. ¿Por qué no te casaste? ¿Ese hombre está muerto?
Christina comprendió que pasaría mucho tiempo antes de que pudiese acostarse aquella noche.  Se acomodó mejor y relató la historia completa a Johnsy; incluyó todo lo que no había dicho a John.  Comenzó hablando de la primera vez que había visto a Philip en el baile de Londres y concluyó explicando cómo había sabido que estaba embarazada y hablando de sus planes de regreso a casa.
Johnsy lloraba y sostenía abrazada a Christina.
-Oh, mi niña... cuánto ha sufrido.  Si por lo menos hubiese podido estar allí para ayudarte.  Y todavía digo que Philip Caxton es un bandido... haberte apartado así...
-No, Johnsy, Philip tenía sus motivos.  Eran motivos egoístas, pero de todos modos no lo critico.  Sólo abrigo la esperanza de que se siente feliz con Nura, porque yo soy feliz con mi hijo -replicó Christina.
-Sí, tal vez te sientas feliz, pero aún así también se te ve triste, porque has amado a un hombre y después lo has perdido en tan poco tiempo.  Lo siento, amor... de veras lo siento.  Pero ahora debo llevarte a la cama.  Te estás durmiendo.  Debería avergonzarme de mí misma por retenerte aquí a estas horas.  Pero mañana puedes dormir todo lo que desees.  Ordenaré a los criados que no te molesten.
Arriba, en el cuarto de Christina, Johnsy la ayudó a quitarse el vestido y a ponerse un amplio camisón.  La gran bañera llena de agua que estaba frente a la chimenea de mármol azul se había enfriado mucho tiempo antes; pero de todos modos Christina estaba demasiado fatigada para bañarse.
Christina examinó su viejo cuarto mientras Johnsy ordenaba el resto de las cosas.  Le agradaba ese cuarto y lo había elegido porque la complacían los tonos azul oscuro que prevalecían en el decorado.
¡Oh, pero qué grato era volver a casa y encontrar las cosas y a las personas entre las cuales había crecido y a las que amaba!
Christina se acostó y se cubrió el cuerpo con las mantas.  Ya estaba dormida cuando Johnsy la besó en la frente y salir en silencio de la habitación.


CAPÍTULO 25



Las gruesas cortinas de terciopelo impedían que la luz del día claro y luminoso penetrase en el cuarto de Christina.  Una puerta se cerró fuertemente en un rincón de la casa.  Los ojos enrojecidos de Christina parpadearon un momento, pero se sentía muy cansada y no deseaba abandonar la tibia comodidad de su lecho.  Volvió a sumirse en un pacífico sueño.
Pero unos instantes después el sonido de voces coléricas despertó a Christina.
-¿Dónde está, maldita sea?
Christina se incorporó, apoyándose en los codos.
-Señor Tommy, no puede entrar allí.  Le he dicho que está durmiendo.
Christina reconoció la voz irritada de johnsy frente a la puerta de su habitación.
-Santo Dios, mujer... es mediodía. O usted entra y la despierta... o lo haré yo.
Era Tommy Huntington.
-No hará nada por el estilo.  Mi niña está cansada.  Llegó muy tarde anoche y necesita dormir.
-¿Por qué demonios no me informaron de que Christina había regresado?  Tuve que saberlo esta mañana por mis criados.
-Cálmese, señor Tommy.  No supimos que venía la señorita Christina hasta verla aquí.  Le habría informado apenas despertarse.  Ahora, salga de aquí.  Mandaré llamarlo en cuanto despierte la señorita Crissy.
-No será necesario.  No me marcho.  Esperaré abajo, pero será mejor que despierte pronto, porque de lo contrario regresaré.
Cuando Tommy hubo bajado la escalera, la puerta de Christina se abrió silenciosamente y johnsy asomó la cabeza.  Cuando vio a Christina sentada en la cama, entró en la habitación.
-Ah, niña... lamento haberte despertado.  Ciertamente, el señor Tommy es obstinado cuando quiere.
-Está bien, Johnsy.  De todos modos, creo que es hora de que me levante -replicó Christina-.  Ahora me daré un baño y después iré a verlo.
-Sí y estoy segura de que se impresionará cuando vea tu estado.  Bien, le diré al señor Tommy que puede verte en el comedor dentro de un rato.  Podrás decirle lo que desees durante el desayuno... tú y el niño necesitáis alimento.
Aproximadamente una hora después, Christina descendió lentamente la escalera curva y se encaminé sin vacilar hada el comedor.  Se detuvo en el umbral cuando vio a Tommy sentado frente a la larga mesa, de espaldas a la entrada.  Entró discretamente en la habitación.
-Tommy, me alegro de volver a verte. -Christina por qué tú no...
Se puso de pie, volviéndose, pero se detuvo de golpe cuando vio el vientre prominente.
Un sonido breve y ahogado escapó de su garganta.  Christina se volvió y se sentó al otro extremo de la mesa.  Una de las criadas trajo una gran bandeja con alimentos y Christina, como si no hubiese nada anormal, se sirvió jamón y huevos y dos deliciosas tartas de cerezas.
-¿Deseas acompañarme, Tommy?  Detesto comer sola, y estos alimentos huelen demasiado bien -dijo Christina sin mirarlo, atareada en poner mantequilla a una tostada.
-¿Cómo... cómo puedes comportarte exactamente del mismo modo que si nada hubiese ocurrido?  Christina, ¿cómo puedes hacerme eso?  Sabes que te amo.  Quería casarme contigo.  Estuve esperándote pacientemente, contando los días que me separaban de tu regreso. Por lo que veo, te casaste apenas llegaste a ese maldito país! ¿Cómo es posible? ¿Cómo pudiste casarte tan aprisa con otro hombre?
-No estoy casada Tommy... jamás lo estuve -dijo serenamente Christina--.  Ahora, siéntate.  Estás consiguiendo que pierda el apetito.
-¡Pero estás embarazada! -exclamó Tommy.
-Sí -rió ella--.  En efecto.
-Pero no entiendo -y después, contuvo una exclamación-. ¡Oh, lo siento, Christina! ¡Si John no mató al hombre, lo encontraré y conseguiré que se haga justicia!
-¡Oh, basta, Tommy!  Ni me he casado, ni me han violado.  Me raptaron y me tuvieron cautiva cuatro meses.  Me enamoré del hombre que me raptó.  No sabe que llevo en mi vientre a su hijo y nunca lo sabrá.  Pero entiende una cosa, Tommy.  Conservaré a mi hijo y lo criaré y le ofreceré todo mi amor.  Me siento feliz, de modo que no me compadezcas.  Hace mucho me pediste en matrimonio, pero nunca dije que aceptaba.  Y ahora, por supuesto,; eso es imposible.  Lamento haberte ofendido, pero de todos modos desearía que fuésemos amigos, si... si puedes perdonarme.
-¡Perdonarte!  Te amé y te entregaste a otro hombre.  Te quería por esposa y llevas en tu vientre el hijo de otro. ¿Pides que te perdone? ¡Oh, Dios mío!
Descargó un puñetazo sobre la mesa y salió bruscamente de la habitación.
-¡Tommy, no te vayas así! -gritó Christina, pero él ya había salido de la habitación.
Johnsy entró en el comedor, en el rostro una expresión preocupada.
-Esperé hasta que oí que se marchaba. ¿Lo tomó muy a mal? -Sí, me temo que lo ofendí terriblemente -suspiró Christina-.  En realidad, no deseaba que hubiese ocurrido nada de todo esto.
-Lo sé, querida.  La culpa no es tuya, de modo que no debes inquietarse.  La culpa es de ese Philip Caxton.  Pero el señor Tommy acabará calmándose.  Tú y él tuvisteis muchas peleas antes y siempre terminaron arreglándose.
-Pero eso fue cuando éramos niños.  No creo que me perdone esto jamás.
-¡Tonterías!  Sólo necesita tiempo para acostumbrarse a a situación.  Recuerda lo que te digo... regresará.  Pero ahora, termina tu comida. ¿Deseas que te la caliente un poco?
-No.  Ya no tengo apetito -replicó Christina, y se levantó de la silla.
-Siéntate allí, y no te muevas.  Ahora debes pensar no sólo en ti misma.  Tu hijo necesita alimento, y poco importa si tú tienes o no apetito.  Deseas que nazca un niño sano y fuerte, ¿verdad?
-Sí, Johnsy, en efecto.
Christina concluyó la comida fría y fue directamente a los establos.  Apenas atravesó la puerta abierta, el caballerizo Deke fue corriendo a saludarla.
-Sabía que usted vendría antes de que concluyese el día.  Me alegro de verla nuevamente, señorita Christina.
-Y yo me alegro de estar otra vez en casa, Deke. ¿Dónde está él?
-¿A quién se refiere?
-¡Vamos, Deke!
-¿Quizá se refiere a ese gran caballo negro que está en el último box?
-Tal vez a ése -replicó Christina, riendo alegremente y corriendo hacia el extremo del establo.
Cuando vio al gran caballo negro le rodeó el cuello con los brazos y lo apretó contra su cuerpo y obtuvo como respuesta un sonoro relincho.
-¡Oh, Dax... cómo te extrañe!
-Sí, y también él la extrañó.  Nadie lo montó desde que usted se fue, señorita Christina, aunque lo hemos tenido atareado.  Es el padre de cuatro magníficos potrillos y hay otro en camino.  Pero veo que aún tendrá que esperar un tiempo antes de montarlo -dijo tímidamente Deke.
-Sí. pero no será demasiado -replicó Christina-.  Sáquelo del box, Deke, y déjelo en el corral.  Quiero ver cómo se mueve.
-Sí, seguro que se moverá.  Es capaz de brincar y correr y ofrecer un excelente espectáculo.
Christina se separó de Dax y atravesó los bosques que comenzaban detrás de los establos llegando al estanque. donde ella y Tommy solían nadar.  Era un lugar sereno, sombreado por un alto roble cuyas ramas se extendían casi hasta el centro del espejo del agua.
Christina se sentó en el suelo y apoyó la espalda en el viejo árbol, recordando un estanque análogo en las montañas.  Philip probablemente iba a bañarse allí con Nura.
Christina regresó tarde a la casa.  El sol ya se había puesto y el cielo estaba teñido de suave púrpura, que se ensombrecía poco a poco.  Christina entró en el vestíbulo iluminado.  La temperatura era un tanto fría, y la joven se frotó enérgicamente los brazos desnudos al entrar en el salón.
La habitación estaba sumida en sombras.  Sólo la tenue luz del vestíbulo le permitió ver el camino hacia el hogar.  Tomó uno de los fósforos largos depositados sobre la repisa de la chimenea y encendió el fuego, y cuando éste comenzó a cobrar fuerza Christina retrocedió un paso.  Poco a poco el calor la envolvió; se apartó para encender las muchas lámparas distribuidas en diferentes rincones del cuarto.  Había dado apenas dos pasos cuando vio una figura en las sombras, junto a la ventana abierta.  Contuvo una exclamación de miedo cuando la figura avanzó hacia ella, pero el temor se convirtió en cólera cuando identificó al intruso.
-¡Tommy, menudo susto me has dado! ¿Qué demonios haces aquí, en la oscuridad? -dijo con voz colérica.
-Estaba esperándote, pero no quería asustarte -replicó el joven con expresión humilde.  Generalmente la cólera de Christina lo intimidaba.
-¿Por qué no me hablaste cuando entré en la habitación?
-Quería verte sin ser observado.
-¿Con qué propósito?
-Aún en tu estado actual... eres la muchacha más bella de Inglaterra. -Bien, gracias, Tommy.  Pero sabes que no me agrada que me espíen, y no esperaba volverte a verte hoy. ¿Viniste por un motivo particular?  Si no es así, te diré que estoy cansada y que me propongo cenar y acostarme.
-En ese caso, ¿por qué has entrado y encendido el fuego? -¡Puedes ser muy irritante!  Comeré aquí, si quieres saberlo.  No me agrada cenar sola en ese enorme comedor.
En ese instante una de las criadas entró en la habitación, pero se detuvo cuando vio a Christina.
-Señorita, venía a encender las lámparas.
-En ese caso, hágalo.  Después, diga a la señora Ryan que me prepare la cena.
-¿Tienes inconveniente en que te acompañe? -dijo Tommy.  Christina enarcó el ceño, sorprendida ante la petición.  Quizá deseaba conservar su amistad.
-Molly, ordene que sirvan la cena para dos y que la traigan aquí.  Y por favor, informe a Johnsy que he regresado; no quiero que se asuste.
Cuando la criada se hubo retirado, Christina se acercó al diván y Tommy se sentó junto a la joven.
-Christina, tengo que decirte algo y quiero que me escuches antes de contestar.
Christina lo examinó más atentamente, y vio que Tommy había madurado durante el último año.  Parecía más alto y su rostro tenía una expresión menos infantil.  Incluso se había dejado el bigote, y tenía la voz más profunda.
-Está bien, Tommy.  Adelante... te escucho.
-Pasé toda la tarde tratando de dominar la impresión que me provocó saber que amas a otro hombre.  Yo... he llegado a la conclusión de que todavía te amo.  No importa que lleves en tu vientre el hijo de otro hombre.  Aun así deseo casarme contigo.  Aceptaré a tu hijo y lo criaré como si fuese mío.  Pronto olvidarás al otro.  Aprenderás a amarme... sé que lo harás.  Y no te pediré que me contestes ahora.  Deseo que lo pienses un tiempo. -Hizo una pausa, y le tomó la mano-.  Christina, puedo hacerte feliz.  Nunca lamentarás haberme aceptado por esposo.
-Lamento que todavía sientas así con respecto a mí -dijo Christina-.  Abrigaba la esperanza de que pudiéramos ser amigos.  Pero no puedo casarme contigo, Tommy, y jamás cambiaré de idea.  El amor que profeso al padre de mi hijo es demasiado intenso.  Aunque no vuelva a verlo el resto de mi vida, no puedo olvidarlo.
-¡Maldita sea!  Christina... no puedes vivir con un recuerdo. Él está muy lejos, pero yo estoy aquí. ¿En tu corazón no hay espacio para otro amor?
-No para esa clase de amor.
-¿Y tu hijo?  Yo le daría un nombre.  No afrontaría la vida en la condición de un bastardo.
-La noticia de mi embarazo probablemente ya se ha difundido en Halstead.  Llamarían bastardo a mi hijo aunque me casara contigo.  Sólo su verdadero padre puede resolver ese problema.
-Aun así, Crissy... el niño necesita un padre.  Yo lo amaría... aunque sólo fuera porque es tuyo.  Tienes que pensar en el niño.
Christina se apartó de Tommy y se detuvo junto al fuego.  Detestaba la idea de lastimar a su amigo.
-Tommy, ya te dije...
-No, Christina... no digas eso. -Se acercó a Christina y la tomó por los hombros-.  Por Dios... piensa en ello.  Eres todo lo que siempre soñé, lo que siempre deseé.  No puedes destruir tan fácilmente mis esperanzas.  Te amo, Crissy... ¡no puedo evitarlo!
Se volvió y salió de la habitación sin dar a Christina ni siquiera la oportunidad de responder.  Pocos minutos después, Molly trajo la cena, pero tuvo que llevarse uno de los platos.
Christina cenó frente a la mesa cubierta con la lámina de mármol dorado y blanco, frente al diván; alrededor, tres sillas vacías.
Se sentía pesada y torpe, solitaria y desdichada.  Maldición, ¿por qué Tommy lograba que se sintiera tan culpable?  No deseaba casarse con él, porque no soportaba la idea de vivir con otro hombre después de haber conocido a Philip. ¿Por qué tenía que amarla Tommy?  No quería casarse con él, ni con ningún otro.
Christina se levantó del diván, salió de la habitación y comenzó a subir la escalera.  Había creído que en esa casa podría tener en paz a su hijo; pero lo mismo le hubiera valido haber permanecido en El Cairo.



CAPITULO 26



Durante los meses más o menos rutinarios que siguieron, Christina se ocupó de preparar la habitación para el hijo de Philip.  Eligió muebles y decidió utilizar una tela celeste y dorada para confeccionar cortinas y tapizar las sillas; además, compró una alfombra azul.  Se abrió una puerta que comunicó su habitación con la del niño.
El cuarto estaba preparado.  Las ropitas que Christina había confeccionado formaban ordenadas pilas.  Y ella se aburría porque no tenía nada que hacer.
No podía cabalgar, ni ayudar en las tareas de la casa.  Solamente leer y pasear.  Se sentía cada vez más pesada y se preguntaba si lograría recuperar la esbeltez.  Dio vuelta al gran espejo, de modo que mirase hacia la pared; estaba harta de contemplar su forma redondeada.
Tommy la torturaba.  Venía a verla todos los días y cada vez se repetía la misma escena.  No estaba dispuesto a renunciar.
Ella le repetía una y otra vez que no aceptaba e- matrimonio, pero él no escuchaba.  Siempre hallaba nuevas razones por las cuales debía casarse con él, y hacía oídos sordos cuando le decía que no estaba dispuesta.  Christina comenzaba a hartarse del asunto.
Hacia el final de la tarde de un día de septiembre Christina adoptó una decisión definitiva.  Pasó de una habitación a otra buscando a Johnsy y la encontró en la habitación del niño, limpiando la inexistente suciedad de los muebles.  Christina entró y se detuvo al lado de la cuna.  Tocó levemente los payasos de vivos colores y los soldados de juguete que colgaban sobre la camita, y el impulso los obligó a bailotear alegremente en el aire.
-Johnsy, tengo que salir de aquí -dijo de pronto. -Querida, ¿de qué estás hablando? -No puedo permanecer aquí más tiempo.  Tommy me enloquece.  Me repite constantemente lo mismo... cada vez que viene.  No lo soporto más.
-No le permitiré entrar y así se terminará el asunto.  Le diré que aquí no lo aceptamos.
-Sabes que no soportará eso y que el problema se agravará.  Siempre me siento nerviosa temiendo que él aparezca.
-Sí, eso no es bueno para el niño.
-Lo sé, y por esto tengo que marcharme.  Iré a Londres y alquilaré un cuarto en un hotel.  Encontraré un médico a quien llamar cuando llegue el momento.  Pero estoy decidida.  Me marcho.
-No harás nada por el estilo.  No irás a Londres... a un lugar atestado de gente que tiene tiempo sólo para ella misma... gente muy egoísta -replicó Johnsy, agitando el dedo frente a las narices de Christina.
-Pero es necesario que vaya... estaré perfectamente.
-Querida, no me permitiste terminar.  Acepto que debes apartarte del señor Tommy.  Pero no vayas a Londres.  Puedes ir con mi hermana que trabaja en Benfleet.  Es cocinera en una gran propiedad que pertenece a una familia del mismo nombre que el individuo a quien tú amas.
-¿Caxton?
-Sí, pero ese Philip Caxton no puede ser un caballero, sobre todo después de lo que hizo.
-Bien, la única familia de Philip es su hermano, y vive en Londres. -Sí, de modo que puedes ir y tener allí a tu hijo... creo que Mavis dijo que la residencia se llama Victory.  Y allí hay gente que puede cuidarte.
-Pero, ¿qué dirá el propietario si vivo en su casa? -preguntó Christina.
-Mavis dice que el amo nunca está... siempre viaja de un país a otro.  Los criados tienen la casa para ellos y el único trabajo es conservarla en buenas condiciones.
-Pero tú mencionaste antes a Mavis.  Pensé que vivía en Dovet.
-Así era, hasta hace siete meses.  La antigua cocinera de Victory murió, y Mavis se enteró por casualidad de que el puesto estaba vacante.  El amo paga bien a los criados.  Es un hombre muy rico.  Mavis asegura que su habilidad en la cocina le permitió ocupar el cargo.  Había tantas candidatas, que ella pudo considerarse afortunada de conseguir aquel puesto.  Esta noche le enviaré un mensaje para informarle que tú vas allí.  Después, haremos el equipaje y saldrás mañana.  Querida, me agradaría acompañarte, pero esta casa se vendrá abajo si yo no estoy.
-Lo sé, pero de todos modos estoy segura de que me sentiré bien con tu hermana.
-Sí, y según dicen el ama de llaves es una persona bondadosa.  Yo me ocuparé de que estés en buenas manos.
Esa noche Christina no informó a Tommy que se marchaba.  Dejó a cargo de Johnsy la tarea de explicarle la situación.


Después de un viaje de tres días Christina llegó a fines de una tarde a la vasta propiedad llamada Victory.  Durante la última media hora, el carruaje había recorrido la propiedad de los Caxton.  Christina advirtió que el lugar tenía por lo menos doble extensión que Wakefield.  La espaciosa mansión de piedra caliza cubierta de musgo y enredadera era una construcción lujosa.
Christina levantó el picaporte, una gran «C» de hierro, fijada a las altas puertas dobles, y llamó dos veces.  Se sentía nerviosa porque iba a casa de gente desconocida, y le parecía irónico que entrase en el hogar de un hombre llamado Caxton, para tener su hijo engendrado por otro hombre llamado Caxton.
Se abrió la puerta y una mujer pequeña y madura se asomó y sonrió con simpatía.  Tenía los cabellos negros con grandes mechones recogidos en la nuca, y bondadosos ojos grises.
-Usted seguramente es Christina Wakefield.  Pase... pase.  Soy Mavis, la hermana de Johnsy.  Me alegro muchísimo de que haya venido aquí para tener a su hijo -afirmó alegremente, mientras introducía a Christina en un enorme vestíbulo cuyo techo estaba a la altura del segundo piso,.  Cuando esta mañana llegó el mensajero con la noticia de que usted venía, sentimos que la vida volvía a esta vieja casa.
-No quiero provocar molestias -dijo Christina.
-¡Tonterías, niña! ¿Por qué habría de causar molestias?  Aquí hay mucha gente ociosa, sobre todo porque el amo siempre está ausente.  Puede considerarse bienvenida, y permanecer todo el tiempo que desee.  Cuanto más tiempo, mejor.
-Gracias -dijo Christina.
El espacioso vestíbulo estaba mal iluminado, y las paredes aparecían revestidas de antiguos tapices con escenas de batallas y paisajes.  Al fondo, dos escaleras curvas, y entre ellas dos pesadas puertas dobles de madera tallada.  Sillas, divanes y estatuas de mármol contra las dos paredes.
Christina se sintió sobrecogida.
-Nunca he visto un vestíbulo tan enorme.  Es muy hermoso.
-Sí, la casa es así... grande y solitaria.  Necesita una familia que la habite, pero no creo que viva el tiempo necesario para ver satisfecho mi deseo.  Parece que el amo no desea casarse y tener hijos.
-Oh... ¿entonces, es un hombre joven? -preguntó Christina, sorprendida.
Lo había imaginado viejo y débil.
-Así dicen, y también irresponsable.  Prefiere vivir en el extranjero antes de administrar su propiedad.  Pero venga, usted seguramente está agotada después de recorrer el campo en su estado.  La llevaré a su habitación, y puede descansar antes de la cena -dijo Mavis, mientras subía la escalera con Christina--.  Sabe una cosa, señorita Christina, su hijo será el primero que nazca aquí en dos generaciones.  Emma, el ama de llaves, me dijo que lady Anjanet fue la última, y era hija única.
-Entonces, ¿el señor Caxton no nadó aquí? -preguntó Christina. -No, nació en el extranjero.  Lady Anjanet viajaba mucho en su juventud -replicó Mavis.
Un sentimiento de inquietud comenzó a insinuarse en Christina, pero consiguió dominarlo.
-La pondré en el ala este... recibe el sol de la mañana -dijo Mavis.
Llegaron al segundo piso y comenzaron a caminar por el largo corredor.  También ahí las paredes estaban totalmente cubiertas de bellos tapices.
Christina se detuvo cuando llegó a la primera puerta.  Estaba abierta, y el interior azul le recordaba su propio cuarto.  Le sorprendió el tamaño y la belleza de la habitación.  La alfombra y las cortinas eran de terciopelo azul oscuro, y los muebles y el cubrecama mostraban un azul más claro.  Había allí una enorme chimenea de mármol negro.
-¿Podría ocupar este cuarto? -preguntó Christina, obedeciendo a un impulso-.  El azul es mi color favorito.
-Por supuesto, niña.  Estoy segura de que el señor Caxton no se opondrá. jamás está en casa.
-Oh... no sabía que éste era su cuarto.  No, no podría.
-Está bien, niña.  Es necesario que alguien viva aquí.  Hace más de un año que nadie lo habita.  Ordenaré que traigan su equipaje. -Pero... sus cosas, sus pertenencias, ¿no están aquí? -Sí, pero es una habitación para dos personas.  Le sobrará espacio.


Después de la cena, Mavis recorrió la planta baja con Christina.
Las acompañó la bondadosa ama de llaves, Emmaline Lawrance.  Las habitaciones de los criados, una espaciosa biblioteca y un aula estaban en el tercer piso. jamás se usaba el segundo piso del ala Occidental, pero en la planta baja un amplio salón de baile ocupaba todo el fondo de la casa.  Christina vio la cocina, un gran salón de banquetes y un comedor más pequeño a un costado de la residencia.  Del otro lado, el estudio del amo y el salón.
El salón estaba hermosamente decorado en verde y blanco, y muchos retratos adornaban las paredes, Christina se sintió atraída por el principal, que colgaba sobre el hogar.  Permaneció de pie frente a la imagen, contemplando un par de ojos verde mar con reflejos dorados.  Era el retrato de una hermosa mujer, de cabellos muy negros que le llegaban a los hombros desnudos.  La inquietud anterior de Christina se repitió, pero esta vez más intensa.
-Es lady Anjanet -informó Emma a Christina-.  Era tan hermosa. Su abuela era española... de allí le vienen esos cabellos negros, pero los ojos son herencia del lado paterno de la familia.
-Tiene una expresión muy triste -murmuró Christina.
-Sí.  Pintaron el retrato cuando regresó a Inglaterra con sus dos hijos.  Jamás volvió a sentirse feliz, pero nunca explicó a nadie la razón de su actitud.
-¿Usted mencionó a dos hijos? -Sí, el señor Caxton tiene un hermano menor, que vive en Londres.

Christina sufrió un mareo y se desplomó en la silla más próxima.
–Se siente bien, señorita Christina?  Se la ve pálida -exclamó Mavis.

-No lo sé... yo... me siento un poco débil. ¿Quiere decirme el nombre de pila del señor Caxton? -preguntó.  Pero ya conocía la respuesta.

-Por supuesto -dijo Emma-.  Se llama Philip.  El caballero Philip Caxton.

-¿Y su hermano es Paul? -preguntó Christina con voz débil. -Vaya, sí... ¿cómo lo sabía? ¿Conoce al señor Philip? -¡Sí lo conozco! -Christina emitió una risa histérica-.  Voy a tener a su hijo.

Mavis contuvo una exclamación.
-Pero, ¿por qué no me lo dijo? -preguntó Emma, una expresión conmovida en el rostro.
-¡Me parece maravilloso! -exclamó Mavis.
-Pero ustedes no entienden.  Yo no sabía que ésta era su casa. Mavis, usted nunca dijo a Johnsy el primer nombre del señor Caxton, y Philip nunca me explicó que tenía una propiedad en esta región del país.  Ahora no puedo permanecer aquí... a él no le agradaría.
-Tonterías -sonrió Emma-. ¿Qué lugar mejor que su propia casa para que nazca el hijo del señor Philip?
-Pero Philip no quería saber nada más conmigo.  No deseaba este hijo.
-No puedo creerlo, señorita Christina... usted es tan hermosa -dijo Mavis-.  El señor Caxton no puede ser tan estúpido. ¿Usted le habló del niño?
-Yo... sabía que él no deseaba este hijo, de modo que no vi motivo para decírselo.
-Si no se lo dijo, no puede estar segura de sus sentimientos -observó Emma-.  No, se quedará aquí, tal como lo planeamos.  No puede negarme la oportunidad de ver al hijo de Philip Caxton.
-Pero...
-Bien, no quiero oír una palabra más acerca de su partida.  Pero me encantaría saber cómo se conocieron usted y el señor Caxton.
-¡Yo también deseo conocer toda la historia! -dijo Mavis.
Christina contempló el retrato de lady Anjanet. ¡Qué notable parecido entre Philip y su madre!


Pocas semanas después, comenzaron los dolores de Christina.  Sintió los primeros espasmos leves mientras daba su paseo matutino por los amplios jardines que se extendían detrás de la casa.
Emma acostó inmediatamente a Christina, puso a calentar agua y llamó a Mavis, que tenía experiencia en partos.  Mavis permaneció al lado de Christina y le aseguró que todo estaba bien.  Las horas pasaron lentamente, y Christina tuvo que apelar a toda su voluntad para contener los gritos de dolor.
El parto duró catorce largas horas.  Con un esfuerzo definitivo Christina echó a su hijo al mundo y se vio recompensada por un llanto vigoroso.
Christina estaba agotada, pero sonreía satisfecha.
-Quiero ver a mi hijo -murmuró con voz débil a Emma, que estaba junto a la cama y parecía tan fatigada como Christina.
-Apenas Mavis termine de lavarlo, podrá verlo.  Pero, ¿cómo sabía que era niño?
-¿Acaso el hijo de Philip Caxton podía ser otra cosa?


CAPITULO 27



Era mediodía, a fines de setiembre, y las paletas de los ventiladores que se movían lentamente no aliviaban el calor y la humedad del pequeño comedor de hotel.  Philip había llegado a El Cairo el día anterior.  Aquella mañana había conseguido encontrar un traje más o menos decente y había ordenado todo lo que necesitaba para el viaje de regreso a Inglaterra.  Ahora estaba paladeando una copa de coñac y esperaba la comida; su mente estaba totalmente vacía.  No deseaba pensar en los últimos ocho meses, que habían sido para él un verdadero infierno.
-Philip Caxton, ¿verdad?  Qué coincidencia verlo aquí. ¿Qué lo trae a El Cairo?
Philip alzó los ojos y vio a John Wakefield de pie frente a la mesa. -Tenía que atender algunos asuntos -replicó Philip.  Se preguntó si John sabía que esos asuntos se relacionaban con Christina-.  Pero ahora he terminado, y a fines de mes regresaré a Inglaterra. ¿Quiere almorzar conmigo? -preguntó cortésmente Philip. -En realidad, estoy esperando a una persona con quien me cité para almozar; pero beberé una copa con usted mientras ella llega.
-¿Se reunirá aquí con su hermana? -preguntó Philip, con la esperanza de que la respuesta fuese negativa.
No deseaba verla ahora... o nunca.
-Christina regresó a Inglaterra hace unos cinco meses.  No podía soportar Egipto.  Tampoco a mí me agrada mucho este país.  El único aspecto positivo de mi estada aquí fue conocer a mi esposa.  Nos casamos el mes pasado y muy pronto volveremos a casa; probablemente en el mismo barco que usted.
-Imagino que corresponde felicitarlo.  Por lo menos, su viaje a Egipto no fue una pura pérdida... a diferencia del mío -dijo amargamente Philip.  De buena gana se alejaba de Egipto y de los recuerdos recientes que el país evocaba en él.
John Wakefield se levantó e hizo señas en dirección a la entrada y Philip vio a dos hermosas mujeres que se aproximaban a la mesa. John besó en la mejilla a la mayor de las dos jóvenes y presentó a su esposa y su cuñada.
-El señor Caxton es un conocido de Londres.  Parece que volveremos juntos a Inglaterra -dijo John a las damas.
-Me alegra muchísimo conocerlo, señor Caxton -exclamó Estelle Hendricks-.  Estoy segura de que el viaje será muchísimo más agradable con usted.  Señor Caxton, no está casado, ¿verdad?
-¡Estelle! -exclamó Kareen-. ¡Ese asunto no te concierne! -Después, se volvió hada Philip, una leve sonrisa en los labios sonrojados-.  Señor Caxton, disculpe a mi hermana.  Es una muchacha demasiado franca y siempre me trae dificultades.
La audacia de la joven divirtió a Philip.
-No se preocupe, señora Wakefield.  Es reconfortante conocer a una persona que dice lo que piensa.
Aquella noche, Philip estaba acostado en la cama del hotel y maldecía su suerte, que lo había llevado a encontrarse con John Wakefield.  El encuentro había renovado vívidamente la imagen de Christina.  Había abrigado la esperanza de olvidarla, pero era imposible.  Noche tras noche su imagen lo perseguía; el cuerpo bello y esbelto apretado contra el cuerpo del propio Philip; sus cabellos cuando la luz los rozaba; los ojos verde azulados y la sonrisa seductora.  Sólo con pensar en ella sentía que lo dominaba una profunda excitación.  Aún la deseaba, pese a que había decidido no verla nunca más.
Al principio, Philip había pensado permanecer en Egipto.  No podía regresar a Inglaterra y correr el riesgo de tropezar con Christina. Pero dondequiera que miraba, la veía.  En la tienda, a orillas del estanque, en el desierto... por doquier.  Mientras permaneciera en Egipto no podría apartarla de su mente.
Philip había pensado regresar a Inglaterra cuatro meses antes.  Pero Amair, hermano de Amine, había llegado de visita al campamento y había revelado a Philip la verdad acerca del secuestro de Christina.  Rashid había planeado el asunto.  Había tratado de que mataran a Philip, porque deseaba ser jeque.
Rashid no había regresado al campamento después de llevar a Christina y devolverla a su hermano.  Si hubiese regresado, Philip lo habría matado; durante cuatro meses Philip buscó a Rashid, pero el árabe había desaparecido.
El día anterior a la partida de la nave, como no tenía nada mejor que hacer, Philip fue a la plaza del mercado y recorrió los puestos y las pequeñas tiendas.  Las calles estaban atestadas de árabes que regateaban.  Por doquier, Philip vio camellos cargados con fardos de mercancías.
El aroma fragante de los perfumes saturaba el aire y recordaba a Philip la primera vez que había recorrido esa plaza, unos catorce años atrás.  Entonces tenía apenas veinte años, y Egipto le había parecido un país extraño y temible.  Había venido a buscar a su padre, pero no tenía idea del modo de hallarlo.  Sabía únicamente el nombre de su padre, y que era el jeque de una tribu del desierto.
Philip había pasado semanas recorriendo las calles polvorientas y preguntando a la gente si sabían de Yasir Alhamar.  Finalmente comprendió que de ese modo no obtendría resultados.  Su padre era un hombre del desierto, de modo que Philip contrató a un guía para que lo llevase allí.  Con dos camellos cargados de suministros, iniciaron el recorrido por las arenas candentes.
Durante los duros meses que siguieron, Philip se familiarizó con las privaciones de la vida en el desierto.  El sol ardiente calcinaba la tierra durante el día; el frío intenso lo obligaba durante la noche a buscar el calor del camello.
Durante varios días habían avanzado sin ver a nadie . Cuando se cruzaban con beduinos, éstos no conocían a Yasir, o no tenían la menor idea del lugar en que podían hallarlo.
Y de pronto, cuando Philip se disponía a renunciar a la búsqueda, dio con el campamento de su padre. Jamás olvidaría ese día, ni la expresión del rostro de su padre cuando Philip se identificó.
Philip había sido feliz en Egipto, pero ya no podía soportar más la permanencia en ese país.  Mientras estuviese allí, no podría olvidar a Christina.  Como aparentemente no tenía esperanza de hallar a Rashid, decidió regresar a Inglaterra.  Volvería a Inglaterra e informaría a Paul de la muerte de su padre; y vendería su propiedad.  Quizá fuera a Estados Unidos.  Deseaba ir a un sitio muy alejado del lugar en que estuviera Christina Wakefield.

CAPITULO 28



Christina permaneció en Victory un mes después del parto y llegó a conocer muy bien al pequeño Philip.  El nombre le cuadraba, porque era la imagen misma de su padre, los mismos ojos verdes, los mismos cabellos negros, los mismos rasgos bien definidos.  Era un niño hermoso, sano... y con apetito insaciable.  Era la alegría y la vida de Christina.
Pero ella ya había permanecido demasiado tiempo en esa casa y era hora de regresar a su hogar. johnsy sin duda ansiaba ver a Philip y Christina confiaba en que ahora podría enfrentarse con Tommy.
Se volvió para mirar a su hijo, que estaba acostado en el centro de la gran cama de Philip, y que la contemplaba serenamente.  Christina le dirigió una sonrisa, guardó las últimas prendas en el baúl y aseguró bien los cierres.  Había oído llegar el carruaje pocos minutos antes, de modo que se acercó a la puerta y pidió a una de las criadas que ordenase al cochero que subiera a buscar el equipaje.
Cuando la criada se retiró, Christina se puso el sombrero y la capa, y dirigió una última mirada a la habitación.  Era la última vez que veía algo que pertenecía a Philip.  De pronto se sintió entristecida ante la idea de abandonar el hogar del hombre a quien amaba.  Se paseó por la habitación y con la mano acarició los muebles, consciente de que era la misma madera que otrora él había tocado.
-¿Y quién es usted, señora?

Christina se volvió bruscamente ante el sonido de la voz desconocida y contuvo una exclamación cuando vio a Paul Caxton en el umbral.

-¿Qué demonios hace aquí? -preguntó él.  Pero de pronto vio el niño de ojos verdes en el centro de la cama-. ¡Qué me cuelguen!  Dijo que lo conseguiría.  Dijo que la conquistaría, ¡pero yo creí que usted jamás aceptaría casarse con él! -Paul rió en voz alta, y se volvió para mirar de nuevo a Christina, que aún estaba tan sorprendida que no sabía qué decir-. ¿Dónde está mi hermano?  Supongo que corresponde ofrecer más felicitaciones.
-Señor Caxton, su hermano no está aquí, y yo no me casé con él.  Ahora, si me disculpa, quiero salir -replicó fríamente Christina, y se acercó a la cama para recoger al niño.
-Pero usted tiene a su hijo. ¿Quiere decir que ese canalla no se casó con usted?
-Su hermano me secuestró y me tuvo cautiva cuatro meses.  No quiso casarse conmigo.  Di a luz al hijo que Philip no desea; pero yo sí lo deseo, y lo criaré sola.  Ahora, si usted me disculpa, me marcho.
Pasó frente a Paul Caxton y descendió la escalera.
Paul permaneció inmóvil; mirándola y preguntándose qué demonios ocurría.  No podía creer que Philip no deseara a su propio hijo. ¿Y por qué no se había casado con Christina Wakefield? ¿Habría enloquecido su hermano?
Era evidente que no obtendría respuesta de Christina.  Tendría que escribir a Philip.


Christina llevaba una semana en la Residencia Wakefield cuando recibió una carta de john.  Le decía que Kareen había aceptado su propuesta de matrimonio y que pronto volvería a casa con su esposa.
Christina sintió profunda alegría.  Había cobrado afecto a Kareen, y se sentía realmente feliz de ser su cuñada.  Supuso que regresaría a tiempo para Navidad, ¡qué fiestas tan felices celebrarían!
johnsy y Christina se ocuparon de decorar el antiguo dormitorio que otrora habían ocupado los padres de ambos jóvenes; ahora sería la habitación de john y su esposa.  Christina consagró todas sus fuerzas al trabajo, pues necesitaba el ejercicio para recuperar la firmeza de los músculos.  Se había sentido decepcionada cuando no recuperó inmediatamente su figura y tuvo que apelar al corsé.  Pero se ejercitaba sin descanso y abrigaba la esperanza de que para la época del regreso de john habría logrado recobrar su silueta.
El tiempo pasaba rápidamente.  Christina reanudó sus salidas diarias a caballo, una costumbre que la beneficiaba y agradaba a johnsy.  De ese modo, johnsy tenía oportunidad de jugar con el pequeño Philip y Christina conseguía evitar las atenciones de Tommy. Él no había cambiado de actitud después del viaje de Christina a Victory.  Ella le trataba fríamente, pero Tommy insistía.
Christina intuía que Tommy odiaba al niño, aunque procuraba ocultarlo.  Cuando pedía a Tommy que cuidara del pequeño Philip, se mostraba irritado.  Insistía en que Johnsy se ocupase del niño.  Además, Tommy se enfurecía porque el pequeño Philip se echaba a llorar siempre que el hombre se le acercaba.  Christina trataba de mantenerlos separados todo lo posible.
Y así, dos días después de Navidad, John llegó a la casa en compañía de Kareen.  Llegaron temprano por la mañana, y Christina aún dormía cuando Johnsy entró de prisa en la habitación.  Apenas tuvo tiempo de ponerse una bata antes de que John y Kareen entrasen.  Christina corrió hacia ellos y los abrazó y besó.
-Me alegro mucho por vosotros, y soy feliz porque al fin habéis regresado -exclamó Christina, con los ojos llenos de lágrimas.
-Jamás volveré a salir de Wakefield -dijo John riendo, mientras abrazaba fuertemente a Christina-.  Te lo aseguro.  Pero, ¿dónde está mi sobrino?
-Aquí mismo, amo John -contestó orgullosamente Johnsy, mientras habría la puerta de comunicación entre las dos habitaciones.
El pequeño Philip estaba completamente despierto, y tenía un pie en cada mano; y todos se reunieron alrededor de la cuna.
- ¡ Oh, Christina, es realmente hermoso, realmente adorable! -exclamó Kareen-. ¿Puedo alzarlo... no te importa?
-Claro que sí... al pequeño Philip le encanta que lo levanten -contestó Christina.
-¿Philip? -John enarcó el ceño-.  Creí que le pondrías el nombre de nuestro padre, o el de su propio padre.
-El nombre me agradó.  No me pareció bien llamar Abu a un inglés.
-Lo mismo digo –dijo John.  Aferró la manita del pequeño Philip que estaba en brazos de Kareen-.  Es fuerte como un buey.  Pero, Crissy, ¿de dónde vienen esos ojos tan extraños?  No tenemos ojos verdes en la familia y jamás los he visto así en un árabe.
-John, haces preguntas tan absurdas. ¿Cómo puedo saberlo? John pensó replicar, pero se interrumpió cuando vio la mirada de desaprobación de Kareen.
-Es hora de alimentar al pequeño.  Amo John, salga de aquí -sonrió Johnsy.
A decir verdad, John se sonrojó ante la idea de que su hermana amamantaba al niño.
-Crissy, baja al salón cuando hayas terminado: Estelle nos ha acompañado, de modo que podemos desayunar juntos.
Christina se alegró de saber que Estelle venía con ellos.  Era una hermosa joven y quizá Tommy se sintiese atraído por ella.
Un rato después, Christina acostó al pequeño Philip, y se reunió con sus visitantes en el comedor.
-Me alegro de volver a verte, Estelle -dijo Christina, abrazando a la joven-.  Supongo que te quedarás con nosotros.  En esta casa disponemos de mucho espacio.
-Unos días; después, tengo que visitar a mis padres.
-¿Te gustó el viaje? -preguntó Christina.
-Oh... ¡fue realmente maravilloso! -dijo exuberante Estelle. -Me temo que Estelle se ha enamorado sin remedio de uno de los pasajeros de nuestro barco... un amigo de John -dijo Kareen.
-Es el hombre más apuesto que he visto jamás, y estoy segura de que corresponde a mis sentimientos -replicó Estelle con una expresión de felicidad en el rostro.
-Estelle, te ilusiones demasiado -dijo Kareen-.  Que te haya prestado cierta atención no significa que te ame.
-¡Sí, me ama! -exclamó Estelle-.  Y volveremos a vernos, aunque para lograrlo tenga que ir a Londres. ¡Pienso casarme con Philip Caxton!
Todos se sobresaltaron ante el ruido de platos rotos en la cocina y Christina comprendió que Johnsy había estado escuchando la conversación.  Philip había regresado y estaba en Londres.  Una oleada de celos dominó a Christina cuando pensó en que Estelle había viajado en el mismo barco con el hombre que ella amaba.
¿Por qué había regresado? ¿Y por qué había abandonado a Nura? ¿Se habría cansado también de ella y ahora Estelle era su nuevo juguete? ¿Ese hombre no se cansaba de torturar a las mujeres?
-Crissy, recuerdas a Philip Caxton, ¿verdad? -preguntó John, que no había advertido los sentimientos que ella trataba de controlar.
-¿Lo conoces, Christina? -preguntó Estelle-.  Entonces sabrás por qué yo...
Pálida como un fantasma, Johnsy entró en la habitación y dijo: -Señorita Crissy, lamento que se me cayeran los platos... se me deslizaron de las manos. ¿Puede ayudarme a llegar a mi cuarto?  No me siento muy bien.
-Por supuesto, Johnsy -contestó agradecida Christina, que se acercó a la anciana y fingió que la ayudaba a salir del comedor.
Cuando estuvieron a cierta distancia, Johnsy dijo:
-Oh, niña, lo siento.  Debes de estar muy mal.  Ese bandido regresó a Inglaterra, ¿y qué puedes hacer ahora?
-Johnsy, no haré nada.  No vendrá aquí, y yo no iré a ningún lugar donde pueda encontrarlo.  Y no me siento mal... ¡sólo enojada!  Ese hombre es despreciable. ¡Le agrada destrozar a todas las mujeres bonitas que conoce!
-Querida, me parece que estás celosa -observó Johnsy.
-No estoy celosa -replicó Christina-.  Estoy enfurecida.  No lo culpo por lo que me hizo a pesar de que debería acusarlo.  Probablemente destrozó el corazón de Nura, ¡y ahora hace lo mismo con Estelle! ¡Estelle ni siquiera sabe que está casado!
-Tampoco tú, Crissy. No estás segura de que se haya casado con la otra joven.  Quizá fue su amante, como tú.
 -¡No se habrá atrevido a hacer eso!  Su familia no lo habría permitido.
-Bien, de todos modos no puedes estar segura.

Aquella noche Tommy fue a cenar pero no prestó atención a Estelle ni ella se interesó en el joven.  Después de la cena, Christina conversó un momento a solas con John y le pidió que la ayudase a afrontar. el problema de Tommy.  Le explicó que Tommy la había molestado desde el día que ella había regresado y que no sabía qué hacer.
-¿No puedes hablar con él, John? ¿No puedes pedirle que deje de importunarme?
-Pero no veo por qué no te casas con él, Crissy.  Te ama.  Sería muy buen marido.  Y también sería el padre de tu hijo.  No puedes vivir alimentándote con recuerdos y estoy seguro de que con el tiempo amarías a Tommy.
Christina se sorprendió un instante.  Pero después comprendió que quizá su hermano estaba en lo cierto.  Ya no había motivos que le impidieran casarse con Tommy.

CAPITULO 29




Philip descargó fuertes golpes sobre la puerta.  Lo atendió un criado de expresión agria.
-Señor Caxton... me alegro de verlo.  El señor Paul se sentirá muy complacido.

-¿Dónde está mi hermano? -preguntó Philip mientras entregaba su abrigo.
-En su estudio, señor Caxton. ¿Debo anunciar su llegada?
-No será necesario -replicó Philip, y avanzó por el corto corredor hasta que llegó a la puerta abierta del estudio de Paul-.  Hermanito, puedo volver después si estás muy atareado -dijo burlonamente Philip.
Paul apartó los ojos del papel que estaba leyendo y se puso de pie rápidamente mostrando una sonrisa luminosa en su rostro armonioso.
-Caramba, ¡qué alegría verte, Philip! ¿Cuándo regresaste?
Paul se acercó a Philip y lo abrazó afectuosamente.
-Acabo de llegar -contestó Philip.  Ocupó un gran sillón de cuero junto a la ventana.
-Te escribí una carta hace poco, pero parece que iniciaste tu viaje antes de que te llegase mi mensaje.  Bien, no importa... ahora que estás aquí.  Bebamos una copa -dijo Paul, y se acercó a un pequeño gabinete donde tenía un botellón de brandy y un juego de vasos-.  Creo que debo felicitarte.

-No veo por que mi regreso a casa merece una felicitación -observó secamente Philip.
-De acuerdo.  Tu regreso sugiere sencillamente una copa, pero mereces felicitaciones porque he visto a tu hijo, y es un niño sano y bien formado.  Se parece a ti -dijo alegremente Paul, mientras entregaba una copa a Philip.
-Paul, ¿de qué demonios estás hablando? ¡Yo no tengo hijos!
-Pero yo... ¡pensé que lo sabías! ¿No fue ésa la razón por la cual regresaste a Inglaterra... para encontrar a tu hijo? -preguntó Paul. -No te entiendo, Paul.  Ya te dije que no tengo ningún hijo -contestó Philip.
Comenzaba a irritarse.
-Entonces, ¿no piensas reconocerlo? ¿Negarás que existe... fingirás que no tienes nada que ver en eso?
-No tengo ningún hijo al que reconocer.. ¿cuántas veces tendré que decírtelo?  Ahora, será mejor que me ofrezcas una buena explicación, hermanito. ¡Estás poniendo a prueba mi paciencia! -explotó Philip.
Paul se echó a reír y ocupó una silla frente a Philip.
-Que me ahorquen.  De modo que no te dijo nada, ¿eh? ¿De veras no sabes una palabra?
-No, ella nada me dijo, ¿y quién demonios es ella?
-¡Christina Wakefield! ¿Acaso no viviste con ella este último año?
Impresionado, Philip se recostó en una silla.
-Hace tres meses tuvo un hijo en Victory.  Por supuesto, supuse que tú estabas al tanto puesto que ella fue a tu casa a tener el niño.  Pasaba por allí, y me crucé con Christina precisamente cuando ella salía para regresar a su casa.  Pareció irritarse porque yo me había enterado de la existencia del niño.  Y me dijo que lo que tú habías hecho... que la habías secuestrado y tenido cautiva cuatro meses.  Philip, ¿cómo demonios pudiste hacer una cosa así?
-Era el único modo de conseguirla.  Pero, ¿por qué no me dijo una palabra? -preguntó Philip, más para sí mismo que para Paul.
-Dijo que tú no querías al niño ... y que no pensabas casarte con ella. -Pero jamás le dije... -Se interrumpió al recordar que le había dicho precisamente eso-.  Le había dicho que no la había traído al campamento para tener hijos, y al comienzo había afirmado que no me proponía desposaría.  Sólo que el niño se me parezca no demuestra que es mío.  Christina pudo haberío concebido después de volver con su hermano.
-Usa la cabeza, Philip, y calcula el tiempo.  Te apoderaste de Christina apenas llegó a El Cairo, en septiembre, ¿no es así?
-Sí.
-Bien, la retuviste cuatro meses te abandonó a fines de enero y dio a luz ocho meses después, a fines de septiembre.  De modo que fuiste tú.  Y además, Christina prácticamente me dijo que el niño era tuyo.  Sus palabras exactas fueron: «Di a luz al hijo que Philip no quiere», y puedo agregar que su intención es retenerlo y criarlo ella misma. -¡Tengo un hijo! -exclamó Philip y descargó un puñetazo sobre el brazo del sillón y su risa resonó en la habitación-.  Tengo un hijo, Paul... ¡un hijo! ¿Dices que se me parece?
-Tiene los mismos ojos que tú, y también los cabellos... es un hermoso niño.  Puedes estar muy contento.
-Un hijo.  Y ella ni siquiera me lo dijo.  Paul, necesitaré uno de tus caballos.  Saldré a primera hora de la mañana.
-¿Vas a Halstead?
-¡Por supuesto!  Quiero a mi hijo.  Ahora, Christina tendrá que casarse conmigo.
-Si nada sabías del niño, ¿por qué has regresado a Inglaterra? -preguntó Paul mientras volvía a llenar las copas-. ¿Has vuelto a buscar a Christina?
-Todavía la deseo, pero no volví para encontrarla.  Regresé porque nada tenía que hacer en Egipto.  Yasir ha muerto.
-Lo siento, Philip.  En realidad, nunca conocí a Yasir ni lo consideré mi padre.  Pero sé que tú lo querías.  Sin duda, has sufrido mucho.
-Así fue, pero Christina me ayudó a pasar ese momento. -Ojalá supiera qué ocurrió entre Christina y tú -dijo Paul. -Quizás un día te lo explique, hermanito; pero no será ahora.  Además, a decir verdad todavía no sé muy bien qué ocurrió.


Philip salió a primera hora de la mañana siguiente y pudo meditar un poco mientras cabalgaba a través del campo.
¿Por qué Christina no le había informado apenas supo que estaba embarazada? ¿Exceso de orgullo? ¿Y qué decir dejohn?  Seguramente no había revelado a john la identidad de Philip, porque si lo hubiese hecho john le habría exigido explicaciones cuando se encontraron en El Cairo.
Bien, john pronto sabría la verdad.  Philip se preguntó cómo tomaría el asunto, pues habían llegado a ser buenos amigos durante el viaje de regreso a Inglaterra.  También se preguntó cómo reaccionaría Christina cuando él apareciese inesperadamente.  Era obvio que no deseaba que él se enterase de la existencia del niño. ¿O sí? ¿Había ido a Victory con el fin de que él se enterase?
Quería retener y criar al niño.  Si lo odiaba, ¿por qué retener a un hijo que le recordaba constantemente al padre? ¡Quizás en realidad aún sentía afecto por Philip!
Si por lo menos él le hubiese dicho que la amaba.  Si él no hubiese pretendido que ella lo dijese primero.  Bien, esta vez se lo diría apenas la viese.

CAPITULO 30



Christina había pasado la mañana entera tratando de evitar a Estelle. No podía ver tanta felicidad en los ojos de la joven, pues sabía que ella amaba a Philip.  Ahora corrían las últimas horas de la tarde y Kareen y Estelle habían ido a Halstead a hacer algunas compras, mientras John revisaba las cuentas de su propiedad en su estudio.
La casa estaba en silencio.  Christina estaba sentada en el salón, y trataba de leer un libro para apartar su pensamiento de Estelle y Philip.  Pero continuaba imaginándolos, y los veía reunidos, besándose y abrasándose. ¡Maldito sea!
-Christina, necesito conversar contigo.
Era Tommy Huntington.
Ella se levantó y se acercó al hogar, y su falda de terciopelo rojo se balanceó suavemente.
-Tommy, creí que no te vería antes de la noche. ¿Qué asunto tan importante te trae a esta hora temprana? -preguntó Christina.
Le volvió la espalda y se atareó ordenando las figuritas sobre la repisa de la chimenea.
-Conversé esta mañana con John.  Coincide conmigo en que debemos casarnos.  Christina no puedes continuar rechazándome.  Te amo.  Por favor, ¿te casarás conmigo?
Chrisfim suspiró hondo.  Su respuesta haría feliz a todos... es decir, a todos excepto a ella misma.  Incluso Johnsy le había explicado que los matrimonios se concertaban por conveniencia no por amor, y que era suficiente que el señor Tommy la amase.
-Está bien, Tommy, me casaré contigo.  Pero no te aseguro que... -Pensaba decir «te amé», pero el sonido de una voz profunda la interrumpió.  Se volvió, mortalmente pálida.
-Señora, se me ha informado que tengo un hijo. ¿Es cierto?
Tommy asió bruscamente los brazos de Christina, pero ella estaba demasiado conmovida para sentir nada.  Tommy la soltó volviéndose para enfrentarse al intruso, y Christina se apoyó en la repisa de la chimenea.  Sentía que se le doblaban las rodillas.
-¿Quién es usted, señor? -preguntó Tommy, ¿y qué significa preguntarle a mi prometida si usted tiene un hijo?
-Soy Philip Caxton.  La señorita Wakefield puede ser su futura esposa, pero este asunto no le concierne.  Me dirijo a Christina, y estoy esperando una respuesta.
-¡Cómo se atreve! -exclamó Tommy-.  Christina, ¿conoces a este hombre?
Christina estaba horriblemente confundida.  Se volvió lentamente para enfrentarse a Philip y sintió que al verlo su voluntad se debilitaba. No había cambiado... aún era el hombre a quien ella amaba.  Anhelaba correr hacia él.  Deseaba abrazarlo y no separarse jamás de él. Pero el horrible odio que veía en sus ojos y la dura frialdad de su voz la detuvieron.
-¿Tengo un hijo, señora?
Ante la amenaza de la voz de él, el miedo se apoderó de Christina.  Pero entonces también comenzó a avivarse su cólera. ¿Cómo era posible que preguntase tan fríamente acerca de su hijo?
-No, señor Caxton -dijo-.  Yo tengo un hijo... ¡usted no!
Entonces, señorita Wakefield, formularé de otro modo mi pregunta. ¿Soy el padre de su hijo?
Christina comprendió que no tenía salida.  Paul seguramente le había informado de la fecha de nacimiento.  Philip había realizado los correspondientes cálculos y sabía que ella había concebido con él. Además, era suficiente mirar al pequeño Philip para saber que era el hijo de Philip Caxton.
Christina se desplomó en la silla más cercana, tratando de evitar la mirada de los hombres que esperaban su respuesta.
-Christina, ¿es cierto? ¿Este hombre es el padre de tu hijo? -preguntó Tommy.
-Es cierto, Tommy -murmuró Christina. -Señor Caxton, ¿cómo se atreve a venir aquí? -preguntó Tonuny. -¡Estoy aquí porque vine a buscar a mi hijo y sugiero que usted no se meta!
-¡A su hijo! -gritó Christina, incorporándose bruscamente.  Pero usted nunca lo quiso. ¿Por qué lo desea ahora?
-Temo que interpretaste mal lo que te dije hace mucho tiempo, Christina.  Te dije que no te había llevado a mi campamento para engendrar hijos.  Nunca dije que no aceptaría al niño que pudiera nacer -replicó serenamente Phllip.
-Pero yo...
La aparición de John interrumpió la frase de Christina.
-¿Qué son estos gritos? -preguntó con voz severa.  Entonces vio a Philip que estaba junto a la puerta, y sonrió con simpatía. 
-Philip... no esperaba verlo tan pronto.  Me alegro que decidiera aceptar mi invitación para vistamos.  Estelle se sentirá complacida de verlo.
-¡Santo Dios! ¿Todos están locos? -explotó Tommy. John, ¿sabes quién es este hombre? ¡Es el padre del hijo de Christina!
La sonrisa de John se esfumó.
-Christina, ¿es eso cierto? -preguntó.
-Sí -murmuró ella con voz tensa.
John descargó un puñetazo sobre la pared.
-¡Maldita sea, Christina! ¡He llegado a ser amigo de este hombre! ¡Me dijiste que el padre de tu hijo era un árabe!
-¡Pero Philip es medio árabe y te dije que tenía otro nombre! -replicó a gritos Christina.
-Y usted -explicó John, volviéndose de nuevo hacia Philip-.  Venga conmigo.
-¡John! -gritó Christina--. ¡Me diste tu palabra!
-Recuerdo bien la promesa que me arrancaste, Crissy.  Me limitaré a hablar a solas con Philip en mi estudio -dijo John, más sereno, y los dos hombres salieron de la habitación.


John sirvió dos brandies y entregó uno a Philip.  Después, se acomodó en un sillón de cuero negro.
-¿Por qué vino aquí? ¡Santo Dios, Philip! ¡Tengo todo el derecho del mundo a retarlo a duelo por arruinar la vida de mi hermana!
-Espero que la cosa no llegará a eso -replicó Philip-.  Supe de la existencia del niño por mi hermano y vine aquí para casarme con Christina y llevarme a los dos a mi casa de Benfleet.  Pero llegué en el momento en que ella aceptaba la propuesta de ese mocoso peleador, de modo que ahora es imposible hablar de matrimonio.  De todos modos, quiero a mi hijo.
-¡Christina jamás renunciará al niño!
-En ese caso, debo pedirle que me permita permanecer aquí, para persuadirla de que acceda.  Puede comprender cuáles son mis sentimientos.  El niño es mi heredero, y soy rico.  Para él sería beneficioso que yo lo educase.
-No entiendo.  Usted es un caballero, y sin embargo secuestra a una dama y la retiene como amante. ¿Cómo pudo hacer tal cosa?    -preguntó John.
Philip se sintió divertido porque John había formulado la misma pregunta que él había oído de labios de su propio hermano.
-Deseaba a su hermana más de lo que jamás deseé a ninguna mujer.  Es tan bella que usted mal puede criticarme.  Estoy acostumbrado a tomar lo que deseo y le pedí que se casara conmigo, cuando nos conocimos en Londres.  Como ella me rechazó, conseguí que usted fuera enviado a Egipto, la patria de mi padre.
-¡De modo que usted fue responsable de la maniobra!
-Sí, y probablemente usted conoce el resto.
John asintió.  Estaba asombrado ante los extremos a los que había llegado ese hombre para conseguir a Christina.  Probablemente haría otro tanto para conseguir a su hijo.  De modo que Crissy se equivocaba... Philip quería tanto a la madre como al hijo y había venido para desposaría. John se sintió culpable porque la había persuadido de que contrajese matrimonio con Tommy.  Quizá había echado a perder la única posibilidad que se ofrecía a Crissy de ser feliz.  Pero si permitía que Philip permaneciese en la casa, él y Crissy quizá resolviesen sus diferencias.  John decidió que no volvería a interferirse en el asunto.
-Philip, usted puede permanecer aquí tanto tiempo como lo desee, aunque probablemente provocará un buen escándalo.  Como sabe, Estelle también está aquí y cree estar enamorada de usted.  No sé cuáles son sus sentimientos hacia esa joven, pero le ruego que maneje con cuidado la situación ... por el bien de Christina. -John se puso de pie y se acercó a la puerta-.  Sin duda, ahora desea ver a su hijo.  Trataré de explicar el problema a Tommy Huntington mientras Christina lo lleva a sus habitaciones.
-Le agradezco su comprensión -dijo Philip.
Frente a la puerta del estudio, acompañado por Philip, John llamó a Christina, y la joven apareció en el vestíbulo; su rostro era la imagen misma de la vacilación.
-He decidido que Philip continúe aquí un tiempo -dijo John.
-Pero John...
-Eso está arreglado, Crissy.  Ahora lleva a Philip a la habitación del niño.  Es hora de que conozca a su hijo.
-¡Oh!
Christina se volvió y comenzó a subir la escalera sin esperar a Philip.
-Usted no suponía que la cosa sería fácil, ¿verdad? –preguntó John.
-Nada es fácil cuando se trata de Christina -replicó Philip y la siguió por la escalera.
Christina lo esperó a la puerta de la habitación.  Se sentía tensa e irritada, y cuando Philip Regó a ella ya no pudo controlar su incomodidad.
-¿Qué esperas ganar quedándote aquí? -dijo con dureza-. ¿No has provocado ya bastante sufrimiento?
-Ya te lo dije, Christina.  Vine a buscar a mi hijo.
-¡No hablas en serio!  Después de lo que me hiciste, ¿pretendes que te entregue a mi hijo?  Bien, ¡no lo tendrás!
-¿Está en este cuarto?
-Sí, pero...
Philip abrió la puerta, pasó junto a Christina y entró en la habitación de su hijo.  Se acercó directamente a la cuna y se detuvo para contemplar al niño.
Christina se acercó, pero no dijo palabra cuando vio la sonrisa de orgullo de Philip, que miraba al niño.
-Un hermoso niño, Tina... gracias -dijo Philip con expresión cálida y Christina se suavizó de nuevo cuando percibió la dulzura de la voz de él.  Philip alzó suavemente al niño.  Cosa extraña, el pequeño no lloró y miró con curiosidad los bigotes en el rostro de su padre-. ¿Qué nombre le has puesto?
Christina vaciló y desvió los ojos. ¿Qué podía decirle? -Junior -murmuró.
-¡Junior! ¿Qué clase de nombre es ése para mi hijo? -explotó Philip y el pequeño Philip se echó a llorar.

Christina se apresuró a retirar al niño de los brazos de Philip, que lo entregó sin oponer resistencia.
-Vamos, querido, está bien... ven con mamá -dijo ella, tratando de calmar al niño.  El pequeño dejó de llorar inmediatamente y Christina miró irritada a Philip-.  Puesto que no estabas conmigo, tuve que elegir el nombre que me pareció mejor.  Oh, ¿por qué has tenido que venir?
-Vine aquí con buenas intenciones, pero al llegar !e oí aceptar la propuesta de matrimonio de tu amante -replicó Philip, los ojos sombríos y amenazadores.
-¡Mi amante!
-Oh, vamos, Christina... no lo niegues.  Sé bien lo apasionada que eres.  Después de todos estos meses, supuse que te encontraría en los brazos de otro hombre.
-¡Te odio! -exclamó Christina, y sus ojos cobraron un matiz azul oscuro.
-Señora, sé muy bien lo que usted siente por mí.  Si me odias tanto, ¿por qué desea retener a mi hijo?  Cada vez que lo mire, verá mi propia figura.
-¡También es mi hijo!  Lo llevé en mi vientre nueve meses.  Sufrí el dolor de traerlo al mundo. ¡No lo entregaré! ¡Es parte de mi ser y lo amo!
-Otro asunto que me desconcierta.  Si me odias tanto, ¿por qué fuiste a Victory para dar a luz al niño?
-No sabía que era tu casa... lo supe después de llegar.  No quería permanecer aquí, y Johnsy, mi anciana niñera, propuso que fuese con su hermana, que casualmente es tu cocinera.  Por eso fui a Victory. ¿Cómo podía saber que la propiedad era tuya?
-Seguramente fue una sorpresa -se burló Philip-. ¿Por qué no te marchaste cuando descubriste la verdad?
-Emma insistió en que me quedara.  Pero ahora no deseo continuar discutiendo el asunto -replicó Christina-.  Philip, tendrás que marcharte.  Es hora de alimentar al niño.
-Pues aliméntalo.  Christina, es un poco tarde para que me vengas con tu falsa modestia.  Conozco bien el cuerpo que tu vestido oculta.
-¡Eres insoportable!  No has cambiado en lo más mínimo. -No... pero tú has cambiado.  Antes eras más sincera.
-No sé de qué hablas. -Cristina se acercó a la puerta del dormitorio,-.  Sugiero que alguien te lleve a tu cuarto.  Después si lo deseas, podrás ver a tu hijo.
Christina ocupó una silla en el rincón más alejado de la habitación y depositó al pequeño Philip en su regazo, mientras se desabrochaba el corpiño.  Pero aún sentía la presencia de Philip y cuando alzó los ojos lo vio apoyado contra el marco de la puerta, mirándola atentamente.
-¡Por favor, Philip!  Puedes entrar en la habitación del niño, pero ésta es la mía.  Deseo un poco de intimidad... si no te importa.
-¿Te molesto, Christina? ¿Jamás desnudaste tus pechos frente a un hombre? -preguntó Philip-.  Propongo que dejes de representar el papel de la mujer indignada y que alimentes a mi hijo. ¿Tienes apetito, no es así?
-¡Oh! -Christina decidió ignorarlo, y formuló mentalmente el deseo de que se marchase.
Abrió un lado del vestido y amamantó al pequeño Philip.  El niño chupó codiciosamente, apoyando un minúsculo puño sobre el seno materno.  Christina sabía muy bien que Philip continuaba mirándola.
-Christina, ¿qué estás haciendo? -gritó Johnsy, que entró en la habitación por otra puerta y vio a Philip.
-Está bien, Johnsy, serénate -dijo irritada Christina--. Éste es Philip Caxton.
-De modo que es el padre del pequeño Philip -observó acremente Johnsy, volviéndose para enfrentarse a Philip-.  Bien, vaya descaro venir aquí, después de lo que hizo a mi niña.
-Oh, basta, Johnsy.  Ya has hablado bastante -la interrumpió Christina.  Philip se echó a reír y Christina agachó la cabeza, porque sabía muy bien qué le parecía tan divertido. ¡Es un nombre común, maldita sea! ¡No necesito explicar nada!
El pequeño Philip comenzó a llorar otra vez.
-Señor Caxton, salga de aquí.  Está molestando a Crissy y a su hijo -observó Johnsy.
Cerró la puerta detrás de Philip, pero Christina aún oía la risa del hombre. Johnsy se apresuró a cerrar la otra puerta y después miró a Christina y movió la cabeza.
-De modo que vino... sabía que vendría. ¿El señor  John lo sabe?
 -Sí. John decidió permitir que Philip permanezca aquí.  Y también Tommy lo sabe.  Philip entró precisamente cuando yo aceptaba la propuesta matrimonial de Tommy.  Oh, Johnsy, ¿qué puedo hacer? -Christina se echó a llorar-.  Vino a buscar a su hijo... ¡no a mí!  Philip se muestra muy frío conmigo, ¿y cómo soportaré verlo unido a Estelle?
-Todo se arreglará, señorita Crissy... ya lo verá.  Ahora, basta de llorar, porque de lo contrario el pequeño no se calmará.
Christina cerró discretamente la puerta del cuarto y al volverse vio a Philip que salía de la habitación contigua.  Tenía que acercarse a él para llegar a la escalera, pero Philip le cerró el paso.
-¿Duerme el pequeño Philip? -preguntó burlonamente.
-Sí -replicó Christina, que evitó la mirada de su interlocutor-. ¿Tu habitación es satisfactoria?
-Me arreglaré -replicó él, y la obligó a mirarlo a los ojos-.  Pero prefería compartir la tuya.
Philip la apretó contra su cuerpo y sus labios cubrieron los de Christina, exigiendo una respuesta.  Ella la ofreció de buena gana.  Todos esos meses tan prolongados y solitarios parecían esfumarse.
-Ah, Tina... ¿por qué no me dijiste que tendríamos un hijo? -murmuró él con voz ronca.
-Lo supe cuando llevaba tres meses de embarazo.  Y entonces era demasiado tarde... te habías casado con Nura.
-¡Nura! -rió Philip, los ojos fijos en el rostro de Christina. -Yo...
Pero entonces él se puso rígido, De modo que... ella había regresado con su hermano porque así lo deseaba.  Philip pensé que quizás ella ya conocía su embarazo, y temía que él se enojara. ¿Cuándo aprendería de una vez que esa mujer lo odiaba?
-Philip, ¿qué te pasa? -preguntó Christina, que vio la frialdad en los ojos de Philip.
-Señora, será mejor que vaya donde está su amante. ¡Estoy seguro de que prefiere sus besos a los míos! -dijo Philip con dureza y la apartó de un empujón.
Christina lo vio alejarse y sintió que se le doblaban las rodillas. ¿Qué había dicho que lo había inducido a ofenderla tan cruelmente?  Ella se había sentido maravillosamente feliz apenas un momento antes, y ahora creía estar al borde del desastre.
-¡Philip! ¡Oh, sabía que vendrías!
Christina oyó la voz complacida de Estelle que provenía del vestíbulo de la planta baja.
-Querida, abrigaba la esperanza de que aún estuvieras aquí.  Lograrás que mi estancia en esta casa sea mucho más grata -respondió alegremente la voz profunda de Philip.
Las lágrimas brotaban de los ojos de Christina mientras ella caminaba de regreso a su cuarto y después de entrar cerraba la puerta.  Se desplomó en la cama y hundió el rostro en la almohada.
No podía soportar la imagen de Philip galanteando con Estelle. ¿Por qué la odiaba así? ¿Por qué no la deseaba ya? ¿Cómo podía soportar verlos juntos, cuando se le partía el corazón?

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