CAPITULO 11
Durante los días tranquilos que siguieron, Christina y Philip establecieron una rutina bastante regular. Él compartía con Christina las comidas, pero la dejaba sola durante la mañana y la tarde. La llevaba al estanque a bañarse todas las tardes, antes de la cena, y después de la comida la acompañaba, ocupado en limpiar sus armas, leer o simplemente meditar.
Todas las noches Philip le hacía el amor y cada vez ella se debatía con todas sus fuerzas hasta que la pasión derrumbaba todas sus resistencias. Christina no podía negar que esa relación amorosa le daba un placer muy intenso; pero precisamente por eso odiaba a Philip más que nunca.
Philip provocaba en Christina sentimientos extrañamente contradictorios. Cuando él estaba cerca, Christina se sentía nerviosa. Nunca podía prever lo que él haría. Conseguía que ella perdiese el control y provocaba su cólera, y después convertía este sentimiento en miedo. Porque ella le temía; en efecto, creía que él estaba dispuesto a golpearla si lo provocaba demasiado.
Había transcurrido una semana desde el día que Philip había traido a Christina al campamento. Como no tenía nada más que hacer, había terminado la blusa de seda verde y dos faldas más. Pero ya estaba fatigada de coser. También estaba hastiada de permanecer un día tras otro, la jornada entera, en el interior de la tienda.
Aquella mañana, después del desayuno, Philip salió sin decir palabra. Christina sabía que estaba encolerizado porque ella no había querido explicarle la razón de sus lágrimas la noche anterior, ¿cómo podía confesarle que lloraba porque su propio cuerpo la traicionaba? Se había jurado que sus caricias no la conmoverían y que yacería serena, al lado de su raptor. Pero Philip la había excitado con movimientos sabios y pacientes, y al fin la había dominado como todas las noches.
Pero esta vez Philip no se contentó con dominarla una vez. Había reafirmado implacablemente su poder sobre ella por segunda y por tercera vez y Christina había compartido apasionadamente cada minuto de amor. Pero cuando él la dejó y descansó sobre el lecho, Christina se echó a llorar.
Cuando Philip trató de consolarla, Christina se limitó a llorar más intensamente que antes y le dijo que la dejase en paz. Estaba disgustada consigo misma más que con él porque aquel amor le daba tanto placer. Pero cuando ella no quiso explicarse, Philip mostró una cólera fría. Christina lloró hasta quedarse dormida.
Ahora, a medida que avanzaba la mañana, Christina se sentía sofocada por la inactividad. Apartó la labor y se acercó a la entrada de la tienda. La luz del sol filtrada a través de las plantas parecía tan grata, que Christina olvidó su temor a la reacción de Philip si descubría que había salido de la tienda. Se acercó al corral, reconfortada por el calor del sol.
Se detuvo bruscamente cuando vio a Philip. Estaba en el amplio corral acompañado por Ahmad, que montaba un hermoso caballo árabe. Los demás animales pastaban pacíficamente en la colina, con las ovejas. Ella continuó avanzando valerosamente. Cuando llegó a la empalizada del corral, el caballo se movió inquieto.
Philip se volvió para ver qué molestaba al animal y los ojos se le entrecerraron amenazadores cuando vio a Christina. Tranquilizó al caballo y luego se acercó a la joven con paso rápido.
¿ Qué estás haciendo aquí? -preguntó irritado Philip-. No te he autorizado a abandonar la tienda.
Christina trató de dominar la cólera que comenzaba a invadirla.
-Philip; no podía soportar un minuto más en esa tienda. No estoy acostumbrada a que me encierren. Necesito sentir el sol y respirar el aire de la mañana. ¿No puedo permanecer aquí y observarte? Me interesa saber lo que haces todos los días -mintió.
-Entre otras cosas, entreno a estos caballos -dijo Philip.
-¿Para qué? -preguntó Christina, tratando de ganar tiempo.
-¿Realmente quieres saberlo, Christina? ¿O estás jugando otro juego?
-Como bien sabes, no puedo ganar en un juego en el cual tú eres el antagonista -dijo Christina-. De veras, deseo saber cómo entrenas a tus caballos.
-Muy bien. ¿Qué quieres saber?
-¿Para qué los entrenas?
-Para que respondan a los órdenes del jinete con la presión de las rodillas y no de las manos. A veces las manos no pueden manejar las riendas, por ejemplo en combate o después de una incursión. También se obtienen otros resultados, porque nadie puede robar nuestros caballos... salvo que los lleven de la brida. No aceptan a los que usan las riendas para dirigirlos.
Muy ingenioso -dijo Christina, ahora más interesada-. ¿Pero cómo le enseñas a los caballos a obedecer a la presión de las rodillas?
Se induce al caballo a avanzar en cierta dirección, por ejemplo a izquierda, mientras el jinete presiona en ese sentido. Continuamos en la misma dirección un rato, hasta que el caballo aprende.
¿Cómo le ordenas que se detenga?
Como no usamos montura, utilizamos los pies para detenerlos... Les clavamos las espuelas en los flancos mientras sujetamos fuertemente el bocado. ¿Estás satisfecha ahora?
- ¿Puedo permanecer aquí un rato para verlo? -preguntó ella con expresión sumisa.
Si callas y no molestas al caballo -contestó Philip.
La miró inquisitivo un momento antes de apartarse.
¡Ajá!... lo había conseguido. Se había liberado un rato de esa maldita tienda. Dejó errar sus pensamientos mientras mantenía fijos los ojos verdeazules.
Deseó intensamente montar aquel bello animal. Tal vez pudiese convencer a Philip de que le permitiese montar uno de los caballos o mejor todavía que le entregase un animal aún sin domar. No sería como montar a Dax y recorrer los fértiles campos verdes de su patria, pero era mejor que privarse por completo del placer de la equitación.
De pronto, Christina comprendió que estaba pensando en un futuro en ese campamento. Maldición; ¿por qué John no venía a rescatarla? Pero era probable que John creyese que ya había muerto. Necesitaba hallar el modo de huir, pero no podía hacerlo sola. Necesitaba un guía que la ayudase a cruzar el desierto y la protegiese de las tribus de bandoleros. Necesitaba alimentos, agua y caballos.
¿Podía esperar a que Philip se cansara de ella? ¿Cuánto tardaría en llegar a esa situación? Y tal vez Philip no la devolviese a su hermano cuando ya no la deseara. Quizá la vendiese como esclava y la destinara al harén de otro hombre.
Si lograba enamorarlo, tal vez pudiera persuadir a Philip de que le permitiese abandonar la tribu. ¿Pero cómo conseguirlo si él sabía que Christina lo odiaba? Además, él mismo le había dicho que sólo deseaba su cuerpo.
-Christina.
Alzó los ojos hacia el rostro sonriente de Philip.
-Te he llamado dos veces. Extraño modo de demostrar interés en lo que hago.
-Disculpa -respondió Christina con una sonrisa-. Estaba pensando en mi caballo Dax y en que desearía cabalgar.
-¿Lo hacías a menudo en tu casa?
-¡Oh, sí! Cabalgaba todos los días y muchas horas cada vez -respondió Christina con entusiasmo.
Volvieron caminando a la tienda, donde los esperaban fuentes humeantes de avena, arroz y platos dulces: el almuerzo. Había un recipiente con té para Christina y un odre de vino para Philip.
-Esta tarde saldré un rato del campamento -dijo Philip cuando se sentaban a comer-. Diré a Ahmad que cuide la tienda mientras yo no estoy. Se trata de protegerte, y no de otra cosa.
-Pero, ¿adónde vas?
-A un ghazw -respondió Philip irritado.
Era evidente que ella había rozado algo que Philip no deseaba comentar. Pero su curiosidad femenina no le permitió callar.
-¿Un,ghazw? ¿Qué es eso?
-Christina, ¿tienes que preguntarme siempre tantas cosas? -La voz de Philip trasuntaba cólera y Christina se estremeció a pesar del calor-. Si quieres saberlo, es una incursión. Syed descubrió una caravana esta mañana. Como nuestra provisión de alimentos es escasa , tendremos que apoderamos de lo que necesitamos para sobrevivir un tiempo. ¿Responde esto a tu pregunta o necesitas saber más?
-¡No hablarás en serio! -Christina estaba abrumada. Dejó de comer y contempló los fríos ojos verdes.
- ¿Por qué no puedes comprar lo que necesitas? Rashid tiene las joyas que tú rechazaste. Seguramente tú mismo posees bastante riqueza. ¿Por qué tienes que robar a otra gente?
Philip la miró y los reflejos amarillos de sus ojos verdes desaparecieron cuando la contempló, dominado por la ira.
-Christina, no toleraré más preguntas. Te lo diré una vez y sólo una vez. El bandolerismo es la costumbre de mi pueblo. Robamos para sobrevivir, como lo hemos hecho siempre. Tomamos sólo lo que necesitamos. Aquí no tengo riquezas, porque no las necesito. Rashid me guarda rencor, y yo comprendo sus sentimientos; por eso no reprimo su anhelo de riquezas. Le permito conservar lo que roba. ¡No vuelvas a hacerme preguntas!
Giró sobre sus talones y salió furibundo de la tienda. Christina se sintió conmovida. Tenía la impresión de que caía en un pozo sin fondo.
¡ Philip era un bandolero! Sin duda había asesinado implacablemente a muchos hombres durante sus incursiones. ¡Y era probable que le agradase matar! Y ella-ChristinaWakefield-estaba merced de ese hombre.
Christina tembló incontroladamente, recordando la cólera que él acababa de mostrar. ¿Sería capaz de matarla si ella lo apremiaba excesivamente? Era un bandolero y ella conocía dónde solía acampar. ¿Era verosímil que, sabiendo lo que sabía, Philip le permitiese alejarse del lugar?
Oyó los caballos que salían al galope del campamento. Partían en busca de pillaje y saqueo y sólo Dios sabía de qué más. Christina no podía soportar ese nuevo miedo. Tenía que saber lo se proponía hacer con ella. Si estaba condenada a morir, quería saberlo.
Se acercó rápidamente a la entrada de la tienda y encontró a Amahd sentado en el suelo, a un lado. Estaba limpiando meticulosamente una larga espada de plata con empuñadura curva.
Amahd -se atrevió a decir Christina-, ¿puedo hacerte una pregunta?
Él la miró con expresión de asombro.
- No está bien. Las mujeres no hacen preguntas. No les corresponde.
Eso era demasiado. ¡Esta gente era bárbara!
- Pero, Amahd, a mí no me educaron como a tus mujeres. Me criaron con la idea de que soy igual a los hombres, y ¿no comprendes? Sólo deseaba saber si Abu ha traído antes a otras mujeres -dijo, con la esperanza de que Ahmad creyese sencillamente que ella sentía celos.
Amahd sonrió.
No, eres la primera mujer que el jeque Abu ha traído al campamento.
Gracias, Ahmad -dijo Christina con una sonrisa.
Regresó a la tienda, y comenzó a pasearse de un extremo al otro de la habitación. Lo que sabía de nada le servía. Si hubiese existido otra mujer, Christina habría podido descubrir cuál habría sido su destino cuando Philip se hubiese cansado del asunto. Ahora tendría que encararse a Philip con la pregunta que la torturaba. Rogó a Dios que él estuviese de mejor humor al regreso.
CAPÍTULO 12
El sol aún estaba sobre el horizonte cuando el grupo llegó al pie de las montañas. Ahora cabalgaban a todo galope, pues la caravana se encontraba a muchos kilómetros de distancia. Philip abrigaba la esperanza de que no fuese una caravana de mercaderes de esclavos, porque éstas generalmente llevaban poco alimento.
¡Maldita la mujer y su curiosidad! ¿Por qué conseguía irritarlo tan fácilmente? Él siempre se había enorgullecido de la serenidad de sus propias reacciones frente a las mujeres... hasta que conoció a Christina.
Le había irritado la noche anterior, cuando rehusó decirle por qué lloraba. Philip no podía entender aquellas lágrimas. Christina nunca había llorado después de hacer el amor.
¿Conseguiría comprenderla alguna vez? Christina continuaba debatiéndose, pero Philip sabía que le agradaba hacer el amor. ¿Por qué se oponía a lo que era tan grato?
Aquella mañana, cuando Christina apareció en el corral, él comprendió que su fingido interés no era más que una excusa para abandonar la tienda. Pero, ¿podía criticarla? El habría hecho lo mismo. Estaba seguro de que ella no intentaría huir de nuevo; le temía demasiado. Quizá pudiera confiar en ella en la medida necesaria para dejar que recorriese libremente el campamento.
Philip recordó la expresión de horror en el rostro de Christina cuando él le dijo que salía para participar en una incursión. No había deseado explicarle ese aspecto de su propia vida. Tampoco a él le agradaba y sabía que ella se sentiría abrumada. Pero estaba tan irritado por las preguntas que había querido impresionarla.
No estaba acostumbrado a que le formularan muchas preguntas acerca de su vida y especialmente si quien lo hacía era una mujer. Ah; ¡pero qué mujer! A Philip lo complacía sobremanera tenerla cerca. Era un verdadero goce nada más que contemplar su belleza virginal.
Ansiaba que llegase el momento de entrar en la tienda, porque sabía que ella lo esperaba... de buena o mala gana. Antes, su tienda había sido un lugar solitario que él evitaba todo lo posible.
Cuando se aproximaron a la caravana, que había acampado a orillas de un oasis para pasar la noche, Philip vio cinco camellos, los bultos amontonados en el suelo, y seis hombres reunidos alrededor de un pequeño -fuego. Philip y sus hombres rodearon el campamento, blandiendo las armas de fuego, y Syed disparó dos tiros para comprobar si la caravana se proponía combatir o entregar su mercadería.
Uno por uno, los guardias de la caravana arrojaron lentamente sus rifles. Philip desmontó y se acercó prudentemente, flanqueado por sus hombres, pero los seis guardias no opusieron resistencia. Preferían conservar la vida antes que luchar y morir por la propiedad de otro hombre.
Syed vigiló a los prisioneros, mientras el resto de la partida se ocupaba en abrir y saquear los bultos. Pronto todos se prepararon para pasar la noche, y abrieron algunos odres de vino y sirvieron carne seca.
A la mañana siguiente cargaron en uno de los camellos los alimentos y otros artículos que necesitaban, dejaron en libertad al resto de la caravana y partieron en dirección a las montañas. Llegaron al campamento alrededor de la media tarde y fueron aclamados por el resto de la tribu. Llevaron los caballos al corral, descargaron el camello cargado y lo empujaron hacia las colinas donde podía pastar. Philip permitió que los hombres se dividieran el botín y llevó a su tienda un gran arcón.
Abrigaba la esperanza de encontrar a Christina de mejor humor que la tarde de la víspera. La encontró tranquilamente sentada en el diván, la toalla cerca y sobre el regazo las prendas nuevas. La joven no dijo una palabra cuando Philip entró en el dormitorio para depositar el arcón.
-Preciosa, podemos ir a bañamos dentro de un minuto -dijo alegremente Philip.
Volvió a la habitación principal y del arcón retiró un pequeño bulto.
-Querida, ¿ocurre algo? -preguntó Philip, que confiaba en que el silencio de Christina no significara que aún estaba irritada con él.
Pero ella se limitó a apartar los ojos y menear la cabeza. Bien, no la obligaría a responder. Sin más palabras, Philip la obligó a ponerse de pie y comenzó la marcha hacia la ladera de la colina, donde estaba el estanque de los baños.
Christina aún no había perdido su timidez cuando tenía que desvestirse en presencia de Philip. Volvió la espalda al hombre, y con movimientos lentos se quitó la blusa y la falda. Él dominó con mucho esfuerzo su deseo, y la contempló mientras entraba en el agua.
Luego Phillip desvió la atención hacia el bulto que había traído; desenvolvió una navaja de doble filo, y procedió a afeitarse la barba que le había crecido durante la semana.
Tras sentirse satisfecho con el resultado, del bulto extrajo una nueva pastilla de jabón y se reunió con Christina en el agua.
Había oscurecido cuando al fin regresaron al campamento. El fuego recién encendido iluminaba la tienda y las llamas proyectaban sombras en los rincones.
Phllip meditó acerca del aire hosco de Christina mientras ambos terminaban la cena. Esa actitud de la joven no podía continuar, porque él ansiaba llevarla a la cama. De todos modos, ella sucumbiría a sus avances después de la resistencia acostumbrada.
Reclinado en el diván, detrás de ella, Philip jugueteó con los rizos sueltos que cubrían la nuca de Christina. Se inclinó hacia adelante y con los labios rozó la piel suave detrás de la oreja y vio cómo ella se erizaba.
Después de beber el resto de su vino Philip se puso de pie y se apoderó de la mano de Christina.
-Ven, Tina -murmuró, y la condujo al dormitorio, sorprendido porque ella no oponía resistencia.
Mientras se desnudaba, observó a Christina que se acercaba al lado opuesto de la cama y se desataba la cabellera, que cayó esplendorosa sobre el cuerpo femenino. Asombrado, Philip vio que ella se desnudaba con movimientos lentos y seductores. Se sentó desnuda en la cama, como si lo invitase a reunirse con ella. Pero cuando Philip se acercó, ella alzó las manos para detenerlo.
-Philip, tengo que hablarte -dijo Christina, buscando los-ojos del hombre con los suyos oscuros, como de zafiro.
-Después, querida -replicó con voz ronca Philip y silenció las palabras de Christina con un beso.
Pero haciendo un esfuerzo ella consiguió apartarlo.
-¡Por favor, Phiiip! Necesito saber algo.
Él la miró, y vio los labios temblorosos y los ojos muy azules, casi oscuros.
-¿De qué se trata, Tina?
-¿Qué te propones hacer conmigo?
-Pensaba hacerte el amor. ¿Creías otra cosa?
Philip sonrió con picardía y jugueteó con los rizos que colgaban sobre los pechos de la joven.
-Quiero decir en el futuro... cuando ya no me desees... ¿qué harás conmigo entonces?
-A decir verdad, no he pensado en ello -mintió Philip, porque en realidad no había nada en qué pensar, jamás permitiría que ella se marchase.
-¿No permitirás que regrese con mi hermano? -aventuró tímidamente Christina.
Philip comprendió ahora qué inquietaba a Christina. ¿Creía realmente que estaba dispuesto a abandonarla? Por supuesto, lo pensaba, pues siempre se mostraba dispuesta a creer lo peor de él.
-Tina, cuando me canse de ti... bien, en ese caso puedes regresar con tu hermano.
-Philip, ¿me darás tu palabra?
-Tienes mi palabra. Lo juro.
Él vio que el rostro de Christina expresaba alivio, y ella aflojó los músculos sobre la almohada. Le dirigió una sonrisa tentadora.
-Y ahora, querida, olvidarás tus temores -murmuró él, rnarcándole el cuello con sus labios hambrientos.
-Casi todos -jadeó Christina.
Acercó el rostro de Philip al suyo propio, y aceptó de buena gana el beso apasionado.
Philip pensó fugazmente qué motivo tendría Christina para temerle. Pero ella ahora no se debatía y este cambio de actitud desconcertó y excitó a Philip. No meditó mucho tiempo, porque no estaba en condiciones de desaprovechar el momento formulándose interrogantes triviales.
Cuando comenzó la alborada Christina despertó lentamente, arrullada por el dulce canto de un ruiseñor. Una mueca se dibujó en su bonito rostro cuando recordó la noche anterior, y las cosas que había llegado a hacer.
No necesitaba representar el papel de prostituta. Ya había conseguido que Philip le prometiese devolverla a su hermano. Pero había hecho un trato con él y se había entregado sin resistencia para sellar el pacto. No era un sacrificio muy grande... de todos modos, él la habría poseído.
Christina sonrió al recordar cómo sus caricias habían enloquecido de deseo a Philip. La ferviente pasión de Philip los había elevado a ambos a alturas mayores que nunca. Y ella se había sentido atrapada por el mismo torbellino de deseo, hasta que la marea los había llevado a ambos a un océano de mutua felicidad.
Bien, ahora la noche había pasado. Se había entregado a Philip por una razón. Pero puesto que se habían disipado sus temores, Philip descubriría que en el futuro no estaba tan bien dispuesta. En realidad, se mostraría más obstinada que nunca.
Será un día maravilloso, pensó Christina mientras salía de la cama y se ponía la nueva falda de terciopelo malva y la blusa verde. Debería sentir repugnancia de sí misma, pero no era así. En realidad, se sentía feliz.
Pasó a la habitación principal para aplicar los últimos toques a la blusa malva antes de que Philip despertase, porque no estaba dispuesta a permitir que él la viese con prendas de colores inarmónicos.
Un rato después, Philip la llamó desde el dormitorio. Christina sabía que él la creía ausente y se disponía a contestar cuando oyó que Philip maldecía.
Irrumpió a través de las cortinas, y aún no había terminado de ponerse la túnica. Pero se interrumpió bruscamente cuando la vio, y la cólera de su rostro se convirtió en sorpresa.
-¿Por qué no has contestado?
-No me has dado la oportunidad -Christina rió de buena gana, mientras depositaba a un lado las tijeras-. ¿Creíste que te había abandonado de nuevo?
-Sencillamente, me preocupaba tu seguridad.
-Bien, no necesitas temer, estoy a salvo -replicó.
Temió echarse a reír otra vez si volvía a ver la expresión de disgusto en el rostro de Philip, de modo que se inclinó prontamente sobre la costura.
Philip se volvió y abandonó la tienda. Christina pensó en la preocupación que él había demostrado. No sabía si Philip estaba realmente inquieto por su seguridad, o si sólo le desagradaba perder un juguete apreciado.
Christina fue aquella tarde al corral. El sol no calentaba demasiado porque el invierno estaba próximo. Tendría que comenzar a confeccionar ropa de más abrigo.
Los caballos estaban todos en el corral. Miró alrededor, pero no vio a Philip. Sintió la presencia de una persona detrás, y se volvió bruscamente, creyendo que era Philip; pero le sorprendió ver que Amine la miraba tímidamente.
-No quise asustarte -dijo Amine.
No me asustaste. Creí que era Abu.
Ah, el jeque Abu te vigila como un halcón. Creo que está muy enamorado de ti.
Qué ridículo. No me ama. –Christina se echó a reír ante la idea-. Sólo me desea.
No entiendo – replicó Amine, con expresión de asombro.
Está bien, yo tampoco lo entiendo.
-¿Puedo formularte una pregunta? – Amine parecía confundida, pero continuó hablando cuando Christina asintió -. ¿Es cierto que comes en la misma mesa con el jeque Abu?
Christina la miró sorprendida.
Por supuesto, como con él. Si no fuera así, ¿Dónde podría comer?
Amine la miró con los ojos castaños agrandados por la sorpresa.
No lo creí cuando Nura me lo dijo, pero ahora que tú lo confirmas, tengo que aceptarlo.
¿Qué tiene de extraño que coma con Abu? –preguntó Christina con curiosidad.
Está prohibido que las mujeres coman con los hombres – contestó Amine meneando la cabeza -. Eso no se hace.
De modo que Philip infringía una regla cuando comía con ella. “Pero eso es ridículo – pensó Christina-. No soy una de ellas. Sus reglas no se aplican a mi persona.” De todos modos, no deseaba ofender a Amine.
Amine, tienes que entender que me criaron de diferente modo. En mi país los hombres y las mujeres siempre comen juntos. Como ves, Abu sencillamente trata que me sienta como en mi país.
Ah, ahora comprendo – sonrió Amine-. Muy considerado de parte del jeque Abu. Tienes mucha suerte porque te eligió.
Christina sintió deseos de reír. ¡Suerte! ¿La habían secuestrado y poseído en contra de su voluntad! Pero Christina advirtió que Amine era una romántica y ella no deseaba destruir sus ilusiones.
Abu es un hombre apuesto. Cualquier mujer se sentiría afortunada si él la eligiese –mintió Christina. Cualquier mujer menos ella-. Pero, Amine, ¿Dónde están tus hijos?- preguntó.
Maidi los vigila. Son sus únicos nietos y los mima mucho. Aquí es difícil casarse, porque no vienen muchos visitantes a nuestro campamento.
Entonces, ¿cómo os conocisteis tú y Syed?
Ah, Syed me raptó –dijo orgullosamente Amine.
¡Te raptó! – exclamó Christina.
¿Acaso todos aquellos hombres eran iguales?
-Antes de enemistarse, nuestras tribus solían compartir los pastos. Conocí a Syed cuando yo era niña y siempre lo amé. Cuando tuve edad suficiente para casarme Syed tuvo que raptarme. Mi padre habría prohibido el matrimonio.
-Pero, ¿por qué se enemistaron las dos tribus? -preguntó Christina, ahora más interesada.
-No lo sé, porque los hombres no explican esas cosas a las mujeres. Únicamente sé que el jeque Alí Hejaz de mi tribu guarda rencor a Yasir Alhamar. Tiene algo que ver con la madre de Rashid, que era la hermana de Alí Hejaz.
En ese momento Philip entró cabalgando en el campamento, con un rifle cruzado a la espalda y una larga espada ceñida al cinto.
-¡Ahora debo irme! exclamó Amine cuando vio a Philip.
-Amine, me agrada conversar contigo. Por favor; ven a visitarme en mi tienda. Serás bienvenida, y trae contigo a los niños.
-Con mucho gusto -dijo tímidamente Amine. Caminó de prisa hacia su tienda mientras Philip enfilaba el caballo hacia Christina y, al llegar donde estaba la joven, desmontaba.
-¿Por qué se fue Amine con tanta prisa? -preguntó Philip. Los reflejos amarillos de los ojos reflejaban la luz del sol mientras se inclinaba sobre Christina.
Creo que te teme - Contestó Christina, con una leve sonrisa en los labios.
-¿Qué? -Él pareció incrédulo.- No tiene por qué temerme.
-En eso te equivocas, mi señor, pues tu misma presencia provoca temor -se burló Christina-. ¿No puedes ver como tiemblo?
Philip le respondió con una sonrisa perversa.
-Tú, querida mía, tienes mucho que temer -dijo, y con el dedo dibujó una línea en el brazo de la joven.
Christina se sonrojó, porque entendió el sentido de las palabras de Philip. Tenía mucho que temer de él. Y el momento del día que más temía estaba aproximándose, porque se había puesto el sol.
Compartieron una deliciosa comida preparada por las manos hábiles de Maidi. Después, Philip se reclinó en el diván y se dedicó a leer uno de los libros que había traído para Christina, con un odre de vino al lado. Christina se fue al diván que estaba enfrente y ocupó su tiempo en cortar retazos de seda. Había decidido agregar mangas largas al vestido que ella misma diseñara. El tiempo era cada vez más frío y deseaba usar las chilabas de Philip para abrigarse.
Quizá pudiese confeccionarse su propia túnica... una túnica de grueso terciopelo, con una kufiyah haciendo juego. Se rió en voz alta cuando se imaginó vestida como un beduino.
-Querida, ¿algo te divierte?
-Me imaginaba en la túnica de terciopelo que me propongo confeccionar. He observado que el tiempo es cada vez más frío -contestó Christina.
-Es sensato de tu parte prepararte, pero no le veo la gracia observó Philip, depositando el libro sobre la mesa.
-Bien, no se trata sólo de la túnica, sino de la kufiyab que hará juego. No es exactamente lo que una inglesa elegante usa en estos tiempos.
Philip sonrió, los Ojos blandos y cálidos.
-¿Deseas que traigan tu equipaje de El Cairo? Puedo arreglar eso.
Christina pensó un momento.
-No... la súbita desaparición de mi equipaje a lo sumo inquietaría a John. No deseo que se preocupe por mí, y por el lugar en que estoy. Puedo arreglarme con las telas que tú me trajiste.
Christina miró fijamente las tijeras que tenía en la mano. Pobre John. Abrigaba la esperanza de que acabase aceptando que ella había muerto, en lugar de preguntarse dónde estaba y cuánto sufría. La cólera la consumió al pensar en el hombre cuyos deseos habían descalabrado la vida de la propia Christina.
-¡Christina! -gritó Philip, sobresaltándola-. Te pregunté si deseabas que tu hermano te creyese muerta.
-¡Sí! -Grito a su vez Christina, el cuerpo rígido de cólera-. Mi hermano y yo estábamos muy unidos. John sabe cuánto sufriría viéndome dominada por un bárbaro como tú. Sería más humano que me creyese muerta hasta que pudiera regresar con él.
Philip se puso de pie, sorprendido ante la súbita cólera de la joven. -Tina, ¿aquí sufres mucho? -preguntó Philip con voz neutra-. ¿Te castigo y te obligo a trabajar para mí?
-¡Me retienes prisionera! -replicó ella, los ojos oscuros mirando hostiles a Philip-. ¡Me violas todas las noches! ¿Pretendes que me agrade ser poseída contra mi voluntad?
-¿Lo niegas? -preguntó en voz baja, Philip, los ojos burlones.
Ella bajó la cabeza para evitar la mirada de Philip, temerosa del sentido de las palabras del hombre.
-¿De qué estás hablando? ¿Si niego qué? -preguntó ella.
Con la mano bajo el mentón, Philip la obligó a mirarlo a los ojos. -¿Si niegas que te agrada hacer el amor conmigo? ¿Niegas que te doy tanto placer como tú me lo das? Tina, ¿sufres tanto cuando cabalgo entre tus piernas una noche tras otra?
La rabia de Christina se convirtió en humillación, y ella bajó los ojos, reconociendo la derrota. ¿Siempre tenía que ganar la partida? ¿Por qué necesitaba preguntarle precisamente eso?
¡Maldito sea! No le dejaba ni un resto de orgullo, porque sabía que ella no podía negarlo. Pero no estaba dispuesta a concederle la satisfacción de reconocer el placer que obtenía de la unión con él.
-No tengo nada más que decirte -contestó fríamente Christina-. De modo que si me disculpas, quisiera retirarme.
-Tina, no has respondido a mi pregunta -observó suavemente Philip.
-Ni pienso hacerlo -replicó altivamente Christina.
Se puso de pie para entrar en el dormitorio, pero Philip la detuvo y la obligó a dar media vuelta.
Christina embistió contra el hombro de Philip, para apartarlo del camino, y las tijeras olvidadas que sostenía en la mano se clavaron en el cuerpo del hombre. Ahogó una exclamación, horrorizada ante lo que había hecho. Él no reveló en su expresión el dolor que, según ella bien sabía, tenía que sentir, y se limitó a retirar del hombro las tijeras. La sangre brotó abundante.
-Philip, lo siento... yo... no quise hacer eso -murmuró. Olvidé que tenía las tijeras en la mano... ¡tienes que creerme! ¡jamás he pensado en matarte! ¡Lo juro!
Philip se acercó al gabinete sin decir palabra. Abrió las puertas y retiró un pequeño bulto. Con movimientos lentos regresó adonde estaba Christina, le aferró la mano y entró con ella en el dormitorio. No le ofreció ningún indicio de lo que se proponía hacer.
Pero Christina le quitó la camisa y lo obligó a acostarse. Él la miró con expresión fatigada mientras Christina le aplicaba la camisa al hombro para contener el flujo de sangre.
Christina salió de prisa de la tienda y encontró a Maidi. Consiguió inmediatamente agua y toallas limpias y regresó donde estaba Philip. Las manos le temblaban sin control mientras limpiaba la herida y aplicaba el ungüento y las vendas que había encontrado en el bulto. Sabía muy bien que él vigilaba todos sus movimientos mientras aplicaba torpemente el vendaje al pecho y el hombro.
Christina aún experimentaba un terrible temor al pensar en lo que él podía hacerle. ¿Creía que ella había intentado deliberadamente matarlo? ¿Por qué no decía algo... lo que fuere? Christina no le miró a los ojos por temor de la cólera que podía ver reflejada en ellos.
Cuando terminó de vendar la herida Philip le asió de pronto las muñecas y la obligó a cubrirlo con su cuerpo.
-¡Tienes que estar loco! -jadeó Christina tratando de liberarse-.Conseguirás que la herida sangre nuevamente.
-Entonces, Tina, dime lo que deseo oír -murmuró-. Di que te a hacer el amor conmigo, porque de lo contrario te poseeré otra lo demostraré con tu propio cuerpo.
Los ojos verdes de Philip estaban un tanto vidriosos a causa de la pérdida de sangre, pero él tenía voluntad suficiente para cumplir su amenaza.
¡De modo que ése era el castigo por la herida que el había infligido! Tenía que reconocer que el amor de Philip era para ella una fuente de placer. Pero ella no quería aceptarlo... ¡no podía!
El dolor de las muñecas a causa del fuerte apretón infundió coraje Christina, que miró enfurecida a Philip.
-¡Maldito seas, Philip! ¿Por qué necesitas oírlo de mis propios labios, cuando ya conoces la respuesta?
-¡Dímelo! -exigió con voz dura.
Christina nunca lo había visto tan cruel e implacable. Asió sus muñecas con una sola mano y con la otra comenzó a levantarle la falda. Comprendió que si él cumplía su amenaza, podía desangrarse mortalmente al abrirse de nuevo la herida. Y si él moría, Yasir ordenaría su muerte.
- ¡Muy bien!-sollozó-. Lo reconozco. Reconozco todo. Maldito seas, ¿ahora estás satisfecho?
Cuando él la soltó, Christina rodó hacia un extremo de la cama y con el rostro hundido en la almohada sollozó suavemente.
-Cedes muy pronto, amor mío -sonrió apenas Philip-. Por muy que me parezca, no te habría hecho el amor. Prefiero gozar de has noches futuras, antes que morir hoy en tus brazos.
¡Oh! ¡Te odio, Philip Caxton. Te odio, te odio! -gimió Christina.
Él sonrió y poco después se adormeció.
“Maldito sea... maldito sea», pensó ella en silencio rechinando los dientes para evitar el grito. Casi sin esfuerzo, la obligaba a abandonar decisiones más firmes. Ella cedía con expresiva rapidez, corno él había observado burlonamente. ¿Habría sido mejor permitir que se desangrase? Pero en ese caso ¿qué habría sido de ella? ¿De veras deseaba verlo muerto?
Había sentido una náusea profunda en el estómago cuando vio las que se hundían en el hombro de Philip, y cuando creyó que lo matado. Pero, ¿por qué? ¿Miedo por Philip, o por sí misma? No lo sabía, pero se prometió que en futuro él no la engañaría tan fácilmente.
CAPITULO 13
Durante la semana que siguió al accidente, Philip permaneció casi siempre en la tienda. Christina se resignó a vivir con él un tiempo y decidió aprovechar lo mejor posible la situación. Incluso comenzó a gozar de la compañía de Philip, puesto que ahora él nada le pedía. Conversaba y reía con ella, e incluso le enseñó a jugar a los naipes. Christina llegó a dominar con bastante facilidad el juego de póquer y pronto fue capaz de derrotar al propio Philip.
Comenzó a sentirse cómoda en presencia de Philip, como si lo hubiese conocido toda la vida. Él le habló de su venida a Egipto, en busca de su padre, y de la vida que había llevado con la tribu. Le explicó que viajaban de un oasis a otro, o recorrían el desierto en busca de pastos para los rebaños, y de vez en cuando atacaban a las caravanas o a otras tribus de beduinos.
Ella le preguntó por qué prefería esta vida y él se limitó a decir:
-Mi padre está aquí.
Cuatro días después del accidente, Philip comenzó a mostrarse irritable, a causa del encierro y de la inactividad. La reprendía por cosas nimias, pero ella no prestaba atención a su malhumor. Había reaccionado del mismo modo cuando al principio él la había confinado a la tienda. Cuando el humor de Philip se hacía insoportable Christina escapaba de la tienda y visitaba a Yasir.
. Yasir Alhamar recibía con agrado las visitas de la joven. Sus viejos ojos castaños se encendían y en su rostro se dibujaba una sonrisa cuando la veía aparecer en la tienda. Yasir era tan diferente del padre de Christina, que al morir aún era un hombre joven y vital. Pero Christina sabía que Yasir no tenía, ni muchos menos, la edad que aparentaba. El tiempo tórrido de Egipto y las privaciones de la vida que llevaba lo habían envejecido prematuramente.
Ahora el padre de Philip estaba muriéndose. Estaba pálido, más débil que el día que ella lo había conocido, y a menudo su atención se dispersaba.
Christina le leía fragmentos de Las mil y una noches, un texto que agradaba mucho al anciano. Pero Yasir dormitaba después de una hora o casi así, o simplemente miraba fijamente el espacio, como si ella ni siquiera estuviese allí.
Cuando Christina mencionó a Philip la debilidad cada vez más acentuada de Yasir, él se limitó a contestar:
-Lo sé.
-Pero ella vio que el dolor se reflejaba en sus ojos verde oscuro. Philip sabía que su padre no viviría mucho más.
El séptimo día después de la curación de Philip, Christina despertó, de un profundo sueño a causa de la mano de Philip, que la acariciaba audazmente. Somnolienta, se volvió y enlazó los brazos alrededor del cuello de Philip, arqueando su cuerpo contra el cuerpo masculino, para corresponder cálidamente al beso.
-¡No! -gritó, cuando comprendió que no estaba soñando. Trató de apartarlo, pero él le sujetó los brazos.
-¿Por qué no? -preguntó bruscamente-. Mi hombro se ha curado, bastante. La semana pasada, antes de herirme, te entregaste sin resistencia. Ahora me curado casi por completo, y necesito satisfacer el deseo.
Acercó los labios hambrientos a la boca de Christina, y su beso largo y ardiente la dejó sin aliento.
Philip, basta- imploró Christina-. Me entregué una vez a ti cierta razón, pero no volveré a hacerlo. ¡Ahora déjame en paz!
Trató de liberar los brazos, pero era inútil. Philip había recuperado todo su vigor.
-Bien...de modo que esa noche sólo estabas jugando conmigo. Pues mira querida, no escaparás... de modo que lucha si quieres. ¡Resiste hasta que mueras de gozo!
Aquella tarde, Christina oyó voces irritadas frente a la tienda. Corrió hacia la entrada, y vio a Philip y a Rashid discutiendo acaloradamente. Tres mujeres estaban sentadas en el suelo, al lado de los dos hombres. Philip se apartó bruscamente de Rashid y caminó hacia la tienda con una expresión sombría en su rostro.
-Entra, Christina -rezongó Philip al entrar en la tienda.
Fue directamente al gabinete, llenó de vino una copa y bebió.
-¿Qué pasa, Philip? -preguntó Christina. Se preguntaba por qué él estaba tan irritado, y abrigaba la esperanza de que ella no fuese la causa-. Veo que tenemos visitantes.
-¡Vaya visitantes! -explotó Philip, paseándose de un extremo al otro de la habitación-. Esas mujeres no son visitantes. Son esclavas que Rashid robó anoche de una caravana de traficantes. Se propone llevarlas mañana al norte, para venderlas.
-¡Esclavas! -exclamó Christina, horrorizada. Corrió hacia Phllip, y tomándolo de los hombros lo obligó a mirarla-. Te educaste en Inglaterra. No puedes aceptar este comercio de seres humanos. ¡Dime que no lo aceptas!
-No lo acepto, pero eso nada tiene que ver con el asunto. -¿Las dejarás libres? -preguntó, buscando la mirada de Philip para asegurarse.
Pero él rehusaba mirarla a los ojos.
-No -replicó secamente-. Maldita sea, sabía que ocurriría esto.
Si Philip permitía que Rashid vendiese las mujeres, ¿qué le impediría vender a la propia Christina? Todas sus esperanzas volvieron a esfumarse.
-¿Por qué no las liberas? -preguntó con voz serena.
-Mujer, ¿siempre tienes que interrogarme acerca de mis motivos? Las esclavas son propiedad de Rashid. Él las robó. Como ya te dije una vez, le permito conservar lo que roba. No vuelvas a preguntarme acerca de Rashid. ¿Me entiendes?
-Entiendo lo siguiente -explicó Christina-. Eres un bárbaro cruel e implacable. ¡Si llegas a ponerme las manos encima otra vez, mis tijeras tocarán un lugar más vital!
Corrió a la tienda de Yasir, y abrigó la esperanza de que Philip no la siguiese allí. Pero Rashid compartía la tienda con su padre y Christina cayó directamente en los brazos del árabe.
-Usted -murmuró indignada Christina-. Es peor que Philip. Son todos una pandilla de bárbaros.
Rashid la soltó y retrocedió un paso, fingiendo no entender.
-Christina, ¿qué hice para ofenderte? -preguntó.
- ¿No siente el más mínimo respeto por otros seres humanos? -exclamó la joven, las manos firmemente en la cintura-. ¿Por qué tiene que vender a esas mujeres?
-No necesito hacerlo -dijo Rashid, examinándola con ojos hambrientos de la cabeza a los pies-. Nada deseo menos que hacer algo que irrite a una mujer hermosa. Si deseas que libere a esas esclavas, lo haré.
Christina lo miró fijamente. De modo que Rashid no era el individuo codicioso que Philip describía.
-Gracias, Rashid, y siento lo que dije. Parece que lo juzgué mal. -Sonrió. ¿Cenará con nosotros esta noche? Creo que prefiero no estar sola con Philip.
-Ah, ¿no eres feliz aquí? -preguntó Rashid con voz suave-. ¿No todo está bien entre tú y Abu?
-Vaya, ¿acaso creyó que nos llevábamos bien? -preguntó ella riendo.
Quizás había encontrado a un amigo en Rashid.
-Qué lástima, Christina -dijo Rashid.
Ella leyó el deseo en los ojos oscuros, pero el rostro tenía una expresión tan blanda y juvenil, que casi podía imaginárselo más joven que ella misma.
Esa noche Christina representó el papel de amable anfitriona, dispuesta a atender todas las necesidades de Rashid. Entretuvo a su huésped con relatos de Inglaterra y de su niñez.
Rashid no podía apartar los ojos de Christina, y no le importaba que su deseo se manifestase de un modo tan franco. Rashid pensaba que difícilmente habría en el mundo entero una mujer que pudiese compararse con aquélla por su belleza. Vestía con una falda y una blusa de seda verde claro, y se había cubierto los hombros blanquísimos con un chal de la misma tela. Tenía los cabellos recogidos sobre la nuca, y los rizos dorados descendían sobre su espalda. Cuando la miraba casi podía olvidar sus planes; pero en realidad había esperado demasiado tiempo el momento de realizarlos.
Philip miraba también a Christina, pero por una razón diferente. Lo dominaba una cólera silenciosa cuando veía cómo ella coqueteaba francamente con Rashid. Con cada vaso de vino Philip pensaba en un modo diferente de matarlos a los dos. Se había enojado cuando ella abandonó la tienda, esa tarde; pero ahora no era sólo enojo, sino el deseo de retorcerle el bonito cuello. Philip no había dicho una sola palabra cuando Christina le informó que Rashid pensaba liberar a las mujeres. Ahora él esperaba, y su humor se agriaba cada vez más; quería ver hasta dónde se atrevía a provocarlo. Durante la comida y después Christina ignoró del todo a Philip. Sabía que él estaba furioso, porque tenía en los ojos una expresión sombría e irritada, Christina deseaba verlo tan encolerizado como ella había estado aquella tarde. A su propio modo estaba ajustándole las cuentas y la situación le complacía enormemente.
después que Rashid se retiró, Christina se sentó frente a Philip y dedicó a beber su té y a esperar que él dijera o hiciera algo. Pero se sentía un poco nerviosa, porque él continuaba mirándola fijamente, en absoluto silencio.
-Christina, ¿te agradó que esta noche hiciera el papel de tonto? Sobresaltada, ella lo miró con cautela.
-Por favor, dime de qué modo te obligué a representar el papel de tonto -inquirió con expresión inocente.
Un escalofrío le recorrió la columna vertebral cuando él contestó: -Mujer, ¿no sabes cuándo has ido demasiado lejos?
-Me temo que llegarás aún más lejos antes de que termine la noche -murmuró ella.
Cuando Philip se puso de pie, Christina se apoderó rápidamente de las tijeras que había escondido bajo la falda. Pero Philip vio el movimiento y adivinó la intención. Antes de que ella pudiese agarrar las tijeras, le aprisionó las dos manos con una de las suyas. Con un gesto brusco obligó a Christina a ponerse de pie, le desató la falda y arrojó las tijeras al fondo de la habitación.
-Tina, ¿de veras estarías dispuesta a matarme? -preguntó, en el rostro una expresión dura.
A decir verdad, había subestimado a esta mujer.
-¡Sí, podría matarte! -gritó Christina. ¡Qué humillante estar semidesnuda e impotente frente a él!-. Te odio.
Él la asió todavía con más fuerza que antes.
-Dijiste lo mismo muchas veces. Christina, ahora has llegado demasiado lejos y mereces un castigo.
Con movimientos lentos, en apariencia serenos, se sentó y cruzó el cuerpo de Christina sobre los rodillas.
-¡Philip, no! gritó ella, pero él descargó la mano con toda su fuerza sobre las nalgas desnudas.
Christina profirió un grito de dolor, pero él descargó de nuevo la mano poderosa, esta vez con más fuerza, y dejó otra marca roja sobre la carne blanca.
-¡Por favor, Philip! exclamó Christina-. Sería incapaz de matarte. ¡Lo sabes!
Pero él no le prestó atención y la castigó por tercera vez.
-¡Philip, juro que jamás volveré a intentarlo! exclamó ella, y las lágrimas le corrían por las mejillas. Ahora estaba rogándole, pero eso ahora no le importaba-. ¡Lo juro, Philip! ¡Por favor, basta!
Con movimientos tiernos y gentiles Philip la obligó a cambiar de postura y la acunó en sus brazos. Christina se sentía como una niña, y sollozaba sin control. Nadie, ni siquiera los padres, jamás la había golpeado así. Pero por humillante que hubiese sido la experiencia, Philip tenía razón; se lo había merecido. Tenía que haber previsto que Philip trataría de comprobar si hablaba o no en serio. Y ella no quería apuñalarlo; no tenía valor para eso.
Finalmente, Christina dejó de llorar y apoyó la cabeza sobre el ancho pecho de Philip. Aún temblaba cuando él la llevó al dormitorio. No tenía fuerza para protestar y no le importaba lo que él se proponía hacer. La depositó en la cama y le quitó la blusa y la tela que ella había envuelto alrededor de su pierna para sostener las tijeras. Cubrió con las mantas el cuerpo tembloroso y apartó del rostro los cabellos dorados. Se inclinó sobre Christina, la besó tiernamente en la frente y salió del cuarto; pero tampoco ahora ella le prestó mucha atención.
Philip cruzó la habitación, tomó el vaso de vino y bebió tratando de olvidar los hechos del día. Se recostó en el diván y miró a la mujer que dormía en la cama.
Toda la noche había pensado que sería muy grato obligarla a sufrir por sus coqueteos con Rashid. Había querido forzarla a pedir piedad a gritos. Pero después que ella le había ofrecido un motivo válido para castigarla, Philip se sentía avergonzado. Le molestaba la idea de que la había obligado a gritar de dolor. Pero maldición, ¡ella lo había enfurecido y merecía lo que había recibido! Esa actitud tan estúpida... pero ahora era él quien sufría, no ella. En el curso de su vida jamás había pegado a una mujer y por cierto que no se sentía cómodo después de hacerlo. ¡Y ella había parecido dispuesta a apuñalarlo si la tocaba! ¡Maldita sea, esa mujer comenzaba a perturbarle!
Philip se preguntó qué clase de juego estaba haciendo ahora el tonto de Rashid. Philip le había pedido que liberase a las esclavas o las llevase fuera del campamento. Pero Rashid se había negado, y después había cambiado de actitud y había aceptado libertar a las mujeres... a petición de Christina.
Philip sabía que Rashid estaba fascinado por Christina y no lo criticaba por eso. Christina era tan hermosa que todos los hombres tenían que desearla. Quizá intentaba conquistar el afecto de la joven... algo en lo cual Philip había fracasado. Tendría que vigilar a Rashid. Christina le pertenecía. Y aunque-ella lo odiase, Philip no estaba dispuesto a permitir que nadie se la quitase.
CAPÍTULO 14
Hacía calor cuando al fin Christina comenzó a despertarse bajo las mantas. La habitación estaba vacía y ella se preguntó si en realidad Philip se habría molestado en acostarse en la misma cama durante la noche. En realidad, ella no podía criticarlo, porque le había ofrecido renovados motivos para desconfiar. Seguramente ahora la odiaba; pero quizá eso era mejor. Christina se frotó suavemente las nalgas, pero no sintió dolor. Lo que estaba lastimado era su orgullo. Se preguntó qué actitud adoptaría hoy Philip, porque después de castigarla no le había dicho una palabra. Abrigaba la esperanza de que no decidiera continuar pegándole.
Amine fue a visitar a Christina antes del almuerzo y llevó consigo a su hijo mayor. El pequeño Syed tenía unos dos años y Christina se sintió muy complacida cuando lo vio explorar la habitación, mirando y tocándolo todo. Pero se sentía avergonzada en compañía de la muchacha, pues Christina sabía que Amine tenía que haber oído los gritos proferidos la noche anterior.
Amine le dirigió una sonrisa de mujer que sabe.
-Christina, te diré algo porque sé lo que te inquieta. No debes avergonzarte de lo que el jeque Abu te hizo anoche. Demuestra solamente que le interesas mucho, porque de lo contrario no se habría molestado. Anoche Nura ardía de celos, porque ella también lo sabe.
-El campamento entero seguramente oyó mis gritos exclamó Christina-. jamás podré mirar a la cara a nadie.
-La mayoría de los habitantes del campamento dormía. Aun así, no es nada de lo cual debas avergonzarte.
-A decir verdad, no me enorgullece -dijo Christina-. Pero sí, sé que anoche merecía que me castigasen.
En ese instante entró Philip y sobresaltó a las dos mujeres. Entró en el dormitorio sin decir palabra. Christina confiaba en que no habría oído la última frase.
-Ahora me marcho -dijo Amine, y recogió al pequeño Syed-. Estoy segura de que el jeque Abu desea estar solo.
-Amine, no tienes por qué irte aún -observó nerviosamente Christina.
-Volveré.
-Me agradó conversar contigo -dijo Christina. Acompañó a Amine hasta la entrada y le oprimió la mano mientras murmuraba-: Gracias, Amine. Ahora me siento mucho mejor.
Amine le devolvió la sonrisa y se alejó. Christina pensó que Amine parecía muy feliz, pese a que también a ella la habían raptado, arrancándola del seno de su familia.
Christina notó la presencia de Philip a su espalda, pero antes de que ella pudiese volverse, él la rodeó con sus brazos y la atrajo con fuerza. Philip cerró las manos sobre los senos de Christina y las rodillas de la joven comenzaron a aflojarse cuando sintió la proximidad del hombre. Luchó contra la debilidad y el placer que el contacto suscitaban en ella.
- Basta, Philip. ¡Déjame ahora mismo! -exigió, tratando desesperadamente de apartar de su cuerpo las manos enormes. Pero Christina dejó de debatirse cuando él la sostuvo todavía con más fuerza.
-Me haces daño -jadeó Christina.
-Tina, no era ésa mi intención -murmuró Philip al oído de la muchacha.
Aflojó el apretón y jugueteó con los pezones, oprimiéndoles suavemente con los dedos. Se irguieron firmes bajo la tenue tela de seda de la blusa, exigiendo satisfacción. Pero ella no podía permitirle que continuase. Había jurado que volvería a ceder.
Oh, por favor, Philip -rogó, mientras él deslizaba los labios por el cuello de Christina.
En su interior se avivaba un deseo ardiente, una sensación que la obligaba a temblar a causa de su misma intensidad y de pronto, ella que Philip no aflojara su abrazo.
-¿Por qué debo detenerme? Eres mía, Tina, y te acariciaré cuándo y dónde me plazca.
Ella endureció el cuerpo al oír esto.
- No soy tuya. ¡Sólo a mí misma me pertenezco!
Apartó las manos de Philip y se volvió para enfrentársele. Estaba clavaba su mirada orgullosa en los ojos verde oscuro del y su actitud era de franco desafío.
-En eso te equivocas, Tina. -Le sostuvo el rostro entre las manos, de modo que ella no pudo apartarse de la mirada penetrante-. Te rapté. Por lo tanto, me perteneces... eres exclusivamente mía. Te sentirías mejor si me demostrases un poco de afecto.
-Philip, ¿cómo puedes hablar de afecto cuando eres la causa de mis dificultades? Sabes que deseo volver a casa, pero me retienes aquí.
-Te deseo aquí, e importa mucho lo que yo deseo. Pensé que te sentirías más feliz si ablandases un poco tu corazón.
Se apartó de la joven y se dispuso a salir de la tienda.
-¿Y tú, Philip? -preguntó Christina-. ¿Cuáles son tus sentimientos hacia mí? ¿Me amas?
-¿Si te amo? -Se volvió para mirarla y rió por lo bajo. No, no te amo. Jamás amé a una mujer, salvo quizás a mi madre. Te deseo y eso basta.
-¡Pero eso no es suficiente! Puedes satisfacer tu deseo con otras mujeres... ¿por qué debo de ser yo?
-Porque otras mujeres jamás me agradaron tanto como tú. -Sus ojos exploraron detenidamente el cuerpo de Christina-. Tina, me temo que me he aficionado mucho a ti.
Y salió de la tienda sonriendo.
La tarde era cálida y pegajosa. No había llovido desde el regreso de Philip a Egipto, y el pozo de agua se secaba paulatinamente; pero muy pronto tendría que llover; siempre era sí esa época del año.
Philip estaba domando a un caballo de tres años cuando vio a Christina cruzar el campamento y entrar en la tienda de Yasir. Sonriendo, recordó que esa mañana había visitado, a su padre.
-Abu, esa joven es buena y gentil -le había reprendido Yasir-. Y deberías tratarla bien. Me dolió el corazón oírla gritar anoche. ¡Si no estuviese tan débil, yo mismo habría ido a detenerte!
A Philip le dolía la cabeza a causa de todo lo que había bebido durante la noche, y las palabras de su padre lo habían irritado. Había pensado replicar acremente explicando el verdadero carácter de Christina; pero en definitiva cambié de idea. Era evidente que su padre sentía mucho afecto por Christina y eso le complacía. Christina era como un soplo de aire fresco para Yasir. Cuando lo deseaba, podía ser encantadora.
Pasó una hora antes de que Philip volviese a verla. La miró con cautela mientras ella se acercaba lentamente, asomándole una sonrisa en los labios. Vio que los ojos de la joven eran de color turquesa. «Bien, por lo menos no está enojada conmigo», pensó Philip, recordando el azul oscuro de los ojos de Christina la última vez que ambos habían hablado.
-Philip.
Ella habló con voz serena con sus manos suaves apoyadas en la empalizada del corral. «Seguramente necesita algo», supuso Philip mientras desmontaba y se acercaba a Christina.
-Querida, ¿qué puedo hacer por ti? -preguntó.
-Estaba preguntándome si tienes caballos no entrenados aún. -Sí, pero ¿por qué lo preguntas? -Quiero montar -dijo Christina, con los ojos bajos.
Philip la miró, dubitativo.
-¿Me pides que te entregue uno de mis caballos después de lo que ocurrió anoche?
-Oh, por favor, Philip. No puedo soportar la ociosidad. Estoy acostumbrada a cabalgar todos los días -rogó.
Philip la miró a los ojos.
-¿Cómo sé que puedes dominar a un caballo? Sí, dices que sabes montar, pero...
-¡Me insultas! He montado desde que era niña, y el caballo que tengo en casa es dos palmos más alto que todos los que veo aquí.
-Muy bien, Tina -rió Philip, y señaló el caballo que él había estado adiestrando-. ¿Ése puede servir?
-¡Oh, sí! -dijo alegremente Christina. El hermoso caballo árabe tenía el pelo negro como ala de cuervo, y le recordaba a Dax, excepto que no era tan corpulento. Tenía el cuello orgullosamente arqueado, el pecho ancho y las patas largas y esbeltas. Le parecía increíble que pudiera montarlo.
-¡Necesito un minuto para cambiarme! -exclamó Christina y corrió hacia la tienda.
-Tendrás que montar sin silla -gritó Philip.
En efecto, los árabes no la utilizaban.
-De acuerdo -gritó Christina por encima del hombro-. Podré arreglarme.
Christina irrumpió en el dormitorio y se apoderó de los pantalones de montar que acababa de confeccionar. Se alegraba de haber decidido que confeccionarla primero una túnica y no un vestido.
Arrojó su falda sobre la cama y rápidamente se puso los pantalones de seda negra. Ajustó una faja de tela oscura a la cabeza, para ocultar los cabellos dorados. Se puso la ancha túnica de terciopelo negro, la aseguró a la cintura con una cinta ancha, y después se cubrió la cabeza con la kufiyab de terciopelo negro, asegurándolo con una gruesa cuerda negra.
Se echó a reír al pensar lo que diría Philip apenas la viese. Pero no le importaba, porque se sentía gloriosamente feliz.
Philip se mostró sorprendido cuando la vio salir de la tienda. Parecía un jovencito, hasta que se acercaba y uno podía ver sus curvas voluptuosas realzadas por el suave terciopelo.
-Estoy lista. -Se volvió hada el caballo, le acarició el hocico y murmuró a su oído: Seremos buenos amigos, mi belleza negra, y te amaré como si fueses mío. ¿Tiene nombre? -preguntó a Philip mientras él la depositaba sobre la manta que cubría el lomo del caballo y le entregaba las riendas.
-No.
-Te llamaré Cuervo -dijo alegremente Christina, inclinada de modo que el caballo pudiese oírla-. Y cabalgaremos con el viento, como el cuervo.
Philip montó a Victory y así descendieron lentamente la ladera de la colina. Él estaba asombrado de la mansedumbre que Cuervo demostraba con Christina, después de todo el trabajo que había dado para domarlo.
Christina muy pronto se acostumbró a cabalgar sin montura. Manejó bien a Cuervo mientras descendían por el sendero sinuoso.
Cuando al fin llegaron al pie de la montaña, Christina obligó a Cuervo a iniciar un trote corto y después un galope más veloz; Philip quedó atrás. Atravesó sin destino fijo la vasta extensión del desierto, y se sentía como un espíritu liberado que volara con el viento. Era inmensamente feliz, como si hubiera estado de regreso en Halstead, cabalgando en su propiedad; y de pronto Philip la alcanzó.
Asió las riendas de Cuervo.
-Si insistes en aventajarme, Tina, quizá deberíamos apostar y arriesgar algo.
-Pero no tengo nada que apostar -respondió ella.
Sin embargo, le hubiera agradado mucho sentir que por lo menos en algo podía derrotarlo.
-Apostaremos lo que cada uno desea del otro -propuso Philip, sus ojos fijos en el rostro de Christina-. Correremos hasta el pie de la montaña y, si yo gano, en adelante te entregarás a mí siempre que lo desee.
Christina pensó un minuto en su propia apuesta.
-y si yo gano, me devolverás a mi hermano.
Philip la miró extrañado. Sabía montar. Podía derrotarlo y él no estaba dispuesto a correr ese riesgo.
-Pides demasiado, Tina.
-También tú, Philip -replicó ella con sequedad.
Obligó a girar al caballo y emprendió el regreso al campamento.
Sonriente, él movió la cabeza, los ojos fijos en la figura de la joven. Ella había sabido que él no estaba dispuesto a aceptar semejante riesgo. Bien, había sido un intento. La alcanzó y ambos regresaron en silencio.
Las nubes se agruparon repentinamente y descargaron un torrente de lluvia que suavizó la temperatura. Christina y Philip estaban empapados cuando llegaron al campamento. Los hombres trabajaban febrilmente para asegurar las tiendas, de modo que el agua no se filtrase por debajo: Alguien estaba sentado bajo la lluvia, frente al fuego, disipando el humo que se acumulaba en el refugio construido sobre las llamas.
Philip desmontó frente a su tienda y acompañó a Christina al interior.
-Quítate estas ropas húmedas y haz lo que tengas que hacer ahora.
Pronto oscurecerá y esta noche no habrá fuego. -La instaló sobre el diván y agregó-: Tengo que ocuparme de los caballos, pero volveré en seguida.
Cuando Philip salió, Amine pidió permiso para entrar. Había traído la comida y algunas toallas limpias.
-Christina, tienes que cambiarte de prisa. La lluvia trae frío y enfermarás si no te abrigas ahora mismo.
-Precisamente, estaba preguntándome qué podía hacer con estas prendas húmedas -respondió Christina, con una sonrisa en los labios-. No puedo colgarías de un árbol para que se sequen.
-Ven -dijo Amine, y llevó a Christina al dormitorio-. ¿Tienes esas agujas con las cuales estuviste cosiendo?
Sí.
- Bien, las usaré para colgar tus ropas dentro de la tienda. Tardarán algunos días, pero finalmente se secarán.
Mientras Christina se quitaba la túnica, Amine miraba asombrada los pantalones de montar. Christina se echó a reír cuando vio la expresión de asombro en el rostro de Amine.
-Los confeccioné para montar. Me permiten cabalgar sin que la falda agitada por el viento me golpee la cara.
-Ah, pero seguramente no son del agrado del jeque Abu -rió Amine mientras Christina le entregaba los pantalones y la blusa. -Todavía no los ha visto, pero imagino que no le agradarán -dijo Christina, riendo ante la idea de que los pantalones pudiesen frustrar los propósitos amatorios de Philip.
Mientras Amine colgaba las ropas húmedas, Christina se frotó vigorosamente el cuerpo con una toalla. Tenía frío a causa de la corriente de aire que atravesaba la tienda. Decidió ponerse una de las túnicas de Philip, puesto que no tenía nada de más abrigo. Se soltó los cabellos, que estaban apenas húmedos, y estaba peinándose los rizos dorados cuando Amine regresó al cuarto.
-Ahora debo ir a alimentar a mis hijos.
-Gracias, Amine. No sé qué haría si no contase con tu amistad-dijo sinceramente Christina.
Amine sonrió tímidamente ante el cumplido de Christina y salió rápidamente de la tienda. Christina depositó el peine sobre el armario y pasó a la habitación principal, para cenar antes de que oscureciera tanto que no pudiese ver lo que comía.
Ingirió lentamente el guiso de cordero y arroz, mientras se preguntaba a que obedecía el cambio total en la actitud de Philip, tras lo ocurrido la noche anterior. Christina se había sentido sorprendida y feliz cuando él le permitió montar. Cuervo era un animal excelente. Ansiaba que llegara el día siguiente para cabalgar otra vez. Por otra parte, Philip no había dicho que ella podía montar todos los días.
-Cuelga esas ropas, ¿quieres?
Las primeras palabras sobresaltaron a Christina, que dejó caer el cubierto en el plato. No había visto entrar a Philip y ahora él estaba detrás suyo, sosteniendo en la mano las prendas mojadas. Ya se había cambiado y con la mano libre sostenía una toalla y se secaba los cabellos.
-No te vi entrar -dijo Christina, que recibió las prendas y fue a buscar más agujas.
-Dentro de poco no me verás de ningún modo -dijo Philip.
Sonrió, pensando en el descanso de la noche, en el lecho tibio. ¡Ah, quizás ella no se sentiría tan feliz como el propio Philip!
Christina colgó las ropas de Philip en el estrecho espacio que mediaba entre la tienda y las cortinas. Después, se reunió con él para terminar su cena, mientras Philip hacía otro tanto.
-¿Están bien los caballos? -preguntó ella.
Estaba preocupada por Cuervo.
-Los potrillos parecen un poco nerviosos, pero los caballos más viejos están acostumbrados a las tormentas repentinas.
-¿Llueve así a menudo? -preguntó Christina, sobresaltada cuando un rayo iluminó el interior de la tienda. -Sólo en las montañas -dijo él riendo-. Pero esta tormenta es más intensa que lo usual... se ha retrasado mucho. Tina, ¿te atemorizan los truenos? -preguntó Philip mientras terminaba de comer el guiso. Apenas podía verla.
-¡Claro que no! -replicó ella con altivez. Vació una copa de vino que se había servido para calentar su cuerpo. Muy pocas cosas me atemorizan.
-Bien -replicó Philip con voz vibrante, mientras se desperezaba-. Propongo que nos acostemos, porque ya hay muy poca luz.
-Si no te importa, prefiero esperar un rato.
Estiró la mano hacia el odre de vino, pero él interrumpió el movimiento.
-Pues sí, me importa.
La obligó a ponerse de pie y, aunque ella se resistía, la arrastró a el dormitorio. Pero Christina tenía más valor gracias al vino. Hundió los dientes en la mano de Philip, se liberó y corrió a esconderse detrás de las cortinas.
-¡Maldita seas, mujer! ¿No acabarás nunca con tus triquiñuelas? -exclamó Philip encolerizado.
Pero Christina sabía que él no podía verla.
En ese instante el rayo volvió a surcar el cielo e iluminó el cuerpo escogido de Christina recortado sobre el trasfondo de las cortinas. Casi inmediatamente, se vio tendida de espaldas y con el cuerpo de Philip que presionaba fuertemente sobre ella y la hundía en la espesa alfombra.
Philip rió cruelmente mientras la desnudaba con movimientos bruscos, sin molestarse en desatar las prendas. Sus labios la oprimieron ásperos y hambrientos, y silenciaron los gritos de Christina Cuando él la penetró con un solo movimiento. Ella había perdido Por completo la razón cuando su cuerpo aceptó el de Philip como un animal salvaje y el dolor se convirtió en oleadas de extático placer.
-Lo siento, Tina -dijo más tarde Philip-. Pero siempre me asombras cuando veo hasta dónde puedes llegar para evitar el amor. ¡y lo deseas tanto como yo!
-No es cierto -exclamó Christina: apartó el cuerpo de Philip y corrió hacia el interior del dormitorio.
Se arrojó sobre la cama y dejó que las lágrimas fluyeran libremente.
Sintió el peso de Philip en el lecho, y en la oscuridad de la habitación volvió hacia él su rostro.
-Philip, deseo volver a casa. Quiero regresar con mi hermano -rogó entre sollozos.
-Oh -replicó Philip secamente-. Y yo no quiero oír hablar más de eso.
Lloró incansable sobre la almohada, pero Philip se mostró indiferente a sus lágrimas y al fin ambos se adormecieron.
CAPITULO 15
Pasó rápidamente un mes, y después otro. Aunque era invierno, había días cálidos, con suaves brisas del este; pero las noches eran ente frías. Christina lamentaba necesitar del cuerpo de Philip para tener calor durante las noches prolongadas y frías. Despertaba por la mañana y se encontraba acurrucada al lado de Philip, o él tenía su cuerpo abrazado a la espalda de la joven.
El tiempo actuaba contra Christina, porque el estrecho contacto de los cuerpos deseosos de calor excitaba el deseo de Philip. Si él despertaba primero, Christina no tenía modo de escapar.
A Philip le complacían esos encuentros matutinos porque así no perseguir a Christina por toda la tienda y contrarrestar sus golpes y puntapiés. Por la mañana, le sujetaba los brazos antes de que ella despertase del todo y supiese qué estaba ocurriendo. Después, se tomaba su tiempo, y a lo sumo tenía que afrontar unas débiles protestas antes de que ella se entregase por completo a las caricias.
Philip pasaba los días cazando; era buen cazador. Rara vez erraba el tiro y a menudo llevaba a su tribu un bienvenido refuerzo de carne.
Los días de Christina eran bastante atareados y ella se ajustaba ahora a una rutina. Pasaba las mañanas en la tienda cosiendo o leyendo. Amine solía visitarla. A Christina le gustaban los niños y se complacía en jugar con los hijos de Amine, especialmente con el menor.
Cuando Christina veía jugar a los niños, a veces se preguntaba qué ocurriría si llegaba a quedar embarazada. Le habría encantado tener un hijo, pero no deseaba un hijo de Philip. Lo odiaba demasiado. ¿Y cómo reaccionaría el propio Philip? ¿La expulsaría de su tienda si ella perdía su belleza y ya no lograba satisfacerlo? Había dicho que ella no estaba allí para engendrar niños. Quizá no le agradaban los hijos. Pero si ella le daba un hijo, ¿lo aceptaría? ¿O decidiría expulsarla sin el pequeño? De todos modos, tales interrogantes carecían de sentido, de modo que ella no caviló demasiado tiempo acerca del asunto.
Después del almuerzo, todos los días Christina iba a visitar a Yasir. Su salud había mejorado mucho. Podía concentrar mejor la atención y hablaba más con ella; su tema preferido era Philip. Cuando comenzaba a hablar de su hijo nada podía detenerlo. Le hablé de la infancia de Phllip y cómo había crecido en el desierto. También le explicó que había enseñado a Philip a caminar y hablar.
-La primera frase de Abu fue medio árabe y medio inglesa -dijo Yasir-. ¡No sabía que eran dos idiomas diferentes!
Christina compadecía un poco a Rashid. Era evidente que Yasir reservaba todo su afecto para Philip. Quizá Philip también compadecía a Rashid y por eso siempre le permitía salirse con la suya.
Después de visitar a Yasir, Christina salía a cabalgar. Esperaba ansiosamente el momento de montar. Si Philip no estaba, partía con Ahmad o Saadi, y a veces incluso con Rashid, si éste se encontraba en el campamento, lo cual no era frecuente.
Mientras Christina atravesaba el desierto montada en Cuervo, imaginaba que estaba sana y salva en Halstead y que no tenía problemas ni preocupaciones. No existía Philip, no afrontaba dificultades, y nada provocaba la añoranza de una felicidad pasada. Sólo Dax bajo su cuerpo y Tommy ojohn con ella corriendo a través de los prados, el viento fresco acariciándole el rostro. Pero el soplo árido del desierto siempre destruía sus sueños y le recordaba el perfil de la realidad.
Christina rogaba desesperadamente que Philip se fatigase muy pronto de ella. Pero el deseo de su secuestrador parecía insaciable. Ella consagraba las tardes a idear modos de evitar lo inevitable, pero muy pronto se le agotaban las ideas y nada parecía eficaz. Se mostraba irritable y estaba descontenta. Fingía somnolencias y jaquecas. Pero él siempre adivinaba sus planes.
Si provocaba la cólera de Philip, de ese modo sólo conseguía que él la poseyera brutalmente. Una noche fue a acostarse con los pantalones de montar puestos, pero después lo lamentó porque la prenda terminó en el suelo desgarrada de un extremo al otro. El único respiro de Christina era cuando él estaba agotado; pero en general, Philip lo compensaba a la mañana siguiente.
Christina no había visto a Philip durante el día entero. Rashid había cenado con ellos la noche anterior y había regalado a la joven un hermoso espejo con mango tallado. Ella le había dado un beso fraternal en la mejilla, como reconocimiento por el regalo. Philip se había mostrado hosco y taciturno el resto de la velada.
Se preguntaba cuál era la causa de la reacción de Philip mientras miraba de prisa hacia el corral donde Saadi esperaba para acompañarla en su paseo diario. En la prisa no vio a Nura que se apartaba del fuego; Christina chocó con la joven y la arrojó al suelo.
-Lo siento -jadeó Christina, mientras extendía la mano-. Vamos, permíteme ayudarte.
-No me toques -zumbó Nura, la voz cargada de odio-. ¡Mujer perversa! Con tu magia conseguiste que Abu te desee. Pero yo romperé el encanto. Abu no te ama. Pronto te echará de su lado y me desposará. Aquí nadie te quiere. ¿Por qué no te marchas?
Christina no supo qué decir. Necesitaba evitar el odio que veía en lo ojos de Nura. Nunca había imaginado que los celos podían provocar un sentimiento tan intenso. Corrió hacia los caballos y vio Saadi que esperaba; en su rostro se veía una expresión de asombro ante las palabras de su hermana. Comenzó a decir algo a Christina, pero ella montó de prisa a Cuervo y sin perder un segundo salió del campamento.
Saadi montó e hizo todo lo posible para alcanzar a Christina. Sabía que el jeque Abu lo despellejaría vivo si algo le ocurría a su mujer. Ella descendía tan velozmente la colina que fácilmente podía caer del caballo y herirse. Sería culpa de Nura, que la había perturbado; pero Saadi tendría que afrontar la responsabilidad.
-Ah, esa Nura! Saadi le haría pagar caro su desplante. La obligaría a comprender que el jeque se sentía feliz con esta extranjera, a pesar de que aún no la había desposado. Nura debía renunciar a sus esperanzas.
-Christina tenía la visión enturbiada por las lágrimas. No lloraba a causa de las palabras de Nura, porque poco le importaba que Philip la amase o no. Lloraba porque Nura la odiaba y porque ella no tenía la culpa de lo que ocurría. De buena gana Christina habría dejado el lugar de esposa o amante de Philip. De buena gana se habría marchado del campamento. No había pedido a nadie que la secuestrasen.
Christina contuvo a Cuervo al pie de la colina, para enjugarse las lágrimas antes de continuar la marcha. Deseaba internarse en el desierto hasta donde Cuervo pudiese llevarla, y no le importaba lo que le ocurriese.
De pronto, a lo lejos vio a dos jinetes. Se habían detenido, y eran dos figuras inmóviles al pie de las montañas. Christina pensó cabalgar hacia ellos, y de pronto el más alto de los dos hombres se acercó.
Podía ser Philip o Rashid, porque era demasiado alto para tratarse de otra persona. No podía reconocerlo, porque aún estaba lejos y la kufiyab disimulaba los rasgos.
Si era Philip, ella no podría evitarlo. Oyó el ruido de los cascos del caballo que montaba Saadi y al volverse vio los ojos inquietos del joven.
-Deseo pedir disculpas por mi hermana - Consiguió decir Saadi cuando recuperó el aliento-. No tenía derecho de decir lo que te dijo, y por eso la castigaré.
-Está bien, Saadi. No deseo que castigues a Nura por mí. Comprendo sus sentimientos.
Cuando volvió los ojos hacia el lugar donde había visto a los dos hombres, Christina advirtió que ambos habían desaparecido. Continuó el paseo acostumbrado con Saadi y antes del anochecer regresó al campamento.
Cuando Christina entró en la tienda encontró a Philip que la esperaba para ir al pozo del baño. Philip parecía estar de buen humor, y cuando ella pasó a su lado, para buscar las toallas y el jabón, le aplicó una palmada en las nalgas. Christina no le preguntó si él era uno de los hombres a quienes ella había visto en el desierto. Philip había dicho muchas veces que no le agradaba que lo interrogasen.
Hacia el final de la mañana siguiente, Christina estaba remendando el ruedo de una de sus faldas cuando Amine entró en la tienda. Se detuvo frente a Christina, retorciéndose las manos.
Una angustia terrible oprimió el corazón de Christina. Comprendió que tenía que haber ocurrido algo muy grave, pero ella misma no sabía por qué experimentaba un dolor tan profundo.
-¿Qué pasa, Amine? -exclamó-. ¿Le ocurrió algo a Abu?
-No -contestó Amine, y una lágrima se deslizó en su mejilla-. Es su padre... el jeque Yasir Alhamar ha muerto.
-¡Pero es imposible! -exclamó Christina, que se incorporó de un salto-. Yasir estaba muy bien ayer, y todos estos meses se ha recuperado mucho. Yo... ¡no lo creo!
Christina salió corriendo de la tienda, indiferente a los gritos de Amine. Pero antes aún de entrar en la tienda de Yasir y encontrarla vacía, comprendió que Amine había dicho la verdad. En efecto, estaba muerto. Christina lloró y las lágrimas cayeron incontenibles mientras ella miraba las pieles de oveja sobre el piso que apenas la víspera habían sido el lecho del anciano. Se arrodilló, y acarició los suaves vellones. Ella había acabado por amar a Yasir y él había muerto.
Notó los brazos de Amine, que la ayudó a incorporarse.
-Ven, Christina, no es bueno que permanezcas aquí. -Amine la condujo de regreso a su tienda, y se sentó con ella en el diván, apretándola fuertemente contra su propio cuerpo para reconfortarla. Guardó silencio mientras Christina lloraba-. El jeque Yasir murió mientras dormía, durante la noche. Rashid lo descubrió por la mañana temprano y él y el jeque Abu fueron a enterrarlo al desierto.
-¿Por qué no me lo dijeron antes? -preguntó Christina. -Era un asunto privado entre dos hijos y su padre. El jeque Abu no deseaba que te molestasen.
-¿Dónde está ahora Abu? -preguntó Christina, que comprendía muy bien cómo debía sentirse Philip.
Recordó el sufrimiento que ella había experimentado cuando había perdido a sus dos padres. Por extraño que pareciese, deseaba reconfortar a Philip, abrazarlo y compartir su dolor.
-Cuando Rashid volvió al campamento dijo que Abu fue a cabalgar por el desierto, y después... después también Rashid se marchó.
Christina esperó pacientemente el regreso de Philip. Trató de mantenerse atareada, para evitar pensar en Yasir; pero era imposible. Veía constantemente su rostro, como se le aparecía siempre que ella entraba en la tienda del anciano. Continuaba oyendo su voz cuando él conversaba afectuosamente de Philip.
La luna se elevó sobre las montañas y proyectó una suave luz grisácea que se filtraba suavemente a través de los árboles de enebro que rodeaban el campamento. Philip estaba de pie frente al fuego y calentaba sus miembros agotados.
Había necesitado la mayor parte del día, horas y horas de desenfrenada cabalgada a través del desierto, para reconciliarse con la muerte de Yasir. Ahora pensaba que era mejor que el fin hubiese sobrevenido. Yasir siempre había vivido una vida muy activa, y los meses que habían transcurrido después de su enfermedad lo habían convertido en un inválido irritado por su propio encierro.
Philip hubiera deseado pasar más tiempo con Yasir; pero se sentía agradecido por esos años que la vida le había concedido. Tenía muchos recuerdos afectuosos que lo sostendrían el resto de su vida, pues él y Yasir habían tenido una relación más estrecha de la que suele darse entre padre e hijos; habían sido buenos amigos; y compartido muchas cosas.
Después de alimentar y cepillar a Victory, Philip atravesó con paso rápido el campamento dormido, y se acercó a su tienda. Se sentía física y mentalmente agotado, y ansiaba sentir la presencia cercana de Christina.
Philip fue directamente al dormitorio, pero lo halló vació. Muchos sentimientos se expresaban en su rostro... sufrimiento, cólera, pesar; en efecto, se preguntaba por qué había elegido precisamente ese momento para huir.
Pensó: Maldición, cuánto más tendré que sufrir antes de que acabe este día. Se volvió con su movimiento brusco, y salió corriendo de la tienda mientras se preguntaba qué delantera llevaba Christina. Una voz suave lo detuvo antes de que hubiese llegado a la entrada.
-Philip, ¿eres tú?
Philip sintió que había apartado de su pecho un terrible peso, y se acercó lentamente al diván. Christina estaba recostada, la cabeza apoyada en una mano, los pies protegidos por una gruesa piel de oveja. Lo miraba con una expresión inquieta en el hermoso rostro.
Se sentó al lado de la joven y vio que tenía los ojos enrojecidos por el llanto. Christina extendió lentamente una mano y habló en voz baja.
-Lo siento, Philip.
-Ahora estoy bien, Tina. Lo lloraré un tiempo, pero lo peor ha pasado y tengo que continuar viviendo mi vida.
Miró los Ojos de Christina y comprendió que también ella sufría. No sabía que había amado tanto a Yasir. Philip la abrazó y la sostuvo tiernamente contra su pecho, y Christina volvió a llorar.
Durante los días que siguieron, el campamento mantuvo una extraña suerte de duelo. No había gritos de alegría ni conversaciones en voz alta.
A su modo Amine trató de reconfortar a Christina. Y Christina se sentía agradecida de tener una amiga con quien poder conversar. De no haber sido por Amine y sus hijos, se habría sentido realmente muy sola.
Aparentemente, Christina no lograba arrancar a Philip del abismo de depresión en que había caído. Christina charlaba acerca de esto y aquello siempre que él estaba cerca, pero Philip se limitaba a permanecer sentado y a mirar fijamente el vacío, como si ella no estuviese allí. Contestaba a las preguntas de Christina y la saludaba, pero eso era todo. Christina recordaba que ella había pasado por lo mismo después de la muerte de sus propios padres; pero John la había ayudado a superar el momento. Ella misma no sabía cómo ayudar a Philip.
De noche, cuando se acostaban, Philip la abrazaba y eso era todo. Christina comenzaba a sentirse cada vez más nerviosa. Se preguntaba a cada momento cuándo volvería a poseerla. Pensaba que la situación actual no le agradaba, porque no estaba acostumbrada a esta actitud de Philip.
Trató de imaginar modos de arrancarlo de su depresión, pero no los halló. Además, ¿no había deseado que él sufriera? Sí, era lo que ella había deseado antes; pero ahora no lo quería. Le dolía ver desgraciado a Philip y ella misma no comprendía la razón de su propia actitud.
CAPITULO 16
Habían pasado cinco días después de la muerte de Yasir, y la tensión comenzaba a agotar a Christina. Philip había salido a cazar, y ella no sabía cuándo podría regresar. Había preferido permanecer en la tienda los últimos días, pero ahora ya no podía soportar más el encierro.
Salió de la tienda, buscó a Ahmad, y le pidió que preparase a Cuervo. Después, se puso rápidamente la túnica y los pantalones de montar y cuando llegó al corral Ahmad ya estaba preparado para partir.
-Es bueno que reanudes tus actividades -dijo el joven con una ancha sonrisa, mientras la ayudaba a montar.
-Sí, así es -replicó Christina. Pero no todas las actividades, pensé para sí, recordando las noches tranquilas que había pasado últimamente.
Marcharon al paso de los caballos hasta la ladera, pero cuando llegaron a las primeras estribaciones Christina obligó a Cuervo a iniciar un rápido galope. Ahmad estaba acostumbrado al modo de cabalgar de Christina y consiguió permanecer al lado de la joven.
Habían cabalgado por lo menos media hora y se habían internado bastante en el desierto cuando Christina divisó a cuatro hombres a caballo que se acercaban rápidamente. Habían aparecido súbitamente y muy pronto estuvieron cerca.
Christina detuvo a Cuervo, y al volverse vio que Ahmad empuñaha el rifle. Pero antes de que el joven hubiese tenido tiempo de oprimir el disparador, un tiro atravesó el aire, y Christina sintió una oleada de náusea cuando Ahmad cayó lentamente del caballo, el pecho cubierto de sangre.
-¡Oh, Dios mío... no! -gritó, pero Ahmad yacía inmóvil sobre la arena caliente.
Christina obligó a Cuervo a volver grupas y lo lanzó al galope.
Hubiera deseado auxiliar a Ahmad, pero ahora tenía que pensar en sí misma. Oyó el ruido de los cascos detrás y comprendió que se acercaban y convergían sobre ella. Un brazo se cerró alrededor de su cintura, la arrancó de¡ caballo, y la tiró sobre otro. Se debatió fieramente, y se sintió un poco mejor cuando cayó de espaldas sobre la dura arena.
El hombre que la había arrancado del caballo desmontó y se aproximó con paso lento a Christina. Tenía una expresión irritada y feroz en su rostro barbudo.
Christina sintió que el corazón le latía dolorosamente cuando se incorporó y echó a correr, pero antes de que hubiese avanzado tres o cuatro metros el hombre la alcanzó y de una bofetada brutal la derribó. Asiéndola por la túnica la levantó y la golpeó dos veces más, y después la soltó como si hubiese sido una cosa repugnante. Christina lloraba histéricamente cuando hundió el rostro en la arena, de modo que éste no pudiese pegarle otra vez.
Christina oyó voces lejanas que disputaban, pero parecían sonidos muy distantes. Estaba aturdida, y durante un momento no supo dónde se encontraba, o por qué lloraba. Pero la conciencia de su situación se restableció cuando con gesto cauteloso alzó la cabeza y vio el cuerpo inerte de Ahmad a pocos metros de distancia.
Dios mío, ¿por qué habían tenido que matarlo? Unos metros más lejos, tres de los hombres esperaban montados en sus caballos y uno de ellos hablaba con dureza al individuo que la había golpeado.
Amair Abdalla desmontó y se acercó a la mujer que yacía sobre la arena. Se compadeció cuando la obligó a volverse y le vio la cara ya descolorida e hinchada. Le habían dicho que esa mujer era muy bella, pero ahora tenía el rostro sucio de arena y surcado por vanas heridas donde habían corrido las lágrimas. ¡Ese bastardo de Cassim! Todo había ocurrido con tal rapidez, que Amair no había podido impedirlo. Tenían prisa, de modo que no podía castigar ahora a esa bestia. Cassim siempre había sido un hombre cruel. Su esposa había estado dos veces al borde de la muerte a causa de la crueldad y los golpes de Cassim.
El jeque Alí Hejaz no vería con buenos Ojos que hubiesen golpeado a esta mujer. Christina Wakefield era importante en muchos sentidos para el jeque Alí; y había impartido órdenes rigurosas de que no se la dañara.
Se ocuparían de Cassim cuando regresaran al campamento... y él lo sabía. Pero ahora, tenían que darse prisa. El plan no contemplaba un enfrentamiento con los hombres del jeque Abu, y Amair no deseaba una lucha mano a mano con aquel hombre. Hubiera significado una muerte segura.
Habían pasado unos instantes desde el momento en que el joven había obligado a Christina a volverse. Le había mirado el rostro, y ella vio compasión en sus ojos castaños. ¿Qué ocurriría ahora? Quizá no volverían a golpearla... por lo menos no ahora. Christina trató instintivamente de evitar el contacto con el hombre que se inclinaba para alzarla. El árabe la llevó adonde estaban los caballos, la depositó sobre un pequeño corcel y montó detrás. Los tres hombres restantes estaban esperando y un momento después el grupo se alejó al galope.
Christina cerré los ojos cuando pasaron al lado del cuerpo de Ahmad. Pobre Ahmad. Era apenas un poco mayor que ella, y ahora su vida había terminado. Los cuatro hombres abandonaron a su suerte a Cuervo y al caballo de Ahmad. Si eran ladrones, ¿por qué no se llevaban también los caballos?
¿Quiénes eran? No podían saber que Christina era mujer, a causa del modo en que vestía. Entonces, ¿por qué no habían disparado contra ella? No era posible que hubiesen venido a rescatarla, porque nadie sabía que estaba aquí. Además, si el propósito hubiera sido devolverla a su hermano, no la habrían golpeado. En realidad, el asunto no tenía sentido.
Era muy probable que esos hombres perteneciesen a la tribu vecina acerca de la cual Philip la había advertido. ¿Quizá todos la usarían, y después la venderían como esclava? ¡Philip nunca lograría encontrarla!
Philip; ¿dónde estás? ¡Tienes que descubrirme! Pero, ¿qué estaba pensando?, ¿acaso no había ansiado separarse de Philip?
Por lo menos, mi nuevo amo jamás podrá obligarme a ceder sólo con tocarme, como hace Philip. Otro hombre no excitará mis deseos como Philip. Y de pronto comprendió lo que acababa de pensar.
¡Lo amo! Siempre lo amé, y no lo sabía. Christina, eres una tonta, una perfecta tonta. Luchaste contra Philip todos estos meses y quisiste volver a casa, y en realidad siempre lo amaste. Tal vez nunca vuelvas a verlo, y Philip todavía cree que lo odias.
Pero, ¿qué ocurrirá si él no acude a salvarme? ¿Qué ocurrirá si se alegra de mi desaparición, porque ahora nunca más podré molestarlo? ¿Podría criticarlo, después del modo en que lo traté? Oh, no, tiene que venir a buscarme; es necesario que me salve, porque así podré decirle que lo amo. ¡Y tiene que llegar muy pronto, antes de que sea demasiado tarde!
Cuando Yasir murió y yo sentí deseos de reconfortar a Philip tendría que haber comprendido que lo amaba. Se necesitó una pesadilla para que yo viese la verdad, y ahora quizá sea demasiado tarde. ¡Oh, Dios mío, dame otra oportunidad!
Estaba oscureciendo, y el grupo continuaba avanzando al galope, como si el demonio en persona los persiguiera. Tampoco esa actitud tenía sentido. Si estos cuatro hombres pertenecían a la tribu vecina, de la cual Philip había hablado, hubieran debido internarse en las montañas, y ya habrían llegado a su campamento.
Seguramente ella se equivocaba. Habían cabalgado junto a las montañas, pero ahora, cuando la luna vino a iluminar el camino, se desviaron y comenzaron a internarse en el desierto. ¿Adónde la llevaban? ¿Y qué le ocurriría cuando llegasen a su destino?
Chritina recordaba el día, de eso hacía mucho tiempo, en que se había formulado las mismas preguntas; pero entonces el secuestrador había sido Philip. Ella lo había odiado realmente esas primeras semanas, después de llegar al campamento. Phillp la había despojado de todo lo que ella amaba. Había manipulado a muchas personas para atraerla a este país. Pero todas las jóvenes dejan detrás lo que conocen cuando se casan. Lleva tiempo acostumbrarse a la nueva vida.
Bien, se había acostumbrado... demasiado, a decir verdad. Y en su corazón experimentaba un sentimiento de temor y de vacío ante la perspectiva de no ver jamás de nuevo a Philip. Era algo peor que el dolor que sentía en el rostro hinchado con cada movimiento del caballo. Cerró los ojos para evitar el sufrimiento y al rato se adormeció.
El sonido de voces estridentes despertó a Christina. La bajaron del caballo. Se preguntó qué había ocurrido hasta que vio los rostros desconocidos alrededor y sintió el dolor en la cara. El sol estaba muy alto, y hacía un calor intenso que brotaba de la arena misma, y obligaba a Christina a entornar los párpados para evitar el encandilamiento.
Antes de que introdujesen a Christina en una pequeña tienda, examinó rápidamente el campamento. Estaba en un oasis del desierto. Dos enormes palmeras se elevaban sobre seis tiendas pequeñas, y la joven alcanzó a ver cabras, ovejas y camellos pastando a pocos metros de distancia.
En el interior de la tienda, Christina necesitó unos instantes para acostumbrarse a la oscuridad. Vio a un anciano sentado sobre un almohadón, detrás de una mesa baja cubierta de cuencos con
alimentos.
El viejo ni siquiera la había mirado todavía. Continuaba comiendo y Christina examinó la tienda. Había algunos almohadones aquí y allá, y ella vio un gran arcón en un rincón, pero no había sillas para sentarse ni alfombras que cubriesen la arena.
Cuando Christina volvió los ojos hacia el anciano, advirtió que estaba hundiendo los dedos en un pequeño cuenco de agua, como ella hacía muchas veces después de concluir una comida con Philip. Ahora él la miró, y los ojos castaños expresaron irritación cuando vio el rostro lastimado. Christina se sobresaltó cuando el viejo descargó el puño sobre la mesa y todo los cuencos saltaron en el aire.
Estaba vestido con una túnica de colores y en la cabeza tenía la kufiyab, y Christina vio que bajo la mesa asomaban sus pies desnudos. Cuando el hombre se puso de pie, pareció que no era más alto que la misma Christina, pero cuando habló, su voz tenía acentos autoritarios.
Habló duramente al joven que estaba con Christina, y ella llegó a la conclusión de que ese anciano era el jeque de la tribu. El viejo y el joven intercambiaron frases acaloradas, incomprensibles para Christina; y después, el joven la llevó detrás de una cortina, en un rincón de la tienda.
El pequeño espacio apenas alcanzaba para acostarse. Una piel de oveja cubría la arena, y Christina quedó allí, a solas.
Pocos minutos después una anciana apartó las cortinas y trajo una bandeja con un gran cuenco con comida y una copa de vino. La mujer depositó la bandeja en la arena, entregó a Christina una toalla húmeda, con un gesto le señaló la cara, y después se marchó.
Christina se limpió la cara con la toalla, pero no pudo eliminar toda la suciedad pegada a los párpados hinchados. La comida tenía mucha grasa, pero felizmente era blanda, porque también le dolía masticar. El vino tenía un excelente sabor, pero ella se sintió extrañamente fatigada después de beberlo. Christina hizo todo lo posible para mantenerse despierta, porque deseaba estar preparada para lo que podría ocurrirle; pero no logró mantener abiertos los ojos ni pensar de un modo coherente y poco después se sumió en profundo sueño.
Cuando Amair Abdalla dejó a la mujer en la tienda del jeque Alí Hejaz, fue a decirle a Cassim que el jeque deseaba verlo; después, caminó directamente hacia la tienda de su propio padre. No compadecía a Cassim, porque lo que le ocurriera sería por su propia culpa. El jeque Alí estaba más enojado de lo que Amair había previsto, y era probable que Cassim pagara con la vida su brutalidad.
-Amair, ¿todo fue bien? -preguntó su padre, Cogia Abdalla, cuando Amair entró en la tienda que ambos compartían.
-Sí, padre, todo se hizo de acuerdo con el plan -replicó Amair con expresión de desagrado. Se sentó sobre el cuero de oveja que era su lecho, y se apoderó del odre de vino que estaba al lado-. Pero te diré lo siguiente... no me agrada lo que me ordenaron hacer. Esa mujer no cometió ningún delito, y no debe convertirse en objeto de venganza. Ya sufrió bastante, pues Cassim la golpeó antes de que yo pudiese impedirlo.
-¡Cómo! Ese maldito...
-¿Comprendes, padre? -lo interrumpió Amair-. Nada de todo esto debió ocurrir. Cassim hirió de un balazo al hombre que acompañaba a Christina Wakefield. Ojalá lo encuentren antes de que muera, porque es Ahmad, el hermano del marido de Amine. Si Ahmad muere, Syed nos odiará y jamás volveremos a ver a mi hermana Amine.
-Yo tendría que haber previsto que este plan no era bueno -dijo Cogia, con expresión de desaliento en el rostro-. Nunca debía permitir que participaras. Ojalá este odio termine de una vez, y yo pueda ver nuevamente a mi hija. Amine seguramente ya tiene hijos y yo no los conozco. ¡Tal vez nunca vea a mis nietos!
-Aun así, padre, jamás debimos aceptar este plan. El jeque Abu nada tuvo que ver con lo que ocurrió todos estos años. Él vivía del otro lado del mar. No creo que deba ser víctima de la venganza del jeque Alí, ahora que el jeque Yasir ha muerto.
-Lo sé, hijo mío, pero, ¿qué podemos hacer? Quizá el jeque Abu no caiga en la trampa -dijo Cogia.
Miró hacia la puerta de la tienda. En el centro del campamento, tres niños jugaban con un corderito. Cogia deseaba intensamente ver a su propia hija y a los nietos.
-Vendrá -replicó Amair-. Y si trae a los hombres de su tribu, se derramará inútilmente mucha sangre por algo que ocurrió hace veinticinco años. Y ninguno de los hombres que muera habrá tenido nada que ver con eso.
Y en efecto, Philip llegó menos de una hora después. Vino solo, y se maldijo por eso cuando comprendió el peligro que afrontaba.
Philip había regresado al campamento, y allí le dijeron que Christina había salido a caballo con Ahmad. Se alegraba de que ella hubiera decidido reanudar sus cabalgatas diarias, y comprendía que era hora de que él dominase su propia depresión. Su padre había muerto, pero él aún tenía a Christina.
Pensó en Christina mientras se paseaba de un extremo al otro de la tienda, esperando su regreso. Pero cuando el sol comenzó a ocultarse y no tuvo noticias de la joven, un horrible temor comenzó a dominarlo. Salió corriendo de la tienda y al ver a Syed junto al corral le ordenó que lo siguiese.
Philip obligó a su caballo a galopar frenéticamente cuesta abajo, mientras Syed trataba de mantener la misma velocidad. Después de cabalgar un rato en la dirección que solía tomar Christina, Philip vio dos caballos detenidos, uno al lado del otro. Palideció intensamente cuando se acercó un poco y vio un cuerpo inmóvil en la arena.
Desmontó del caballo y corrió adonde estaba Ahmad. El proyectil había entrado en la región inferior del pecho de Ahmad; había perdido mucha sangre, pero aún vivía. Llegó Syed, y los dos hombres consiguieron que Ahmad bebiese un poco de agua. Finalmente, abrió los ojos. Miró primero a Philip, y después a Syed, y trató de sentarse, pero estaba demasiado débil a causa de la pérdida de sangre.
-¿Puedes hablar, Ahmad? -preguntó Philip-. ¿Puedes decirme qué ocurrió?
Ahmad miró a Philip con ojos vidriosos.
-Cuatro hombres del desierto se acercaron velozmente. Yo... apunté el rifle, pero me dispararon. Sólo eso recuerdo. -Ahmad trató de mirar alrededor, y cuando vio el caballo de Christina volvió a apoyar la cabeza en la arena--. ¿Se la llevaron?
-Así parece -replicó Phllip. Tenía el cuerpo tenso, preparado para combatir. Miró al hermano mayor-. Syed, lleva a Ahmad de regreso al campamento. Maidi sabrá qué hacer por él. No sé cuánto tardaré, pero no me sigáis. Encontraré a Christina, y el hombre que hirió a tu hermano morirá.
-Alá sea contigo -replicó Syed mientras Philip montaba su caballo.
Aún eran visibles las huellas de los cuatro caballos de los secuestradores, porque no había soplado viento que las cubriese con arena. Philip siguió las huellas con una velocidad que Victory jamás había alcanzado antes. Imaginaba constantemente el rostro atemorizado de Christina y rogaba que la hallase a tiempo, antes de que.los hombres la violasen y la vendieran.
jamás hubiera debido permitirle que cabalgase en el desierto. Si la hubiese obligado a permanecer en el campamento, ahora la tendría con él, y no temería por la vida de la muchacha. ¡Dios mío, haz que la encuentre a tiempo!
Philip sintió que se le encogía el corazón cuando trataba de imaginar lo que sería su vida sin Christina. Imagino el lecho vacío que había compartido con ella, la tienda vacía adonde siempre ansiaba regresar, el cuerpo bello y suave que lo tentaba tan fácilmente. ¿Acaso era posible que otra mujer ocupase jamás el lugar de Christina? No podía soportar la idea de que nunca volvería a verla.
Si sentía así, seguramente era porque la amaba.
Philip nunca había creído que podía llegar a enamorarse. ¡Qué tonto había sido! Pero, ¿qué ocurriría si no podía hallar a Christina? Lo que era peor, ¿qué ocurriría si ella no deseaba que la encontrase? Bien, la hallaría o moriría en el intento, y si era necesario la obligaría a regresar con él. Prefería vivir con su odio que sobrevivir sin ella. Quizás un día ella llegase a devolverle ese amor.
Philip agradeció al destino la luna llena que iluminaba bastante bien las huellas. Las horas pasaban lentamente, dominadas por sombríos pensamientos, y el sol estaba alto cuando Philip vio a lo lejos el campamento de una tribu del desierto. Las huellas que él seguía conducían directamente al campamento. Pensó: Ahora falta poco, Christina. Te encontraré y volveremos a casa.
Philip acortó la marcha de su caballo y entró en el campamento. Cuando contuvo a Victory en el centro del campamento se acercaron varios hombres.
-Busco a cuatro hombres y una mujer -dijo Philip en árabe-. Vinieron aquí, ¿no es así?
-Abu Alhamar, has llegado al lugar justo. Desmonta y ven conmigo.
Philip se volvió para mirar al hombre que había hablado. Un rifle le apuntaba a la espalda, de modo que no tenía mucho que elegir.
-¿Cómo sabes quién soy?
-Te esperábamos. Ven conmigo.
Philip desmontó, y el hombre lo empujó con el rifle en dirección a la entrada de una tienda. Otros hombres armados caminaron detrás, preparados para responder al más mínimo movimiento de Philip. Philip se preguntó: ¿Cómo demonios saben quién soy?
Un anciano que estaba al fondo de la tienda se puso de pie y miró a Philip.
-Jeque Abu, no tardaste mucho en llegar. Esperé mucho tiempo este momento.
-¿Qué demonios significa esto? -preguntó Philip-. ¿Cómo sabes quién soy? jamás te había visto antes.
-Me has visto antes, pero no lo recuerdas. ¿No oíste hablar de mí? Soy Alí Hejaz, jeque de esta tribu, y tío de Rashid, tu medio hermano. ¿Ahora me conoces?
-Oí mencionar tu nombre, pero eso es todo. ¿Por qué me esperabas?
-¡Ah, veo que tu padre te ocultó la verdad! Ahora te relataré la historia completa, y así comprenderás por qué voy a matarte en venganza por la muerte de mi hermana.
-Seguramente estás loco -dijo Philip riendo-. Nada te hice. ¿Por qué quieres que yo muera?
-No estoy loco, Abu Alhamar. -Alí Hejaz hablé con voz serena, saboreando su momento de triunfo-. Pronto sabrás por qué tienes que morir. Sabía que caerías en mi trampa, porque tengo a tu mujer.
¿Dónde está? -estalló Philip-. Si la has herido...
-Todo a su tiempo, Abu -lo interrumpió Alí Hejaz-. La verás más tarde, y por última vez. No temas por ella, porque en mi campamento no sufrirá ningún daño. Estoy agradecido a Christina Wakefield que te atrajo aquí. Después, la devolveré a su hermano a cambio de la recompensa.
-¿Cómo sabes acerca de ella? -preguntó Philip.
-¡Cuántas preguntas haces! Mira, Rashid me visita de vez en cuando. Mencionó que habías regresado de Inglaterra, y que tenías por amante a una extranjera. ¡Y ahora parece que he salvado de su secuestrador a Christina Wakefield! -Alí hizo una pausa. Cuando volvió a hablar, su voz expresaba profunda cólera-. Hace poco me enteré de la muerte de Yasir. Me he sentido frustrado, porque deseaba matarlo personalmente. Y bien, tú, su hijo bienamado, ocuparás su lugar.
-¿De qué acusas a mi padre? -preguntó Philip-
Alí Hejaz sirvió dos copas de vino y ofreció una a Philip. Éste rehusó, y Alí sonrió.
-Será tu último sorbo de vino... propongo que lo beba!. Te aseguro que no está envenenado. Me he propuesto matarte con métodos más lentos y crueles.
-Acaba con tus explicaciones, Hejaz. Deseo ver a Christina -replicó Philip.
Aceptó el vino, y con gesto burlón ofreció un brindis al anciano. -Veo que aún no me tomas en serio. Sin embargo, cambiarás de actitud cuando comience tu muerte lenta. Sea como fuere, tienes derecho a saber por qué morirás.
Alí hizo una pausa y bebió un sorbo de la copa que sostenía en la mano.
-Hace mucho tiempo, tu padre y yo éramos íntimos amigos. Yo habría hecho lo que fuese necesario por Yasir. También conocía a tu madre, y estaba con Yasir cuando tú naciste. Entonces, me alegré por tu padre. Había tenido dos hermosos hijos y una mujer a quien amaba más que a su propia vida. Recuerda que yo te tenía sobre mis rodillas cuando apenas habías cumplido tres años, y te contaba cuentos, ¿lo recuerdas?
-No.
-No creí que recordaras. Fueron años felices... hasta que tu madre se marcho. Era una buena mujer, pero destruyó a Yasir. Él jamás volvió a ser el mismo. Se había ido su esposa, y con ella los dos hijos. Yasir sintió que ya no tenía motivo para vivir. Compartí su sufrimiento tres años, porque yo amaba a Yasir como a un hermano. Abrigaba la esperanza de que olvidaría a tu madre, y de que nuevamente hallaría la felicidad. Yo tenía una hermana llamada Margiana, una bella muchacha que adoraba a Yasir, y propuse a Yasir que se casara con ella.
-Pero mi madre y mi padre aún estaban casados. ¿Cómo podría desposar a tu hermana? -interrumpió Philip.
-Tu madre se había marchado y no pensaba regresar. Era como si hubiese muerto. Yasir tenía derecho a casarse nuevamente. Podía iniciar una nueva vida y engendrar hijos, hijos que crecerían hasta convertirse en hombres. Yasir aceptó desposar a mi hermana. Por entonces yo tuve que salir de viaje y pedí a Margiana que no se casara hasta mi regreso. Pero ella rehusó esperar.
-Fui herido mientras viajaba y guardé cama varios meses. Me llevó casi dos años encontrar a mi hermana y a la tribu de Yasir. Rashid, hijo de mi hermana, tenía entonces un año.
-Y así pasaron los años y yo creía que mi hermana era feliz. Yasir aún se sentía muy desgraciado. No amaba a Rashid como te había querido a ti. Sin embargo, cuando yo visitaba a mi hermana, ella se comportaba como si hubiera sido una mujer satisfecha y feliz.
-Hace varios años vino a verme mi hermana y al fin dijo la verdad acerca de su supuesto matrimonio. En el último momento Yasir había rehusado desposarla. Pero la noche que ellos hubieran debido casarse él se emborrachó y la violó. Cuando unos meses después ella descubrió que estaba embarazada rogó a Yasir que la desposara. Pero él continuó negándose. No podía olvidar a tu madre. Margiana se sintió avergonzada, porque no estaba casada y por eso mintió y me indujo a creer que era feliz. Yasir nunca volvió a poseerla, pero permitió que ella y Rashid viviesen en su tribu. Ella lo amaba y él la trataba como si ella hubiese sido la última escoria.
-Después que mi hermana me reveló la verdad, se suicidó. Fue como si el propio Yasir le hubiese clavado el cuchillo. Mató a mi hermana, y aquel día juré venganza. Esperé, pero Yasir conocía el odio que yo le profesaba y nunca se aventuraba solo fuera de su campamento. Nunca olvidó que yo estaba esperándolo, y por mi parte esperé demasiado. Yasir murió siendo un hombre feliz, sin sufrir como sufrió mi hermana.
-Pero todo eso nada tiene que ver conmigo. ¿Por qué quieres matarme? -preguntó Philip.
Creía en esa historia. Yasir había vivido con el recuerdo de su primera y única esposa hasta el día de su propia muerte. Probablemente nunca había sabido que Margiana lo amaba y que por eso padecía.
-Ocuparás el lugar de Yasir -dijo Alí Hejaz-. Tú, su hijo bienamado, el que era todo para él, como mi hermana era todo para mí. Tú, que complaciste a Yasir los últimos años, cuando él hubiera debido sufrir. Tú, el hijo de la mujer que fue culpable de la muerte de mi hermana. Tú, que te pareces en todo a tu padre, pues te posesionas de las mujeres sin matrimonio y las obligas a sufrir. Morirás, y yo al fin seré vengado. -Alí rió, con una risa breve y satánica-. Ah, pero la venganza es dulce; si Yasir estuviese aquí para ver tu muerte, mi felicidad sería perfecta. Y ahora, incluso estoy dispuesto a concederte un último deseo, si es razonable.
-Eres demasiado bondadoso -dijo sarcásticamente Philip. Bien, ahora quiero ver a Christina Wakefield.
-Ah, sí, la mujer. Te dije antes que la verías, ¿verdad? Pero primero quiero advertirte. Me temo que sufrió un pequeño accidente antes de llegar aquí.
-¿Accidente? ¿Dónde está? -preguntó Philip.
Alí Hejaz hizo un gesto a uno de los hombres que estaban detrás de Philip. El individuo alzó una cortina que colgaba al fondo de la tienda.
Philip vio a Christina acurrucada en el suelo. -¡Oh, Dios mío! -exclamó.
Se inclinó para tocarla, pero ella no se movió.
-Me pareció que era mejor drogarla unos días, hasta que se aliviase la inflamación -dijo detrás la voz de Alí.
Philip se incorporó y se volvió con movimientos muy lentos para encararse con el anciano. Los músculos de las mejillas se le contraían a causa de la cólera violenta que estaba consumiéndolo.
-¿Quién hizo esto? -dijo con voz contenida, tratando de dominar sus sentimientos-. ¿Quién le hizo esto?
-No debió ser así. El hombre que la golpeó siempre se mostró cruel con las mujeres. Cuando ella huyó, ese hombre se enfureció y la golpeó antes de que mis hombres pudiesen detenerlo. Naturalmente, morirá. Di orden estricta de que no dañasen a la mujer, y él me desobedeció. Todavía no he decidido cómo morirá, pero está condenado.
-Entrégamelo -dijo sombríamente Philip. -¿Qué?
-Entrégame al hombre que hizo esto. Me concediste un ruego. Quiero al hombre que la golpeó.
Alí miró incrédulo a Philip y los ojos ancianos cobraron una expresión fija.
-¡Por supuesto! Es justo que se te conceda ese honor. No dudo de que vencerás, pero será una lucha justa. Combatiréis con cuchillos, ahora mismo, en el centro del campamento. Cuando Cassim haya muerto, tú morirás de muerte más lenta.
Philip salió de la tienda en pos del anciano. Un solo pensamiento dominaba su mente: matar al hombre que se había atrevido a lastimar a Christina.
-Traigan a Cassim y explíquenle lo que le espera -ordenó Alí.
Alí extrajo del cinto su propio cuchillo y se lo entregó a Philip. -Terminada la pelea arrojarás el cuchillo sin ofrecer resistencia. Si no procedes así, Christina Wakefield nunca volverá con su hermano y será vendida como esclava. ¿Me comprendes?
Philip asintió y tomó el cuchillo. Lo fijó en su cinturón, y tras quitarse la túnica empuñó el cuchillo con la mano derecha. Retiraron a Cassim de una tienda vecina; en su rostro se manifestaba claramente el miedo. Lo arrastraron hacia el lugar donde estaba Philip.
-No combatiré contra este hombre -gritó Cassim-. i Si tengo que morir, dispárame un tiro!
-Pelea como un hombre. ¡De lo contrario te arrancaré el corazón del cuerpo! -gritó Alí.
Philip no experimentó compasión por el hombre que lo miraba temeroso. El rostro hinchado de Christina era lo único que él veía.
-¡Prepárate para morir, torturador de mujeres!
Dejaron en libertad a Cassim, que retrocedió unos pasos, y después se abalanzó sobre Philip. Pero este estaba preparado. Saltó hada un lado y su cuchillo tocó el brazo derecho de Cassim, hiriéndole bajo el hombro. Después, cada uno describió un círculo alrededor del otro, con los brazos extendidos. Cassim amagó de nuevo, con la intención de herir a Philip en el pecho. Pero Philip se movió como el rayo e hirió otra vez a su víctima. El cuchillo cortó el brazo extendido de Cassim, y abrió la carne hasta el hueso. Cassim soltó el cuchillo y miró atónito la herida. Philip descargó una bofetada sobre el rostro de su antagonista y lo derribó al suelo.
Dio tiempo a Cassim para que recuperase el cuchillo, y volvió a atacar. Era evidente que Cassim no sabía manejar bien el cuchillo y su miedo lo convertía en fácil víctima de la destreza de Philip.
Philip conocía muchos trucos que había aprendido de su padre, pero ahora no los necesitaba. El cuchillo de Philip hirió una y otra vez a Cassim, hasta que el árabe quedó cubierto con su propia sangre. Finalmente Philip se cansé del juego y rajó la garganta. Cassim cayó de bruces sobre la arena.
Philip estaba mareado. jamás hubiera imaginado que había en él tanta violencia. ¿Cómo podía matar así a un hombre? De todos modos el hombre hubiese muerto y lo merecía porque había golpeado a Christina; pero haber sido su verdugo repugnaba a Philip. Arrojó el cuchillo al lado del cuerpo de Cassim y se acercó a Alí Hejaz.
-Abu, no pareces complacido. Quizá te sientas mejor si sabes que Cassim también hirió de un tiro a tu compañero de tribu.
-No hay modo de sentirse mejor después de matar a un hombre -replicó Philip.
-Cuando has esperado muchos años para matar a un hombre, como en mi caso, la venganza puede ser agradable -dijo Alí-. Ahora, acompañarás a mis hombres. Recuerda que tienes en tus manos el futuro de Christina Wakefield. Además, he ordenado a mis hombres que disparen si tratas de huir. Una herida en el brazo o la pierna hará más dolorosa tu muerte.
Los hombres se apoderaron de Philip y lo llevaron detrá de la tienda de Alí Hejaz. Allí había cuatro estacas clavadas en la arena y se habían atado cuerdas a cada una de ellas. Philip comprendió entonces cómo moriría.
No ofreció resistencia. Los hombres lo tumbaron de espaldas y lo ataron a las estacas de brazos y piernas. Philip oyó que un hombre murmuraba «Perdóname» y después se alejaba. Otro guardia se acercó a la sombra de la tienda de Alí, y se sentó para vigilar a Philip.
¿Vigilarlo de qué? Philip hubiera deseado saberlo. No podía escapar. Era tarde ya, pero habría sol por lo menos dos horas más. Sintió un poco de hambre, pero aquella era la menor de sus preocupaciones.
Por el momento no sufriría mucho, pero al día siguiente comenzarían sus verdaderos padecimientos. ¿Podría soportarlos ¿Tendría la voluntad necesaria para morir?
Trataría de permanecer despierto durante la noche; era el único modo. Las dos noches y los dos días que había cabalgado sin descanso le permitirían dormir al día siguiente, y quizá moriría muy pronto, por los efectos del sol, sin despertar siquiera.
Pasó una hora, y Philip ya estaba esforzándose para continuar despierto. Una sombra se proyectó sobre él y cuando abrió los ojos vio a Alí Hejaz.
-Creo que es irónico que mueras así ¿verdad? Quisiste vivir bajo nuestro sol y hacer feliz a Yasir; por eso, es propio que mueras bajo nuestro sol. No es un modo agradable de morir. Se te hinchará la lengua. Pero no quiero que te asfixies demasiado pronto. Se te dará agua suficiente para impedirlo. Sufrirás mucho mientras el sol te quema vivo. Y si has pensado permanecer despierto toda la noche y pasar durmiendo la tortura que te espera mañana, tengo que decepcionarte. He añadido una droga suave a tu vino y esta noche dormirás. -Alí se echó a reír porque acababa de destruir la única esperanza de Philip-. Pareces sorprendido, Abu. Pero mira, lo he pensado todo. Sí, mañana despertarás al amanecer. Duerme bien, Abu. Será tu última noche.
Dicho esto dejó a Philip entregado a sus pensamientos.
Philip tiró con todas sus fuerzas de las sogas pero no había modo de huir. Poco después se durmió.
CAPITULO 17
El dolor en los ojos despertó a Philip. Cuando los abrió, contempló el sol de mediodía y durante un instante la luz lo cegó. Se preguntó un momento por qué había dormido al aire libre hasta que intentó incorporarse y sintió el dolor en los hombros.
«Bien... el sol ya estaba haciendo su efecto», pensó. Se miró el pecho y los brazos quemados. Por lo menos Hejaz se había equivocado en una cosa... no había despertado para ver el amanecer. Philip permaneció perfectamente inmóvil.
Ahora, tenía el sol directamente sobre la cabeza. Sentía un sabor extraño en la lengua; le parecía que ésta se había convertido en un pedazo de lienzo seco. El sudor de su cuerpo le ardía en la piel quemada. ¿Cuánto duraría? Trató de pensar en cosas agradables, y recordó la figura de Christina.
Philip oyó una voz que lo llamaba desde lejos, y que lo arrancaba de la inconsciencia a medida que cobraba más volumen. Con un esfuerzo abrió los ojos y vio a Alí Hejaz de pie, a escasa distancia. Trató de hablar, pero tenía la boca demasiado seca y los labios estaban agrietados y con ampollas.
-De modo que aún vives. Sin duda amas mucho la vida. -Alí se volvió hacia el guardia que estaba de pie al lado-. Dale unas gotas de agua, pero nada más.
El guardia vertió unas gotas de agua en la boca de Philip y Alí dijo: -Mañana por la mañana acabaremos contigo. Si aún vives, diré a uno de mis hombres que te mate porque necesitamos levantar el campamento y trasladarnos. Aquí empieza a escasear el agua. Te llevaría conmigo para clavarte en estacas otra vez, pero tu tribu vendría a buscarte. Sea como fuere, morirás mañana. Que tengas sueños agradables.
Cayó el sol, pero Philip sentía que le quemaba el cuerpo. El agua que le había suministrado acentuaba todavía más su sed. Pensó en Christina, que yacía a pocos metros de distancia, en la tienda de Hejaz. Por lo menos, ella pasaba durmiendo esas horas de pesadilla. Pero quizá le agradara ver que Philip estaba cocinándose vivo. Después de todo, ella lo odiaba. Bien, pronto regresaría con su hermano, como siempre había querido hacerlo.
La luna estaba alta cuando Philip sintió una presencia a su lado. -Todos duermen, pero debemos guardar silencio y evitar que alguien dé la alarma -niurmuré el hombre, que se inclinó sobre Philip-. Soy Amair Abdalla, hermano de Amine, que vive en tu campamento. Pido tu perdón para mi padre y para mí por todo esto. Mi padre es un anciano y sólo deseaba ver que se disipaba de una vez el odio de nuestro jeque, y recuperar a su hija. Comprende ahora que fue un error capturar a tu mujer. Ni ella ni tú merecíais sufrir. Aplicaré un ungüento a tu piel. No debes gritar.
El cuerpo de Philip se estremeció cuando la grasa refrescante le tocó la piel. Contuvo los gritos de dolor mientras el hombre extendía el ungüento sobre el pecho y el rostro.
-Te hubiera libertado anoche, pero estabas narcotizado. Después de un rato el ungüento aliviará el dolor- dijo Amair. Se limpió la grasa de las manos.
Cortó las cuerdas, ayudó a incorporarse a Philip, y le entregó una cantimplora llena de agua. Philip bebió con prudencia.
-Tu caballo espera oculto en las sombras -dijo Amair-. La mujer todavía está drogada, y no podrá cabalgar sola. La traeré inmediatamente. ¿Puedes hablar?
Philip bebió un poco más de agua y pudo murmurar con voz ronca:
-¿Qué ocurrirá ... ?
-Mañana, antes de que despierte el jeque Alí, mi padre se reunirá con los ancianos. Impedirán que Alí te persiga y me protegerán de su cólera. Te ruego comprendas que me ordenaron apresar a la mujer. No me agradó hacerlo, pero no tenía otra salida. ¿Puedes perdonarme?
-Serás bienvenido en mi campamento -replicó Philip.
-Ahora, iré a buscar a tu mujer. Dispones de cinco horas antes de que salga el sol. Cuando llegue el momento, podrás vestir de nuevo la túnica.
Amair se acercó a un lado de la tienda y cortó la tela con su cuchillo. Se arrastró hacia el interior y un momento después apareció con Christina en brazos. La depositó al lado de Philip y fue a buscar el caballo.
Amair ayudó a Philip a montar en Victory y después depositó a
Christina delante del jinete.
-¿Podrás cabalgar?
-Tendré que hacerlo -dijo Philip.
Amair llevó al caballo hasta la salida del campamento dormido. -Jeque Abu, te deseo una vida larga y fecunda. Alá sea contigo. -Adiós, amigo mío. Te debo la vida -murmuré Philip. Obligó a Victory a marchar al trote e inició el camino de regreso.
Cada movimiento del caballo provocaba agudos dolores en Philip; pero, después de un rato, el ungüento comenzó a aliviarlo. Aunque pareciera extraño, no podía odiar a Alí Hejaz. Compadecía a ese hombre que había vivido tantos años dominado por el odio.
Philip agradecía a Dios estar aún vivo. Pronto curaría y había recuperado a Christina. Sí, tenía muchas cosas que agradecer.
Si Christina llegaba a amarlo, Philip se sentiría el hombre más feliz de la tierra. Pero no podía obligarla. Si ahora él le declaraba su amor, ella reaccionaría burlonamente. No; debía conquistar poco a poco el afecto de la muchacha. Ahora que la había recuperado tenía que mostrarse paciente con ella.
Christina comenzó a despertar lentamente, y de pronto comprendió que cabalgaba en un caballo que avanzaba al trote.
Ya era día. Alcanzó a ver el cuello del caballo y, en frente, el desierto. Recordaba un campamento en el desierto, una comida, que había bebido un poco de vino; pero nada más. ¿Cómo había llegado a este caballo? ¿Adónde la llevaban ahora?
Necesitaba escapar. Tenía que regresar con Philip. Christina pasó la pierna sobre el cuello del caballo y cayó a la arena. El hombre gimió cuando ella le aplicó un vigoroso empujón; pero a Christina eso no le importó. Se incorporó rápidamente y echó a correr.
-¡Christina!
Christina se detuvo. No podía creerlo. Philip había venido a buscarla y la llevaba de regreso a casa. La muchacha pronunció el nombre de Philip y se volvió en redondo.
-¡Oh, Dios mío! -contuvo una exclamación cuando vio el rostro de Philip lleno de ampollas.
-Es precisamente lo que dije la primera vez que te vi, pero ahora no perdamos tiempo en explicaciones. Por favor, sube otra vez al caballo. Tina, necesitamos llegar a casa cuanto antes.
-Pero Philip, tu cara...
-Imagino qué aspecto tiene -la interrumpió Philip-. ¿Pero, todavía no has visto tu propia cara? Ninguno de nosotros está... digamos reconocible; pero curaremos. Vamos, Tina.
Christina consiguió montar sin ayuda delante de Philip. Estaba confundida y preocupada. ¿Cómo había llegado a quemarse de ese modo? Por lo menos, ahora estaban reunidos, y por eso se sentía agradecida.
Una hora después entraron en el campamento y fueron recibidos por un grupo de rostros sorprendidos e impresionados. Ayudaron a desmontar a Christina y a Philip. Amine se adelantó llorando y abrazó tiernamente a Christina.
-Creí que habíais muerto... todos lo creíamos. Y, al no regresar el jeque Abu, supusimos que lo habían matado cuando intentó salvarte. Pero tu cara... Oh, Christina, ¿te duele? ¿Cómo sucedió? -preguntó Amine. Asió fuertemente las manos de Christina-~. Y el jeque Abu, ¡qué horribles quemaduras!
-Me golpeó un árabe de una tribu del desierto y me llevaron a su campamento. Pero no sé por qué lo hicieron. Es todo lo que puedo recordar. Ni siquiera sé cómo me salvó Philip, ni por qué está tan quemado. -Volvió los ojos hacia su amiga.- Amine, siento mucho lo de Ahmad.
-Ahmad curará, pero ahora debo ayudar a Maidi a cuidar del jeque Abu.
-¡Ahmad vive! -exclamó complacida Christina.
-Sí, dentro de pocos días estará bien. Una costilla detuvo la bala y la herida está curando perfectamente. Ahora iré a buscar a Maidi.
-Por supuesto. Después hablaremos -dijo Christina.
También ella entró en la tienda.
Cuando ella entró en el dormitorio, Syed estaba desnudando a Philip. Christina se detuvo cuando vio las quemaduras.
-Oh, Philip, ¿también el pecho? -exclamó.
-Me temo que sí, Tina. Pero no temas. No es tan grave como parece. Más o menos una semana y ya no habrá dolor y comenzaré a cambiar la piel. No pienso permanecer toda la vida como un hombre de dos colores.
-¡Oh, Philip! ¿Cómo puedes bromear con esto? -Se acercó y le examinó atentamente el pecho y los brazos. Frunció el ceño cuando vio la horrible piel rojo oscura--. ¿Te duele mucho? ¿Cómo fue? -preguntó.
-Cálmate, querida. No tienes por qué preocuparse. Yo soy la persona ofendida.
Philip gimió cuando con movimientos lentos, comenzó a recostarse en la cama.
-Pero, Philip, ¿cómo ha podido suceder? -preguntó de nuevo Christina, completamente desconcertada.
-Tina, es una historia bastante larga, y tengo la garganta tan dolorida que no deseo contarla ahora. Estoy cansado, dolorido y hambriento como un lobo. ¿Por qué no tratas de conseguir un poco de alimento?
-¡Oh, maldito seas! -explotó Christina y salió de la tienda.
Amine estaba junto al fuego, llenando dos cuencos con un guiso de delicioso aroma. Christina se acercó enfurecida.
-¡Es insoportable! No quiere responder a mis preguntas. ¡Solamente quiere comer! -gritó Christina.
-Christina, el jeque Abu seguramente sufre mucho. Y no desea que tú sepas que está grave.
-Tienes razón. Está sufriendo y yo pienso únicamente en mí misma. Se necesité esta pesadilla para que yo comprendiese cuánto lo amo.
-Es evidente que te profesa mucho afecto -dijo Amine-. Ten paciencia, Christina. Cuando haya descansado te relatará todo lo que ocurrió. Ahora ambos necesitáis comer. Ven conmigo.
-Tienes razón. Me parece que llevo varios días sin comer. -Estuviste fuera del campamento tres días con sus noches. -¡Tres días! Pero, ¿cómo es posible? -dijo Christina--. ¿Cómo puedo haberme ausentado tanto tiempo?
-El jeque Abu seguramente podrá explicarlo. Todos deseamos saber lo que ocurrió. Pero ahora ven; tienes que comer.
Christina no pudo oponerse a la invitación y volvió a la tienda con Amine. Amine llevó el alimento de Philip al dormitorio, donde Maidi continuaba curándolo, y después se marchó.
«Me siento tan avergonzada -pensó Christina mientras devoraba el guiso-. Philip debe de sufrir muchísimo, y yo pretendo explicaciones cuando él no está en condiciones de ofrecerlas. Tengo que olvidar eso y ocuparme de que él se cure. Me lo dirá cuando se sienta mejor... ¿o no? No le agrada responder a las preguntas. Bien, ahora tendrá que hablar. ¡Este asunto también me concierne a mí!»
Christina había olvidado sus propias heridas y los golpes redbidos. Tenía los ojos y las mejillas aún hinchados y doloridos, pero eso no la molestaba para comer o para hablar.
Su túnica era un desastre... estaba completamente cubierta de tierra. Se sentía pegajosa, pero ¿cómo podía bañarse cuando Philip estaba obligado a permanecer acostado? Era muy peligroso ir sola. Cuando ella terminó de comer, Syed entró en la tienda trayendo en cada mano un cubo de agua.
-El jeque Abu ordenó que te trajese agua. Dijo que durante unos días tendrás que lavarte así -dijo Syed mientras depositaba en el suelo los cubos.
Era evidente que la misión no le agradaba y Christina sintió deseos de reír, pero no lo hizo.
-Gracias, Syed. Eres muy amable.
Maidi salió del dormitorio y al fin Christina quedó sola en la tienda con Philip. Decidió lavarse en el dormitorio. Alguien podía entrar en la tienda y verla desnuda, pero por otra parte ella deseaba estar cerca de Philip. Se acercó al gabinete para retirar toallas y jabón, y después llevó los cubos a la habitación contigua.
-Philip, ¿duermes? -preguntó. -No.
-Deseo bañarme aquí, donde estoy más protegida; pero si te molesto, me iré.
-No me molesta. En realidad, deseaba que te lavases aquí. Más aún, deseaba verte cuanto antes.
-¡Oh, qué hombre! -replicó ella, enojada.
Pero cuando vio la grasa que en una espesa capa le cubría la mitad superior del cuerpo, se echó a reír.
-¿Qué demonios te parece tan divertido? -preguntó él. -Disculpa -rió Christina--. Pero tienes un aire tan ridículo. ¿Aún no te has visto en un espejo?
-No, no me he visto... ¿y tú?
-¿Qué quieres decir? -preguntó Christina.
-Sugiero que mires tu propia imagen en un espejo antes de reírte
de la mía.
Christina se apoderó del espejo y contuvo una exclamación cuando vio su propio rostro.
-¡Oh, Dios mío... ésta no soy yo! ¡Qué rostro tan horrible l ¡Me agradaría pegar con un látigo al bastardo que me golpeó!
-Caramba, Tina... ¿es necesario que uses un lenguaje tan grosero? No creo que sea propio de una dama.
-¡Propio de una dama! Mírame la cara, Philip. ¿Este rostro hinchado y lastimado es la cara de una dama? No se golpea a las damas; pero a mí me castigaron.
-Y ahora que pienso en eso, además de que no hablas como una dama, con esa túnica y esos pantalones tampoco lo pareces -sonrió Philip.
-Philip, estás exagerando. Antes de insultarme por mi apariencia, ¿por qué no miras un poco la tuya? -replicó la joven con expresión altiva, mientras le entregaba el espejo-. Ahora, dime quién de los dos tiene peor aspecto.
-Tienes razón, querida. Esta vez tú ganas. ¿Por qué no te lavas? Así podremos terminar esta ridícula discusión y descansar un poco.
-Lo que tú digas, amo. Pero puesto que ya no parezco una dama, no veo motivo para comportarme como si lo fuera.
Se desató la túnica y la dejó caer al suelo. Con movimientos lentos se quitó las demás prendas.
-¿Qué demonios significa lo que acabas de decir? -preguntó Philip.
-Oh... nada -sonrió Christina, y comenzó a frotarse el cuerpo de la cabeza a los pies. Sabía que Philip la miraba, y por extraño que pareciera, eso no la molestaba en lo más mínimo. Antes la avergonzaba desvestirse frente a Philip, pero ahora le agradaba el efecto que tenía en él la contemplación de su cuerpo.
-Christina, quizá sea mejor que te laves en la habitación contigua. Él parecía fastidiado y Christina adivinó la razón.
-Pero, ¿por qué, Philip? -replicó con aire inocente-. Casi he terminado, y de todos modos, si te molesta mirarme, puedes cerrar los ojos.
Christina oyó gemir a Philip, y de pronto se irritó consigo misma; no estaba bien burlarse de Philip. Un mes, e incluso una semana atrás, le habría agradado ensañarse con Philip. Pero ahora deseaba únicamente que él se curase. Deseaba sentir nuevamente la fuerza de sus brazos.
Después de secarse, Christina se soltó los cabellos, y los peinó un poco antes de acercarse a la cama.
-Christina, espera. Creo que será mejor que yo duerma unos días en el diván... hasta que este maldito dolor desaparezca.
Ella pareció ofendida un momento, pero después su rostro mostró una expresión decidida.
-No harás nada por el estilo. Yo seré quien duerma en el diván. No tiene sentido que te muevas después de haber hallado una postura cómoda.
Se acercó al arcón y retiró una de las túnicas que usaba para dormir. -Christina, no permitiré que duermas sola en esa habitación. -No estás en condiciones de discutir conmigo. -Se puso la túnica y la aseguró a la cintura, y después comenzó a subirse las largas mangas-. Ahora, cálmate, y descansa bien. Te veré por la mañana.
-¿En serio?
Christina se volvió y lo miró con expresión afectuosa.
-¿Eso es lo que te molesta... la posibilidad de que huya durante la noche? Qué vergüenza, Philip. No estaría bien que yo me fugara ahora, cuando tú no puedes moverte. Además, no confío en tu condenado desierto. Te doy mi palabra de que estaré aquí por la mañana.
-¿Tu palabra tiene valor?
-¡Oh, eres insoportable! Tendrás que esperar hasta mañana para descubrir la respuesta a tu pregunta. Y ahora, buenas noches.
Dicho esto, salió del dormitorio y se acostó en el diván solitario. Bien, por lo menos era cómodo. No, no deseaba dormir allí; hubiese querido dormir en la cama, con Philip. Pero por supuesto, él tenía razón. Podía tocarlo durante la noche y lastimarlo, y ella no deseaba que eso ocurriera. Quería que él mejorase cuanto antes.
Ahora que sabía que amaba a Philip todo era distinto. Ya no podía rechazarlo o negarle nada. Pero, ¿cómo podía explicar su cambio de actitud sin hablarle de su amor? Tal vez él creyera que Christina estaba agradecida porque la había salvado. Sí, era posible que creyese eso. 0 quizá simplemente no supiese a qué atenerse.
Pero ya que había cedido, ¿qué ocurriría si Philip se cansaba de ella en vista de que al fin se había impuesto? No... Philip no era así. Seguramente la querría un poco, porque de lo contrario no habría acudido a salvarla. Christina no soportaría que ahora él la rechazara. No siquiera le importaba el matrimonio. Sólo deseaba permanecer con Philip.
Quizá tuvieran hijos. Eso los uniría más. Un niño... ¡un hijo! Así todo se arreglaría, pues Philip no podría alejar de su lado a la madre de su hijo. ¡La vida podría ser tan maravillosa!
CAPITULO 18
A Christina le parecía que hacía una eternidad que estaba corriendo. Los kilómetros se sucedían interminables, pero ella no llegaba a ninguna parte. Sólo alcanzaba a ver arena... arena por doquier y un sol implacable que la golpeaba. Pero detrás estaba la muerte y ella no tenía modo de huir. Las piernas le dolían terriblemente, y le parecía que se habían desprendido de su cuerpo. El pecho le dolía cada vez que respiraba, pero la muerte continuaba persiguiéndola. Tenía que correr más velozmente... ¡escapar de allí! Oyó que la muerte pronunciaba su nombre. Miró hacia atrás, y el miedo la dominó, porque ésta se acercaba más y más. El cuerpo se le cubrió de sudor a causa del miedo. Volvió a oír su nombre, pero Christina continuó corriendo y rogando que un milagro la salvase. Ahora la voz de un hombre era cada vez más estridente e insistía en pronunciar el nombre de Christina. Ella volvió a mirar hacia atrás. Dios mío, ya estaba encima, y extendía las manos; y de pronto, ella vio su rostro. Era ese individuo horrible que la había golpeado, y ahora quería matarla. ¡Philip! ¿Dónde estás?
-¡Christina!
Christina se incorporó bruscamente en el diván, los ojos asustados muy abiertos. Pero se serenó cuando vio el ambiente conocido de la tienda.
Sonrió. Había sido un sueño... un sueño estúpido. Se enjugó la transpiración de la frente. Maldición, hoy hará mucho calor.
-Qué estúpido fui. No debí confiar en ella.
Christina se preguntó con quién estaría hablando Philip. Se levantó de prisa y entró en el dormitorio. Cuando abrió las cortinas vio a Philip sentado sobre el borde de la cama, tratando de ponerse los pantalones.
-Philip, ¿qué demonios estás haciendo? Aún no debes levantarte -lo reprendió Christina. Paseó la mirada por la habitación, pero no vio a nadie-. ¿Y con quién estabas hablando?
Philip la miró, en el rostro una expresión sorprendida, que un segundo después se convirtió en irritación.
-¿Dónde demonios estabas?
-¿Qué?
-¿Dónde estabas, maldita sea? Hace diez minutos que estoy llamándote. ¿Dónde estabas? -gritó.
-De modo que hace un momento hablabas solo. Bien, eres un estúpido si no puedes tenerme ni siquiera un poco de confianza. Estaba en el diván, durmiendo. Te dije que no me iría y mi palabra vale tanto como la tuya.
-Entonces, ¿por qué no me han contestado?
-Philip, tuve una pesadilla. Soñé que ese hombre que me golpeó me perseguía a través del desierto. El sueño era tan vívido... pensé que él pronunciaba mi nombre. Cuando desperté, oí que tú estabas murmurando.
-Está bien, lamento haber pensado mal.
Philip se levantó de la cama y trató de calzarse los pantalones. -Philip, no deberías levantarte -se apresuró a decir Christina cuando vio la expresión dolorida en el rostro de él.
-Tina, permaneceré acostado, pero en esta tienda hace demasiado calor. Y la decencia exige que me vista.
Christina se acercó y le ayudó a ponerse los pantalones, y después lo obligó a recostarse nuevamente. -Philip, ¿puedo traerte comida? -Por eso te llamaba. Tengo mucho apetito.
Christina comenzó a salir de la habitación y de pronto se volvió. -Después que te haya traído la comida, ¿me dirás cómo te quemaste? -Ahora te diré una sola cosa. No necesitas tener pesadillas con ese hombre... está muerto.
-¡Muerto! -exclamó Christina-. ¿Cómo? -Yo lo maté.
-¡Philip! ¿Por qué tuviste que matarlo? ¿Por mí?
-¡Suponía que deseabas verlo muerto!
-Hubiera sido necesario castigarlo con un látigo, no asesinarle. Christina experimentó una sensación de náusea... Philip había matado a un hombre por ella.
-Ese hombre también hirió a Ahmad, y yo prometí a Syed que pagaría por lo que había hecho. Ahora no me complace haberío muerto, pero de todos modos lo habrían ejecutado por desobedecer órdenes. Esperaba su muerte cuando llegué al campamento. Por lo menos conmigo tuvo una oportunidad... los dos estábamos armados.
-Pero, ¿por qué has tenido que hacerlo tú?
-¡Maldita sea, Tina! Cuando vi cómo te había castigado, me dominó la cólera. Y cuando descubrí que era el mismo hombre que había herido a Ahmad... tuve que hacerlo. De todos modos, ese individuo habría muerto a manos de sus propios tribeños. Además, ya me habían dicho que yo moriría de muerte lenta, de modo que si ese hombre vencía hubiera podido ahorrarme la tortura.
-¿Por qué tenías que morir? ¿Quizá por eso estás quemado... querían quemarte vivo?
-Sí.
-¿Por qué?
-Tina, como dije anoche es una historia bastante larga. Por favor, ¿puedo comer antes de hablar?
Ella asintió sin decir más, y salió de la habitación.
Pero no tuvo que abandonar la tienda, porque sobre la mesa la esperaba una bandeja con alimentos. Christina sonrió: Esa Amine, siempre se adelanta a mis pensamientos. Christina llevó la comida al dormitorio, e insistió en alimentar personalmente a Philip. Sabía que el movimiento mismo de los brazos lo hacía sufrir.
También ella comió, y esperó a que él se hubiera saciado antes de decir palabra. Era necesario responder a muchas preguntas. ¿Por qué querían matar a Philip?
Cuando terminaron de comer, Christina retiró la bandeja, volvió y se puso una falda y una blusa. Philip la miró sin decir palabra. Cuando terminó, se sentó en la cama, al lado de Philip.
-¿Estás dispuesto ahora? -preguntó la joven.
Philip le relató la historia completa. Al principio ella reaccionó con cólera... sobre todo cuando supo que la habían usado para atraer a Philip a su propia destrucción. Pero después compadeció a Hejaz, que había vivido todos esos años dominado por el odio. Quizás era mejor que ella hubiese pasado esos días en el sueño provocado por drogas. No hubiera podido soportar el espectáculo del sufrimiento de Philip.
Cuando él le relató cómo había escapado, Christina agradeció a Dios que Amair hubiese tenido valor para ayudarlo. Philip le había mencionado la angustia y el dolor que había soportado bajo el sol ardiente. Había una dificultad: No podía agradecer a Philip que la hubiese salvado. Eso hubiera equivalido a reconocer que prefería estar con él; en efecto, sus secuestradores la hubiesen devuelto a John, y ahora ella no se atrevía a decirle cuánto lo amaba, puesto que él no le devolvía ese sentimiento.
Christina miró tiernamente a Philip. Cuánto había sufrido para salvarla. Sintió que tenía cierta esperanza...¡quizá la amase!
-Philip, ¿por qué viniste a buscarme? -preguntó. -Eres mía, Tina. Nadie me quita lo mío.
A Christina se le endureció el rostro. Se apartó de la cama y con pasos lentos salió de la habitación. Eso era lo que significaba para él. Una propiedad que podía usar hasta que se cansara; pero no permitía que nadie se la quitara. Había sido una estúpida. ¿Qué esperaba que dijese... que había venido a buscarla porque la amaba? ¿Que no podía soportar la idea de perderla?
De pronto, se detuvo. No tenía derecho a enojarse ante la respuesta de Philip. Pretendía demasiado. Por lo menos, Philip había dicho que ella era suya, y eso era lo que Christina deseaba ser. Sólo necesitaba tiempo... tiempo para conseguir que él la amase, tiempo para darle un hijo que los uniese.
Christina necesitaba algo que apartase su mente de Philip. Se acercó al gabinete y tomó uno de los libros que él le había traído; después se sentó en su lecho provisional y comenzó a leer.
Unos minutos después Rashid entró en la tienda. Cuando vio a Christina, en su rostro se dibujó la sorpresa. Christina se mostró igualmente sorprendida, porque desde la advertencia de Philip su hermano Rashid no entraba directamente en la tienda.
-¿Qué... haces aquí? -preguntó Rashid después de un silencio extrañamente prolongado.
-Vivo aquí... ¿acaso podría estar en otro sitio? -dijo ella riendo. -Pero tú... ¿Cómo llegaste?
-¿Qué te pasa, Rashid? ¿Nadie te explicó lo que ha ocurrido? Me secuestraron, y tu tío casi mató a Philip; pero consiguió escapar y me trajo de regreso. Creí que lo sabías.
-¿Está aquí?
-Por supuesto. Rashid, tu conducta es extraña. ¿Te sientes bien? -¡Rashid! -llamó Philip desde el dormitorio.
-Ahí lo tienes -dijo Christina, que tenía la extraña sensación de que Rashid no le creía-. Será mejor que entres, porque él no puede caminar.
-¿Qué le pasa?
-Tiene graves quemaduras, de modo que será mejor que permanezca un tiempo en cama -replicó Christina.
Tras vacilar un momento, Rashid entró en el dormitorio. Christina lo siguió y se sentó en la cama, al lado de Philip.
-¿Dónde has estado, Rashid? -preguntó serenamente Philip.
-Bien... he explorado el desierto, buscando a Christina. Regresé la noche que se la llevaron, y Syed me relató lo que había ocurrido.
-¿Y Christina no te explicó nuestra aventura? -Habló de mi tío.
-Dime una cosa, Rashid. ¿Sabías del odio de tu tío a nuestro padre? -Sí, pero mi tío es un anciano. No creí que intentara hacer algo al respecto -contestó Rashid, un tanto nervioso.
-Cuando dijiste a Alí Hejaz que nuestro padre había fallecido, él volcó sobre mí su odio.
-No lo sabía -murmuró Rashid.
-Como resultado de tu charla imprudente, usaron a Christina para atraerme al campamento de tu tío. La golpeó un hombre de su tribu y tu tío casi consiguió matarme. -Philip hizo una pausa y miró fijamente a Rashid-. En el futuro te agradeceré que evites mencionar mi nombre o nada que tenga que ver conmigo a tu tío... o para el caso, a nadie. Si llegara a ocurrir algo que perturba mi vida como resultado de tus comentarios, lo tomaré a mal. ¿Está claro?
-Sí -contestó nerviosamente Rashid.
-Ahora, puedes marcharte. Necesito descansar.
Christina observó a Rashid mientras éste salía de la habitación, y después se volvió a mirar a Philip.
-¿No crees que te has mostrado demasiado duro con él? En realidad, no tiene la culpa de lo que ocurrió.
-¡Siempre tienes que defender a Rashid! La culpa puede corresponder a muchos... a Amair, que me liberó, pero comenzó por secuestrarme; al padre de Amair, que aceptó el plan; a Hejaz, que me odia; y a Rashid, que suministró la información. Que la culpa recaiga sobre uno y otros, mientras no se repita el episodio. ¿No estás de acuerdo, Tina?
-Sí -sonrió sumisamente Christina.
-Bien, no hablemos más de esto. Ahora, ¿quieres tener la bondad de traerme dos odres de vino? Cuando me haya vencido el sopor del alcohol, me harás el favor de quitarme esta condenada grasa.
-Pero la necesitas para calmar el dolor.
-Necesito varias cosas, pero esta grasa no es una de ellas. El dolor ya no es tan intenso pero la grasa me molesta mucho.
-Oh, está bien; puedo quitártela ahora, si lo deseas -propuso ella con aire de inocencia.
-¡No! Primero beberé el vino. El dolor se ha atenuado, pero no ha desaparecido.
-Sí, amo, lo que tú digas -se burló ella, y salió de la habitación.
«Bien –pensó- por lo menos su actitud está mejorando.»
CAPITULO 19
Habían pasado diez días desde que Philip llevó a Christina al campamento. Diez días de sufrimiento, quejas y frustraciones. Diez noches miserables en su lecho solitario. El dolor ya había desaparecido por completo, y quedaba a lo sumo una piel parda que comenzaría a caer pocos días después. Abrigaba la esperanza de que muy pronto recuperase su aspecto anterior. Y aquella noche... trataría de que Christina volviese a compartir el lecho con él. Aquella noche volvería a tenerla, después de esperar tanto tiempo.
Philip se sentía como un niño que espera la Nochebuena. De hecho, faltaban pocos días para Navidad. Pero aquella noche él recibiría su regalo y era difícil soportar la espera. Hubiera podido poseer a Christina aquella misma mañana, pero deseaba hacer las cosas bien, de modo que ella no tuviese excusas.
Philip había reanudado su vida rutinaria e incluso había llevado al baño a Christina. Contemplar a la joven en el estanque había sido una prueba suprema para la fuerza de voluntad de Philip. Pero ya había llegado la noche.
Christina se hallaba acurrucada en el diván, frente a Philip. Cosía una túnica para el pequeño Syed y casi había terminado; pero su mente estaba distraída. Se preguntaba qué le ocurría a Philip. Él ya se sentía bien, pero ella continuaba durmiendo en el diván. Una idea ingrata comenzaba a agobiaría... ¿qué ocurriría si él ya no la quería más?
Pronto sabría a qué atenerse, porque había decidido que esa noche dormiría en la misma cama que Philip.
-Philip, voy a acostarme -dijo.
Se puso de pie y entró en el dormitorio, como había hecho las últimas diez noches... para desnudarse y ponerse la túnica de Philip con la cual dormía. Pero esta noche no pensaba usar la túnica, ni regresar al cuarto contiguo.
Cuando Christina se quitó la blusa y la depositó sobre el arcón que guardaba sus ropas, sintió una corriente de aire; se habían abierto las cortinas. Pero no se volvió. Comenzó a desatarse los cabellos. Lo hizo con movimientos lentos porque los dedos le temblaban nerviosos.
Era el momento que ella había esperado. Sabía que Philip estaba en la misma habitación, pero ignoraba que haría. Quizás él se acostara... sin pedirle nada o se acercase a ella. ¡Oh, Dios mío, ojalá viniese!
De pronto, Christina sintió detrás la presencia masculina. Se volvió lentamente para mirarlo, los ojos dulces y amantes, y los de Philip dominados por un anhelo intenso.
-Christina.
Ella se acercó a Philip y le rodeó el cuello con los brazos, y acercó sus labios a los del hombre. Los brazos de Philip la oprimieron estrechamente. Cuando la depositó sobre la cama, ella se preguntó si jamás volvería a ser tan feliz.
Después de hacer el amor, Christina descansó con la cabeza apoyada en el hombro de Philip. Con los dedos dibujó pequeños círculos sobre el vello de su pecho. Ahora estaba segura de una cosa... Philip todavía la deseaba. Y mientras la deseara, no la obligaría a alejarse.
Se sentía demasiado feliz para dormir, y le pareció sorprendente no sentirse culpable después de haberse entregado sin resistencia a Philip. Pero, ¿por qué sentirse culpable de su propia entrega? Lo amaba y era muy natural que deseara hacerlo feliz. Deseaba entregarse por completo al hombre a quien amaba. Y era un goce más que cuando ella se entregaba a Philip él a su vez le ofreciera el mayor placer concebible.
Y de todos modos, ¿qué era el matrimonio? Nada más que un contrato firmado que podía mostrarse a la civilización. Bien, ella no estaba viviendo precisamente en un mundo civilizado y lo que importaba era lo que sentía. ¡Al demonio con el mundo civilizado! No estaba aquí para condenarla, y ella no pensaba regresar a él.
Pero tenía que pensar en John.
-Philip, ¿estás despierto?
-¿Cómo puedo dormir si estás acariciándome? -replicó él con buen humor.
Christina se sentó en la cama y lo miró.
-Philip, ¿puedo escribir a mi hermano para decirle que estoy bien?
-¿Esto te haría feliz? -preguntó. -Sí.
-Entonces, escríbele. Ordenaré a Saadi que entregue tu carta; pero no digas a tu hermano dónde estás. No me agradaría que todo el ejército británico apareciese en la montaña.
-¡Oh, Philip, gracias! -exclamó, y se inclinó y lo besó tiernamente.
Pero Philip la rodeó con los brazos y no le permitió apartarse. -Si hubiese sabido qué resultados obtendría, te habría permitido antes escribir a tu hermano -dijo sonriendo.
Rodó en la cama con Christina en los brazos, y ninguno de los dos pudo pensar ya en otra cosa.
A la mañana siguiente, Christina despertó consciente de que tenía ante sí una tarea urgente. Después recordó que había pensado en escribir a John. Entusiasmada comenzó a levantarse. Y entonces sintió la mano de Philip que descansaba perezosa entre sus pechos y una excitación diferente la apresó.
Philip continuaba durmiendo y no había nada tan importante que la indujese a apartarse de su lado. Christina pensó fugazmente en la posibilidad de despertarlo, pero entonces los ojos de Philip se abrieron lentamente y él le sonrió.
-Pensé que ya estarías escribiendo tu carta -dijo somnoliento y la mano se movió un poco, aferrando el seno firme y redondo.
-Dormías con tanta serenidad que no quise molestarle -mintió ella-. ¿Tienes apetito?
-Sólo de ti, querida.
Philip sonrió y puso los labios en el otro pecho, y una oleada de fuego recorrió el cuerpo de Christina.
-No quisiera negar alimento a un hombre hambriento -murmuré ella, y lo abrazó mientras él estrechaba su cuerpo.
Después, Amine pidió permiso para entrar; en ese mismo instante, Christina y Philip salían del dormitorio. Cuando Amine entró con el desayuno y vio la alegría en el rostro de Christina, se sintió muy feliz por su amiga.
-Creo que será un hermoso día -observó alegremente Amine, mientras depositaba sobre la mesa la bandeja.
-Sí, un bello día -suspiró satisfecha Christina, sentándose en el diván. Se sonrojó profundamente cuando vio que Philip la miraba con aire inquisitivo, pues ella aún no había salido de la tienda y no podía tener idea del tipo de día que era-. Ah... ¿cómo está el pequeño Syed? -preguntó, tratando de ocultar su embarazo.
-Muy bien -dijo Amine, a quien la pregunta no engañé,. Ahora va a todas partes con su padre, y Syed se alegra de tenerlo consigo.
-También yo me alegro -replicó Christina, que había conseguido recuperar el aplomo,. Así tiene que ser. Oh... casi he terminado la túnica del pequeño Syed. Se la llevaré después.
-Eres muy amable, Christina -Amine sonrió tímidamente. Nunca había tenido una amiga como Christina, que se mostraba tan bondadosa y le dedicaba mucho tiempo. La quería mucho, y habría hecho cualquier cosa por ella-. Te veré más tarde.
Durante todo el desayuno Philip miró fijamente a Christina, y ésta se sintió nerviosa y embarazada. Cuando terminaron de comer, él se decidió a hablar.
-Antes de regresar a Inglaterra solía escribir a Paul, y en mi armario encontrarás los útiles necesarios para escribir. Iré a decir a Saadi lo que tiene que hacer y después regresaré.
Apenas Philip abandonó la tienda, Christina entró en el dormitorio. La colmaba de felicidad la idea de volver a comunicarse con John y decirle que estaba bien. Encontró la caja que contenía los útiles de escribir, y regresó a la habitación principal. Se sentó y, a los pocos minutos, comenzó la carta.
Querido hermano:
Perdóname John, por no haberle escrito antes, pero hace poco tuve la idea de hacerlo. Comenzaré diciéndote que me siento perfectamente bien, tanto de cuerpo como de espíritu, y que soy muy feliz.
Probablemente creíste que había muerto, porque han pasado tras meses. Lamento haber provocado tu angustia, pero deseaba que pensaras así. Al principio no sabía qué sería de mí, de modo que era mejor que tú no supieras que yo vivía. Pero ahora todo ha cambiado.
No pienses mal de mí cuando sepas que estoy viviendo con un hombre. No deseo decirte quién es, porque eso no importa. Lo que importa es que lo amo y deseo continuar con él. No estamos casados, pero tampoco eso importa. Mientras yo sepa que él me desea, me sentiré feliz.
El hombre a quien amo es el mismo que me separó de ti y al principio lo odié. Pero la convivencia diaria convirtió lentamente el odio en amor. Ni siquiera sabía que había ocurrido este cambio hasta que hace dos semanas él casi me perdió. Pero después he aprendido que deseo continuar siempre con él. No sé si me ama o no, pero espero que a medida que pase el tiempo llegue a quererme.
Quizás en el futuro se case conmigo, pero aunque no lo haga permaneceré con él hasta que ya no me desee. Te diría dónde estoy, pero él no quiere. En el fondo de mi corazón sé que un día volveré a verte. Hasta ese momento, te ruego no te preocupes por mí. Me siento feliz aquí y no necesito nada.
John, te ruego que no me juzgues con dureza porque no pueda evitar lo que mi corazón siente por este hombre. Haría lo que fuera por él. Por favor, compréndeme y perdóname si te hice sufrir. Sabes que no lo habría hecho intencionadamente. Me deseaba y me tomó. Y como dice él, es la costumbre de este país, y ahora yo lo amo y lo deseo más que a nada. Trata de comprender mi situación.
Te quiere
Crissy
Christina cerró la carta. Lo que había escrito la satisfacía, pero no podía permitir que Philip viese la carta. Se preparó para salir de la tienda y buscar a Saadi, y en ese momento entró Philip.
-Querida, si has terminado tu carta la entregaré a Saadi. Espera afuera.
-No -dijo ella con voz un tanto tensa-. Yo se la daré. Philip la miró con expresión interrogante.
-No habrás dicho dónde estás a tu hermano, ¿verdad? -Philip, me pediste que no lo hiciera, y no lo hice. Te doy mi palabra. Si no confías ahora en mí, jamás lo harás.
-Está bien. Puedes entregar la carta a Saadi -dijo él, y le dio paso.
Saadi esperaba montado en su caballo. Christina le entregó la carta y murmuró:
-Ve con Dios.
Él le dirigió una tímida sonrisa, los ojos colmados de admiración, después espoleó al caballo y comenzó a descender la ladera de la montaña. Christina lo miró hasta que desapareció de la vista. Después, se volvió hacia Philip, que estaba a su lado, y apoyó la mano nerviosa en el brazo del hombre.
-De nuevo gracias, Philip. Me siento mucho mejor ahora que John sabrá que estoy bien.
Querida, ¿eso no justifica otro beso?
-Sí, lo justifica -replicó ella.
Y le rodeó el cuello con los brazos y obligó a Philip a bajar la cara para acercarla a sus propios labios.
CAPITULO 20
Christina estaba acurrucada en el diván y contemplaba distraída la taza agrietada que tenía en las manos y que contenía el té de la mañana. Trataba desesperadamente de recordar qué le había dicho Philip aquella mañana antes de salir. Había sido muy temprano y ella estaba tan fatigada a causa de la noche pasada, que no se había despertado del todo para escucharlo.
Había dicho algo acerca de la firma de un acuerdo con el jeque Yamald Alhabbal, con el fin de asegurar que las dos tribus no disputaran por el agua que compartían. Seguramente se proponía concertar un encuentro de las tribus, con objeto de celebrar la renovada amistad de los dos grupos. Se ausentaría todo el día y quizá también la noche.
Todo parecía tan impreciso a Christina que se preguntó si no lo habría soñado. Pero, si había sido un sueño, ¿dónde estaba Philip? No lo había visto en la cama cuando logró despertar por completo. Y Amine le dijo después que lo había visto conversando con Rashid a primera hora de la mañana, junto al corral, y que luego Philip había salido del campamento a caballo.
De pronto Christina se sintió muy sola. Philip nunca se había ausentado un día entero... con la única excepción de la vez que la habían secuestrado. Era bastante temprano y ya ella lo echaba de menos. ¿Qué demonios podía hacer durante todo el día?
Quizás hubiera olvidado leer alguno de los libros de la colección que le había traído Philip. Se acercó al gabinete donde guardaba los libros y comenzó a repasarlos. Pero, antes de que pudiese terminar el examen, Rashid pidió permiso para entrar.
Christina se incorporó y se alisó la falda antes de que el árabe entrase. Comenzó a sonreír, contenta de que hubiese venido alguien con quien charlar un rato; pero no lo hizo cuando vio la expresión grave en el rostro de Rashid.
-¿De qué se trata, Rashid? ¿Qué ha ocurrido? -preguntó con voz premiosa.
-Christina, tengo algo para ti. De parte de Abu.
Corrió hacia Rashid y con un movimiento nervioso recibió el pedazo de papel que él le entregó. Pero temía abrirlo. ¿Por qué estaba tan nervioso Rashid? ¿Por qué le había dejado una nota Philip? Pero estaba adoptando una actitud tonta. Probablemente era una sorpresa, o quizá una disculpa porque esa mañana la había abandonado tan bruscamente, cuando todavía estaba medio dormida.
Christina se acercó al diván y se sentó con la nota en la mano. Con movimientos lentos desplegó el papel y comenzó a leer:
Christina:
He pedido a Rashid que te lleve de regreso con tu hermano. No creía que pudiera ocurrir esto, pero los fuegos se han apagado y no tiene sentido que continuemos. Te devuelvo tu libertad, que es lo que siempre deseaste. Quiero que te marches antes de que yo regrese. Será mejor así.
Philip
Christina movió lentamente la cabeza, mirando incrédula la nota. No... ¡No era cierto! Tenía que tratarse de una especie de broma cruel. Pero, ¿por qué se sentía tan mal? Ni siquiera tenía conciencia de las lágrimas que comenzaban a brotarle en los ojos, pero notaba un nudo sofocante en la garganta y una opresión en el pecho. Tenía las manos frías y pegajosas cuando arrugó el pedazo de papel y lo convirtió en una menuda bola.
-Dios mío, ¿por qué... por qué tiene que hacerme esto? -murmuró con voz ronca.
Las lágrimas fluyeron libremente por sus mejillas y las uñas se le hundieron profundamente en la palma de la mano cuando apretó el pedazo de papel que había destruido su vida. Pero no sentía nada, sólo la angustia que la consumía.
Rashid permanecía frente a ella y apoyó suavemente la mano en el hombro de la joven.
-Christina, debemos partir ahora.
-¿Qué?
Christina lo miró como si ni siquiera supiese quién era. Pero poco a poco se recobró, y de pronto sintió que odiaba intensamente a Philip. ¿Cómo podía despedirla así, tan cruelmente?
-¡No! -exclamó, con la voz cargada de emoción-. No me marcho. No me arrojarán como si fuese una camisa vieja. Aquí me quedaré y hablaremos. Que me diga personalmente que no desea verme. No le facilitaré las cosas.
Rashid la miró, sorprendido.
-Pero creí que deseabas volver con tu hermano. Tú misma me dijiste que las cosas no marchaban bien entre tú y Abu.
-Pero eso fue hace mucho tiempo. Después, todo cambió. Rashid, lo amo.
-¿No se lo dijiste?
-No -murmuró Christina-. ¿Cómo podía decírselo si no sabía cuáles eran sus sentimientos? Pero ahora sé a qué atenerme.
-Lo siento, Christina. Pero no puedes quedarte aquí. Me ordenó que salieras antes de su regreso.
-Bien, no me iré. Que me diga en la cara que ya no me desea.
Rashid parecía desesperado.
-¡Christina, tenemos que partir! No quería decírtelo, pero tú me obligas. Abu ya no te desea. Quiere alejarte y casarse con Nura apenas regrese.
-¿Te lo dijo así?
-Sí -dijo Rashid con voz neutra y los ojos bajos.
-¿Cuándo?
-Esta mañana... antes de partir. Pero lo ha mencionado otras veces. Era sabido que se casaría con Nura. Ahora, partamos de una vez. Te ayudaré a reunir las cosas.
No tenía sentido prolongar la tortura. Christina pasó al dormitorio y abrió las cortinas. Deseaba mirar por última vez la habitación donde había pasado tantas noches felices. ¿Por qué tenía que sentir así... por qué se había enamorado de Philip? Si hubiese continuado odiándolo, ahora se habría considerado la mujer más feliz del mundo. En cambio, tenía la impresión de que su vida había terminado.
Después, recordó que no podía cabalgar en el desierto tal como vestía ahora. Se acercó al arcón que guardaba todas sus ropas, retiró la túnica de terciopelo negro y la kufiyab, y se vistió de prisa.
No deseaba llevar consigo nada, excepto las ropas que vestía... ni siquiera la peineta tachonada de rubíes. Recordó su sorpresa cuando Philip se la regaló en Navidad. La arrojó sobre la cama porque no deseaba nada que le recordase a Philip . Pero cuando vio el espejo que Rashid le había regalado, Christina pensó en Amine. Lo recogió y salió del dormitorio.
-Christina, debemos reunir tus cosas.
La joven se volvió para mirar a Rashid.
-No llevaré nada que haya regalado Philip. Deseo únicamente despedirme de Amine ... y entregarle esto -dijo Christina mostrando el espejo-. No quiero nada que me recuerde este sitio. Pero Amine fue una buena amiga y deseo regalarle algo. Me comprendes, ¿verdad?
-Sí.
Después de dirigir una última mirada al cuarto principal, Christina salió con paso rápido. Se detuvo frente a la tienda de Amine y llamó. Pocos momentos después, la joven árabe salió a recibirla y Christina se echó a llorar de nuevo.
-¿Qué ocurre? -preguntó Amine, que corrió a abrazar a su amiga. Christina tomó la mano de Amine y depositó en ella el espejo.
-Quiero regalarte esto. Recuerda que te amo como a una hermana. Me marcho y vengo a despedirme.
-¿Adónde vas? ¿Regresarás pronto? -preguntó Amine, pero en realidad ya había adivinado que jamás volvería a ver a su amiga.
-Regreso con mi hermano y no volveré. Te echaré de menos,
Amine. Has sido una buena amiga. -Pero, ¿por qué, Christina?
-Eso no importa. No puedo permanecer más tiempo aquí. Despídeme de Syed y sus hermanos y diles que les deseo felicidad. Besa por mí al pequeño Syed y al niño. Yo lloraría demasiado si los besara. -Sonrió débilmente a Amine y después la abrazó. A menudo pensaré en ti. Adiós.
Christina corrió al corral, donde Rashid esperaba con los caballos. El árabe la ayudó a montar a Cuervo y ambos salieron del campamento. Cuando habían descendido parte de la ladera, Christina se detuvo y volvió los ojos hada el campamento. A través de las lágrimas vio la figura de Amine, de pie en la cima de la colina, agitando la mano en la que sostenía el espejo.
Después, Christina clavó los talones en los flancos de Cuervo, e inició una carrera desenfrenada. Rashid la llamaba a gritos, pero ella no se detenía. Deseaba morir. Sentía que ya no le quedaba nada por lo cual vivir. Si moría en la montaña de Philip tal vez él se sintiera culpable el resto de su vida. Pero, ¿por qué tenía que decirle que no podía vivir sin él? Si ya no la deseaba, no podía considerarse culpable a Philip. Y ella continuaba amándolo. Abrigaba la esperanza de que fuera feliz con Nura, si era aquello lo que él deseaba.
Christina obligó a Cuervo a marchar más lentamente. Pensaría en otro modo de acabar con su propia vida. Pero tenía que esperar, de modo que Philip no se enterase. Pensó en Margiana, y en que se había suicidado a causa de Yasir. Ahora Christina comprendía cabalmente la angustia y el sufrimiento que una mujer podía sentir.
El calor del desierto era abrumador, pero Christina no lo sentía. Estaba tan agobiada por el sufrimiento que en ella no había lugar para otra cosa. No podía entender por qué le había ocurrido aquello.
La noche llegó, pasó y volvió a salir el sol, pero Christina no podía hallar paz.
Las preguntas la atormentaban. Se devanaba los sesos para hallar respuestas, pero no encontraba ninguna. ¿Por qué... por qué no la deseaba ya? Era la misma que cuatro meses atrás. Su apariencia era la misma... sólo sus sentimientos habían cambiado. ¿Por qué Philip le había hecho aquello?
¿Quizá porque ella había cedido? ¿Él la había apartado porque ya no le ofrecía resistencia? Pero eso no era justo... además, no podía ser la razón, porque en este caso la habría despedido un mes antes.
¿Y qué podía decir de este último mes? Todo había sido tan hermoso... tan maravilloso y perfecto por donde se lo mirase. Philip había parecido un hombre feliz y satisfecho, exactamente lo mismo que podía decirse de ella. Había pasado más tiempo con Christina. Juntos habían salido a cabalgar todos los días. Él le había hablado de su propio pasado y le había revelado muchas cosas de sí mismo. Entonces, ¿qué significaba aquello? ¿Por qué había cambiado? ¿Por qué? ¿Por qué?
Los interrogantes no le permitían dormir. Permaneció despierta durante el calor del día, descansando y dándole vueltas y más vueltas al mismo pensamiento, sin poder hallar la paz. Aceptó el pan y el agua que Rashid le ofreció y comió mecánicamente, pero su mente no le permitía descansar -volvía una y otra vez a los mismos interrogantes- tratando desesperadamente de hallar una solución. Volvió a caer la tarde; Rashid y Christina continuaron viaje.
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