viernes, 9 de octubre de 2009

LA NOVIA CAUTIVA cap 1 al 10

 RESUMEN:

 La irresistible ansia de aventuras lleva a la adorable Christina Wakefield a acompañar a su hermano de Londres hasta El Cairo. Sin embargo, el desierto esta lleno de peligros, y Christina es raptada y conducida a un exotico campamento por el apuesto Sheik Abu, quien pretende hacer de la joven su esclava. Desesperada por su desgraciada situación, Christina se opone fervorosamente a entregarse a ese atractivo y misterioso hombre, a pesar de que su corazon arde de pasion por el.


CAPÍTULO 1




Reinaba un tiempo agradablemente tibio aquel día de principios de primavera del año 1883.  Una suave brisa soplaba entre los grandes robles que bordeaban el largo camino al fondo del cual se elevaba la Residencia Wakefleld.  Dos hermosos caballos blancos uncidos a un carruaje abierto esperaban jadeantes frente a la enorme mansión de dos pisos.

Dentro, Tommy Huntington se paseaba nervioso, arriba y abajo, por el amplio salón con sus muebles recamados de oro, esperando impaciente a que llegase Christina Wakefield.  Tommy había llegado movido por un impulso, después de haber adoptado definitivamente una decisión relacionada con ella; pero ahora comenzaba a sentirse nervioso.

Tommy pensó: «Maldita sea, antes nunca se retrasaba tanto.» Dejó de pasearse y se detuvo frente a la ventana que daba a la vasta propiedad de los Wakefield.  Pero eso era antes de que ella comenzara a usar vestidos muy elegantes y a cuidar especialmente su peinado.  Ahora, siempre que él venía a verla terminaba esperando media hora o más antes de que Christina apareciese.

Tommy comenzaba a arrepentirse de lo que había decidido decirle y de pronto dos manos suaves le cubrieron los ojos y él sintió en la espalda la presión de los pechos de Christina.

-¿Adivina quién es? -murmuró alegremente la joven al oído de Tommy.

¡Oh, Dios mío, ojalá ella no volviese a hacer aquello!  Todo eso había estado muy bien cuando ambos eran dos niños que crecían juntos; pero últimamente la proximidad de la joven avivaba locamente los deseos de Tommy.

Se volvió para mirarla y se sintió encantado con su extraña belleza.  Christina se había puesto un ajustado vestido de terciopelo azul oscuro, con encaje blanco que adomaba un alto cuello y largas mangas, y los cabellos dorados formaban innumerables trenzas que le rodeaban la cabeza.

-Tommy, quisiera que no me mirases así. últimamente lo haces a menudo y me pones nerviosa.  Si no supiera a qué atenerme, pensaría que tengo la cara sucia -dijo la joven.

-Lo siento, Crissy -balbuceó Tommy.  Pero este último año cambiaste tanto que no puedo evitarlo.  Ahora eres tan hermosa... -Caramba, Tommy, ¿quieres decirme que antes era fea? -bromeó Christina, fingiéndose ofendida.

-Claro que no.  Sabes a qué me refiero.

-Muy bien, te perdono -rió la joven, mientras caminaba hacia el diván tapizado con brocado de oro y se sentaba-.  Ahora dime Por qué viniste tan temprano.  No te esperaba hasta la hora del almuerzo y johnsy me dijo que se te veía muy nervioso cuando entraste aquí.

Tommy se sentía perplejo y trataba de encontrar las Palabras apropiadas, pues no había preparado su discursito.  Bien, era mejor que dijese algo antes de que el valor lo abandonase por completo.

-Crissy, no quiero que vayas a Londres este verano.  Tu hermano volverá en un par de meses y me propongo pedir tu mano.  Después, cuando ya estemos casados, si aún deseas ir a Londres te llevaré.
   Christina lo miró sorprendida.
   -Tomrny, das por ser muchas cosas -dijo con aspereza, pero se serenó cuando vio la expresión dolorida en el rostro juvenil del muchacho.  Después de todo, ella siempre había sabido que llegaría este Momento-.  Lamento haberte hablado así.  Comprendo que nuestras familias siempre creyeron que éramos una pareja perfecta y que quizá un día nos casaríamos; pero ahora no. Tú tienes sólo dieciocho años y yo diecisiete.  Somos demasiado jóvenes para casarnos.  Sabes que siempre viví aislada en esta casa.  Me encanta mi hogar, pero deseo conocer a otras personas y saborear la atracción de Londres. ¿Me comprendes?

Hizo una pausa, porque no deseaba ofenderlo.

-Te quiero Tommy, pero no como tú deseas.  Siempre fuiste mí mejor amigo y te quiero del mismo modo que a mi hermano.

Él la había escuchado pacientemente, pues conocía el carácter voluntarioso de la joven; pero sus últimas palabras lo lastimaron profundamente.

-Maldito sea, Crissy.  No quiero ser tú hermano.  Te amo.  Te deseo como un hombre desea a una mujer. -Se aproximó a ella y, tomándola de las manos, se la acercó-.  Te deseo más de lo que jamás he deseado a nadie.  No pienso más que en abrazarte y hacerte el amor.  Se ha convertido en una obsesión.
-Tommy, dices tonterías. ¡No quiero oír nada más!
Christina se apartó bruscamente del joven y un momento después Johnsy, la anciana niñera de la joven, entró en la habitación con el servicio del té.  No se habló más del tema.
Saborearon un agradable almuerzo después de dar un largo paseo para aliviar la tensión.  Después que Christina recobró su actitud normal y despreocupada, Tommy tuvo el buen tino de no mencionar nuevamente sus sentimientos.
Mas aquella misma noche, mientras Tommy estaba acostado en su propia cama y pensaba en Christina y en la tarde que habían pasado juntos, sintió una terrible aprensión.  De pronto tuvo la certeza de que si Christina viajaba a Londres aquel verano, tal como había planeado, ese episodio cambiaría su vida entera y echaría a perder la del propio Tommy.  Pero nada podía hacer para detenerla.




CAPITULO 2


Una miríada de estrellas parpadeantes centelleaba en aquella clara madrugada estival.  Una tibia brisa mecía suavemente las copas de los árboles y, de vez en cuando, permitía entrever la luna llena y redonda que iluminaba el paisaje.  Pero la paz de la bella campiña inglesa se veía interrumpida por el carruaje de los Wakefield que avanzaba por el camino solitario y polvoriento.

En el interior del carruaje espacioso y lujosamente tapizado, John Wakefield contemplaba pensativo su propia imagen reflejada en la ventanilla.  Una vela solitaria asegurada a un soporte, en el rincón opuesto, emitía una tenue luz que bañaba el interior de terciopelo azul oscuro del carruaje.

John pensó que bien podía gozar de aquel viaje a la ciudad; sabía que a Crissy le agradaba.  Se volvió para mirar a su hermana, que dormía tranquilamente en el asiento, frente a él.

Christina Wakefield había dejado de ser una muchachita traviesa para convertirse en una mujer de sorprendente belleza, y todo eso había ocurrido en el breve año que john había estado fuera de su casa.  Un mes atrás, a su regreso, le había impresionado verla tan crecida, y aún no había dejado de admirar la increíble transformación.  El cuerpo de la joven había alcanzado una asombrosa perfección e incluso su rostro había cambiado de tal modo que john apenas podía reconocerla.

Contempló el rostro, mientras ella dormía serenamente.  Sobre los altos pómulos tenía las espesas pestañas que parecían haber crecido mucho, apenas en un año.  La nariz recta y angosta y el mentón bien delineado parecían haberse acentuado más, ahora que habían perdido la redondez infantil.  John sabía cuánto trabajo le costaría mantener alejados a los jóvenes pretendientes cuando llegasen a la ciudad.

Crissy había querido realizar este viaje a Londres al cumplir los dieciocho años y John no había visto motivo para negárselo.  Pensó que Christina Wakefield siempre había podido conseguir lo que deseaba.  Su padre siempre se vio sometido a los caprichos de su hija, y ahora le ocurría lo mismo al propio john.  Bien, no le importaba.  A john le agradaba complacer a su hermana: era lo único que le quedaba en la vida.

Recordó claramente aquel día fatal, cuatro años atrás, en que Jonathan Wakefield había muerto en un accidente de caza. john tuvo que informar a Crissy de la muerte del padre de ambos, pues la madre se sintió tan afectada que falleció tres semanas después -a causa del dolor, dijo el médico-.  Pero pese a su propio sufrimiento, john consiguió ayudar a Crissy a soportar la prueba.  Crissy había consagrado la mayor parte de ese período a cabalgar desenfrenadamente en los terrenos de la propiedad, montada en su caballo negro.  John le permitía montar día y noche, pues ella le había dicho apenas tres meses antes que lanzar su montura a toda carrera le permitía olvidar sus dificultades.

En aquel momento John había deseado echarse a reír.  En efecto, ¿qué dificultades podía tener una joven de su edad?  Bien, él había aprendido, y muy poco tiempo después, que los problemas no tienen preferencia por determinada edad.  La equitación ayudó a Crissy a soportar su pesar y así, después de perder bruscamente a sus padres, volvió a la normalidad antes de lo que probablemente lo hubiera hecho.
Después, le tocó a John ocuparse de la educación de Crissy; pero no hubiera podido hacerlo sin la ayuda de la señora johnson -la llamaban Johnsy.  Había sido la niñera de ambos cuando eran pequeños, pero ahora la buena mujer se ocupaba de la Residencia Wakefield y supervisaba a todos los criados de la propiedad. John recordaba la figura de johnsy, que agitaba el dedo enérgicamente antes de la partida para Londres de los dos hermanos, en sus ojos castaños una expresión inquieta.
-Bien, johnny, vigila a mi niña -debió recordarle, por tercera vez esa mañana--.  Que no se enamore de ninguno de esos caballeros de Londres.  No me agradan las actitudes de esos elegantes, con sus modales altaneros... ¡de modo que no los traigáis a casa!
Crissy se había echado a reír y se había burlado de Johnsy mientras ascendía al carruaje.
-Avergüénzate, Johnsy. ¿Cómo podría enamorarme de un elegante londinense si tengo a Tommy que espera mi regreso?
Crissy envió un beso a Tommy Huntington, que había venido a despedirlos.  Tommy inclinó la cabeza, en actitud de fingido embarazo, pero John pudo advertir que el muchacho no veía con buenos ojos el viaje de Crissy a la ciudad.

Tommy vivía con su padres lord Huntington, en una propiedad vecina.  Como en las cercanías no vivían jóvenes de la edad de Crissy, ella y Tommy habían sido compañeros inseparables desde la niñez. john y lord Huntington siempre habían abrigado la esperanza de que un día los dos jóvenes se casarían.  Pero Tommy, con sus cabellos claros y sus ojos castaños, tenía apenas seis meses más que Crissy, y a los ojos de john aún era un jovencito.  En cambio, Crissy ya era una mujer joven, en edad de merecer. john había confiado en que Tommy maduraría con la misma rapidez que Crissy; en todo caso, si ella lo amaba, quizá aceptaría esperarlo.
john pensó distraído: quién sabe cómo funciona la mente de una mujer.  Ni siquiera comprendía los sentimientos de Crissy por Tommy.  Ignoraba si la joven tenía solamente sentimientos amistosos hacia el joven o si había algo más.  Más tarde la interrogaría acerca del asunto, pero probablemente ella estaría tan atareada las semanas siguientes que John no tendría oportunidad de abordar el tema.
john sonrió, imaginando las expresiones sorprendidas de los jóvenes que se acercarían a Crissy, cuando descubrieran que ella no sólo era hermosa, sino también inteligente. john sonrió para sí, y recordó la acalorada discusión que sus padres habían mantenido respecto a la educación de Crissy.  Habían llegado a un compromiso, y educaron a Crissy como lo hubieran hecho con un hombre, pero también le enseñaron las artes femeninas de la costura y la cocina, o por lo menos se intentó enseñarlas cuando la madre lograba encontrarla.
Sí, Crissy era una joven educada y hermosa, pero tenía sus defectos.  Su inflexible obstinación era un defecto heredado de su madre, una mujer que mantenía su actitud, no importaba cuál fuese el tema, si creía que la razón la asistía.  Otro defecto era su carácter vivaz; era muy capaz de irritarse incluso por la cosa más menuda.
john suspiró, pensando en que las dos semanas siguientes serían muy agitadas.  Bien, sólo dos semanas.  Comenzó a dormitar, mientras el carruaje avanzaba por el camino solitario que llevaba a Londres.
Christina y john Wakefield dormían aún cuando el carruaje se detuvo frente a la casa de dos pisos de la plaza Portiand.  El sol asomaba sobre el horizonte, el cielo pasaba del rosado al azul claro y las aves cantaban alegremente.

Christina despertó cuando el cochero abrió la puerta del carruaje.
-Hemos llegado, señorita Christina -dijo el hombre con expresión de disculpa y se dirigió atrás para retirar el equipaje de la trasera del sólido vehículo.
Christina se enderezó en el asiento y se arregló los cabellos, que formaban largas trenzas y le enmarcaban el rostro.  Se alisó el vestido y miró a john que aún dormía profundamente, los cabellos rubios cubriéndole la alta frente.
Le sacudió suavemente la pierna.
-John, ¡ya llegamos! ¡Despierta!
john abrió lentamente los ojos azul oscuro y sonrió, pasándose una mano por los cabellos mientras se incorporaba.  Christina vio que tenía los ojos enrojecidos.  Probablemente no había dormido mucho durante la noche.  Ella se sorprendió de haber dormido tan profundamente.
-¡Vamos, john!  Ya sabes cuán entusiasmada estoy -rogó a su hermano.
-Cálmate, joven -sonrió john, frotándose los ojos-.  Los Yeats probablemente duermen todavía.
-Pero yo puedo desempaquetar y ordenar mis cosas, y después pasaré el día haciendo compras.  Dijiste que podía comprar un ajuar nuevo, ¿y qué mejor oportunidad para hacerlo que durante mi primer día aquí?  Así podré usar las prendas nuevas durante nuestra estada -dijo la joven con expresión complacida, mientras de un salto descendía del carruaje.
-Crissy, ¿ese profesor de etiqueta no te ha enseñado nada? -la reprendió su hermano, meneando la cabeza ante la falta cometida por la joven-.  Sé que estás entusiasmada, pero la próxima vez espera a que yo te ayude a descender del carruaje.
Ascendieron los pocos peldaños que terminaban en un par de grandes puertas dobles, y john golpeó con fuerza.
-Es probable que todos duerman aún -dijo y volvió a llamar.
Pero las puertas se abrieron de par en par y los dos hermanos se miraron sorprendidos.  Una mujer pequeña y regordete de mejillas rojas y cabellos grises, los recibió con una sonrisa.
-Ustedes son seguramente Christina y john Wakefield.  Pasen... pasen.  Estábamos esperándolos.
Entraron en un pequeño vestíbulo cuyo piso estaba cubierto con una alfombra oriental; al fondo, una escalera.  Había una mesa de caoba contra la pared, y sobre ella muchas figurillas de cerámica.
-Soy la señora Douglas, el ama de llaves.  Después del viaje seguramente estarán fatigados. ¿Desean descansar un poco antes de comenzar el día?  El señor y la señora Yeats todavía no se han levantado -dijo la mujer con voz animosa, mientras los llevaba hacia la escalera.

-Es probable que john quiera dormir un poco más, pero yo desearía un baño caliente y después el desayuno, si no es demasiada molestia -dijo Christina mientras llegaban al corredor del primer piso.

-De ningún modo, señorita -dijo la señora Dougias.
Les mostró las habitaciones y se retiró.

El cochero subió con el equipaje y después fue a ocuparse de los caballos. john se disculpó, explicando que sólo deseaba dormir un poco.  En aquel momento entró una joven criada con agua para el baño de Christina.

-Soy Mary, la criada del primer piso -explicó tímidamente, mientras acercaba una ancha baiiera y echaba el agua-.  Señorita, si necesita algo, dígamelo -agregó.
-Gracias, Mary.

Christina examinó la habitación.  Era pequeña comparada con el dormitorio que ocupaba en su casa, pero elegante.  Una alfombra de felpa dorada cubría el piso, y el lecho con dosel dorado tenía una pequeña cómoda cubierta de mármol a un lado y una recargada cajonera al otro.  En la esquina, al lado de la única ventana, cortinas de terciopelo verde claro, y un espejo con marco dorado apoyado contra otra pared.

Mary terminó de retirar las prendas que Christina había traído consigo y en aquel momento trajeron más agua; Christina al fin quedó sola.  Después de recogerse los cabellos, la joven se desvistió y se sumergió en el agua cálida y humeante.  Apoyó el cuerpo en el metal de la bañera y se relajó.

Hacía mucho que Christina soñaba con este viaje a la ciudad.  Siempre se la había creído demasiado joven para permitírselo y el año anterior, cuando ella tenía dieciséis, john estaba ausente con su regimiento.  Había regresado al hogar con el grado de teniente del ejército de Su Majestad y esperaba nuevas órdenes.

Christina había pasado la vida entera en la Residencia Wakefield.  Pero su infancia en el campo había sido maravillosa; correteaba como un varón y a menudo se metía en problemas.  Recordaba que Tommy y ella solían ocultarse en el desván de los establos Huntington y desde allí oían rezongar al viejo Peter, el jefe de caballerizos.  Siempre estaba jurando y hablando consigo mismo y con los caballos.  Christina había aprendido del viejo Peter un vocabulario absolutamente impropio de una dama; por otra parte, no entendía la mayoría de las palabras.  Pero un día el padre de Tommy los había descubierto en el desván.  Ambos habían recibido una severa reprensión y durante muchísimo tiempo Christina no había podido acercarse a los establos de Huntington.
Christina ya no era la niña traviesa de antaño.  Ahora usaba vestidos en lugar de los pantalones que johnsy le había confeccionado porque la niña siempre estaba ensuciándose y desgarrando sus vestidos.  Ahora era una dama, y le agradaba serlo.
Christina terminó de bañarse y se cubrió con un fresco vestido de algodón floreado.  Sabía que no era la moda, pero deseaba sentirse cómoda mientras hacía sus compras.  Se peinó los largos cabellos dorados y después los aseguró formando una masa de rizos y trenzas.  Recogió el sombrero que pensaba usar y descendió a desayunar.
Abrió una de las puertas que daban al vestíbulo, y descubrió el comedor.  John estaba sentado frente a la enorme mesa en compañía de Howard y Kathren Yeats.  Christina percibió el suave aroma del jamón y las manzanas, pues en la mesa abundaban estos alimentos, así como huevos y bollos.
-Christina, querida, no sabes cuánto nos complace verte aquí. -Kathren Yeats le sonrió con sus suaves ojos grises-.  Estábamos hablando a john de las fiestas a las que estamos invitados; además, antes de que concluya tu visita podrás asistir a un gran baile.
Aquí intervino Howard Yeats.
-En primer lugar, esta noche asistiremos a una cena formal en casa de un amigo.  Pero no te preocupes... allí encontrarás también a los jóvenes -agregó riendo.
Howard y Kathren Yeats estaban al final de la cuarentena; formaban una pareja alegre y robusta, siempre activa y satisfecha de la vida.  Christina y john los conocían desde hacía mucho tiempo, pues eran antiguos amigos de la familia.
-¡No veo el momento de salir a conocer la ciudad! -dijo entusiasmada Christina, mientras llenaba su plato con un poco de cada fuente-.  Desearía terminar hoy mismo mis compras. ¿Vendrás, Kathren?
-Por supuesto, querida..Iremos a la calle Bond.  Está a la vuelta de la esquina y allí hay muchas tiendas.
-Pensé que podría acompañarte, pues no he logrado volver a dormirme.  También yo desearía hacer algunas compras -dijo John.
No estaba dispuesto a permitir que Crissy caminase sin él por esa ciudad peligrosa, y no le tranquilizaba el hecho de que Kathren Yeats la acompañase.

Christina pensó que john se sentía cansado; pero parecía tan entusiasmado como ella misma.  Una doncella le llenó la taza de té caliente y humeante, mientras Crissy saboreaba un delicioso plato de huevos con tocino.
-En un minuto estoy con vosotros -dijo Christina, pues advirtió que todos habían concluido el desayuno.
-Tómate tu tiempo, niña -dijo Howard Yeats, con expresión divertida en su rostro rojizo.  Dispones de todo el tiempo del mundo.
-Crissy, Howard tiene razón.  No tengas tanta prisa -la reprendió john-.  Tendrás que postergar tus compras por culpa de un dolor de estómago.
Todos rieron, pero Christina continuó devorando velozmente; deseaba salir cuanto antes.  No había previsto que la primera noche de su estancia en Londres tendría que vestirse formalmente.  Tenía un solo traje de noche, el que había ordenado confeccionar para el último baile de lord Huntington.
Pasaron la mañana entera y parte de la tarde yendo de una tienda a otra.  Había un par de tiendas que ofrecían prendas de confección, pero Christina encontró únicamente tres vestidos de calle que le agradaron, con los correspondientes zapatos y bonetes que hacían juego.  Pero no halló vestidos de noche, de modo que el resto del tiempo fueron a la tienda de una modista, para que le tomaran las medidas y a elegir telas y adornos.  Encargó tres vestidos de noche y dos más de calle, todos con los correspondientes accesorios.
La modista dijo que necesitaba por lo menos cuatro días para completar el encargo, pero que daría preferencia a los vestidos de noche, de modo que Christina pudiese recibirlos antes.  Finalmente regresaron a la casa, tomaron un almuerzo liviano y después se acostaron.
Aquella noche todos los asistentes formularon vivos comentarios cuando Christina y john Wakefield llegaron a la cena.  Formaban una pareja muy interesante, con sus cabellos rubios y la excelente apariencia de ambos.  Christina se sintió fuera de lugar con su vestido de noche violeta oscuro; porque las restantes jóvenes llevaban prendas de color claro.  Pero se tranquilizó cuando john le dijo al oído:
-Crissy, eres la más elegante de todas.
Los dueños de la casa presentaron a los restantes invitados y Christina se sintió muy complacida.  Las mujeres coqueteaban descaradamente con john, y esta actitud le chocó un poco.  Pero se sintió todavía más sorprendida a causa del modo de mirarla de los hombres; se hubiera dicho que la desnudaban con los ojos.  Pensó que tendría mucho que aprender acerca de las costumbres de la ciudad.
La cena se sirvió en un espacioso comedor, cuyas dos enormes arañas pendían sobre la mesa.  Christina se sentó entre dos jóvenes que le prodigaron un número excesivo de cumplidos.  El hombre de la izquierda, el señor Peter Browne, tenía la irritante costumbre de asirle la mano mientras le hablaba.  A su derecha, sir Charles Buttler tenía límpidos ojos azules que no se apartaban de ella ni un minuto.  Los dos hombres rivalizaban por la atención de Christina y cada uno se vanagloriaba y trataba de desplazar al otro.
Al concluir la comida las mujeres se retiraron al salón y dejaron a los hombres con su brandy y sus cigarros.  Christina habría preferido permanecer con los hombres y hablar de política o de asuntos de interés general.  En cambio, se vio obligada a escuchar las últimas murmuraciones acerca de personas a quienes no conocía.
-Sabe, querida, ese hombre ha insultado a todas las bonitas jóvenes que su hermano Paul Caxton le presentó.  Es inhumano el modo de despreciarlas -decía una viuda a su amiga.
-Es cierto que aparentemente no le interesan las mujeres.  Ni siquiera baila.  No le parece que es... en fin, un individuo de costumbres raras, ¿verdad?  Ya sabe... la clase de hombres que no se interesa por las mujeres -replicó la otra.
-¿Cómo puede decir eso si tiene un aire tan viril?  Todas las jóvenes casaderas de la ciudad de buena gana querrían atraparlo... por muy mal que él las trate.
  Christina se preguntó de quién estarían hablando esas damas, pero en realidad no le importaba.  Se sintió muy aliviada cuando ella y john pudieron retirarse.  En el carruaje, de regreso a casa, john sonrió perversamente.
-Mira, Crissy, tres jóvenes admiradores de tu persona me arrinconaron por separado para preguntarme si podían visitarte.
,-¿De veras, john? -replicó Crissy, tratando de ahogar un bostezo-. ¿Qué les dijiste?
-Dije que tus gustos te hacían muy severa, y que no estabas dispuesta a dar ni dos centavos por todos.
Christina abrió los ojos exageradamente.
-John, ¡no habrás dicho eso! -exclamó-. ¡jamás podré mirarlos a la cara!
Howard Yeats se echó a reír.
-Christina, esta noche te veo muy crédula. ¿Dónde está tu sentido del humor?
-En realidad, les dije que no me imponía a ti cuando se trataba de determinar a quién recibías o no recibías... que era asunto exclusivamente tuyo decir si querías visitas o no -respondió calmosamente john, mientras el carruaje se detenía frente a la casa de los Yeats.
-Mira... ni siquiera pensé en ello.  No sabría qué decir o hacer si me visitara un caballero.  La única persona que me ha visitado a veces es Tommy, y para mí es como un hermano -dijo Christina con expresión seria.
Querida, llegarás a acostumbrarte -dijo Kathren con aire de conocedora-.  De modo que no es necesario que te preocupes por eso. ,

Los días pasaron velozmente para Christina, que asistía a fiestas, reuniones sociales y comidas.  Peter Browne, el compañero de cena de la primera noche en Londres, declaró que se sentía como fulminado y la irritaba con sus permanentes declaraciones de amor.  Incluso pidió a john la mano de la joven.
-Peter Browne ayer te pidió mi mano, y sir Charles Butder me lo dijo hoy mientras cabalgábamos por el parque.  Estos londinenses son un poco ¡repulsivos, ¿verdad?  Bien, ¡no quiero verlos más!  Es ridículo que crean que todas las jóvenes que vienen a Londres están buscando marido.  Y afirmar que están enamorados, cuando apenas me conocen... ¡es absurdo! -dijo Christina a su hermano, que se divirtió mucho con el estallido de la joven.
Aquella noche era el primer baile de Christina.  Había ansiado aquel momento desde hacía un mes o, más exactamente, desde que había apremiado al marido de johnsy con el fin de que le enseñase algunos pasos.  Había reservado para aquella noche su vestido más bonito, y se sentía tan entusiasmada como un niño con un juguete nuevo.  Hasta entonces, su temporada en Londres no había sido lo que ella había previsto. ¡Pero aquella noche sería distinto!  Y abrigaba la esperanza de que Peter y sir Charles fuesen al baile, porque estaba decidida a ignorarlos.

CAPITULO 3



Paul Caxton estaba sentado frente a la ventana de su estudio y su rostro tenía una expresión sombría.  Cavilaba acerca de su hermano mayor, Philip, a quien nunca había entendido.  Philip había sido un niño silencioso y retraído, y la convivencia con su padre los últimos años no había mejorado su actitud.
Phllip se había mostrado descontento desde su regreso a Londres, un año antes, para asistir a la boda de Paul. Éste había tratado de convencerlo de que permaneciese en Inglaterra, con la esperanza de que Philip acabara casándose, se asentara y formase una familia.  Pero Phllip se había convertido en un bárbaro después de vivir tanto tiempo con su padre en el desierto.  Paul y su esposa Mary habían presentado muchas jóvenes a Phillp, pero éste las había despreciado a todas.
Paul no podía entender la actitud de Philip.  Sabía que podía ser un hombre encantador y cortés si lo deseaba, pues trataba a Mary con el mayor respeto.  Pero a Philip no le importaba en lo más mínimo lo que la sociedad pensara de él.  Se negaba a representar el papel del caballero, por mucho que ello molestase a Paul.
Philip había llegado la noche de la víspera después de pasar un mes en la propiedad que los hermanos tenían en el campo.  Siempre demostraba un dominio desusado de su propio carácter, pero se encolerizó cuando Paul le habló del baile que se ofrecería aquella noche.
-¡Si tu plan es arrojarme en brazos de otras señoritas de sociedad como las que ya conozco, juro que abandonaré definitivamente la ciudad! -explotó Philip-.  Paul, ¿cuántas veces tendré que decirte que no deseo esposa?  No quiero tener una mujer emperifollado y fastidiosa que me obligue a perder el tiempo.  Tengo mejores cosas que hacer que lidiar con una mujer. -Philip se paseó agitado de un extremo al otro de la habitación-.  Si deseo una mujer, la tomo, pero sólo para pasar una noche placentera, sin ataduras.  No deseo que me sujeten.  Maldita sea, ¿cuándo os meteréis eso en la cabeza?
-Pero, ¿qué ocurrirá si un día te enamoras... como yo me enamoré? En ese caso, ¿te casarás? -se había atrevido a decir Paul, consciente de que el ladrido de su hermano era peor que la mordida.
-Si ese día llega, por supuesto me casaré.  Pero no alimentes esperanzas, hermanito, porque ya he visto lo que esta ciudad puede ofrecerme. jamás veremos ese día.

«Bien -pensó Paul, sonriendo para sí-; era posible que Philip se sorprendiese esa noche, durante la fiesta.» Abandonó bruscamente la silla, y subió la escalera, tres peldaños por vez.  Estaba muy alegre y descargó varios golpes sonoros en la puerta de su hermano, y se asomó al interior.  Philip estaba sentándose en la cama y se frotaba los ojos para disipar el sueiío.
-Muchacho, es hora de vestirse -dijo perversamente Paul-.  Y usa tus mejores prendas.  Querrás seducir a todas esas damas, ¿verdad?
Paul se apresuró a cerrar la puerta cuando una almohada golpeó fuertemente contra la madera.  Rió estrepitosamente mientras caminaba por el corredor, en dirección a su habitación.
-¿Qué te divierte tanto, Paul? -preguntó Mary cuando su marido entró en la habitación riendo todavía.

-Creo que esta noche Philip recibirá su merecido y ni siquiera lo sabe -contestó Paul.
-¿De qué estás hablando?
-De nada, querida, ¡absolutamente de nada! -exclamó.
Alzó en brazos a su esposa y comenzó a describir rápidos círculos en el centro de la habitación.


Phllip Caxton estaba irritado.  El día anterior había discutido con su hermano acerca de las mujeres y el matrimonio y ahora Paul insistía.
-Mira cuántas bellezas elegibles en este salón -decía su hermano, con un guiño de los ojos verdes-.  Es hora de que sientes cabeza y des un heredero a los Caxton.

Paul estaba exagerando.  Philip se preguntó cuál sería su juego-¿Pretendes que elija esposa, y que sea una de estas jóvenes retrasadas de nuestra sociedad? -dijo sarcásticamente-.  Aquí no veo a nadie a quien desee invitar ni siquiera a mi dormitorio.
-Philip, ¿por qué no bailas? -dijo Mary, que se había acercado-.  Qué vergüenza, Paul, estás impidiendo que tu hermano conozca a estas bonitas jóvenes.
Apoyó el brazo en el de Paul.

Philip siempre sonreía para sus adentros cuando Mary llamaba «jóvenes» a las muchachas de su propia edad.  Mary tenía apenas dieciocho años, y era muy hermosa, con sus grandes ojos gatunos y los cabellos castaño claro.  Paul la había desposado hacía apenas un año.
Philip replicó con buen humor:

-Querida, cuando encuentre a una doncella tan bella como tú me sentiré muy feliz de bailar toda la noche.

En ese momento Philip vio a Christina, que estaba apenas a un metro de distancia. ¡Parecía una visión!  Nunca hubiera creído que una mujer podía ser tan bella.

Ella lo miró antes de volverse, pero en aquel momento la imagen femenina quedó grabada para siempre en la mente del hombre.  Los ojos lo fascinaron, oscuros anillos de azul marino alrededor de un centro verde claro.  Los cabellos eran una reluciente masa dorada de rizos y algunos mechones sueltos le cubrían parcialmente el cuello y las sienes.  Tenía la nariz recta y angosta y los labios suaves y seductores, como hechos para ser besados.

Llevaba un vestido de satén azul zafiro oscuro.  El escote permitía entrever los pechos suaves y redondos, y varias cintas celestes destacaban la cintura angosta.  Era perfecta.

Vino a interrumpir la mirada de Philip la mano que Paul agitaba frente a sus ojos.  Finalmente, desvió la vista hacia su hermano que sonreía.

-¿Estás aturdido? -rió Paul-. ¿O será que la señorita Wakefield atrajo tu mirada? ¿Por qué crees que insistí en que vinieses esta noche?  Vive con su hermano en Halstead y ha venido aquí a pasar la temporada. ¿Desearías conocerla?
Philip sonrió.
¿Es necesario que lo preguntes?


Christina vio a un hombre que la miraba groseramente.  Poco antes había oído sus comentarios, insultantes para todas las damas que estaban en el salón.  Quizá era la misma persona cuyos malos modales eran tema de conversación en Londres.

Se volvió cuando advirtió que se acercaba.  Tuvo que reconocer que era el hombre más apuesto que ella había visto jamás; pero entonces recordó que había vivido aislada y había conocido a muy pocos hombres.
-Discúlpame, john -dijo a su hermano.  Pero aquí hace muchísimo calor. ¿Podríamos pasear por el jardín?
Dio un paso, pero la detuvo una voz a su espalda. -Señorita Wakefield.
Christina no tuvo más remedio que volverse.  Vio unos ojos verdes con reflejos amarillos.  Se sintió sobrecogida.  Pareció que transcurría una eternidad antes de que ella volviese a oír las voces.
-Señorita Wakefield, nos conocimos ayer, en el parque... y usted dijo que asistiría a esta fiesta.  Lo recuerda, ¿verdad?
Christina se volvió finalmente hacia el joven alto y su esposa.
-Sí, lo recuerdo.  Paul y Mary Caxton, ¿no es así?
-En efecto -dijo Paul-.  Deseo presentarle a mi hermano, que también está de visita en la ciudad.  La señorita Christina y el señor john Wakefield; mi hermano, Philip Caxton.
Philip Caxton estrechó la mano de john, y besó la de Christina, y cuando lo hizo ella sintió que un estremecimiento le recorría el brazo.
-Señorita Wakefield, me sentiría muy honrado si me concediera la próxima pieza -dijo Philip Caxton, sin soltarle la mano.
-Lo siento, señor Caxton, pero me disponía a dar un paseo con mi hermano.  Aquí hace muchísimo calor.
¿Por qué estaba ofreciendo explicaciones a ese hombre? -Entonces permítame escoltarla, por supuesto con el permiso de su hermano -miró a john.
-Ciertamente, señor Caxton.  Acabo de ver a un conocido con quien deseo hablar, de modo que usted me hará un favor.
Ella pensó irritada: «Oh, john, cómo puedes hacerme esto.» Pero Philip Caxton ya la guiaba entre los grupos de invitados, en dirección a las puertas.  Cuando se detuvieron en la terraza, Christina retiró inmediatamente su mano de la mano de Philip.  Caminaron unos pasos antes de que ella volviese a oír otra vez la voz profunda del hombre.
-Christina, su nombre es encantador. ¿Esa excusa del calor fue un modo femenino de atraerme aquí?
Ella se volvió para mirarlo y lo hizo con movimientos muy lentos, las manos en las caderas y los ojos chispeantes.
-¡Vaya vanidoso insufrible!  Su orgullo me abruma. ¿Está seguro de que esta jovencita tonta es digna de que usted la invite a su dormitorio?
Christina no vio la expresión de asombro del rostro de Philip cuando ella se volvió para regresar al salón.  Tampoco vio la lenta sonrisa que reemplazaba a la expresión de asombro.
«Que me ahorquen -pensó él, moviendo la cabeza-.  No es ninguna jovencita tonta.  Es una viborita.  Vaya si me desairé.» Cerró los ojos y la vio frente a él y comprendió que la necesitaba.  Pero era indudable que la cosa había comenzado mal, porque desde el primer minuto ella le había demostrado antipatía.  Bien, no estaba dispuesto a renunciar.  De un modo o de otro, la tendría.
Philip regresó al salón y vio que Christina estaba a salvo, con su hermano.  La observó la noche entera, pero ella se las arregló para evitar su mirada.  Philip decidió mantenerse a distancia, porque no tenía objeto empeorar todavía más la situación.  Le daría una oportunidad de calmarse durante la noche y a la mañana siguiente renovaría sus ataques.

CAPÍTULO 4




El sol ya estaba alto cuando al fin Christina abandonó su lecho.  Se calzó las zapatillas y se puso la bata, acercándose a la ventana.  Se preguntó qué hora sería.  Recordó la fiesta, y que toda la noche se había movido inquieta en la cama.

No podía olvidar esos ojos extraños mirándola insolentes y el rostro bien formado.  Phillip Caxton era más alto que la mayoría de los hombres, posiblemente medía un metro ochenta y cinco, era delgado y musculoso.  Tenía los cabellos negros y la piel intensamente bronceada, lo cual lo distinguía de los elegantes londinenses de piel muy clara.

Pensó «¿Qué te pasa, Christina? ¿Por qué no puedes apartar de tus pensamientos a ese hombre?  Te insultó, pero continúas recordándolo. Bien, si es posible evitarlo, no volverás a ver a Phillip Caxton.»

Se quitó la bata y las zapatillas y de su guardarropa retiró uno de su propio gusto, descendió la escalera en busca de su hermano.
Christina entró en el comedor y encontró a la señora Douglas y a una de las criadas de la planta baja retirando lo que parecían los restos de un almuerzo.

-Vaya, señorita Christina, comenzábamos a preguntarnos si estaba enferma. ¿Desea desayunar? ¿O tal vez prefiere almorzar ya? -preguntó la señora Douglas.

Christina sonrió al tiempo que se sentaba.

-No, gracias, señora Dougias.  Será suficiente con unas tostadas y una taza de té. ¿Dónde están todos?

-Bien, el señor john dijo que tenía que hacer algunas diligencias y salió poco antes de que usted bajara -dijo la señora Douglas, mientras servía una taza de té a Christina-.  Y el señor y la señora Yeats están durmiendo la siesta.
La criada entró con una bandeja de tostadas y jaleas.

-Señorita Christina, casi lo olvidé -dijo la señora Douglas-.  Esta mañana vino un caballero a verla.  Es muy insistente... ya ha venido tres veces.  Creo que es el señor Caxton. -La interrumpió un golpe en la puerta-.  Seguramente es él.
Christina se mostró irritada.
-Bien, sea el mismo u otro cualquiera, dígale que no me siento bien y que hoy no recibiré visitas.

-Muy bien, señorita.  Pero este señor Caxton es un hombre muy apuesto -replicó la señora Douglas antes de salir para contestar la llamada...
Regresó poco después, moviendo la cabeza.
-Sí, era el señor Caxton.  Me pidió le dijese que lamenta que no se sienta bien, y que espera que mañana esté mejor.
John y ella pensaban regresar a su casa al día siguiente, de modo que no necesitaría ver nuevamente al señor Caxton.  Christina echaba de menos el campo, y también las cabalgadas diarias en su caballo Dax.  De buena gana regresaría a casa.
Dax y Princesa habían nacido al mismo tiempo, y su padre le había regalado Princesa con motivo de un cumpleaños.  Pero Princesa era blanca y mansa, y en cambio Dax era un pardillo negro de carácter áspero.  Por eso Christina había inducido a su padre a que se lo regalase y para lograr su propósito le había prometido adiestrarlo de tal modo que mostrase un carácter más manso.
Sin embargo, Dax era manso sólo con Christina.  La joven reía de buena gana cuando recordaba que dos años atrás John había intentado montar a Dax.  El caballo sólo soportaba a Christina.  Si volvía a casa, pronto olvidaría la figura del grosero Philip Caxton, y a Peter Browne y a sir Charles Buttler.
Christina oyó la puerta principal que se abría y cerraba y john apareció en el umbral.

-De modo que al fin conseguiste abandonar la cama.  Te esperé esta mañana, pero a mediodía renuncié. -John se apoyó en el marco de la puerta-.  Me encontré con Tom y Anne Shadwell.  Como recordarás, él estuvo en mi regimiento.  Nos invitaron a cenar esta noche con algunos de sus amigos. ¿Puedes prepararte para las seis?
-Creo que sí, john.
-Fuera encontré al señor Caxton.  Dijo que había venido de visita, pero que tú no te sentías bien. ¿Ocurre algo?
-No.  Sólo que hoy no deseo ver a nadie -respondió la joven. -Bien, partiremos mañana, de modo que hoy es tu última oportunidad de encontrar un buen marido -se burló john.
-¡Caramba, john!  Sabes que no vine por eso a la ciudad.  Lo que menos deseo es atarme y verme esclavizada por las obligaciones conyugales.  Cuando encuentre a un hombre que me trate como a una igual, quizás entonces contemple la posibilidad del matrimonio.
John se echó a reír.
-Previne a nuestro padre que la educación que recibiste sería tu ruina. ¿Dónde está el hombre que desee una esposa tan inteligente como él?
-Si todos los hombres son débiles y tímidos, jamás me casaré... ¡Y no lo lamento!
-No diré que compadezco al hombre que conquiste tu corazón -dijo john-.  Sin duda, será un matrimonio muy interesante.
Dicho esto, salió de la habitación.
Christina reflexionó acerca de lo que john había dicho.  Dudaba de que jamás pudiese hallar la clase de amor que podía hacerla feliz: la clase de amor que había unido a sus padres.  Ellos habían tenido un matrimonio perfecto, hasta la muerte de ambos, cuatro años atrás.  Después, john y Christina se habían acercado más que nunca uno al otro.
Y el último año john había obtenido un ascenso en el ejército de Su Majestad y ahora disfrutaba de licencia y esperaba nuevas órdenes.  De pronto Christina decidió que lo acompañaría adondequiera que fuese.  Extrañaría a Dax y a Wakefield, pero mucho más extrañaría a su hermano si no lo veía.
Abrigaba la esperanza de que no lo enviasen muy lejos. Él no pensaba seguir indefinidamente la carrera militar, pero de todos modos deseaba hacer algo por su país antes de volver a su terreno.  Al día siguiente irían a Wakefield y pronto saldrían de allí.  Christina esperaba que no fuese demasiado pronto.
Subió el primer piso para pedir un baño.  Le agradaban mucho los baños tranquilos y prolongados.  Lo mismo que la equitación, la tranquilizaban y mejoraban su estado de ánimo.

Christina decidió poner particular cuidado en su atuendo, porque ésta sería su última noche en Londres.  Eligió un vestido borgoña y dijo a Mary que ordenase los rizos rubios de -acuerdo con la complicada moda del momento.  Distribuyó en sus cabellos rubíes rojos como la sangre y agregó un collar a juego.  Su madre había dejado a Christina rubíes, zafiros y esmeraldas.  Los diamantes y las perlas estaban destinados a la esposa de john, para cuando él se casara.  Su madre le había dicho cierta vez que su cutis y su pelo eran demasiado claros y que no le convenía usar diamantes y Christina estaba -de acuerdo con esa opinión.
Admiró su imagen reflejado en el espejo.  Le encantaba usar prendas bonitas y joyas.  Sabía que era hermosa, pero no podía creer que fuese tan bella como todos solían decir.  Tenía los cabellos de un rubio tan claro que la frente alta y blanca parecía prolongarse en el peinado.  Sin embargo, su propia figura la complacía.  Tenía los pechos generosos, de forma perfecta, y las caderas eran esbeltas y acentuaban el perfil de las largas piernas.
Un golpe en la puerta interrumpió el tocado de Christina.  Oyó la ,voz de John.

-Crissy, si estás lista, creo que antes de ir a cenar podemos recorrer el parque por última vez.

Cuando abrió la puerta percibió la expresión admirativa de john. -Me pongo la capa y podemos salir –replicó alegremente la joven. -Crissy, esta noche estás muy hermosa: aunque a decir verdad, siempre se te ve así.

-John, me halagas; pero de todos modos me agrada oírte decir eso -se burló ella-. ¿Vamos?
Christina y john dieron un lento paseo por el parque del Regente antes de detenerse frente a una hermosa residencia de la calle Eustin.  Tom y Anne Shadweil los recibieron en la puerta y  john los presentó a Christina.  Anne Shadwell era la mujer más menuda que Christina hubiese visto jamás.  Parecía una muñeca de porcelana, con los cabellos y los ojos negros, y el cutis blanco.  El marido era un hombre corpulento, como John, y de rasgos ásperos.
 -John! sois los últimos en llegar.  Los restantes invitados están en el salón -dijo Tom Shadwell mientras los conducía hacia el interior de la casa.
Cuando entraron en el salón, Christina no pudo dejar de verlo.  Era la persona más alta que estaba allí.  Oh, condenación, pensó la joven; ¡ese hombre echaría a perder su última velada en Londres!
Philip Caxton vio a Christina apenas ella entró en la sala.  Cuando la miró, Christina apartó el rostro en un gesto de desprecio.  Bien, él no esperaba realizar una conquista fácil.  Desde la víspera, era evidente que ella lo odiaba.
 Por pura casualidad se había cruzado con John Wakefield esa tarde y había sabido que él y su hermana estarían allí por la noche.  Paul conocía a Tom Shadwell y pudo conseguir que el dueño de la casa lo invitase e hiciese lo mismo con Philip.

Philip también supo de labios de John Wakefield que era la última noche que los hermanos pasaban en Londres; por lo tanto, tenía que darse prisa.  Abrigaba la esperanza de que Christina no se sintiese demasiado irritada por la audacia que él demostraba, pero de todos modos no tenía otra salida que tratar de conquistarla aquella misma noche.  Personalmente hubiera preferido llevar a Christina a su propia casa y hacerla su esposa, con o sin protestas, al estilo del pueblo de su padre.  Pero sabía que eso era imposible en Inglaterra.  Tenía que tratar de conquistar su afecto de acuerdo con las costumbres de la civilización.
Suspiró, maldiciendo la falta de tiempo.  Aunque quizá Christina Wakefield sólo se hiciera la difícil.  Después de todo, las jóvenes iban a Londres en busca de marido.  Y él no era tan mal partido.  Aún así, como la había conocido apenas la víspera, las probabilidades no lo favorecían.  Condenación, ¿por qué no se la habían presentado antes?
Anne Shadwell llevó a Christina donde estaba Phillip. -Señorita Wakefield, desearía presentarle...
Se vio interrumpida bruscamente.
-Ya nos conocemos -dijo Christina despectivamente.
Anne Shadwell pareció sobresaltada, pero Phillip hizo una reverencia de arrogante elegancia, tomó firmemente del brazo a Christina y la obligó a caminar hacia el balcón.  Ella se resistió, pero Phillip estaba seguro de que la joven no haría una escena.
Cuando llegaron a la baranda, ella se volvió bruscamente para enfrentarse a Phillip en actitud desafiante.  Los ojos le chispeaban y su voz estaba cargada de desprecio.
-¡Realmente, señor Caxton!  Creí que anoche había aclarado bien mi posición, pero como parece que usted no entiende se lo explicaré otra vez.  Usted no me gusta.  Usted es un individuo grosero y pagado de sí mismo, y me parece una persona intolerable.  Ahora, si usted me disculpa, regresaré adonde está mi hermano.
Se volvió para alejarse, pero él le asió la mano y la atrajo hacia sí. -Espere, Christina -pidió con voz ronca, obligándola a mirarlo en los ojos oscuros.
-Realmente, no creo que tengamos nada que decimos, señor Caxton.  Y por favor absténgase de usar mi nombre de pila.
De nuevo se volvió, pero Phillip continuaba aferrándose la mano.  Ella se le enfrentó otra vez y ahora, endurecida, golpeó el suelo con el pie.
-¡Suélteme la mano! - exigió Christina.

-Tina, lo haré cuando haya oído lo que quiero decirle -contestó él, atrayéndola aún más.

-¿Tina? -dijo ella, y le miró hostil-. ¿Cómo se atreve ... ?
-Me atrevo a lo que quiero atreverme.  Ahora, cállese y escuche. -Le divirtió la incredulidad que se leía en el hermoso rostro-.  Anoche hablé groseramente de las mujeres sólo para tranquilizar a mi casamentero hermano.  Nunca deseé casarme... hasta que la conocí. Tina, la deseo.  Me honraría si consintiera en ser mi esposa.  Le daría lo que quisiera... joyas, hermosos vestidos, mis propiedades.
Ella lo miraba de un modo muy extraño.  Abrió la boca para decir algo, pero no pudo pronunciar palabra.  Y entonces él sintió el golpe de su mano en la mejilla.

-En mi vida me he sentido tan insultada...

Pero él no le permitió terminar.  La abrazó y la silenció con un beso profundo e intenso.  La apretó fuertemente contra su propio cuerpo, sintió la presión de sus pechos y casi le impidió respirar.  Ella se debatía para liberarse, pero sus esfuerzos a lo sumo acentuaban el deseo de Phillip.

De pronto, inesperadamente, Christina cayó inerte en los brazos de Phillip y él bajó la guardia.  Creyó que Christina se había desmayado, pero se le contrajo el rostro cuando sintió un dolor agudo en la pierna.  La soltó instantáneamente para aferrarse la pierna y, cuando volvió a mirar, Christina corría hacia el interior del salón.  Vio que se acercaba a su hermano, que se apartó en seguida para buscar la capa de la joven y decir algo al dueño de casa.  Después salió del salón en compañía de su hermano.
Phillip aún sentía los labios de Christina.  Su deseo no se había apaciguado cuando volvió los ojos hacia la calle y vio a Christina y a su hermano que subían al carruaje y se alejaban.  Continuó observando al vehículo hasta que desapareció y después fue a buscar a Paul y le pidió que se disculpara ante Tom Shadwell.  No estaba de humor para soportar la cena.

Paul comenzó a protestar, pero Phillip ya estaba saliendo del salón.
Se dijo que tenía que haberlo previsto.  Le había rogado como un tonto.  Bien, sería la última vez. Jamás antes había dado explicaciones a ninguna mujer y no volvería a hacerlo.  Pensar que había creído realmente que podía conquistarla en una noche.  No era una fregona que aprovechase sin vacilar la oportunidad de pasar de la miseria al lujo.  Christina era una dama nacida en el bienestar.  No necesitaba la riqueza que él podía darle.

Hubiera debido ir al hogar de Christina en Halstead e iniciar un lento asedio.  Pero aquel no era su estilo.  Además, jamás había cortejado a una mujer.  Estaba acostumbrado a conseguir inmediatamente lo que deseaba y deseaba a Christina.


Christina temblaba cuando entró corriendo en el salón.  Aún sentía los labios de Philip Caxton sobre los suyos y los brazos que la aprisionaban; y la endurecida virilidad de la entrepierna del hombre presionando sobre ella.  De modo que así besaba un hombre a una mujer.  Ella siempre se había preguntado cómo sería.  Pero no había previsto la extraña sensación que Philip Caxton había despertado en ella: una sensación que la atemorizaba y al mismo tiempo la exaltaba.
Felizmente, había recordado lo que su madre le había dicho cierta vez: si un hombre la arrinconaba y ella deseaba escapar, debía fingir que se desmayaba y después descargarle el puntapié más enérgico posible.  Había sido eficaz, y Christina agradeció en silencio a su madre el consejo recibido.
Christina se calmó mientras su hermano fue en busca de la capa.  Explicó que tenía una terrible jaqueca y que deseaba partir inmediatamente.  Cuando él regresó, ambos salieron en busca del carruaje.
Miró hacia la casa y vio a Philip Caxton en el balcón, observándolos.  Pensar que ese hombre la deseaba y la había pedido en matrimonio, pese a que conocía la antipatía que sentía Christina por él. ¡Qué descaro qué audacia ilimitada!
Ahora que estaba a distancia segura de Philip Caxton, Christina dio rienda suelta a su cólera.  Lo había conocido la víspera y hoy ya la había pedido en matrimonio... sin una palabra de amor.  Se había limitado a decir que la deseaba.  Era incluso más impulsivo que Peter o sir Charles. Éstos por lo menos eran caballeros.
Cuando pensaba en ellos se irritaba todavía más. ¡Ese hombre no era un caballero! ¡Se comportaba como un bárbaro!  A Christina le habría gustado volver a ese balcón y abofetear de nuevo aquella cara arrogante.
Los sentimientos de Christina se reflejaban en su rostro y john, que había estado examinándola en silencio, interrumpió los pensamientos de la joven.
-Crissy, ¿qué demonios te pasa?  Yo diría que estás muy nerviosa.  Me habías dicho que tenías jaqueca.
Ella volvió los ojos hacia john, se llevó distraídamente una mano a la frente como quien intenta calmar un dolor y de pronto estalló.
-¡jaqueca!  Sí, tuve jaqueca, pero la dejé allí en el balcón.  John, ese pedante insoportable me propuso matrimonio.
-¿Quién? -preguntó serenamente John.
-¡Philip Caxton!  Y tuvo el descaro de besarme... allá mismo, en el balcón.
John pareció divertido.

Querida hermana, parece que has encontrado a un hombre que sabe lo que desea e intenta conseguirlo.  Dices que te ha pedido en matrimonio, ¡al día siguiente de haberte conocido!  Por lo menos Browne y Buttler te conocían un poco más.  Parece que Philip Caxton realmente te desea.

Christina volvió a recordar lo que Caxton había dicho y su irritación se acentuó.

-Sí, me desea.  Incluso me lo dijo y ni una palabra de amor... ¡Sólo el deseo!

John se echó a reír.  No era frecuente que viese tan irritada a su hermana.  Si Caxton hubiese intentado molestar a Crissy john no se habría sentido tan divertido y habría obligado al hombre a rendir cuentas de su actitud.  Pero mal podía criticar a Caxton por un beso y una propuesta matrimonial. Él habría hecho lo mismo de haber hallado a una mujer tan bella como Crissy.
-Mira, Crissy, a menudo el deseo llega antes que el amor.  Si Cáxton te hubiese dicho que estaba enamorado de ti, probablemente habría mentido.  Lo que dijo fue la verdad... que te deseaba.  Cuando un hombre encuentra a una mujer sin la cual no puede vivir, sabe que está enamorado.  Creo que el amor necesita crecer lentamente, y eso lleva más tiempo de dos días, o incluso dos semanas.  Sin embargo, parece que Philip Caxton está dispuesto a amarte, puesto que te propuso matrimonio.  En lugar de enojarte tanto, podrías haberío considerado un cumplido.

Christina comenzó a calmarse, se recostó en el asiento y miró pensativa a lo lejos.

-Bien, de todos modos poco importa. jamás volveré a ver a Phllip Caxton.  Ante todo, nunca debí venir a Londres.  Aquí los hombres no saben lo que quieren.  Se limitan a competir para llamar la atención: cada uno se vanagloria de que es mejor que el otro.  Y los hombres como Philip Caxton creen que les basta pedir una cosa para conseguirla.  Esta no es vida para mí.  Creo que en el fondo del corazón soy una muchacha campesina. -Christina respiró a pleno pulmón y exclamó con lentitud-: ¡Oh, john, me alegro de volver a casa!

CAPITULO 5



Una suave brisa agitó las faldas de Christina cuando ella y john abordaron la nave que debía llevarlos a El Cairo.  Christina fue conducida a una pequeña cabina que tendría que compartir con otra mujer. John ocupaba otra cabina, directamente frente a la de Christina. Cuando hubieron subido a bordo el equipaje, Christina salió a cubierta para echar una última ojeada a su amada Inglaterra.  Mientras observaba a los marineros que preparaban la salida del barco evocó la frenética prisa de la mañana.
Los fuerte golpes en la puerta habían despertado a Christina, que había pasado otra noche de sueño inquieto. john entró en la habitación y se detuvo al lado de la cama, en su rostro armonioso una expresión distraída.  Christina vio el papel que john traía en la mano, y se frotó los ojos para disipar el sueño.
-Crissy, han llegado esta mañana.  Lamento decir que tendré que partir inmediatamente.
-¿Quiénes han llegado? -dijo la joven con un bostezo. ¿De qué estás hablando?
-De mis órdenes.  Han llegado antes de lo que preveía -replicó john, entregándole el papel.
Christina lo leyó, y agitó la cabeza incrédula.
-¡El Cairo! -exclamo-.  Pero eso está a más de cuatro mil millas de distancia.

-Sí, lo sé.  Necesito partir dentro de una hora.  Crissy, lamento decirte que no puedo acompañarte a casa, pero Howard dijo que de buena gana te escoltará.  Te echaré de menos, hermanita.
Una sonrisa se dibujó en los labios de Christina.
-No, no lo harás, hermano mayor. ¡Iré contigo!  Lo decidí hace mucho.
-¡Crissy, es ridículo! ¿Qué harás en un acantonamiento militar en Egipto?  El tiempo es terrible.  Un calor ardiente y un clima malsano. ¡Echarás a perder tu cutis!
Christina apartó las mantas, saltó del lecho y se enfrentó a john con las manos en las caderas y una expresión obstinada en el rostro.
-John, iré. ¡Y eso es todo!  El año pasado, mientras estuve sola, me sentí muy mal.  No lo soportaré otra vez.  Además, no permaneceremos tanto tiempo en Egipto. -Se volvió y de una ojeada abarcó la habitación-. ¡Oh, estoy perdiendo el tiempo!  Sal de aquí mientras preparo el equipaje y me visto.  Te prometo que no tardaré mucho.
Christina echó de la habitación a john y pidió a Mary que la ayudase a preparar el equipaje.  Tenía que darse prisa, de modo que john no encontrase una excusa para dejarla en la casa.
En menos de una hora se había vestido y estaba pronta para partir. john no formuló objeciones, e incluso le dijo que se alegraba de que le acompañase.

 Faltaban pocos minutos para iniciar el viaje hacia un país extraño, del cual Christina conocía muy poco.

Observando a los pasajeros, Christina pensó que era extraño que su hermano fuese el único oficial del ejército que realizaba ese viaje.
-Crissy, debiste haberme esperado. ¡No quiero verte sola en cubierta!

Christina se sobresaltó al oír las palabras de su hermano, pero se tranquilizó cuando John se reunió con ella ante la baranda de la cubierta.

 -Oh, John, me proteges demasiado.  Estoy perfectamente bien aquí sola.

-Sea como fuere, durante el viaje preferiría que no salgas a cubierta sin escolta.

-Muy bien, si insistes -cedió la joven-.  Estaba pensando que es extraño que no haya otros oficiales a bordo.  Creí que los reemplazos solían viajar juntos.
   - Generalmente lo hacen.  También a mí me ha llamado la atención, pero no conoceré la respuesta antes de llegar a El Cairo.
- Quizá te necesitan para algo especial! -se aventuró a decir Christina.

--Lo dudo, Criss , pero una vez que desembarquemos sabremos a qué atenernos.

John pasó el brazo sobre los hombros de Christina, y los dos hermanos vieron alejarse la costa de Inglaterra, mientras la nave se internaba en el mar.
Para Christina fue un viaje largo y tedioso.  Detestaba el encierro y la nave ofrecía pocos entretenimientos.  Hizo amistad con su compañera de cabina, cierta señora Bigley.  La señora Bigley había ido a visitar a sus hijos, que estudiaban en un colegio inglés, y ahora regresaba a Egipto.  Su marido era coronel del regimiento al que estaba destinado John.  Pero la señora Bigley no pudo explicar a Christina por qué mandaban a John a El Cairo.  Sabía únicamente que los demás reemplazos debían partir un mes después.

Como no habría respuesta antes de que finalizara el viaje, Christina decidió desentenderse momentáneamente del misterio.  Pasaba mucho tiempo leyendo en su cabina o en cubierta.  Después de agotar todos los libros que había traído consigo, hizo frecuentes visitas a la pequeña biblioteca del barco.

Al principio del viaje Christina atrajo la atención de tres jóvenes admiradores, cada uno de los cuales hizo lo posible para monopolizarla.

Uno era norteamericano.  Se llamaba William Dawson, y era un joven simpático de suaves ojos grises y cabellos color castaño oscuro.  Tenía el rostro delgado y enérgico, y la voz muy profunda, con un acento sumamente extraño.  Christina solía sentarse con él y escuchar horas enteras sus relatos muy interesantes acerca del salvaje Oeste.
Aunque simpatizaba con el señor Dawson, Christina no tenía un interés personal en ninguno de los tres galanes.  Había llegado a la conclusión de que la mayoría de los hombres eran iguales; de una mujer, les interesa una sola cosa.  Ninguno parecía dispuesto a respetarla en un plano de igualdad.

Los días pasaban lentamente, sin incidentes particulares.  Christina apenas pudo creerlo cuando al fin llegaron a Egipto.  A medida que avanzaban hada el sur el tiempo era mucho más cálido, y la joven se felicitó de haber traído ropas de verano.  John había ordenado que enviasen el resto de la ropa, pero los baúles no llegarían antes de un mes.
La nave amarró en el puerto de Alejandría.  Christina ansiaba volver a pisar tierra firme, pero el muelle estaba tan atestado que los pasajeros que desembarcaban tuvieron que abrirse paso a viva fuerza a través de la multitud.

John y Christina estaban en cubierta, con sus maletas, cuando la señora Bigley apareció y tomó la mano de Christina.

32
Querida, ¿recuerda que hablamos al principio del viaje de las órdenes recibidas por su hermano?  Bien, el asunto me intrigó bastante.  Mi esposo, el coronel Bigley, vendrá a buscarme y será lo primero que le pregunte- Si alguien sabe por qué enviaron anticipadamente a su hermano, es mi marido.  Si no tiene inconveniente en permanecer conmigo hasta que yo lo encuentre, usted misma podrá oír la respuesta.
-Sí, por supuesto -dijo Christina--.  Me muero de curiosidad y estoy segura de que a John le pasa lo mismo.
La señora Bigley hizo señas a un apuesto caballero de alrededor de cincuenta años que debía ser su marido, el coronel.  El grupo descendió la pasarela en dirección al recién llegado y éste los recibió en el muelle.  Abrazó a su esposa y la besó en los labios.
Querida, me he sentido muy solo sin ti -dijo el coronel.
-Yo también te he echado mucho de menos.  Quiero presentarte al teniente John Wakefield y a su hermana, Christina Wakefield. -Miró a su marido - El coronel Bigley.
John y el coronel se saludaron.
-Teniente, ¿por qué demonios llega un mes antes? Creía que los reemplazos no llegaban antes del mes próximo -dijo el coronel Bigley.
John replicó:
-Señor, esperaba que usted me aclarase este asunto.
-¿Qué? ¿De modo que no sabe por qué está aquí? ¿Trajo sus órdenes?
-Sí, señor.
John extrajo la orden del bolsillo de la chaqueta y la entregó al coronel.
Después de leer la orden, el coronel Bigley miró a John con una expresión de desconcierto en el rostro curtido.
-Lo siento, hijo, pero no puedo ayudarle.  Sólo puedo decirle que nosotros no hemos pedido que viniese antes.  En Inglaterra, ¿tiene algún enemigo que desee alejarlo del país?
John pareció impresionado.
-Señor, no había pensado en eso.  Pero en realidad, no tengo enemigos.
-Una situación muy extraña, pero ahora que están aquí tienen que acompañarnos a tomar una copa. -dijo el coronel Bigley, tomando del brazo a su mujer-.  El tren para El Cairo no sale antes de dos horas.
El coronel Bigley los condujo a un pequeño café.  Almorzaron en un patio abierto y finalmente se dirigieron a la estación.

William Dawson fue a despedirse de Christina.  Prometió visitarla cuando fuese a El Cairo, una semana más tarde, y le pidió la promesa de que no dedicaría todo su tiempo a otros hombres.
En el tren hacía mucho calor y los vagones eran incómodos.  Christina pensó divertida que, con la de trenes que había en Inglaterra, ella hubiese tenido que viajar tanto para conocer uno.  De todos modos, prefería la frescura y la comodidad de un carruaje, aunque a veces los viajes en esos vehículos fuesen un poco accidentados.
La señora Bigley y Christina compartían un asiento en el vagón atestado.
-Oí decir que en el desierto hay muchos bandoleros peligrosos. ¿Es cierto que las tribus beduinas esclavizan a sus prisioneros? -preguntó nerviosamente Christina a la señora Bigley.
-Muy cierto, querida -replicó ésta--.  Pero eso no debe preocuparla. Las tribus temen al ejército de Su Majestad, y es natural que así sea.  Se ocultan en el desierto de Arabia, que está bastante lejos de El Cairo.
-Bien, ahora me siento más tranquila -suspiró Christina.
El tren entró en El Cairo antes de anochecer.  Los Bigley llevaron a un hotel a Christina y a john.
-Cuando se hayan instalado les mostraré la ciudad y podemos asistir a la ópera -dijo amablemente la señora Bigley-. ¿Sabía que en esta ciudad se estrenó la famosa Aida para celebrar la inauguración del canal de Suez?
-No lo sabía, pero a decir verdad no he leído mucho acerca de este país -replicó Christina.  Estaba demasiado fatigada para interesarse realmente en nada.  Ella y john agradecieron la amabilidad de los Bigley y se despidieron. john pidió una cena liviana, pero Christina pudo comer muy poco y se acostó temprano.
Su cuarto estaba en el fondo del corredor, frente al de john y un baño caliente la esperaba.  Se desnudó rápidamente y se sumergió en el agua del baño.  Pensó: «¡ Qué delicia!» El calor y el vagón atestado le habían dejado la piel pegajosa y suda.  Pero ahora se regodeó en el agua caliente y humeante.
Permaneció en el baño una hora, antes de enjuagarse y secarse.
El agua caliente la había tranquilizado y consiguió dormirse sin dificultad.

CAPITULO 6



 En medio de la noche un ruido en la habitación interrumpió el sueño sereno de Christina.  Abrió los ojos y vio una alta figura frente a ella. Christina se preguntó qué demonios hacía John frente a la cama, observándola en la oscuridad.  Pero de pronto comprendió que no podía ser John.  Ese hombre era más alto y algo le cubría el rostro.
Intentó gritar, pero antes de que pudiese emitir el más leve sonido una mano enorme le cubrió la boca.  Trató de apartarlo, pero el hombre era demasiado fuerte para ella.
  De pronto, el hombre la atrajo y la besó cruelmente, oprimiendo el cuerpo de la joven mientras con la mano libre le acariciaba audazmente los pechos.
 “¡Dios mío -pensó frenética Christina-, quiere violarme!» Comenzó a debatirse con violencia, pero su atacante la dejó caer sobre la cama y con movimientos rápidos le aplicó una mordaza a la boca y se la ató firmemente sobre la nuca.  Le metió un saco por la cabeza y se lo bajó a lo largo del cuerpo, asegurándolo alrededor de las rodillas. La alzó en brazos y se la echó al hombro.
  Christina trató de mover los pies para conseguir que el hombre perdiese, el equilibrio, pero él la arrojó al aire y la joven quedó sin aliento cuando volvió a caer sobre el hombro de su agresor.  Comprendió que el individuo caminaba y oyó abrirse y cerrarse la puerta del dormitorio.
Pareció que descendían una escalera, y de pronto ella sintió que una leve brisa le acariciaba los pies desnudos.  Seguramente habían salido del hotel.  Dios mío, ¿qué hará conmigo este hombre? ¿Vine a este bendito país para morir... y cómo moriré? ¿Primero me violarán brutalmente? ¿Por qué quise salir de Inglaterra? ¡Pobre John, se creerá culpable de mi muerte! ¡Necesito escapar!
De nuevo Christina descargó puntapiés al aire y se contorsionó, Pero el hombre la apretó con más fuerza para anular sus intentos.
Durante unos minutos apresuró el paso y de pronto se detuvo.  Habló en el idioma de los nativos y después la arrojó sobre algo.  Christina trató de moverse, pero cesó en sus esfuerzos cuando sintió una dolorosa palmada en las nalgas.
Otra voz murmuró unas palabras y se oyó una carcajada estrepitosa; Christina sintió un movimiento irregular.  Comprendió que estaba depositada sobre un caballo, como un saco de patatas.  Casi se echó a reír histéricamente cuando el hombre apoyó una mano sobre su espalda. ¿Acaso temía que ella cayese y se lastimara antes de que él mismo pudiera herirla?
El corazón de Christina latía tan aceleradamente que temió que fuese a estallar. ¿Adónde me lleva?  Y de pronto comprendió.  Por supuesto... se dirigían al desierto.  Qué mejor lugar para violar a una mujer que el desierto... donde nadie pudiera oír sus gritos.  Aparentemente, el grupo estaba formado por varios hombres. ¿Cuántas violaciones tendría que soportar antes de que la matasen?
Cabalgaron horas enteras, pero Christina perdió la noción del tiempo.  Tenían los cabellos pegados a la frente y le dolía el estómago a causa de la postura en que se hallaba.  No podía entender por qué se internaban tanto en el desierto.  Al fin el grupo interrumpió la marcha.
«Será ahora», pensó frenéticamente, mientras la bajaban al suelo.  Cuando advirtió que nadie la tocaba, intentó echar a correr, pero olvidó que el saco estaba atado alrededor de sus rodillas y casi en seguida cayó sobre la arena.
Ya no podía soportar más humillaciones.  Comenzó a gemir.  Hubiera llorado histéricamente de no haber sido por la mordaza que le cubría la boca.  Alguien la levantó, dejándola de pie.  Los dedos de sus pies se hundieron lentamente en la fresca arena del desierto.
Christina sintió que le desataban la cuerda 'anudada alrededor de las rodillas, y de nuevo intentó caminar.  Pero alguien la retuvo y la joven sintió el contacto del ancho pecho de un hombre.  El individuo la retuvo abrazada durante lo que a Christina le pareció una eternidad y después rió con auténtico regocijo.  La montó sobre el caballo y él mismo se instaló detrás.  Al parecer, por lo menos pensaba permitirle que cabalgase con cierta dignidad.
Pero, ¿por qué reanudaron la marcha? ¿Por qué no le habían hecho nada? ¿Querían que sufriese más en ese estado de inquieta expectativa?  Y entonces Christina concibió una idea.  Tal vez, después de todo, no pensaran matarla.  Quizá se propusieran venderla como esclava después de violarla.  Naturalmente.  Era muy probable que en un mercado de esclavos obtuviesen por ella una hermosa suma.  Christina despertaría un interés desusado con sus largos cabellos rubios y su cuerpo blanco y esbelto.  Sí, eso era lo probable. Me usarán, y después me venderán para obtener una ganancia.  Lo cual será peor que morir.

Christina siempre había asegurado que no estaba dispuesta a ser la esclava conyugal de ningún hombre.  Y ahora sería una verdadera esclava, la esclava de un amo que haría con ella lo que se le antojara. Ella no podría influir sobre el asunto.  Pensó que prefería que la matasen, porque no podría soportar la esclavitud.

Las horas se arrastraron lentamente y al fin Christina comenzó a percibir cierta luz a través del tosco tejido del saco, y comprendió que estaba amaneciendo.  Pensó en John y en lo que sufriría cuando descubriese su desaparición.  Dudaba de que jamás pudiese hallarla, pues habían estado cabalgando la noche entera.

¿Adónde la llevaban?  Christina sintió el sudor que le corría por los costados y las piernas, porque el calor aumentaba sin cesar.  Hubiera proferido maldiciones para abrumar a ese bastardo... pero si él no la entendía, era completamente inútil.  Estaba agotada.

Al fin se detuvieron, aunque a Christina ya no le importaba... no quería continuar pensando.  La dejaron en el suelo, pero las piernas no la sostuvieron.  No se entregaba, pero sabía que era inútil correr. El sol la cegó unos momentos cuando uno de los hombres le quitó el saco que le cubría la cabeza.  Cuando al fin recobró la vista vio a un nativo de corta estatura.  El individuo le entregó una chilaba y un pedazo cuadrado de tela con una cuerda, para que se hiciera un turbante beduino.

-Kufiyah -dijo el hombre señalando el lienzo.
El individuo desató la mordaza y comenzó a alejarse.
Eran tres.  Dos jóvenes de mediana estatura y un hombre muy alto que estaba abrevando a los caballos.  El joven que le había entregado la chilaba y la kufiyah volvió un momento después, sonriendo tímidamente, y le entregó un poco de pan y un odre de agua.  Christina tenía mucho apetito, pues apenas había probado bocado la noche anterior.
Cuando Christina terminó de comer, el hombre corpulento se acercó y le arrebató el odre, que entregó a uno de los secuaces.  Su kufiyah le cubría la mitad inferior del rostro, de modo que ella no pudo verle las facciones.

Era un hombre muy alto para ser árabe.  Christina creía que los árabes en general eran menudos, pero este hombre sobrepasaba en mucho a los demás.

   El individuo la ayudó a ponerse la chilaba, y le recogió los cabellos, que estaban sueltos.  Por lo menos, la ayudaba a vestirse en lugar de desnudarla.  Le arregló la kufiyah sobre la cabeza, y después la llevó a la sombra de una saliente rocosa y la obligó a sentarse sobre la fresca arena.
Aterrorizada, Christina se apartó del hombre.  Pero el individuo se limitó a reír ásperamente y se alejó para ayudar a sus amigos que atendían los caballos.  Retiraron las toscas mantas de los animales, los cepillaron y les dieron un poco de grano.  Los árabes que acompañaban al individuo de elevada estatura comieron algo y se echaron a descansar, completamente cubiertos por sus chilabas oscuras.
Christina miró alrededor y vio al hombre alto que trepaba por las rocas, un rifle en la mano, para montar guardia.  No podía huir.  Dejó que su cuerpo agotado se relajase y se durmió.
El sol estaba bajo en el horizonte cuando Christina despertó.  Los caballos estaban dispuestos y el hombre alto la obligó a montar con él.
Christina pudo ver montañas a lo lejos y, alrededor, un océano de arena.  Decidió no intentar nada y se recostó contra el hombre que montaba con ella.  Le pareció que él se reía, pero aún estaba demasiado fatigada para preocuparse por eso.  Volvió a dormirse.
Cabalgaron tres noches más, descansando durante las horas de más calor.  Finalmente comenzaron a salir del desierto.  Christina pudo ver árboles a su alrededor y notó que el aire era más fresco. «Si la temperatura había descendido -pensó Christina- seguramente se debía a que comenzaban a internarse en las montañas.»
Deseaba desesperadamente que aquella pesadilla no fuese más que un mal sueño.  Pronto despertaría en su hogar de Halstead para gozar de las frescas brisas matutinas, desayunar y salir a pasear montando a Dax.  Pero sabía que no era un sueño. jamás volvería a ver a Dax, ni a
su hogar.
Un fuego ardía a cierta distancia.  Uno de los hombres del grupo profirió un grito: todos salieron de los árboles y se acercaron a un campamento; había cinco tiendas, una más grande que las restantes, formando un círculo alrededor del fuego.  El fuego era la única fuente de luz y las llamas proyectaban sombras móviles sobre todo lo que había alrededor.
Se acercaron cuatro nativos, con sonrisas en sus rostros oscuros, y todos comenzaron a hablar y a reír.  Las mujeres del campamento salieron de sus tiendas y en sus ojos se leía la curiosidad; pero se mantuvieron apartadas del grupo de hombres.
Christina fue depositada en el suelo.  Comprendió que habían llegado al fin del viaje.  Tenía que tratar de salvarse del destino que la esperaba.  Quizá podría ocultarse en las montañas y arreglárselas juego para regresar a la civilización.
Otros hombres se reunieron con el grupo, junto al fuego.  Todos rodeaban al individuo alto y hablaban y gesticulaban.  Christina permaneció momentáneamente sola. ¿Suponían que esperaría tranquilamente su destino?
Alzó hasta las rodillas la chilaba y el camisón, y echó a correr.  Corrió tan velozmente como no lo había hecho jamás en su vida.  No sabía si estaban persiguiéndola.  Sólo oía los latidos acelerados de su corazón.  Se le cayó de la cabeza la kufiyah y sus cabellos se agitaron desordenadamente al viento.
Christina tropezó y cayó de bruces.  Alzando los ojos vio dos pies frente a ella.  Hundió el rostro en la arena y comenzó a llorar.  No podía evitar las lágrimas, pero detestaba mostrar su debilidad a este hombre. Él había obtenido una victoria al conseguir que ella llorase.  Con movimientos bruscos la obligó a incorporarse y la llevó de regreso al campamento.
 Llevaron a Christina a la más espaciosa de las tiendas y sin ceremonias la depositaron sobre un diván sin respaldo, con brazos bajos y redondeados en sus extremos.  La joven trató inmediatamente, de recuperar el dominio de sí misma; se apartó de la cara los cabellos enmarañados y se enjugó las lágrimas que bañaban sus ojos.

La tienda era bastante espaciosa y tres de los lados estaban formados por una tela muy peculiar, a través de la cual el fuego que ardía fuera iluminaba vivamente la habitación.  El piso estaba cubierto por alfombras multicolores y el cuarto lado de la tienda estaba hecho de un tejido más pesado.  Christina alcanzó a ver otro cuarto, uno de cuyos lados estaba completamente abierto.  La habitación principal estaba escasamente amueblada.  Cerca del fondo de la tienda había otro diván forrado con terciopelo celeste, y entre los dos artefactos había una mesa larga y baja.  En un rincón, al fondo de la tienda, un pequeño gabinete, y sobre él un solo vaso con incrustaciones de piedras preciosas y un odre de piel de cabra.  Muchos almohadones pequeños de vivos colores aparecían distribuidos sobre los dos divanes y en el piso, a corta distancia.  Christina observó a su raptor.  El hombre alto estaba de espaldas a la joven cuando se quitó la kufiyah y la chilaba.  Las depositó sobre el gabinete y del odre de piel de cabra vertió un líquido en el vaso.
Calzaba botas altas hasta las rodillas, y vestía una camisa y pantalones anchos con el ruedo asegurado por las botas.
Christina se sobresaltó cuando el hombre le hablé en perfecto inglés.
-Tina, veo que no será fácil manejarla.  Pero ahora está aquí y sabe que me pertenece;. y quizá no intente volver a huir.
Christina no podía creer lo que oía.  El hombre se volvió para mirarla.  Los ojos de la joven se agrandaron por la sorpresa, y ella sintió que se le aflojaba la mandíbula.
El hombre se echó a reír.
-Tina, esperé mucho tiempo para ver esa expresión en su rostro... esperé desde la noche en que usted se separó de mí, en Londres.
¿De qué estaba hablando? ¡Seguramente había enloquecido!
Las mejillas de Christina enrojecieron de cólera y su cuerpo tembló de rabia.
-¡Usted! ¿Qué está haciendo aquí, y cómo se atreve a raptarme y traerme a este lugar abandonado de la mano de Dios? ¡Philip Caxton; mi hermano lo matará!
Él volvió a reír.
-De modo, Tina, que ya no me teme.  Excelente.  No creo que me agradara oírla rogar y pedir compasión.
-Señor Caxton, jamás le ofreceré esa satisfacción. -Christina se puso de pie, enfrentándose con el hombre, y los cabellos casi le llegaban a las caderas-.  Ahora, ¿quiere tener la bondad de explicarme por qué me trajo aquí?  Si busca un rescate, mi hermano le dará todo lo que usted desee.  Pero me agradaría que el asunto se resuelva prontamente, de modo que yo pueda salir de aquí y evitar su compañía.
Él sonrió.  Esos ojos tan extraños la tenían como hipnotizada.  Sin saber muy bien por qué, pensó: ¿Por qué tenía que ser tan terriblemente atractivo aquel hombre?
-Imagino que debo aclararle por qué la traje.
Phillip se sentó en el diván y la invitó a hacer lo propio.  Bebió un sorbo del vaso y la examinó atentamente antes de continuar hablando.
-En general, no explico a nadie mis propósitos, pero creo que en su caso puedo hacer una excepción. -Hizo una pausa, como para pensar en las palabras que deseaba usar-.  Christina, la primera vez que la vi en ese baile en Londres, me di cuenta de que la deseaba.  De modo que lo intenté a su modo.  Le expliqué mis sentimientos y le propuse matrimonio.  Cuando usted se negó, decidí tenerla a mi propio modo, y muy pronto.  La noche que usted me rechazó conseguí que enviasen aquí a su hermano.
¿De modo que fue usted quien maniobró con el fin de que enviasen aquí a mi hermano? -exclamó ella, atónita.
 -No vuelva a interrumpirme hasta que haya terminado. ¿Está claro? dijo, bruscamente Phillip.

Christina asintió, pero sólo porque su curiosidad la obligaba a callar.
-Como dije, arreglé que enviasen aquí a su hermano.  Se trataba sencillamente de conocer a las personas adecuadas.  Si usted hubiese decidido permanecer en Inglaterra, para mí habría sido mucho más dificil traerla aquí cuando su hermano se hubiera alejado.  En Inglaterra usted hubiese escapado más fácilmente, pero aquí yo podía tenerla antes.  Tendrá menos posibilidades de huir.  En este país los raptos son cosa usual, de modo que no espere ayuda de la gente de mi campamento. -Phillip le dirigió una sonrisa maligna-.  Tina, ahora usted es mía.  Cuanto antes lo comprenda, mejor para usted.
Christina se incorporó bruscamente y paseó enfurecida por la habitación.

-¡No puedo creer lo que acaba de decirme! ¿Cómo puede imaginar que me          casaré con usted después de lo que me ha hecho?
¡Casarme!- dijo él riendo-.  Le ofrecí el matrimonio una vez. No, volveré  a hacerlo.¡Ahora que la tengo aquí, no necesito casarme con usted! -Se acercó a la joven y la abrazó  Ahora usted es mi esclava, no mi esposa.

¡No seré esclava de nadie! ¡Prefiero morir antes que someterme a usted! -gritó Christina y se debatió para evitar el abrazo.
-¿Cree que le permitiré suicidarse, después de esperarla tanto tiempo? -murmuró Philip con voz ronca.

Acercó sus labios a los de Christina y la besó apasionadamente, sosteniéndole la cabeza con una mano y los dos brazos con la otra.

Christina volvió a sentir esa extraña sensación en todo el cuerpo. ¿Le agradaba el beso de ese hombre?  Pero eso era imposible. ¡Ella lo odiaba!

Ella aflojó bruscamente el cuerpo, pero antes de que pudiese darle un puntapié, Phillip la alzó y su risa resonó en la tienda.
-Tina, ese pequeño truco ya no sirve.
Phillip  alzó en brazos a Christina, y pasando entre los pesados cortinajes la llevó a su lecho.  Cuando ella comprendió su intención, Comenzó a luchar fieramente, pero él la arrojó sobre la cama y se acostó a su lado.  Christina le golpeó el pecho con los puños, hasta que él le sujetó los brazos sobre la cabeza y los sostuvo así con una mano.
-Creo que ahora veré si tu cuerpo está a la altura de tu hermoso rostro.
Phllip desató la túnica que ella usaba.  Aplicó una pierna sobre el cuerpo de la joven para impedir sus movimientos y de un solo tirón brusco le desgarró el camisón.
Christina gritó, pero él la besó apasionadamente y su lengua se hundió profunda en la boca de la joven.  Después el beso fue suave y gentil y Christina se sintió cada vez más aturdida.  Philip aplicó los labios al cuello de Christina, y con la mano libre acarició audazmente los pechos llenos y redondos.
Philip le sonrió, buscando una respuesta en los ojos de la joven. -Eres aún más bella que lo que yo había soñado.  Tu cuerpo está hecho para el amor.  Te deseo, Tina -murmuró con voz ronca.
Después llevó los labios a los pechos de Christina, besando primero uno de ellos y después el otro.  Christina sintió que una oleada de fuego inundaba su cuerpo.
Tenía que decir algo para detenerlo.  No tenía fuerza física suficiente para rechazarlo.
-Señor Caxton, usted no es un caballero. ¿Tiene que violarme, contra mi voluntad -preguntó fríamente-, sabiendo que lo odio?
Philip la miró y ella advirtió que el deseo se disipaba en los ojos verdes.  La soltó y se puso de pie frente a la cama.  La miró desde su altura y su boca cobró una expresión dura que concordaba con el frío resplandor de sus ojos.
-Jamás pretendí ser un caballero, pero no te violaré.  Cuando hagamos el amor, será porque tú lo deseas tanto como yo.  Y lo desearás, Tina, te lo prometo.
-¡Nunca! gritó Christina cubriéndose el cuerpo con la túnica-. jamás le desearé.  Lo odio con todo mi ser.
-Ya veremos, Tina -contestó Phillip, volviéndose.
-¿Dejará de llamarme Tina? ¡No es mi nombre! -gritó ella, pero él ya había salido de la tienda.
Christina aseguró la túnica alrededor del camisón desgarrado y contempló el cuarto.  Pero no había nada que ver: sólo un armario junto a la enorme cama, con su gruesa manta de piel de oveja.
Mientras se deslizaba bajo la manta, Christina pensó en lo que él había dicho.  No quería violarla.  Si era hombre que hacía honor a su palabra, podía considerarse segura, porque sabía que jamás lo desearía. ¿Por qué tenía que desear a ningún hombre?  El deseo era un sentimiento masculino, no femenino.
Pero, ¿y si él no respetaba su palabra?  Christina no tenía fuerza suficiente para contenerlo si él deseaba tomarla por la fuerza. ¿Qué ocurriría entonces?  Y a propósito, ¿qué demonios estaba haciendo en Egipto?  Se comportaba como un nativo, y la tribu parecía aceptarlo como uno de los suyos.  Christina no podía comprender la situación, y el interrogante continuaba agobiándole, sin hallar una respuesta adecuada.
Cuando pensó en todo lo que había hecho Phillip Caxton para traerla a este lugar, se enfureció de nuevo. ¡Pensar que ella había atravesado el océano sencillamente para que la raptara un loco!  Bien, si podía evitarlo no permanecería allí mucho tiempo.  Pensando en la posibilidad de la fuga, Christina al fin consiguió dormirse



CAPITULO 7



Philip pensó que Christina podía ser perversa cuando quería.  Bien, le llegaría la hora, y a él le complacería mucho obligarla a reconocer que también ella le deseaba.
Aunque era tarde, Philip salió de la tienda para visitar a su padre, el jeque Yasir Alhamar; sabía que el anciano estaría esperándole.
Yasir Alhamar había sido jeque de la tribu durante más de treinta y cinco años.  Había raptado a su primera esposa, una dama inglesa de familia noble, al asaltar una caravana.  Ella había vivido cinco años con Yasir y le había dado dos hijos, Philip y Paul.
Durante aquel tiempo, la tribu se desplazaba por el desierto y el clima y la vida dura envejecieron rápidamente a la madre de Philip.  Pidió volver a Inglaterra con sus hijos.  Yasir la amaba profundamente y se lo permitió.  Pero ella le prometió que dejaría que sus hijos regresaran a Egipto una vez que alcanzaran la mayoría de edad, si así lo preferían.
Philip se había criado y educado en Inglaterra; cuando cumplió los veintiún años su madre le habló de su padre.  Philip decidió buscar a Yasir y vivir con él.  A la muerte de su madre, ocurrida hacía cinco años, Philip había heredado la propiedad.  La había dejado al cuidado del administrador de los Caxton, pues él no deseaba vivir en Inglaterra y su hermano por el momento aún estaba cursando sus estudios.
Philip vivió once años con la tribu de su padre, pero al fin había regresado a Inglaterra, hacía un año, para asistir a la boda de su hermano.  Paul había tratado de convencerlo de que debía permanecer en Inglaterra un tiempo.  Después había conocido a Christina Wakefield y había decidido que sería suya.
Philip había seguido los pasos de Christina y john Wakefield hasta el muelle, y había esperado pacientemente a que la nave partiese.  La suerte lo favoreció y había conseguido pasaje en un barco de carga.  Embarcó el mismo día, pero llegó a destino una semana antes que la nave de Christina.
Cuando llegó, fue a ve ra Saadi y Ahmad, y les pidió que le trajesen su caballo, Victory.  Saadi y Ahmad eran buenos camaradas; y además eran primos lejanos de Phillip.  La tribu entera estaba más o menos emparentado con él.
Phillip tenía un medio hermano ocho años más joven.  Pero los dos hombres no se llevaban muy bien.  Philip comprendía perfectamente la razón de ese estado de cosas, pues Rashid habría sido el jefe de la tribu si Philip hubiese permanecido en Inglaterra.


Yasir Alhamar estaba sentado sobre las pieles de oveja que eran su lecho.  Aún vivía en el tradicional estilo nómada, con escasos muebles y pocas comodidades.  Philip recordaba cómo se había reído su padre cuando su hijo había subido hasta el campamento, entre las montañas, acarreando su cama y otros muebles.
 - De modo, Abu, que aún eres inglés.  Creí que después de tanto tiempo te habrías acostumbrado a dormir en el suelo -había dicho Yasir.
Por, lo menos, padre, lo he probado todo -había replicado Philip -de modo que todavía podemos alentar cierta esperanza contigo -replicó riendo Yasir.
Cuando Yasir vio a Philip, lo invitó a entrar y a sentarse a su lado.
-Ha pasado mucho tiempo, hijo mío.  Me han hablado de la mujer que esta noche has traído al campamento. ¿Es tu mujer?
Lo será, padre.  La conocí en Londres, y comprendí que tenía que ser mía. Arreglé las cosas de modo que enviasen aquí al hermano, y ahora ella es mía.  Todavía me rechaza, pero no necesitaré mucho tiempo para domarla.
Yasir se echó a reír.
-Eres realmente mi hijo.  Has raptado a tu mujer, como yo rapté a tu madre.  Ella también me rechazó al principio, pero creo que acabó amándome tanto como yo a ella, pues se casó conmigo.  Quizá si entonces hubiésemos vivido en las montañas, habría permanecido a mi lado, pero no podía soportar el clima del desierto.  Yo la habría acompañado, pero he vivido aquí toda mi vida, y no hubiera logrado sobrevivir en tu civilizada Inglaterra -dijo-.  Tal vez me des nietos antes de que muera.
Tal vez, padre, ya lo veremos.  Mañana te la traeré, pero ahora debo regresar.

El padre asintió y Philip volvió a su tienda.  Al entrar en ella vio que lo esperaba una fuente con comida y se sentó a comer y a meditar acerca de la muchacha que dormía en su lecho.
No podría esperar mucho para tenerla, sobre todo ahora que siempre estaba cerca.  Hacía mucho tiempo que no se acostaba con una mujer y el cuerpo de Christina le enloquecía.  Recordó sus pechos, llenos bajo la caricia masculina; la cintura minúscula y las caderas suaves y esbeltas; las piernas largas, bien formadas; la piel como satén; los cabellos... con gusto se sumergiría en esa dorada masa de rizos.
Los ojos de Christina lo fascinaban.  Habían cobrado un tono azul colérico cuando descubrió quién la había raptado.  Philip había esperado mucho tiempo para ver esa reacción.  Volvió a reírse cuando recordó el asombro que se reflejaba en el rostro de Christina, el sentimiento que prontamente se había convertido en cólera.
Bien, tal vez le concediese un poco de tiempo para acostumbrarse a su nuevo hogar; pero no mucho.  Un día sería suficiente.
Se desvistió y se deslizó bajo las mantas.  Christina estaba acurrucada y le daba la espalda.  Philip contempló la posibilidad de desvestirla, pero si lo hacía únicamente conseguiría despertarla y él estaba muy fatigado para soportar la cólera femenina.  Sonrió pensando en la reacción de Christina cuando lo hallase en la cama, junto a ella, por la mañana.  Bien, por lo menos Christina lo acompañaba, aunque fuese contra su voluntad.  Con el tiempo tendría que aceptar la situación.  Philip cerró los ojos y se sumió en el sueño.

CAPITULO 8



A la mañana siguiente, cuando Christina Wakefield despertó, tenía una sonrisa en los labios, porque había estado soñando que corría por el campo, en su hogar de Halstead.  Sus ojos verdeazules se agrandaron sorprendidos cuando vio al hombre acostado en la cama, a su lado.  De pronto recordó dónde estaba y cómo había llegado a esta situación.
Enfurecida pensó: «¡Qué audacia!  Jamás habría creído que tendría que compartir el lecho con este hombre. ¡Eso es demasiado! ¡Tengo que huir de este individuo!»
Christina abandonó el lecho con movimientos cautelosos y se volvió para ver si le había despertado.  Philip Caxton dormía profundamente; en el rostro mostraba una expresión inocente, satisfecha.  Christina lo maldijo en silencio y con movimientos cautelosos rodeó la cama y pasé entre las pesadas cortinas que separaban el dormitorio del resto de la tienda.
Cuando percibió el aroma de la comida que venía de algún lugar del campamento, Christina comprendió lo hambrienta que estaba.  No había probado bocado la noche anterior.  Pero no podía pensar en la comida.  Tenía que huir mientras Philip dormía aún.
Christina apartó el lienzo que cubría la entrada de la tienda y miró hacia afuera.  Felizmente no había nadie a la vista. «Bien -pensó, ahora o nunca.»
Christina reunió valor y comenzó a salir del campamento.  Apenas dejó atrás la última tienda, empezó a correr desesperadamente, apartándose del sendero principal para evitar la posibilidad de que Philip saliese a buscarla.  Las piedras le lastimaron los pies desnudos mientras ella corría entre los olivos silvestres.
Rogó en silencio que nadie la hubiese visto abandonar el campamento.  Si lograba llegar al pie de la montaña, podría ocultarse y esperar que una caravana de las que pasaban por allí la devolviese a su hermano.
De pronto, Christina oyó el galope de un caballo entre los matorrales, detrás de ella.  Todas sus esperanzas se esfumaron cuando se volvió y descubrió que Philip se acercaba montando su hermoso caballo árabe.  Sus ojos mostraban un verde sombrío y colérico, y su expresión era la imagen misma de la furia.
-¡Maldita sea! -gritó Christina-. ¿Cómo ha podido encontrarme tan pronto?
-¡Y encima me maldices!  A mí me han despertado de un profundo sueño para oír que Ahmad me decía que habías salido huyendo montaña abajo. ¿Qué debo hacer, mujer? ¿Necesito atarte por las noches a mi cama, para asegurarme de que no huirás mientras duermo? ¿Eso deseas?
-¡No se atreverá!
-Christina, te dije una vez que me atrevo a hacer todo lo que me place. -Philip desmontó del caballo con la agilidad de un gato montés.  Tenía una expresión endurecida, los ojos revelaban una cólera fría y peligrosa.  La asió por los hombros y la sacudió brutalmente-. ¡Debería castigarte por huir de mí!  Eso es lo que un árabe que se respete haría a su mujer.
-¡No soy su mujer! dijo Christina, y sus ojos relampaguearon con expresión asesina-. ¡Y jamás lo seré!
-En eso te equivocas, Christina, porque eres y continuarás siendo mi mujer hasta que me canse de ti.
-¡No, no lo seré!  Y no tiene derecho a retenerme aquí.  Dios mío, ¿no comprende cuánto lo odio?  Usted representa todo lo que yo desprecio en un hombre. ¡Usted es un... un bárbaro!
-¡Sí, tal vez así es: pero si yo fuera un caballero civilizado, no te tendría aquí, donde deseo que estés!  Y te agrade o no, te retendré aquí, atada a mi cama si es necesario -replicó Philip fríamente.
La alzó y la depositó a lomos de su caballo.
¿Por qué debo viajar así? -preguntó indignada Christina.
-Yo diría que es necesario que aceptes un castigo tan benigno -dijo él-.  Mereces algo mucho peor.
Philip montó detrás de Christina, y cuando ésta comenzó a debatirse él descargó su pesada mano sobre las nalgas de ella.  Christina dejó de moverse y rabió en silencio todo el camino de regreso al campamento.
«¡Maldita sea! -pensó irritada-.  Llegaría el momento en que ella gozaría intensamente con el sufrimiento de Philip. ¿Por qué tenía que soportar esta tortura?  Siempre había sido una joven orgullosa... orgullosa de su familia, de su propiedad, de su belleza y su independencia.  Por eso era doblemente doloroso caer tan bajo.  Era degradante ser nada más que un juguete de este hombre odioso.  No lo merecía. ¡Nadie merecía una cosa como ésta!»

Cuando llegaron a la tienda, Philip desmontó, obligó a descender a Christina y la empujó adentro.  Ella se sentó en uno de los divanes y esperó a ver qué ocurría ahora.

Philip habló con alguien que estaba fuera, entró y se sentó junto a Christina.
-Ahora traerán comida. ¿Tienes apetito? -preguntó, y su voz ya no era dura.
-No -mintio Christina.
Pero cuando una joven trajo una fuente de alimento, nada hubiera podido impedir que Christina devorase cumplidamente su ración.
Phiiip terminó de comer antes que ella y se recostó en el diván, detrás de Christina.  Ella sintió sus manos, que recogían los mechones de cabellos y jugaban distraídamente con ellos.  Christina dejó de comer y se volvió para mirar los sonrientes ojos verdes.
-Querida, ¿desearías bañarte? -preguntó Philip, mientras deslizaba entre los dedos un mechón de cabellos dorados.
Christina no podía negar que le hubiera encantado un baño.  Mientras ella terminaba de comer, Philip abandonó la tienda y regresó poco después con una falda, una blusa, unas zapatillas y lo que ella supuso era una toalla.  Se preguntó a quien pertenecerían, pero no quiso interrogar a Philip.
Philip salió de la tienda con Christina y cruzó el campamento.  Frente a la tienda que se levantaba a la izquierda de la que ocupaba Phfflp había una joven que tendría más o menos la edad de Christina, y que jugaba con un niño.  Las cabras y las ovejas pastaban en las colinas, a cierta altura sobre el campamento, y en un corral había diez o doce de los mejores caballos árabes que Christina hubiese visto jamás y entre ellos dos potrillos nacidos poco antes.  Quiso detenerse a observar los caballos, pero Philip la alejó del campamento y comenzó a subir por un sendero que serpenteaba entre las montañas.
Christina se apartó de él.
¿A dónde me lleva? -preguntó.
Pero él la asió nuevamente de un brazo y continuó caminando. Querías bañarte, ¿no es así? -preguntó Philip, mientras la llevaba al interior de un pequeño claro rodeado por altos enebros.
Las lluvias de la región habían formado un ancho estanque en medio del claro.  Era un lugar hermoso, pero Christina hubiera deseado saber por qué Philip la había traído allí. Él le entregó una pastilla de jabón perfumado.
-No pretenderá que me bañe aquí, ¿verdad? -preguntó Christina con altivez.

-Mira, Tina, ya no estás en Inglaterra, donde puedes tomar un soberbio baño caliente que las criadas preparan en tu habitación.  Ahora estás aquí y si quieres bañarte harás como todos.
-Muy bien.  Necesito bañarme después de un viaje tan horrible.  Si éste es el único modo en que puedo hacerlo, lo aceptaré.  Ahora, señor Caxton, márchese.
Philip le sonrió.
-No, señora mía.  No tengo la más mínima intención de irme.
Se sentó sobre un tronco y cruzó perezosamente las piernas.  Ella vio que los reflejos amarillos de los ojos se le avivaban a la luz del sol.

Un lento sonrojo cubrió el rostro de Christina.
-No querrá decir que piensa permanecer aquí y... -hizo una pausa, porque no deseaba completar la frase- contemplarme.
-Es exactamente lo que me propongo hacer.  De modo que si deseas bañarte, adelante.

La miraba atentamente, con una mueca perversa en los labios.  A Christina le hirvió la sangre.
-¡Bien, vuélvase, y así podré desvestirme!
-Ah, Tina, tendrás que comprender que no permitiré que me niegues el placer de contemplar tu cuerpo, aunque todavía no lo haya poseído -replicó Philip.

Christina lo miró: sus ojos azules reflejaban hostilidad.  Ese hombre no le dejaba ni un resto de dignidad.
-Lo odio -murmuró.

Se volvió y desató la túnica.  La túnica y el camisón desgarrado se deslizaron de su cuerpo y cayeron al suelo.  Christina se apartó de las ropas y entró en el agua; cada vez más hondo, hasta que pudo ocultar los pechos.

Ella no quería complacerlo, si podía evitarlo.  Continuó de espaldas a Philip y se lavó en ese estanque de aguas deliciosamente frescas.  Se sumergió para mojarse los cabellos, pero necesitó bastante tiempo para hacer espuma suficiente y lograr un buen lavado.
Cuando al fin lo logró, oyó un ruidoso chapoteo.
Christina se volvió prontamente, pero no logró ver a Philip.  De pronto lo encontró directamente enfrente.  Y ella sabía perfectamente que ambos estaban desnudos bajo el agua fría. . Philip se sacudió el agua de los espesos cabellos negros y trató de abrazar a Christina, pero ella estaba preparada y le arrojó la pastilla de jabón.  Se alejó nadando rápidamente.  Se detuvo cuando oyó la risa de Philip y cuando se volvió advirtió que él no se había movido; ahora estaba enjabonándose.
El alivio se reflejó francamente en el rostro de Christina cuando terminó de enjuagarse los cabellos y salió del agua.  Se secó de prisa y se ató la toalla alrededor de los cabellos.  Se ajustó la larga falda parda alrededor de la cintura, anudándola por delante.  Después, se puso la blusa sin mangas, con un escote bajo y redondo.  La áspera tela de algodón le irritaba la piel, pero tendría que arreglarse con lo que él le daba.
   Christina se sentó y trataba de peinarse con los dedos los cabellos enmarañados cuando Philip se acercó por detrás. Querida, ¿te sientes mejor ahora? -dijo con voz suave.
Ella rehusó contestarle o mirarlo, y se dedicó a su peinado mientras Philip se vestía.  Pero Christina no pudo guardar silencio mucho tiempo, porque su curiosidad era más intensa que su negativa a hablarle.
Philip, ¿qué hace en esta región, y cómo es posible que esa gente lo conozca tan bien? -preguntó.
   La risa de Philip resonó en el claro.

-Ya me parecía extraño que no lo preguntases -dijo-. Éste es el pueblo de mi padre.
Christina lo miró atónita.
¡Su padre! ¡Pero usted es inglés!
-Sí, soy inglés por mi madre, pero mi padre es árabe, y éste es su pueblo.
Entonces, ¿usted es medio árabe? -lo interrumpió Christina, a quien esa hipótesis le pareció increíble.

-Sí, y mi padre capturó a mi madre, así como yo te capturé a ti. Después le permitió regresar a Inglaterra con mi hermano y conmigo, de modo que me criaron en Inglaterra hasta que fui mayor de edad.  Luego decidí volver y vivir con mi padre.
¿Su padre está aquí?
-Ya le verás después.

Seguramente su padre no aprueba que me haya raptado? -pregunto ella, calculando la posibilidad de que el padre de Philip la ayudase.

Todavía no te he hecho nada... pero sí, mi padre lo aprueba -dijo, con una sonrisa en los labios-.  Tina, olvidas que esto no es Inglaterra.  Mi pueblo acostumbra tomar lo que desea, cuando puede.  Y yo me aseguré previamente de que fuese posible traerte.  Comprenderás mejor después de estar un tiempo aquí.

La acompañó de regreso a la tienda y allí la dejó sola.

¿Podría comprender jamás a Philip Caxton?  Christina paseó la mirada por la tienda, preguntándose qué podría hacer consigo misma.  De pronto se sintió muy sola y eso la abrumó.

Sin pensarlo demasiado, Christina corrió fuera de la tienda y vio a Philip que montaba su caballo, y estaba acompañado por cuatro jinetes.  Corrió hacia él y le aferró la pierna.
-¿Adónde va? -preguntó.
-Volveré en poco tiempo.

-Pero, ¿qué debo hacer yo mientras usted está ausente? -Christina, qué pregunta absurda.  Haz lo que las mujeres suelen hacer cuando están solas.

-Ah, por supuesto, señor Caxton -dijo ella con altivez-. ¿Cómo no lo había pensado?  Puedo utilizar el cuarto de costura, aunque en realidad no es necesario... estoy acostumbrada a vestir ropa de confección. O tal vez podré ocuparme de su correspondencia.  Estoy segura de que usted es un hombre atareado y no tiene tiempo para ocuparse personalmente.  Pero si usted lo prefiere, puedo revisar su bien provista biblioteca.  Estoy segura de que allí podré encontrar lecturas interesantes. ¡Señor Caxton, además de cuerpo tengo mente! -Christina, el sarcasmo no te sienta bien -dijo irritado Philip.
-Por supuesto, usted es mejor autoridad que yo cuando se trata de decidir qué me conviene -replicó Christina.

-Christina, no continuaré tolerando esta charla. ¡Puedes comportarte como te plazca en la tienda, pero en público debes mostrarme respeto! -replicó Philip y los músculos de la mandíbula se le contraían peligrosamente mientras la miraba.

-¡Respeto! -Ella retrocedió un paso para mirarlo, un tanto divertida-. Desea que lo respete después del modo en que me trató? -En este país, cuando una mujer se muestra irrespetuosa con el marido, se la castiga físicamente.

-Usted no es mi marido -lo corrigió Christina.

-No, pero tengo los mismos derechos de un marido.  Soy tu amo y me perteneces.  Si deseas que busque un látigo y te desnude la espalda en público, con mucho gusto te complaceré.  Si no es así, regresa a mi tienda.

Habló con tal frialdad que Christina no esperó para comprobar si estaba dispuesto a ejecutar su amenaza.  Regresó a la tienda y se arrojó a la cama para aliviar en el llanto sus frustraciones.

¿Ahora debía temer los golpes, además de la violación? ¡Ese demonio exigía respeto después de lo que había hecho!  Pero ella prefería morir antes que demostrarle nada que no fuera odio y desprecio.
Detestaba la autocompasión, pero ¿qué podía hacer mientras él estaba ausente?  Y a propósito, ¿qué haría cuando Philip regresara?  Lloró largo rato y al fin se durmió.


Christina se despertó bruscamente a causa de una enérgica palmada en el trasero.  Se volvió rápidamente y vio a Philip junto a la cama, con las manos en las caderas y una sonrisa burlona en su rostro armonioso.

Querida, pasas mucho tiempo durmiendo en esta cama. ¿Deseas que te muestre otro modo de usarla?

. Christina se incorporó de un salto.  Ahora interpretaba más fácilmente que antes las groseras alusiones de aquel hombre.

 -Señor Caxton, estoy segura de que puedo prescindir de esa clase de conocimiento.

Christina se le enfrentó con los brazos en jarras y se sintió más segura con la cama entre los dos.

-Bien, muy pronto aprenderás.  Y prefiero que me llames Philip o  como me llaman aquí.  Creo que es hora de que prescindas de los formalismos.

-Bien, Caxton, preferiría continuar con los formalismos.  Por lo menos su gente sabrá que no estoy aquí voluntariamente -dijo Chistina con altivez.

Philip sonrió perversamente.

-Oh, saben que no estás aquí por propia voluntad pero también saben que no soy hombre a quien pueda mantenerse esperando. Suponen que fuiste desdorada anoche.  Quizás eso ocurra esta noche. Christina abrió desorbitadamente los ojos, que adquirieron el color más oscuro del azul.

'Pero usted... usted prometió!  Me dio su palabra de que no me ¿No tiene el más mínimo escrúpulo?

-Tina, siempre cumplo mi palabra.  No tendré que violarte.  Como ,te dije antes, me desearás tanto como yo te deseo.

Seguramente usted está loco. ¡jamás lo desearé! ¿Cómo puedo hacerlo cuando lo detesto con todo mi ser? -exclamó la joven-.  Me apartó de mi hermano y de todo lo que amo.  Me tiene prisionera aquí, con un guardia en la puerta cuando usted se marcha. ¡Lo odio!
Christina salió airada de la habitación y en su fuero íntimo maldijo a Philip con las palabras más horribles que se le ocurrieron.  De pronto, vio dos montones de libros y por lo menos una docena de cortes de lienzo depositados sobre el diván.  Olvidé su irritación y corrió a examinar las cosas.
Había lienzos, sedas, satén, terciopelo y brocado, y los colores eran los más bellos que ella había visto jamás.  Incluso encontró un corte de algodón semitransparente que podía utilizar para confeccionar camisas.  Hilos de todos los colores, tijeras y todo lo que ella podía necesitar para confeccionar hermosos vestidos.
Se volvió hada los libros, y los examinó uno tras otro.  Shakespeare, Defoe, Homero... Algunos ya los había leído, y otros pertenecían a autores de los que nunca había oído hablar.  Al lado de los libros, un juego de peines y cepillos de marfil bellamente tallados.
Christina se sintió muy complacida.  Durante un instante le pareció que era una niña pequeña que el día de su cumpleaños recibía tantos regalos que estos podían durarle hasta el aniversario siguiente.  Philip se había acercado y veía su alegría ante la sorpresa.  Christina se volvió bruscamente para mirarlo y sus ojos habían recobrado el suave color verdeazulado, en el centro de un círculo oscuro.
-¿Todo esto es para mí? -preguntó, mientras con la mano acariciaba un retazo de terciopelo azul que hacía juego con sus ojos.
-Era para ti, pero no sé si debería dártelos después de todo lo que hiciste -respondió Philip.
Los ojos del hombre no indicaban si estaba burlándose de ella o no. De pronto, Christina tuvo un impulso de desesperación.
-¡Por favor, Philip!  Si no tengo con qué ocupar el tiempo, moriré. -Quizá deberías darme algo a cambio -replicó él con voz ronca. -Usted sabe que no puedo. ¿Por qué me tortura así? -Querida, te apresuras a extraer conclusiones.  Lo que había pensado era un beso... un beso honesto, con un poco de sentimiento.
Christina echó otra ojeada al tesoro literario depositado sobre el diván.  Pensó: ¿Qué daño podía hacer un beso, si de ese modo ella obtenía lo que deseaba?  Se acercó a él y esperó, los ojos cerrados, pero Philip no se movió.  Christina abrió los ojos y vio la expresión divertida de su interlocutor.
-Señora mía, pedí que usted me diese el beso y que lo hiciese con un poco de calor.
Dirigió una sonrisa a su prisionera.
Después de un momento de vacilación, Christina enlazó con sus brazos el cuello de Philip y atrajo hacia ella los labios del hombre.  Al hacerlo, entreabrió la boca.  El beso comenzó suavemente, pero de pronto la lengua de Philip penetró hondo.  Ese extraño cosquilleo volvió a dominarla, pero esta vez ella no lo rechazó.  Philip la abrazó con fuerza inusitada y Christina percibió el crujido de sus propios huesos.  Podía notar la erección entre las piernas del hombre, mientras sus labios dejaban un reguero de fuego en el cuello de la muchacha.
Philip la alzó y comenzó a llevarla a la cama.  Christina empezó a luchar.
-¡Usted pidió sólo un beso!  Por favor, suélteme -rogó. ¡Maldición, mujer!  Llegará el momento en que de buena gana y vendrás a mí.  Te lo prometo.
La depositó en el suelo y salió.  Una sonrisa se dibujó en los labios de Christina cuando vio que había triunfado otra vez.  Pero, ¿cuánto tiempo pasaría antes de que se le terminara la suerte?  El beso de Phiíip había suscitado en ella sentimientos que la propia Christina no comprendía.  La había dejado como vacía, deseosa de algo más: ella no sabía qué era lo que anhelaba.
Unos minutos después Phillp regresó a la habitación, seguido por una joven que traía la cena.  Cuando se retiró, Philip habló con dureza.
-Ahora comeremos y después te llevaré a conocer a mi padre.  Está esperándonos.
Comieron en silencio, pero Christina se sentía excesivamente nerviosa para paladear los manjares. Temía el encuentro con el padre de Phiiip.  Si se parecía a su hijo, Christina tenía sobrados motivos para temer.
 No sería posible postergar unos pocos días este encuentro, de modo que yo pueda vestir algo más presentable que esto? -preguntó.  "Philip la miró con el ceño fruncido. Mi padre vivió siempre aquí.  No está acostumbrado a los vestidos lujosos de las mujeres.  Lo que ahora llevas es muy apropiado para visitarlo.
¿Y de quién son estas ropas? ¿Pertenecieron a su última amante? -pregunto agriamente Christina.
Christina, tienes la lengua muy afilada.  Las ropas pertenecen a Amine, que trajo la comida.  Amine es la esposa de Syed, uno de mis primos lejanos.
Christina se sentía avergonzada, pero no deseaba reconocerlo.
-¿Vamos?  Mi padre desea conocerte.
Philip le tomó la mano y la condujo a una tienda más pequeña a la derecha de la que él ocupaba.  Entraron, y Christina vio a un anciano sentado en el suelo, en el centro de la tienda.
-Adelante, hijos míos.  Ansiaba este encuentro.
El viejo les hizo señas de que entraran.
Philip cruzó con ella la habitación y se sentó sobre una piel de oveja, frente a su padre; obligó a Christina a acomodarse al lado.
Quiero presentarte a Christina Wakefield  Phiiip miro a su padre, y luego miró a la joven-.  Mi padre, el jeque Yasir Alhamar.
-Abu, no debes llamarme jeque.  Ahora tú eres el jeque -lo reprendió el padre de Philip.
-Padre mío, siempre pensaré en ti como en el jeque.  No me pidas que deje de tratarte con respeto.
-Bien, entre nosotros eso poco importa.  De modo que ésta es la mujer sin la cual no podías vivir dijo Yasir, mirando fijamente a Christina---.  Sí, comprendo por qué la necesitabas.  Christina Wakefield, contemplarte es un placer.  Espero que me darás muchos y hermosos nietos antes de que yo muera.
Christina abrió los ojos desmesuradamente, y el rostro se le cubrió de sonrojo en un instante.
-¡Nietos!  Caramba, yo...
Philip la interrumpió bruscamente. -No digas más.
La miró hostil, como desafiándola a que desobedeciera.
-Está bien, Abu.  Veo que tu Christina tiene mucho carácter.  Tu madre era igual la primera vez que vino a mi campamento.  Pero yo no era tan bondadoso como tú y tuve que castigarla una vez.
Christina contuvo una exclamación de horror, pero Yasir le dirigió una sonrisa comprensiva.
-¿Te impresiona, Christina Wakefield?  Bien, cuando lo hube hecho, tampoco a mí me agradó mucho.  Tienes que comprender que yo había estado bebiendo bastante, y la cólera me cegaba, porque ella coqueteaba sin recato con los hombres de mi campamento.  Después me confesó que su intención había sido despertar mis celos, de modo que me viese obligado a proponerle matrimonio.
-Después, jamás volví a castigarla, y al día siguiente nos casamos.  Pasé con ella los cinco años más hermosos, y me dio a mis hijos Abu y Abin.  Pero no podía soportar el calor del desierto, y cuando me rogó volver a su patria no pude negarme.  Todavía lloro su muerte y siempre la lloraré.

El padre de Philip tenía una expresión dolorida en los ojos oscuros, como si recordase ese antiguo pasado feliz.  Se limitó a asentir, sin mirarlos, cuando Philip dijo que volverían a verlo.
Christina compadecía a Yasir, que había vivido apenas cinco años con la mujer amada: pero no alentaba los mismos sentimientos por Philip.  Cuando regresaron a la tienda, lo miró, centelleantes los ojos oscuros.

¡No le daré nietos! -gritó.

¿Qué? -Philip se echó a reír-.  Es sencillamente el sueño de un anciano.  Yo tampoco pretendo que me des hijos.  No te traje aquí para eso.

-Entonces, ¿para qué me trajiste? -explotó Christina.
-Tina, ya te lo dije.  Estás aquí para mi placer.  Porque te deseo -contestó sencillamente.

- Extendió la mano hacia ella y Christina se apartó veloz, la cólera inducida por el miedo.

-¿Dónde puedo poner estos cortes de tela? -preguntó para distraerlo.

-Me ocuparé de traerte un armario la semana próxima.  Por ahora puedes dejarlos donde están.  Ven, vamos a la cama -dijo, y comenzó a caminar hada el dormitorio.

 -Apenas ha oscurecido y no estoy cansada.  Además, no dormiré en esa cama contigo. ¡Y no tienes derecho a obligarme!  Christina se sentó y comenzó a desatarse las trenzas.  Phillip se acercó al diván y la tomó en brazos. Querida, no dije que nos acostaríamos para dormir -sonrió con gesto perverso.

-¡No! Exclamó Christina-. ¡Déjame ahora mismo!
 Phillip le sonrió mientras la introducía en el dormitorio y la dejaba sobre la cama.
-Te dije que estabas aquí para complacerme.  Tina, desnúdate. -No haré nada de eso -replicó indignada Christina.
Comenzó a salir de la cama, pero fue un gesto inútil porque Philip la devolvió en un instante al centro del lecho, y con las rodillas le ~flis caderas.  Le pasó la blusa sobre la cabeza, y con una mano le  sujeto los brazos, pese a que ella se debatía con toda su fuerza. Después, le desabrochó la falda y la hizo girar sobre sí misma para quitársela.
-¡No puedes hacer esto. ¡No lo toleraré! Exclamó ella, tratando inútilmente de apartarlo.
-Querida, ¿cuándo aprenderás que aquí soy el amo?  Lo que deseo hacer... lo hago.

Philip vio el miedo en los ojos oscuros de Christina, pero no se detuvo.

-Maldita sea, Tina.  Te di mi palabra de que no te violaría, pero no prometí que no habría de besarte o tocarte el cuerpo.  Ahora, ¡quieta! -dijo con voz dura.

Aplicó con fuerza sus labios sobre los de la joven.
Philip la besó, con un beso largo y brutal.  Christina experimentaba una sensación muy extraña. ¿Le agradaban realmente los besos de este hombre?  Sentía extrañamente vivos los pechos, el vientre, el cuerpo entero.
Philip la soltó y permaneció de pie junto a la cama.  Le acarició el cuerpo con sus ojos verdes mientras se quitaba sus propias ropas, prenda por prenda, y las echaba a un lado.  A Christina se le agrandaron los ojos cuando vio la desnuda exposición física del deseo de Philip.  El miedo la dominó y saltó de la cama, tratando por última vez de escapar.  Pero Philip, agarrando su larga trenza, la obligó a caer en sus brazos.

-Tina, no tienes que temer de mí -dijo, empujándola hacia la cama.

Philip posó los labios en el rostro de la joven, descendió al cuello, pero cuando llegó a los pechos, ella comenzó a debatirse otra vez.  Philip le asió los brazos y con una mano los sostuvo firmemente sobre la cabeza de Christina.

-No te resistas, Tina.  Relájate y goza con lo que yo te haga -murmuró con voz ronca.

Mientras Philip continuaba besando los pechos, apoyaba la mano libre en los muslos de Christina.  Cuando llevó la mano hacia el triángulo dorado de vello, bajo el ombligo, Christina gimió y rogó a Philip que se detuviese.

-Tina, si no he hecho más que comenzar -murmuró él y deslizó la rodilla entre las piernas de Christina, para separárselas.
Christina sintió una oleada de fuego cuando Philip la acarició delicadamente entre los muslos.  Cubrió la boca de la muchacha con la suya y ella comenzó a gemir suavemente.  Ahora no deseaba que él se interrumpiese.  Quería conocer en qué terminaba esa extraña sensación que experimentaba en lo más hondo de su ser.
Philip le soltó la mano y deslizó su cuerpo sobre el de Christina.  Le sostuvo la cabeza con sus manos enormes y la besó con besos hambrientos.  Ella sintió la endurecida virilidad del hombre entre sus piernas, pero ahora ya no le importaba.  Su mente pedía que él se detuviese, pero su cuerpo exigía que continuara.  Entonces Christina comprendió que Philip tenía razón.  Ella odiaba a aquel cuerpo que la traicionaba, pero deseaba al hombre.

Sintió que él comenzaba a penetrarla lentamente.  Pero Philip se detuvo y la miró en los ojos.

-Te deseo, Tina.  Eres mía y quiero hacerte el amor. ¿Deseas ahora que lo interrumpa? ¿Deseas que te libere? -La mirada sonriente, porque sabía que había triunfado-.  Dímelo, Tina, dime que no me detenga.

  Ella lo odiaba, pero ahora no podía permitir que la abandonase.  Le rodeó el cuello con los brazos.

-No te detengas -murmuró jadeante.
Sintió un dolor desgarrador cuando él la penetró profundamente.

Los labios de Philip ahogaron el grito de Christina y ella le hundió las uñas en su espalda.

-Lo siento, Tina, pero era necesario.  No volverá a dolerte... te lo prometo.

Comenzó a moverse suavemente en el interior de Christina.
Tenía razón.  No volvió a sentirlo.  El placer de Christina se acentuó cuando Philip aceleró el ritmo.  Christina se abandonó por completo al amor y correspondió a cada movimiento de Philip con un movimiento de sus propias caderas. Él le elevó a alturas cada vez mayores, hasta que ella, con los ojos desorbitados, sintió que se unía por completo con el hombre.

Philip le reveló un placer cuya existencia ella jamás había conocido. Pero ahora que yacía exhausta al lado de Philip lo odiaba todavía  que antes.  Se maldijo porque se había mostrado tan débil.  Juró no entregarse nunca más a él: pero lo había hecho y eso no podía perdonárselo.

Christina abrió los ojos y descubrió a Philip que la miraba fijamente, con una expresión inescrutable en el rostro.

-Tina, jamás renunciaré a ti.  Siempre serás mía -murmuró en voz baja.  Después se apartó de ella, pero la atrajo hacia él de modo que la cabeza de la joven descansó en su hombro-.  Y te advierto una cosa.  Si alguna vez intentas huir de mí, te encontraré y a latigazos te arrancare la piel de la espalda.  Te lo prometo.

Christina guardó silencio.  Pronto oyó la respiración profunda y @ar y comprendió que Philip se había dormido.  Con movimientos cautelosos se apartó de él y abandonó el lecho.
Christina tomó la túnica de Philip, se la puso y salió de la tienda.

   En el centro del campamento el fuego ardía luminoso y proyectaba sombras móviles que confundían todas las cosas: pero ella no vio a nadie.  Avanzó con cuidado en la misma dirección en que Philip la había llevado esa mañana y llegó al pequeño claro.  Se quitó la túnica y se sumergió en el agua tibia.
Hasta ahora, nadie la había visto.  Pensó un instante en la posibilidad de robar uno de los caballos del corral y escapar mientras Philip dormía.  Pero quizá la suerte no la acompañara y por otra parte estaba segura de que alguien oiría el ruido de cascos.  No deseaba comprobar si Philip era capaz de cumplir su palabra y si llegado el momento estaría dispuesto a castigarla con el látigo.  De modo que renunció a la idea y dejó que el agua tibia lavase el olor del hombre con quien se había acostado.

CAPÍTULO 9



El sol comenzaba a iluminar las montañas, y disipaba el frío de la noche, cuando Philip despertó de un grato sueño.  Volvió la cara para ver si su cautiva aún estaba a su lado.  Frunció el ceño cuando vio a Christina acostada en el extremo de la cama, cubierta con la túnica del propio Philip.  Tendría que hablarle, porque no estaba dispuesto permitir que una prenda los separase en el lecho.  Cuando recordó su victoria de la noche anterior, Philip sonrió y jugueteó con los extremos sueltos de la trenza de Christina.  Vio la mancha rojo oscuro de sangre en la sábana y sintió los arañazos en la espalda.

¡Qué mujer había encontrado!  Christina se había entregado por completo la noche anterior, después de reconocer la derrota.  Su pasión salvaje había estado a la altura del temperamento de Philip.  Quizá tendría que hacerla su esposa para evitar que alguna vez le abandonase.  Pero ella ya lo había rechazado una vez y no había modo de que él pudiese obligarla a aceptar el matrimonio.
Philip abandonó la cama, abrió el arcón que guardaba sus ropas y tomo unos pantalones claros y una chilaba blanca, de mangas :z. Salió de la tienda, y al ver a Amine que estaba frente al fuego, le pidió que trajese el desayuno.  Philip examinó a su caballo, Victory, y los dos caballos capturados poco antes y guardados en el corral.  Le agradaba trabajar con los caballos, y la doma de estos animales le daba algo que hacer, fuera del tiempo que dedicaba a asaltar las caravanas.

Phillip recordaba la expresión incrédula en el rostro del mercader W*' y adiposo durante la incursión de la víspera, cuando él había ,preguntado si la caravana llevaba libros.  Phillip había tomado únicamente las cosas que necesitaba para Christina, y ordenado a sus hombres que se apoderasen únicamente de alimentos y otros artículos indispensables.
Philip no necesitaba las riquezas que podían acumularse atacando a las caravanas, porque en Inglaterra disponía de bienes considerables.  Su madre le había dejado propiedades muy valiosas y además un título.
Su medio hermano Rashid se apoderaba de todo lo que encontraba cuando realizaba sus incursiones y no se preocupaba mucho si mientras actuaba moría alguien.  Rashid era un hombre duro y cruel.  Philip se alegraba de que no hubiese estado en el campamento
cuando él regresó.
Después de hacer una última caricia al hocico gris y aterciopelado de Victory, Philip regresó a la tienda.  Encontró a Christina sentada en el diván, tomando su desayuno.  Se había quitado la chilaba de Philip, y ahora llevaba la falda y la blusa que había usado la víspera.  Cuando él se acercó, la joven le dirigió una mirada de odio que habría anonadado a otro hombre.
-Esperaba que tu humor hubiese mejorado después de anoche, pero veo que no es así observó Philip como de pasada.
-Y yo esperaba que tuvieses la decencia de no mencionar lo ocurrido anoche. ¡Pero me lo arrojas a la cara, como el rufián que eres! ¡Te prometo que no volverá a ocurrir!
Philip sonrió perversamente mientras con absoluta serenidad se sentaba al lado de joven.
-Tina, no hagas promesas que no podrás cumplir.
Christina intentó golpear indignada al rostro burlón, pero él la asió por la muñeca.
-Amor mío, no es el momento apropiado para disputar.  Sugiero que apliques tu energía a fines más constructivos y concluyas tu comida.  Después te llevaré a tomar un baño.
-No, gracias.  Me bañé anoche -dijo ella con expresión altiva.
Los ojos de Phillip se entrecerraron irritados.  Christina frunció el ceño cuando él la tomó por los hombros y la obligó a volverse.
-¡De modo que por eso llevabas mi chilaba esta mañana! -estalló Phillip, mientras la sacudía violentamente-. ¡Pequeña estúpida! ¿Crees que somos la única tribu que habita estas montañas?  Hay por lo menos una docena y compartimos el agua y el pozo del baño con Yamaid Alhabbal.  A diferencia de la mía, su tribu no habla inglés. ¿Sabes dónde estarías esta mañana si uno de sus hombres te hubiese descubierto?  En un mercado de esclavos... y estarían exigiendo por tu cuerpo un precio elevado.  Es decir, después que Yamaid Alhabbal y todos sus hombres hubiesen saboreado tus encantos.
Philip la apartó y se plantó frente a ella, los ojos fríos e implacables.
-Jamás vuelvas a salir sin escolta de este campamento. ¿Me oyes?
-Sí -murmuró ella humildemente.
Cuando vio cómo se atemorizaba, Philip se calmó.
-Lo siento, Tina.  En realidad, si te vendiesen, probablemente no podría     encontrarte.  El buitre gordo y viejo que pudiese pagar más por ti te ocultaría, temeroso de perderte.  Ni tú ni yo queremos eso, ¿o no es verdad?

-Puedes estar seguro de que tendré en cuenta tu advertencia, y en el futuro tendré más cuidado -replicó Christina, mientras alisaba las arrugas imaginarias de su falda-.  Y ahora, si me disculpas, necesito coser algunas cosas.   i,, recogió un retazo de tela y desapareció en el interior del dormito Philip meneó la cabeza.  Sí, Christina era muy capaz de reaccionar rapidez; pasaba en un instante del desaliento y el miedo al desdén.
Después de desayunar, Philip se acercó al dormitorio y apartó las  cortinas.
A propósito, querida, no pierdas tiempo confeccionando camisones, porque aquí no los necesitarás.
Múhp esquivó un almohadón que llegó volando con la fuerza de un proyectil.  Rió de buena gana mientras salía de la tienda.  Ahora comenzaría a domar a los potros: ¡quizá fueran más dóciles que Christina!
Esa noche, después de la cena, Philip se recostó perezosamente en el diván, los ojos fijos en Christina.  Ella se había sentado enfrente, y cosía un retazo de tela verde claro, y se desentendía por completo de éI. Esa actitud desdeñosa lo irritaba; pero estaba decidido a que ella lo supiera.
Philip cerró los, ojos y dejó fluir el curso de sus pensamientos. Había pasado el final de la tarde con su padre, y charlado con Yasir de Paul y de su nueva esposa.  Aunque su padre no veía a Paul desde hacia muchos años, el hijo menor aún estaba muy cerca de su W~n.  Philip abrigaba la esperanza de que Paul viniese por lo menos una vez a visitar a su padre.  El anciano ya no viviría mucho tiempo.  En esta tierra, la gente moría prematuramente.
Cuando Yasir había decidido trasladar a su tribu a un lugar que habitaban al pie de las montañas, Philip se había sentido complacido. Nunca le había agradado la vida nómada del desierto, el permanente deambular de un oasis al siguiente.  Ahora, hacía ocho años que la tribu vivía en las montañas.  Phillip no hubiese podido permanecer tanto tiempo con su padre si la tribu no se hubiese trasladado permanentemente a esta región.  Aquí el clima era bastante más fresco.  Había agua suficiente incluso para bañarse regularmente.  El campamento ocupaba un lugar que les permitía rechazar un ataque si llegaba la ocasión.
Phllip no sabía si permanecería en Egipto después de la muerte de su padre.  Pero ahora que tenía a Christina, probablemente decidiría quedarse.  No podía llevarla a Inglaterra, porque allí ella conseguiría escapar.
Philip se relajó con gestos lánguidos y cuando abrió los ojos vio a Christina dormitando en el diván.  Se levantó, en silencio rodeó la mesa y se detuvo al lado de la joven.  Sus ojos acariciaron los cabellos despeinados; la masa reluciente cubría la almohada y caía hasta el suelo.  Christina estaba acurrucada, como una niña pequeña e inocente.  No parecía la mujer sensual de la noche anterior.
Philip se inclinó para abrazar a Christina.  Pero ella se incorporó de un salto y corrió hacia el fondo de la tienda.  Se volvió para ver si él la perseguía.
-De modo que... sólo fingías dormir. -Él se incorporó y le dirigió una mirada divertida--.  Preciosa, es un poco tarde para dedicarse a estos juegos.
-Puedo asegurarte que no estoy jugando -replicó ella con gesto duro, recogiéndose los cabellos que le caían sobre los hombros.
-Pensaba únicamente llevarte a la cama.  Pero ahora que estás despierta... se me ocurre algo mucho mejor.
Se burló Philip mientras se acercaba lentamente a ella.
-¡No! -exclamó Christina, que comenzó a retroceder-.  Y no dormiré contigo en esa cama. ¡Es indecente! ¡Prefiero dormir en el suelo!
Él sonrió levemente cuando arrinconó a Christina contra el fondo de la tienda.
-No te agradará dormir en el suelo.  Aquí suele hacer mucho frío de noche y querrás sentir la tibieza de mi cuerpo.  El invierno se aproxima.
-Es mejor soportar el frío que tu contacto -replicó secamente Christina.
Trató de pasar corriendo al lado de Philip.
-Tina, anoche no pensabas así dijo él.
La tomó entre sus brazos y con un movimiento súbito se la echó al hombro.
Ella luchó fieramente mientras Phillip cruzaba la tienda y la arrojaba sobre la cama.
-Tina, creo que es hora de enseñarte una lección.  Eres una mujer muy apasionada, aunque te niegas a reconocerlo.
Christina se debatió Curiosamente mientras él trataba de desnudarla.  Mientras descargaba puntapiés y se debatía inútilmente, le escupía maldiciones, haciendo gala de un lenguaje que Philip siemle en una dama.  Finalmente, consise desprendió fácilmente.  Sin perder las prendas, y con su cuerpo apretó a Christina contra la cama.
-Querida, tu lenguaje no es propio de una dama -dijo Philip riendo-.  Ya me contarás cómo aprendiste este vocabulario tan horrible.
Christina realizó un último esfuerzo para apartarlo, y después cambio de táctica y permaneció perfectamente inmóvil bajo el cuerpo de Philip.
le abrió la boca con la suya, y la besó intensamente, pero sin tener respuesta.  De modo que ahora empleaba una táctica diferente."Pero no podría aguantar mucho tiempo.-Deslizándose al lado de la muchacha, Philip acercó los labios a los pechos redondos, y acarició y mordisqueó uno tras otro sus pezones.  Deslizó la mano sobre el vientre y finalmente entre las piernas de Christina.  Con movimientos dulces movió los dedos hada adelante y hacia atrás, hasta que ella gimió de placer.
-Oh, Philip -jadeó Christina-.  Tómame.
Philip la cubrió con su cuerpo.  Los brazos de Christina le rodearon el cuello, y ella correspondió apasionadamente a los besos de Él la penetró lentamente, y después inició un movimiento rápido y duro, hasta que la pasión de ambos estalló llevándolos al paroxismo del éxtasis.

CAPITULO 10



Para Christina la madrugada tardó en llegar.  Había dormido nerviosa durante la noche y despertó del todo cuando la tienda aún estaba sumida en sombras.  Ahora que la luz comenzaba a difundirse lentamente en el dormitorio, Christina fijó la mirada en el hombre que durante la noche la había despojado de su voluntad.  Christina había luchado desesperadamente para sofocar los impulsos de su propio cuerpo mientras Philip la acariciaba, pero no había podido resistir el contacto de su mano.  Se había entregado por completo a él.  Le había rogado que la poseyera.
Pensé irritada: «¿En qué me he convertido?  A juzgar por el deseo que me dominaba, fui como una perra en celo.»
Paseó la mirada sobre el cuerpo desnudo de Philip.  Estaba perfectamente formado: delgado, musculoso y fuerte.  Estudió el rostro: enérgico cuando estaba despierto, infantil y encantador cuando dormía.  Los cabellos negros se enroscaban blandamente sobre la nuca, desordenados por el sueño de la noche.  Philip parecía el Príncipe Encantado con quien ella había soñado cuando era niña, pero su carácter era demoníaco.
De pronto, un voz profunda sobresaltó a Christina.
-Abu -dijo el hombre-, acabo de enterarme de tu regreso. ¡Despierta!
Un hombre alto y delgado a quien Christina nunca había visto entró en el dormitorio, pero se detuvo cuando la vio.
El hombre miró a Philip, que comenzaba a despertarse, y de nuevo a Christina.  Una ancha sonrisa se dibujó en sus rasgos oscuros y Christina trató de cubrirse, avergonzada de que la viesen en el lecho con Philip.
-Mil perdones, hermano.  No sabía que te habías casado -dijo con aire inocente el recién llegado-. ¿Cuándo ocurrió el feliz acontecimiento?
Philip se sentó al lado de la cama y miró irritado al hombre. - no hubo boda, como sin duda ya sabes.  Y ahora, si tu curiosidad está satisfecha. ¿tendrás la bondad de salir de mi dormitorio?
-Como quieras, Abu.  Esperaré para desayunar contigo -replicó el hombre.

Sonrió, dio media vuelta y salió de la tienda.
Con movimientos cautelosos, Christina abandonó la protección de las mantas y se volvió hacia Philip.

-¿Quién era ese hombre? -preguntó irritada-. ¿Cómo se atreve a entrar así en tu dormitorio? ¿Aquí no puedo tener ni siquiera un  poco de intimidad?

Philip se puso de pie y se estiró perezosamente.  Vistió la chilaba y los pantalones y se sentó en la cama para calzarse las botas.
Maldición, ¿quieres contestarme? -gritó Christina.
   Philip se volvió para mirar a Christina y sonrió al oír la cólera de la joven.

Querida, no volverá a ocurrir. Es mi medio hermano, Rashid, y uno de los juegos que practica para fastidiarme.  Mi dormitorio es el único lugar donde puedes tener intimidad... excepto si se trata de mí.  Ahora, vístete -dijo, y recogió las ropas de Christina y se las entregó -.  Está esperando para conocerte.
Mientras salía del dormitorio, Philip no vio cómo Christina, en un gesto infantil, le sacaba la lengua. «Con que el hermano -pensó se vestía de prisa-. ¿Cuántas sorpresas más tendré que soportar?  Ahora tendré que conocer al hermano... sin duda, otro bárbaro.

Se recogió los mechones de cabellos y los ató en la nuca con un pedazo de lienzo que había cortado de una de las telas traídas por Philip, Christina deseaba tener un espejo, pero no quería pedírselo a Philip.

Los dos hermanos estaban sentados en el diván, tomando el desayuno, cuando Christina abrió las cortinas.  La joven pensó: Son tan salvajes que ni siquiera se ponen de pie cuando una dama entra en la habitación.  Cruzó la tienda y se detuvo frente a ellos.

- Yo soy Rashid Alhamar -dijo el hermano de Philip, y sus ojos la exploraron de la cabeza a los pies-.  Y usted seguramente es Christina Wakefield.

Ella asintió, tomó un pedazo de pan y se sentó en el diván que frente al que ocupaban ambos hermanos.

Excepto por la altura, Rashid no se parecía a Philip.  Tenía la piel mucho más oscura, los cabellos negros y los ojos castaños.  El rostro mostraba una expresión infantil, casi afeminada, con la piel lisa y suave; en cambio, Philip tenía el rostro áspero y la barba crecida.  Philip era ancho y musculoso, y Rashid en realidad mostraba un cuerpo muy delgado.

-Su hermano ha ofrecido una recompensa muy considerable por usted, Christina -djio Rashid-.  Oí decir que él y sus hombres la buscan en todas las caravanas y en las tribus del desierto.
-Y usted, señor Alhamar, ¿desea cobrar esa recompensa? -preguntó agriamente Christina.
La pregunta movió a Philip a fruncir el ceño.
-No se hable más de recompensas -dijo Philip a Rashid, con la voz cargada de amenaza-.  Te lo diré una sola vez.  Christina permanecerá aquí porque yo así lo deseo.  Soy el jefe de esta tribu y nadie se opondrá a mi decisión.  Es mi mujer y se la tratará como corresponde a su condición.  Y tú no volverás a entrar en mi dormitorio.
Rashid se echó a reír.

-Nura dijo que te mostrabas muy protector con esta mujer.  Veo que no mintió.  Como sabes, Nura siente celos de tu nueva esposa.  Siempre quiso unirse contigo.

-¡Ah, las mujeres! -dijo Philip, encogiéndose de hombros- Jamás di a Nura motivos para abrigar esperanzas matrimoniales.
-En realidad, en eso se parece a todas las restantes jóvenes de la tribu.  Todas reclaman tu atención.

Christina tuvo la sensación de que en la voz del árabe había un matiz de envidia.

-Ya hemos hablado bastante de mujeres -replicó agriamente Philip-. ¿Dónde estuviste, Rashid? ¿Y por qué no te vi aquí cuando regresé al campamento?

-Estuve en El Balyana y allí me enteré de que se había detenido una importante caravana.  También recibí la noticia de la desaparición de Christina.  La caravana se retrasó dos días; si no hubiera sido así, me habrías encontrado aquí para darte la bienvenida.
Del interior de su túnica Rashid extrajo un saquito, lo abrió y volcó el contenido sobre la mesa.

-Ésta es la razón por la cual esperé tanto.  Sabía donde las ocultaban, de modo que fue bastante fácil robarlas.

Christina miró asombrada las hermosas joyas depositadas sobre la mesa.  Había enormes diamantes, esmeraldas, zafiros y otras piedras preciosas que ella no pudo identificar.  Pero la piedra más bella era un enorme rubí cuyas facetas rojo sangre refulgían intensamente.  Por sí solo el rubí valía una verdadera fortuna.
-Por supuesto, como eres el jefe de la tribu, te pertenece –dijo de mala gana Rashid.

   - ¿Qué haría con un saquito de joyas? -dijo Philip riendo-.  Aquí no necesito riquezas.  Y no las deseo.  Puedes guardártelas, puesto que te tomaste el trabajo de robarlas.
-Abrigaba la esperanza de que dijeras eso, Abu.

Rashid colocó las joyas en el saquito, lo ocultó entre los pliegues de su chilaba.

-Sólo abrigo la esperanza de que uses provechosamente esas gemas -dijo Philip-. ¿Ya hablaste con nuestro padre?
-Ahora iré a verlo.  Hace pocos meses enfermó gravemente.  Maidi logró sanarlo, pero después nunca se sintió muy bien.  Temo que no vivirá mucho -dijo secamente Rashid.
Philip acompañó a su hermano hasta la salida de la tienda y permaneció un momento allí mirando el campamento.  Christina se preguntó qué clase de hombre era Philip, que con tanta indiferencia podía oír hablar de la cercana muerte de su propio padre. ¿Qué clase de hombre podría rechazar una fortuna en joyas, como si hubiesen sido piedras comunes? ¿Jamás lograría comprender a ese hombre que la había convertido en su amante? ¿Deseaba comprenderlo?
Con movimientos lentos Philip se volvió y alzó las dos manos para alisarse los cabellos que le habían caído sobre el rostro.  Christina  vió la tristeza en sus ojos verdeoscuro.

 De modo que, después de todo, en efecto sufría.  De pronto, ella deseó cercarse y abrazarlo.  Deseaba disipar esa tristeza. ¿Por qué así? ¿Había olvidado que lo odiaba?  Y además, si procedía de ese modo lo único que conseguiría sería que él se echase a reír.
-Creo que es hora de que conozcas a los miembros de mi tribu
Philip tranquilamente, cruzando la tienda para detenerse ante Christina.  Con una mano le alzó el mentón, obligándola a levantar la cara-.  Es decir... si no tienes nada mejor que hacer.
-Mi costura puede esperar -replicó Christina.
La mano de Philip bajó hasta la angosta cintura de Christina cuando ella se puso de pie.  Ahora, estaban separados por unos pocos centímetros y la proximidad de Philip aceleró los latidos del corazón de Christina.  Sintió que algo cedía en su interior y que ya no podía dominarse.  Detestaba esa influencia que él ejercía.  Tenía que decir para destruir ese vínculo que los unía.
-¿Su Alteza desea que vayamos ahora mismo? -dijo sarcásticamente.
-Tina, aquí no hay altezas.  Te dije que me llamases Philip.
La mano de Philip se cerró sobre la cintura de la joven.
-Sí, señor.  Sí, Alteza -replicó ella con expresión sumisa.
-¡Basta! -rugió él-.  Si quieres que te ponga boca abajo sobre mis rodillas y te enseñe una lección, puedes insistir.  De lo contrario, cálzate de una vez las zapatillas.
Christina no esperó para comprobar si Philip estaba dispuesto a cumplir su amenaza.  Entró en el dormitorio y después de retirar sus zapatillas, depositadas bajo la cama, las calzó de prisa y regresó a la tienda principal.
Con una mano en la cintura de Christina, Philip la acompañó afuera.
Se detuvieron frente a la primera de las tiendas que estaba a la izquierda de la que ocupaban ellos.
-¿Están allí? -llamó Philip.
-Entra, Abu.  Me haces el honor de visitar mi hogar -dijo un hombre bajo y robusto, que había abierto la entrada de la tienda.
Cuando entraron, Christina vio que aparentemente ahí estaba reunida la familia entera.  Las mujeres a un lado de la tienda: Una amasaba, otra estaba sentada en el piso y amamantaba a un niño, y una mujer de más edad preparaba sus rifles y un variado surtido de armas blancas.
-Ésta es Christina Wakefield -dijo Philip al grupo.  Todos la miraron fijamente-.  Christina, éste es mi viejo amigo Said y su esposa Maidi. -Con un gesto indicó a la mujer de más edad que preparaba la comida-.  Ahora que está enfermo, cuida de mi padre, y también prepara nuestros alimentos.  La joven que está a la derecha es su hija, Nura.
La bella joven de cabellos oscuros parecía tener la edad de la misma Christina.  Le pareció que en sus ojos había una expresión hostil y recordó que esa muchacha había abrigado la esperanza de convertirse en la esposa de Philip.
-Y la joven con los niños es su cuñada Amine.
Christina retribuyó la sonrisa de la bonita morena que parecía tener poco más de veinte años.  Era la que les había traído alimentos la víspera, y suyas eran la falda y la blusa que Christina vestía.  Si se les ofrecía la oportunidad, quizá Christina y ella pudiesen llegar a ser amigas.
-Estos son los hijos de Maidi.  Ahmad, Saadi y Syed, el marido de Amine -concluyó Phillp.
Cada uno de los varones asintió con un gesto de la cabeza.
Christina reconoció a Ahmad y Saadi: Eran los dos jóvenes que habían ayudado a Philip a secuestrarla.  Syed tenía la edad de Philip y mostraba una larga cicatriz en la mejilla derecha.
 -Me alegro mucho de conocerlos a todos -dijo Christina.
- Nosotros nos sentimos honrados de conocerte, Christina Wakefield -replicó Said, con una sonrisa cálida-.  Comprendo por qué jeque Abu se tomó tanto trabajo para traerte.  Eres realmente bella.
   - Me halagas, Said, pero yo...
Philip la interrumpió.
 - No fue demasiado trabajo, como pueden atestiguarlo Ahmad y Saadi; pero Christina aún tiene que conocer a otros miembros de la tribu, de modo que nos marchamos.
Obligó a Christina a salir de la tienda.
- Comprendo.  Ya hablaremos en otra ocasión -dijo Said, con expresión un tanto desconcertada.
Christina se volvió hacia Phllip, las manos en las caderas y los ojos que echaban chispas.
-¿Por qué me interrumpiste así? -preguntó.
- Tina, si sabes lo que te conviene será mejor que bajes la voz.  No bromeaba cuando te advertí que castigamos a nuestras mujeres cuando se muestran irrespetuosas -dijo Philip con aspereza-.  Te interrumpí porque pensabas decir que estabas aquí contra tu voluntad. Todos los miembros de la tribu saben a qué atenerse.  Pero si lo hubieses dicho en público, la situación habría sido muy embarazosa para mí.  Unos buenos latigazos es probablemente lo que necesitas para mejorar tu conducta.
   Philip le asió el hombro y la sacudió brutalmente.
-¡No! -jadeó Christina, apartándose de él-.  Me comportaré bien...¡Lo prometo! -dijo frenética, y todo el cuerpo le temblaba.
Christina, cálmate -dijo Philip más amablemente-.  No pienso pegarte ahora.  Todavía no me has llevado a eso.
La sostuvo en sus brazos, y la apretó tiernamente contra su cuerpo hasta que ella dejó de temblar.  Christina nunca lograría comprender a ese hombre.  Primero amenazaba golpearla y después la abrazaba con amor y ternura.
¿Amor? ¿Por qué había pensado en amor?  Philip no la amaba.  Sólo la deseaba.  Y el amor y el deseo eran tan diferentes como la noche y el día.  Ella no podría abandonar ese lugar mientras el corazón de Philip no se ablandase y le permitiese partir, como su padre había concedido la libertad a su esposa.
 -Tina, ¿te sientes bien? -preguntó él con voz grave, mientras con una mano la obligaba a levantar la cara y a mirarlo.
-Sí -replicó blandamente Christina, sin abrir los ojos.
La llevó a conocer a los dos hermanos de Said y a sus respectivas y numerosas familias.
Christina vio que todas las jóvenes miraban a Philip con deseo en los ojos.  Pensó que en definitiva Rashid no había mentido.  Todas habían abrigado la esperanza de atraer la atención de Phdip pero había sido antes de que él urdiera el plan que la había inducido a viajar desde Inglaterra.  Ahora, él la había capturado y la exhibía ante la tribu entera.  Seguramente todas la odiaban... y Nura más que nadie.
Aquella tarde Christina terminó la falda que había estado confeccionando y se sintió bastante complacida con su labor.  Había usado como modelo la misma prenda que estaba vistiendo; había utilizado una seda verde claro, y le había adornado el ruedo con encaje verde oscuro.
Podía vestir la falda de seda verde con la blusa verde oscura de Amine mientras confeccionaba una prenda que hiciera juego.  Había llegado a la conclusión de que obtendría resultados más inmediatos si confeccionaba primero faldas y blusas sencillas, en lugar de vestidos.  No te importaba que las prendas que confeccionaba fuesen excesivamente delicadas para la vida del campamento.  A Christina le agradaba usar hermosas prendas.  Cuando estaba bien vestida, se sentía cómoda, y para el caso poco importaba que estuviese viviendo en el centro de Londres o en un desierto.  Antes del almuerzo, Philip fue a buscar a Christina para llevarla a bañarse; tenía un cuchillo al cinto, con fines de protección.  Se reunió con ella en el agua tibia, pero esta vez no intentó tocarla.
Después del baño, Christina se puso la falda nueva.  Pero Philip se limitó a comentar:
-Tina, trabajas rápido con las manos.
Rashid fue a comer con ellos, y mientras duró la comida no pudo apartar los ojos de Christina.  Las atenciones del árabe irritaron a Philip, de modo que Christina decidió retirarse en seguida, dejando a los dos hermanos enfrascados en la discusión de los asuntos de la tribu.  Después, Philip vino a acostarse, y ella fingió dormir; supuso que él intentaría poseerla nuevamente.  Pero Philip se limitó a abrazarla y poco después se durmió.

 

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